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– Bueno, en resumidas cuentas, esto no es ninguna novedad. La función siempre la ha hecho el pueblo, aunque haya Mayordomo. ¿De dónde han sacado los ricos su dinero? "…Habéis devorado la cosecha, y del despojo de los pobres están llenas vuestras casas". Y no soy yo quien lo dice…
– Ah qué usted, don Isaías…
– Tomemos las cosas con calma. Vamos a ver, yo creo que el señor Cura al fin y al cabo nos está haciendo un favor. Si va a convertir la feria en una fiesta de indios, sea por Dios y venga más. Ustedes ya conocen a los naturales. Si cada año, nomás para la fiesta de las Cruces un Capitán de Vivas gasta todo lo que tiene y se endroga hasta donde puede, imagínense lo que va a pasar ahora que todos se sienten mayordomos de la Función. No les va a quedar ni un centavo para los pleitos, y hasta les va a hacer falta para sus idas y venidas a México y Guadalajara. Ya no van a poner sus huellas digitales en papeles que ni siquiera saben lo que dicen. Lo único que nosotros debemos hacer, es no soltar dinero para la feria, y para no quedar mal con Dios Nuestro Señor, podemos dar todo lo que se pueda para el Seminario que quieren hacer aquí los padres jesuitas. Ese dinero sí que estará bien gastado, será como ellos dicen, para mayor gloria de Dios, en vez de que se tire en diversiones profanas…
– Lo que son las cosas. Otra vez tiene razón don Abigail.
– Y ni modo que yo me suba mañana domingo al pulpito y haga pública la confesión del Licenciado. Gracias a Dios que tuvo el presentimiento y vino a confesarse. "Todo lo que me debe el pueblo de Zapotlán, voy a gastarlo haciendo una fiesta como nadie la ha hecho, y ayudándoles a los indios para que les devuelvan sus tierras. No quiero dejarle nada a mi hermano. Mis bienes son todos para la Parroquia y para el Hospital de San Vicente…" Señor San José, ¿por qué te lo llevaste antes de que hiciera su testamento?
– Con todo respeto, señor Cura, esto me parece ¿cómo le diré?, un poco revolucionario. Apenas si se está calmando tantito la gente, y con esto les pueden perder otra vez el respeto a los patrones. El Mayordomo es un símbolo, señor Cura, es un símbolo, no lo olvide usted. Y ahora se están sintiendo mayordomos, como si no hubiera arriba y abajo ni clases sociales ni nada. ¿Sabe lo que le oí decir el otro día a una mujer que estaba vendiendo tortillas en la plaza? "Le vamos a hacer a Señor San José una Función como no se la han hecho nunca toda esta bola de ricos muertos de hambre…" ¡Imagínese nomás!
El señor Cura juntó todo el dinero que tenía y se fue a ver a don Atilano, que seguía con las manos en la cintura, lleno de compromisos. "Póngase a trabajar desde ahora mismo y lleve adelante los planes del Licenciado. Aquí está para los gastos más urgentes. Necesitamos un castillo para cada día del Novenario, y el más grande que se le ocurra para el día de la Función. Por lo que se refiere a los cohetes, haga todos los que pueda. Principalmente de luces. Yo respondo".
A don Terencio se le ocurrió el mismo día de la muerte del Licenciado, pero dejó pasar un tiempo más antes de publicarlo en su periódico:
"Algunos lectores se han acercado a nuestra redacción para sugerirnos la conveniencia de que se constituya una Asociación de Deudores del difunto Mayordomo, cosa que hemos juzgado del mayor interés para los habitantes de este pueblo. Como es del dominio público, el señor Licenciado jamás llevaba bien sus cuentas y casi nunca daba recibo por los pagos que se le hacían; por lo tanto, todos temen ser víctimas de injusticias a la hora de hacer cuentas con los sucesores. Hay quienes hablan de que la Asociación de Deudores debería intentar ante las autoridades correspondientes una expropiación post mortem de esos capitales y dejarlos a beneficio del pueblo, en esta forma: que el que no tenga, que no pague; y el que tenga, entregue su deuda a la propia asociación para obras de utilidad general. Es necesario despertar la conciencia pública de Zapotlán el Grande, y evitar que los señores curas, con el pretexto de que la Función va a hacerla este año el pueblo, se conviertan en herederos ilegítimos del ilustre desaparecido, y se lleven el agua a su molino. En todo caso, el señor presidente municipal ha hecho muy bien en mandar sellar las puertas de la casa habitación del difunto, para evitar las visitas de los afligidos deudos. Sólo nos permitimos recomendarle que eso no basta, y que la casa debe tener centinelas de vista, día y noche… De buena fuente, sabemos que algún allegado al muerto la está vaciando por el corral…"
– Me acuso Padre de que en la imprenta donde trabajo también hacemos el periódico de don Terencio.
