38640.fb2
El señor don Cristóbal se nos ha introducido arbitrariamente de un año acá, y nosotros sin poderle impedir. Él, valiéndose de la Revolución, pidió al señor Juez que lo pusiera en posesión. Y visto él que no le impedimos nada, nos cerró la entrada de la laguna, y reconoció años de rentas de tierras de nuestras propiedades. Se valió del gobierno actual diciendo que nada nos debía, y nos hizo infelices sin tener de qué echar mano. Nos quitó las sementeras de este año y no nos deja ni sembrar.
– Hoy que estuve en el juzgado para ver cómo va el asunto de mis tierras, me enteré de un pleito que allí se ventila y que el juez de letras ha tomado como una chanza. Sucede que un arriero que traía unos burros de vacío ha sido demandado por don Tonino a causa de daños en propiedad ajena. Estamos en mayo, y uno de estos serviciales anima-litos se echó bruscamente en pos de una hembra que se le fue corriendo, esquiva como todas. Y allí va el burro desbocado y loco tras ella. Corrieron como dos cuadras, y nada se les ocurrió mejor que meterse en la tienda. Durante la trifulca rompieron la olla del tepache y algunos otros enseres que don Tonino estima en dieciocho pesos. El arriero no los quiere pagar alegando que esos son "accidentes de la naturaleza…"
Ya con mi tierra acabada de rayar, se me presentan, como a todos los agricultores, dos posibilidades: sembrar en seco, o esperar a que llueva para que la tierra esté bien mojada. Si uno tiene fe en que pronto viene el temporal, vale la pena anticiparse y exponer la semilla al daño de cuervos, tililes y tuzas. Si se retrasa- el temporal, o no llega en firme, las milpas no nacen como se debe. Pero si en término de una semana cae una buena tormenta, se viene muy pronto y pareja la nacencia. Ni qué decir que yo voy a anticiparme. Creo que seré el primero que se arriesga. Ya me anda por ver brotar las milpas. Además, oí decir que cuando se siembra sobre mojado, la milpa también nace dispareja, porque la operación dura entre quince y veintidós días y cuando ya hay plantas listas para la escarda, otras apenas comienzan a nacer. Prefiero confiar en la Divina Providencia, y mientras llueve, le revolveré unas piedras al Credo. Voy a poner a todos los mozos a que espanten los cuervos y a que maten los tililes y tuzas con escopeta.
– Es una lástima, pero da coraje ver aquí tanta gente tan devota y tan ignorante. Es para no creerse. Ayer fui a visitar un enfermo allá por Pueblo Nuevo, y como siempre, el cuarto estaba lleno de imágenes, de décimas y de vivas. Ya cuando iba a venirme, me llamó la atención una tarjeta postal con una cabeza greñuda. Pregunté quién era y me dijeron que un Divino Rostro. Me fijé más y ¿sabe usted lo que vi? La cabeza cortada del Chivo Encantado que estuvieron exhibiendo aquí, el gran bandido ¿se acuerda usted?, hace como veinte años, y que retrató el fotógrafo Guerrero…
– Realmente, los designios de la Divina Providencia son a veces muy difíciles de entender. Le voy a dar un ejemplo. Como usted sabe, todos los indígenas de Zapotlán son muy creyentes, ya ve, todo lo que pueden y hasta lo que no, se lo gastan en hacer sus devociones. Pues precisamente por creyentes se quedaron sin tierras. El Rey de España mandó dividir todo esto en cinco comunidades indígenas, cada una con su tlayacanque, y los frailes las convirtieron en Cofradías, cada una con su santo y su capillita. Y a la hora que se vino la Reforma, en vez de que las capillas fueran de las tierras, resultó que las tierras eran cíe las capillas, y por lo tanto, del clero. Fueron puestas en venta, y ya sabe usted quiénes las compraron. Vaya, si no, a buscar los nombres en los archivos. Desde entonces data el verdadero pleito. Y como los Indios tenían después de todo razón, al estar dale y dale, se ordenó el famoso reparto de 1902, que fue el fraude más grande y vergonzoso que registra la historia de este pueblo. Y aquí tiene usted ahora a todos estos pobres indígenas, que siguen muy devotos, acusados de revolucionarios y con las manos vacías, levantadas en alto, pidiendo justicia…
– ¿Justicia? Yo les voy a dar su justicia a todos estos indios argüenderos, despachando al otro barrio a dos o tres de los más alebrestados. Además, no es cierto que nadie les haya quitado nada. Ellos lo han perdido todo por güevones, borrachos, gastadores y fiesteros. Aunque les volvieran a dar todo lo que piden (entre paréntesis, yo no sé a qué le van tirando), le aseguro que en dos o tres años ya se les habría acabado en azúcar, pólvora y alcohol. Con el pretexto de festejar a la Santa Cruz o a San Cuilmas el Petatero, y por la presunción de ser Capitán de Vivas o Capitán de Enrosos, cualquiera de ellos, dígame si no, es capaz de quedarse hasta sin calzones…
– Un momentito por favor, permítame usted un momentito. Estoy de acuerdo en que estas gentes todo se lo beben, de acuerdo. Venden la casita y el burro y hasta la madre si usted quiere, pero lo que no podían vender eran las tierras comunales y mucho menos las capillas… Ésas, me va a perdonar que se lo diga aquí entre nos, ésas se las quitamos nosotros a la brava, o con trampa, como usted quiera, que para el caso es igual. Y ni siquiera les dimos a cambio el azúcar, el alcohol y la pólvora para sus argüendes…
…y por ellos me apareció y averigüé, Yo el Virrey, la desorden y exceso que habéis tenido en repartir entre los vecinos de esa ciudad, y principalmente entre vosotros mismos los corregidores, muchas suertes de tierras, huertas y solares, en perjuicio de sus habitantes y dueños legítimos…
– ¿Me permite que insista?
