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De esa noche, don Fidencio hizo un monumento silencioso a la humillación, y consumió en ella todas sus reservas de cólera. Al día siguiente mostró al mundo otra cara, transfigurada por la injusticia. Puso sobre el mostrador toda su existencia de velas de cera blanca y dejó que las gentes del pueblo las manosearan a su antojo, les clavaran la uña y se fueran sin comprarlas…

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Dejé pasar ocho días sin ir a la labor y me encontré con una desagradable novedad. Sembré en tierra fértil (hablo del Tacamo y no de Tiachepa) y esto ha dado ocasión a que junto a las milpas se desarrollen otras plantas igualmente vigorosas que las están ahogando materialmente: el chayotillo y el tacote. Tenemos, pues, que hacer la casanga y tumbar con guango toda esta cizaña. Yo quería casanguear cuanto antes, pero Florentino me ha dicho que debemos esperar a que engorden más los elotes, porque así de tiernos se asustan y no cuajan como se debe. Aunque no creo en supersticiones, voy a dejar pasar una semana para reunir el dinero que me costará la operación imprevista que va a aumentar considerablemente los gastos de mi labor.

A propósito, el negocio de la zapatería va de mal en peor gracias al abandono en que se encuentra.

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En terrenos de la hacienda de El Rincón ha aparecido una banda de facinerosos que asaltan, roban y secuestran a los pobres trabajadores de ese lugar, al grado de haber dado muerte a un pobre comerciante que volvía de este pueblo después de vender una carga de naranjas. Se sabe ya que fuerzas del Gobierno salieron a perseguir a los bandidos hasta poner coto a sus desmanes.

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Continúo, Reverendo Padre, mi carta de ayer, porque considero su intervención muy necesaria y urgente. El dinero se ha reunido y sigue reuniéndose en cantidades verdaderamente asombrosas, como nunca antes, sobre todo desde que se supo lo de la Coronación. Y la Parroquia se está comprometiendo en muchísimos gastos que yo considero innecesarios. El señor Cura, Dios le perdone, parece estar un poco fuera de sí. Y el señor Farías, ante la sorpresa de todos, está abiertamente también de parte de los indígenas y en contra de los propietarios de aquí. Yo creo, en mi humilde opinión, que ha llegado el momento de tomar muy serias e inmediatas providencias. Por lo pronto, gestionar ante el señor Arzobispo que se nombre un párroco auxiliar, de preferencia joven y enérgico, que ponga orden en el caos.

El señor Cura, además de su edad avanzada y en virtud de su actividad casi febril, ha visto recrudecido un viejo padecimiento, así que a nadie le extrañaría su traslado a Guadalajara, para que encuentre reposo y la atención médica necesaria. ¡Bendito sea Dios!

En lo que se refiere a las coronas de oro, han sido hechas por cuenta y riesgo del señor Farías, autor de la idea, con la promesa verbal del señor Cura de que la suma gastada, que es muy cuantiosa, le será devuelta aquí. Este señor ha comenzado a hacer fuertes inversiones en Zapotlán, con la idea de establecer nuevas fuentes de trabajo, y está ofreciendo, y pagando ya a algunas gentes, sueldos muy altos que pueden trastornar la economía de toda la región.

Los capitalistas locales están dispuestos a marcarle el alto, aun los que se han asociado con él, a una señal convenida, que debe venir de Guadalajara. Un movimiento conjunto del alto clero y de la banca, con la colaboración de las autoridades del Estado, daría los mejores resultados. Por un lado, hay que suspenderle los créditos en el momento preciso, y no reembolsarle, por lo pronto, el costo de las coronas, ya que en cierto modo, aunque sus fines fueron muy altos, obró por propia iniciativa y con cierta precipitación.

La Junta de Agricultores acaba de obtener, según tengo entendido, la promesa formal de las autoridades competentes, de que el juicio de restitución de tierras quedará suspendido durante el año que viene, y con toda seguridad, los líderes indígenas se van a cansar de estar yendo a Guadalajara y a México de balde. Para poner punto final a sus actividades, convendría que el nuevo señor Cura, quiero decir, el auxiliar que la Mitra tenga a bien nombrar, decida, como se ha hecho en otros lugares de la República, amenazar con la excomunión a los miembros de la Comunidad que se manifiesten más rebeldes y obcecados.