– Bueno, de eso tú no tienes la culpa.
– No, pero en el último número van a salir unos versos de un militar.
– Dímelos.
– A ver si me acuerdo:
Vade retro, bandidos de sotana,
engendros de Loyola y Satanás…
– ¡Qué atrocidad!
– Y cuando iban a meter a la prensa ese pliego, vi que decía enjendros con jota y yo le puse la ge. ¿Es pecado?
– No… no es pecado…
La escarda es la operación más importante en el cultivo del maíz. Acabo de saberlo y lo confirmo por experiencia propia. Se hace con arado de dos alas, pero bastante plegadas, para que la tierra no tape las milpitas, que no deben estar para entonces ni muy chicas ni muy grandes: como de una cuarta, para que los tallos queden bien protegidos. Detrás de las yuntas de escarda van los alzadores, que se la pasan todo el santo día de Dios casi a gatas, rasguñando los surcos. Van enderezando las matitas que quedaron chuecas o sepultadas, y arrancando de paso los yerbajos, para que la labor quede limpia. A otras milpas, que no alcanzaron tierra, se la arriman con la mano. De la escarda depende, pues, el buen resultado final de la labor. Hoy me quedé en el campo hasta la caída del sol, viendo trabajar a los escardadores. Yo mismo me metí de alzador un buen rato. Y ahora, en la noche, ya no aguanto los dolores de espalda…
Juan Tepano, primera Vara, anda con todos los suyos trabajando en el campo. Con todos los suyos que son dueños de la tierra, y que de sol a sol la trabajan para otros. Ahora tienen esperanza, como si el año que entra ya fueran a sembrarla por su cuenta.
Juan Tepano, primera Vara, anda contento y dice versos y dichos viejos. Pedazos de pastorela. Luego da unos pasos de danza de sonajero. Y viendo que Layo apunta a un cuervo con su escopeta, le llama la atención.
Los cuervos van volando por los sembrados al ras de los surcos. Graznan. Se paran y picotean la tierra como buscando algo.
– A los cuervos no les tires, Layo. Nomás espántalos. Son cristianos como nosotros y no les hacen daño a las milpas. Nomás andan buscando y buscando entre los surcos. Buscan los granos de maíz. Como que se acuerdan de dónde los enterraron, pero luego se les olvida.
Es la hora de comer y la cuadrilla está alrededor de las brasas, calentando el almuerzo. Quién echa a la lumbre un tasajo de cecina y quién un pedazo de pepena, para alegrar las tortillas. Comen despacio a la sombra de un tacamo, mientras los bueyes van al aguaje y sestean.
– Nomás espántalos, pero no les tires. Los cuervos son como tú y como yo. Andan arrepentidos buscando y buscando lo que se comieron por el camino, cuando venían volando en la noche con su grano de maíz en el pico. Pobres, no tienen la culpa de haber caído en la tentación. Ustedes ya no se acuerdan, pero los cuervos trajeron otra vez el maíz a Zapotlán, cuando nos lo quitaron las gentes de Sayula, de Autlán, de Amula y de Tamazula. Todos vinieron y nos quitaron el maíz. De pura envidia cíe que aquí se daba mejor que allá. Aquí se da mejor que en todas partes y por eso nuestra tierra se llamaba Tlayolan, que quiere decir que el maíz nos da vida. Pero los vecinos nos hicieron guerra entre todos. Nos quitaron primero la sal y luego se llevaron las mazorcas, todas, sin dejarnos ya ni un grano para la siembra. Y nos cercaron el llano, guardando todos los puertos para que nadie pudiera pasar. Y entonces Tlayolan se llamó Tzapotlan, porque ya no comíamos maíz, sino zapotes y chirimoyas, calabazas y mezquites. Andábamos descriados, ya sin fuerzas para la guerra. Pero tuvimos un rey y su nahual era cuervo. Se hacía cuervo cuando quería, con los poderes antiguos de Topiltzin y Ometecutli. Se hacía cuervo nuestro rey, y se iba a volar sobre los sembrados ajenos, entre los cuervos de Sayula, de Autlán, de Amula y de Tamazula. Y veía que todos tenían el maíz que nos quitaron. Y como su nahual era cuervo, supo que los cuervos buscan y esconden las cosas. Y con los poderes antiguos de Topiltzin y Ometecutli, nos enseñó a todos para que nos volviéramos cuervos. Y un año limpiamos las tierras, que todas estaban llenas de chayotillo, de garañona y capitaneja. Limpiamos y labramos la tierra, como si tuviéramos maíz para sembrarla. Y cuando comenzaron las lluvias, ya para meterse el sol, nos hacíamos cuervos y nos íbamos volando para buscar el maíz que sembraban las gentes de Sayula, de Autlán, de Amula y de Tamazula. Volvíamos cada quien con su grano en el pico, a esconderlo en la tierra de Zapotlán. Pero como nos costaba mucho trabajo encontrar las semillas y todos teníamos ganas de comer maíz, nuestro Rey Cuervo dijo que los que se tragaran el grano por el camino, se quedarían ya de cuervos, volando y graznando entre los surcos, buscando para siempre el maíz enterrado. Y muchos de nosotros no se aguantaron las ganas y se tragaron el grano en vez de sembrarlo en nuestra tierra. Y ya no volvieron a ser hombres como nosotros…
– No les tires a los cuervos, Layo, con tu escopeta. Ellos trajeron otra vez el maíz a Zapotlán. Y los que cayeron en la tentación, no tienen la culpa. Querían comer otra cosa, y ya estaban hartos de zapotes, de chirimoyas, calabazas y mezquites. Por eso andan volando todavía por los campos.