– Sí cómo no, Don Bolchevique.
– Yo no estoy de acuerdo en que los indios sean por naturaleza indolentes y viciosos. Si son así, no tienen la culpa. También yo me puse ya a leer papeles viejos y hasta un libro de historia. ¿Usted cree que le iban a tener apego a la vida, o que iban a sentir amor por sus cosas, y hasta por su propia familia, aquellas gentes que fueron tratadas como animales? ¿No ha oído usted hablar de los repartos de indios? Si era usted hacendado en aquel entonces, por el simple hecho de tener tierras y ser gente de razón, usted podía solicitar que le dieran indios, como ahora se les dan bueyes a los medieros. Y nomás venía la realada, como si fuera una leva. Usted pedía veinte o treinta, o cien indios, pongamos por caso, y se los mandaban a Zacoalco o hasta a Guadalajara, de aquí o de San Gabriel, así nomás como si fueran bestias. Y esa gente no volvía a saber de hijos ni de mujer, aunque las leyes decían que para cada hacienda debían llevarse indios de lugares cercanos y que no tuvieran familia y que había que pagarles tanto más cuanto. Nadie hacía caso. Los trataban como esclavos, y para lo que te truje, ponte a trabajar hasta que te mueras…
Optimista como estoy en todo lo que se refiere a la agricultura (aunque la actitud de los indígenas no deja de ser alarmante) he tomado un potrero en arriendo para sembrar otra labor. Reconozco que el tiempo está ya muy avanzado para empezar el barbecho, pero no sé, (reo que si llevo una labor adelantada y otra atrasada, el comienzo del temporal me tiene sin cuidado. Si se adelanta, ya está sembrado el Tacamo. Si se atrasa, me da tiempo para tener listas las tierras de Tiachepa. Además, me servirá para hacer escoleta este año, por partida doble.
Este potrero tiene mala fama, está engramado y dicen que desde hace muchos años nadie quiere sembrarlo aunque se lo den de balde. Yo no hice caso porque he notado que entre la gente de campo corren muchas supersticiones. El administrador (creo que el terreno es de una viuda) me dijo que si yo le quito la mala lama a Tiachepa, me lo dará en arriendo todos los años en muy buenas condiciones. Vamos a ir a medias porque él me va a prestar los bueyes y los aperos de labranza que hagan falta. Eso sí, es hombre muy detallista y muy cuentachiles; dejó muy bien estipulado en el contrato de arrendamiento el precio de cada bestia y de cada utensilio. Y el maíz que le toque ha de ser de primera calidad, se dé o no se dé en el dichoso Tiachepa.
Como el Tacamo lo he puesto bajo el patrocinio de Señor San José, nada se me ocurrió mejor para el amparo de esta nueva empresa que encomendársela a la Virgen. A la del Perpetuo Socorro.
Lo único que me ha molestado es un dicho de mi compadre Sabás, que alude a la gran distancia que hay entre mis dos siembras, porque el Tacamo está por Huescalapa, rumbo al Nevado, y Tiachepa a la orilla de la laguna: "labor repartida, mujer con barriga…"
– Me acuso Padre de que aprendí una canción.
– ¿Cómo dice?
– Me da vergüenza…
– ¿En dónde te la enseñaron?
– Los de la imprenta.
– ¿Cómo dice?
– "Soy como la baraja…" Y luego una mala palabra.
– ¿Cuál?
– Caraja…
– ¿Qué sigue?
– "Como que te puse una mano en la frente, tú me decías -no seas imprudente…"
– ¿Y luego?
– Otra vez "soy como la baraja…"
– ¿Y luego?
– "Como que te puse una mano en la boca, tú me decías -por ai me provoca…"
– ¿Y luego?