Por último, la amistad del señor Farías con los tlayacanques a todos nos parece muy sospechosa. Se sabe que cuando van a México, siempre están de visita en su casa y él los recibe como a verdaderos personajes ayudándolos en todas sus gestiones. Los propietarios agrícolas piensan naturalmente que esto lo hace con segundas intenciones, aunque en todo se manifiesta como buen católico, y hombre honrado y trabajador.

El peligro debe ser alejado a tiempo, Reverendo Padre, y más vale que haya un solo perjudicado, y no toda una población.

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– Todo el año parecemos coheteros, nomás pensando en la feria y llenándonos de pólvora la cabeza, para que a la hora de la hora, todas las ilusiones se nos seben…

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– Al Municipio se le fueron los pies. Con eso de que no iba a haber casi festividades profanas, le dio la concesión a un empresario de fuera para que se encargara de todo. Y en los primeros días de octubre, de puros derechos de piso para instalar puestos, juegos mecánicos, cantinas y barracas, sacó más del doble de lo que le pidieron. Y eso sin contar las corridas de toros, que siempre las hubo. Aunque las primeras han estado muy malas, allí está la plaza diario a reventar. No cabe duda el dinero de aquí siempre se lo llevan los de fuera. Lo que sale de las diversiones, los fulleros y los políticos. Y lo de la iglesia, pues vayan ustedes a saber, se va a Guadalajara, a México, y dicen que hasta a Roma. Sea por Dios…

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Muy querido amigo mío: Tengo pésimas noticias que comunicarle, pues hubo un completo desbarajuste entre el Comité de Feria, la presidencia archimunicipal y la Cámara de los Lores. Total, que no hay dinero para los Juegos Florales. Claro, la hebra se ha de reventar por el lado de la cultura. Excuso entrar en detalles, pues espero que nos veamos pronto. Entre tanto, le ruego suspender la manufactura de la Flor Natural, que por primera vez iba a ser como mandan los cánones: de plata labrada, aunque de modestas proporciones. Los trabajos recibidos han sido muy pocos y de desalentadora calidad. De todos modos, haremos un último esfuerzo para no vernos en el caso de declarar desierto el concurso. Si el acontecimiento se llega a salvar, le ponche a usted un telegrama para que nos traiga si no una rosa de tamaño natural, por lo menos una humilde violeta que le sirva de fistol al agraciado… Y es que (ya lo habrá usted oído decir) todo el dinero se nos fue en comprar coronas de oro…

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– Digan lo que quieran, a mí me encanta la chirimía. Apenas la oigo, ya tengo el corazón lleno de feria, aunque no salga de mi casa. Es muy monótona, sí, y acaba uno por cansarse de oírla todos los días. Pero yo no la cambio por toda la música del mundo. Palabra, cuando me muera, pediré que me entierren con chirimía, como a los indios de Tuxpan. Ojalá y que me cumplan la última voluntad.

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En la serenata del domingo, después del Reparto de Décimas, don Salva vio a Chayo más bonita que nunca. Seria y muy recatada, pálida y con un dejo de tristeza que lo llenó de ilusiones. "Con toda seguridad, ya terminó con Odilón".

Y esa noche, antes de acostarse y después de hacer sus oraciones, hizo un firme propósito que le ayudó a dormirse en cuanto puso la cabeza en la almohada: "Mañana mismo le voy a pedir que se case conmigo…"

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– Mañana mismo le voy a avisar a don Salva que ya no vas a trabajar con él. Te encierras en la casa para que nadie te vea. Tu misma les dices a tu madre y a tus dos hermanas que vas a tener un hijo. Anda hoy mismo a confesarte y aquí no ha pasado nada. No llores.

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– Yo señor, soy de Chuluapan, para servir a usted. Le recomiendo que vaya por allá si le gusta. tratar con gente franca. Si les cae mal, se lo dicen en su cara y a lo mejor hasta lo matan, pero eso sí, frente a frente. Claridosos, como nosotros decimos. Los chivos, los puercos y las gallinas andan sueltos por la calle pepenando los desperdicios y nadie se los roba, porque allá no hay ladrones. Pero eso sí, como dice el dicho, encierre usted sus gallinas si no quiere que se las pise mi gallo.

Y yo ando por aquí de huida porque pisé una gallina. No sé ni para qué le cuento. ¿Usted ha visto a los herreros cuando se ponen a golpear entre dos un solo pedazo de fierro? Así éramos aquél y yo. Los martillos caen duro en el mismo lugar y los golpes son lo doble de tupidos y lo doble de recios.

Soy herrero y me gusta golpear el fierro dulce, bueno, usted me entiende. Saca uno el fierro de la fragua casi blanco y lo vuelve a meter cuando se va poniendo color de hormiga. Al fierro hay que trabajarlo en caliente. Mientras más caliente, mejor. Míreme las manos. Seis meses que no agarro la herramienta y los callos no se me quitan. Con estas manos que está usted viendo, le hago en media hora una docena de pizcalones. Nomás eso sí, encierre usted sus gallinas porque se las pisa mi gallo…

A propósito dicen que aquél me anda siguiendo y que pregunta por mí en todas las herrerías, con un martillo en la mano. Por eso ando aquí de feria en feria, para ver cuándo me alcanza…

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Don Fidencio cerró su casa a piedra y lodo. Ni su mujer ni sus hijas saldrían a la calle. Él daría la cara por todos. "Al fin y al cabo tenemos muy pocas amistades, y con el refuego de la feria nadie se va a acordar de nosotros. Si me preguntan por Chayo, diré que está fuera de aquí, porque yo no quise que saliera de reina ni de virgen…"

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Desde que Chayo no fue más a su tienda, a don Salva se le iba el suelo de los pies, y el tema de sus insomnios tuvo un cambio decisivo. Ya no se pasaba las horas en bodas imaginarias, desflorando a cuanta muchacha se le venía a la cabeza. Se la pasaba, por decirlo así, con el alma de rodillas frente a una virgen de hierro. "Y pensar que yo la tenía cerca de mí todos los días, que la veía de frente y de perfil mañana y tarde, que le mandaba hacer esto y lo otro, que me preguntaba y me respondía". A don Salva casi se le salían las lágrimas. Acariciaba en la imaginación las telas de flat y de chermés con que se imaginaba verla vestida. "Mañana le voy a mandar de regalo tres cortes para que les estrene en la feria. ¿Pero dónde tenía yo la cabeza? Tan fácil que era hablarle en la tienda. Y ahora ¿qué dirán las gentes cuando me vean rondando la casa de don Fidencio el cerero?"

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Y de nada le.sirvió a don Salva rondar la casa, estarse parado en la esquina horas y horas, dar vueltas en el jardín, entrar y salir cíe la iglesia, buscando por todas partes el rostro de Chayo. De nada le sirvió porque no pudo verla en ninguna parte. Alguien le dijo que ya no estaba en el pueblo. Alguien le dijo que se había enfermado. Alguien le dijo…

Don Salva estaba volviéndose loco.

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– ¿Qué le parecieron las décimas?

– La mera verdad, se me hacen muy rancheras. -El año pasado estuvieron más elegantes. -A mí no me la dejaron en la casa. Voy a ver si consigo una en la Parroquia.

– Ni vale la pena. Parece que las hicieron los indios, están muy chillantes.

– De todos modos, yo tengo la colección completa, desde fines del siglo pasado.

– Yo tengo una en pergamino legítimo, de 1913, el año de la arena. Se la regalaron a mi papá, que era compadre del Mayordomo. La voy a donar al Museo Regional…

– ¿Para que se la roben?

– Déjeme leerle a usted los versos que traen las décimas este año:

En hambre, peste, temblores,guerra, inundación, sequía,Zapotlán de noche y díaa José pide favores.Él le responde: "No llores;porque me invocas con fe,tus angustias guardaré".Por eso tan juntos van:él, José de Zapotlány Zapotlán de José.

– Esto es lo que se llama una buena décima. ¿No le parece a usted? Después de leerla qué importan los colorines…

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– Don Isaías, protestante, tiene don de lenguas y la boca llena de Biblia a todas horas. El otro día estábamos jugando malilla y bebiendo unas cervezas. De pronto se levantó y puso sus cartas bocabajo sobre la mesa. Le preguntamos adonde iba, y él, que se dirigía al fondo de la casa, se volvió un momento y dijo con solemnidad: "Iré a lugares secretos y haré obra de abominación. Orita vuelvo".