– Otra vez "soy como la baraja…"
– Si, pero ¿después?
– "Como que te puse una mano en el pecho, tú me decías -por ai vas derecho.
– ¡Válgame Dios!
Una pequeña recapitulación. Con la prisa se me olvidan algunas cosas que oigo decir y que debo apuntar, aunque unas opiniones vayan en contra de otras. Un labrador acaba de decirme, por ejemplo, que la buena siembra debe hacerse en suelo bien penetrado por el agua, si no, es como si sembrara en dos tierras, en sequedad y humedad. La escarda, dice otro, debe hacerse en polvo, esto es, en tierra suelta no muy llovida. La segunda, en cambio, debe hacerse en lodo, pero no muy en lodo, porque se pierde la labor. ¡Santo Dios! Como si la lluvia pudiera darla uno mismo con regadera…
Algo más con respecto al tiempo empleado en las labores. Los trabajos de siembra, escarda y segunda se llevan tres semanas cada uno por término medio. A esto hay que agregar las tres o cuatro primeras semanas de barbecho. Hasta ahora, en el Tacamo nuestro calendario ha sido perfecto y más bien vamos adelantados, cual debe ser, en espera de la estación. No así en Tiachepa naturalmente. Pero de eso prefiero no hablar.
– Tú no eres hija de Marcial, me extraña que no lo sepas. Tú eres hija de Pedazo de Hombre, que de Dios goce. Yo era amiga de tu madre y vivía cerca de ustedes, por eso me di cuenta, pero todo el barrio lo supo. Pedazo de Hombre era fontanero y no salía de las casas, diario destapando los caños, remendando los cazos de cobre y arreglando las máquinas de coser. Era muy ocurrente pero le faltaba una pierna. Tu madre lo mandó llamar una vez para que le compusiera la puerta del horno, porque le gustaba hacer pan. Cosas que pasan. £1 caso es que en mala hora llegó tu padre, quiero decir, Marcial. Pedazo de Hombre largó la pata de palo y se fue con los pantalones en la mano brincando bardas de corral con una sola pierna, del miedo que llevaba, hasta que cayó en mi casa. Lo tuve escondido hasta que el carpintero le hizo su pata, porque la bendita de tu madre, Dios la haya perdonado, echó la otra con el susto al fogón de la cocina. Pedazo de Hombre estuvo tres días conmigo, y me arregló de balde todo lo que yo tenía descompuesto. Era un hombre muy ocurrente. Pero entre tu madre y yo se acabó la amistad. Dios la tenga en su Santa Gloria…
No tengo palabras para describir las jornadas de la siembra. Los mozos van descalzos por los surcos. Colgado al hombro llevan el costal de la semilla, como una hamaca. Con pasos medidos van arrojando los granos y los tapan echándoles tierra con el pie. La cuadrilla parece entregada a una danza lenta y antigua. Los mozos, ensimismados, olvidan sus canciones, sus dichos y sus chanzas.
Al volver a mi casa, me vine despacio, solemnemente, sin arrear ni una sola vez al caballo. Como si todas mis esperanzas, y lo mejor de mí mismo, quedara depositado en la tierra. Antes de montar, eché algunos granos de maíz en un surco. Me fijé bien dónde los puse. A ver si tengo buena mano de sembrador.
– Me trata muy mal, padre, anda con otras mujeres y cada que le reclamo me dice "vete al carajo".
– No te preocupes, hija. El carajo es un árbol grandote adonde uno va a descansar después de muerto.
– Pero yo no quiero morirme, padre.
– Entonces aguántate. Todos los hombres somos así, hijos de la mala vida. Yo hice sufrir mucho a tu madre, casi puedo decirte que se murió de las mortificaciones que yo le daba. Siempre la mandé al carajo. Pero ella me dijo Dios te perdone y me echó la bendición antes de irse.
Muy mal comienzo en la labor de Tiachepa. Los bueyes 'que me prestaron son grandes y fuertes, los arados macizos, y les puse a todos rejas nuevas. Y los bueyes pujan despatarrados, avanzan muy lentamente, y los arados brincan haciendo agujeros en la tierra dura y engramada. Tuvimos que poner a dos yuntas en cada surco, y en vez de abrirse, la tierra se rompe en cuarterones. A la hora de rayar, los surcos no van a ser surcos.
Alguien me informó que en la hacienda de la Cofradía del Rosario había un tractor desocupado y por fortuna me lo rentaron. En medio del desastre, no puedo negar que esto del tractor me ha ilusionado: soy uno de los pocos agricultores que en este valle utilizan maquinaria moderna.
– Me acuso padre de que se me ocurrió un verso. Andaba barriendo el pasillo y se me ocurrió.
– ¿Cómo dice?
– ¿Cuántos años tienes?