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– ¿De veras eso es fornicar? Yo creí que era otra cosa, que era algo así como quién sabe. Eso que usted dice quisiera hacerlo todos los días, pero no más lo hago una vez a la semana, cuando mucho. Ya ve usted, la ignorancia…

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A la orilla de los caminos, por todas las entradas de Zapotlán, se sientan las tipaneras envueltas en su rebozo, con el chiquihuite de sopes o la olla de tamales, para cambiarlos por mazorcas de maíz a los carreteros que vienen de las cosechas a la caída del sol. Algunas esconden también botellas de tequila y de ponche: una o dos mazorcas, según el trago.

Dicen que hay otras que acechan en lugares sombríos sin más mercancía que ellas mismas. Éstas son las más temibles para los agricultores, que deben valerse de gentes de confianza para evitar que sus cargamentos lleguen mermados por este trueque, mucho más costoso que los demás.

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– Con daga le puedo errar el jijazo, por algo son pandas. Los verduguillos son derechitos como espinas de huizache. Hay buenos cuchilleros en Sayula. Yo escogí un verduguillo ahora que estuve de pasada.

A veces les ponen figuras y letreros. Me dijeron que si le escribían mi nombre. Yo les dije: "Mejor póngale una mentada de madre". Y se rieron. Me costó caro. La hoja es de lima, todavía se le alcanzan a ver las rayitas. La cacha de ruedas de cuerno, una negra y otra güera. La punta está como ajuate.

Yo no le voy a decir nada. Ni le voy a saludar. Pero si él me dice: "¡Órale coyón!", se lo dejo ir en las costillas.

Así me decía antes, cuando éramos becerreros, y así me manda decir con los que vienen a San Gabriel: "Pregunten por el coyón, y díganle que cuándo se viene para Colija".

Y es que yo también me iba a ir para Colija de muchacho, pero me le rajé a medio camino, cuando encontramos al colgado.

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Pues ya estaría de Dios que no viera yo los primeros ni los últimos granos del maíz de mi cosecha.

Hoy sábado, al hacer la raya, le vendí a mi compadre Sabás el potrero con la labor en pie, en menos de lo que me costó. Ya habíamos empezado el corte de hoja, operación muy importante y que dejo sin describir, porque éste es el último de mis apuntes. Sea por Dios.

Resultó que aparte del peligro que hay por lo de la Comunidad Indígena, el Tacamo estaba en litigio entre dos hermanos. Y el que me lo vendió no era dueño de todo. Ayer me citaron en el juzgado, y yo no soy para esas cosas. Mi compadre, que es colindante, ya tenía pleito anterior con estos herederos y va a jugarse el todo por el todo. Al fin que él tiene mucha experiencia y muchos intereses que defender. Allá él.

Con lo que recibí, apenas me ajustó para pagar mis deudas y la renta de Tiachepa, que se la dejé al dueño como tierra de agostadero.

Vuelvo a mis zapatos. Por cierto que lo único positivo que saqué de esta aventura es la ocurrencia de un modelo de calzado campestre que pienso lanzar al mercado para sustituir a los guaraches tradicionales. A ver si tengo éxito y puedo pagar pronto la hipoteca de la casa…

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– Me acuerdo de aquel vale Leónides como si orita lo estuviera viendo con sus calzones de manta con alforzas, el ceñidor solferino muy bien trincado, el sombrero tic palma con toquilla de gamuza y los guaraches gruesos de garbancillos. Me decía: "¡Órale coyón!"

Y se me quedó el Coyón. Yo andaba con guaraches de horcapollo, como los que traigo, el ceñidor desteñido y sombrero de soyate. Los dos éramos becerreros en San Gabriel, y el año que nos íbamos a ir para Colija, tres veces los becerros se mamaron las vacas. Se abría de noche la puerta del corral como adrede, y cuando llegaban los ordeñadores en la madrugada, ái están las vacas con las ubres pachichis y los becerros bien timbones.