– Cuando vieron que nosotros cosechamos maíz sin sembrarlo, porque no teníamos semilla, y ellos sembraban y no se les daba, las gentes de Sayula, de Autlan, de Amula y de Tamazula hicieron la paz con nosotros y nos dejaron ir por la sal a las lagunas de Zacoalco…
Este año, Juan Tepano, primera Vara, anda contento como si a él y a los suyos ya les hubieran devuelto la tierra. Canta pedazos del Alabado y dice versos y dichos viejos. Da unos pasos de danza. A la hora de comer cuenta un cuento. Y al ver que un cuervo pasa graznando por encima de la lumbre apagada, dice riéndose con el filo de la mano sobre los ojos:
– Mira Layo, allí va volando un cristiano…
Ya terminamos la escarda y las lluvias siguen siendo muy favorables por el rumbo del Tacamo. (De Tiachepa más vale no hablar). Bueno, las lluvias son favorables y ya terminamos la escarda. Hoy comenzamos la segunda: el que no asegunda no es buen labrador, dice el dicho. La segunda se da también con arado de dos alas, pero bien abiertas, para que las matas queden muy bien arropadas con la tierra fresca que derraman. Para este fierro ya se ocupan menos peones, pues el trabajo de alzar es más rápido y sencillo que el de la escarda. Las milpas están ya grandes y fuertes, y resisten bien el empuje del arado.
Doña María la Matraca estaba acostada en su cama. Entró Celso José con sus pantalones de dril claro, apretados y rabones. Con su camisa recién planchada. Siempre llega como arcángel, con su halo de santidad: el sombrero de palma echado hacia atrás, aplanado y deslumbrante. Le gusta quedarse en los umbrales, con una mano en el canto de las puertas y la otra en la cintura. Ahora trae una cajita de cartón colgada de un hilo, que sostiene temeroso con la punta de los dedos. Doña María se levantó las faldas, enjugándose de paso los ojos con el borde, porque había llorado, acordándose del Licenciado: "¡Ay María, con lo guapa que tú eras, yo debía haberme casado contigo!"
– Cierra la puerta, Celso. (Entornó los ojos, suspirando). Duelen más que una inyección, pero hacen mejor provecho. Pobres, me da una lástima… Celso se puso de rodillas junto a la cama. Con gran precaución abrió un poco la cajita y sus hábiles dedos de costurera cogieron la primer abeja por las alas. Se la puso a doña María poco oías arriba del tobillo, haciendo un mohín con los labios. Al sentir el piquete, la señorita se quejó suavemente, abanicándose con la mano.
– |Ay Dios ay Dios! Qué se me hace que ahora me trajiste de las más bravas… (Celso le dio una palmadita en la pierna):
– Ándele, ándele… La primera es la que duele más, doña Mariquita. Aguántese tantito. Le traje puras mansitas, de esas güeras güeras que les dicen italianas… (La abeja, ya destripada, iba subiendo por la pierna de doña María. Con la yema del dedo, Celso José exprimía sobre la piel blanda el aguijón de la abeja).
– Eso es, eso es… Apriétale bien ¡ay… ay…! que salga toda la ponzoña… (Y al ver que la abeja moribunda seguía caminando sobre su pierna):
– Mátala, Celso, mátala. Ya te he dicho que las mates luego para que no sufran. (Celso José puso la abeja en el suelo, y la aplastó con el huarache).
– Pobres abejitas ¡me da una lástima! En vez de seguir haciendo su miel, vienen aquí a curarme las reumas. Me dan de comer y son mis doctores… Ándale, Celso, pónmelas todas, que cuando tengo la hilera de piquetes, siento que toda la pierna se me duerme…
– Estamos fritos, o como decía mi abuelo, peidos de la caifasa. Ya tenemos dos alcancías para llenar en este año. Estoy de acuerdo con la primera, que es un puerquito de barro que nos trajo el Jefe de Manzana: "Llénenlo aunque sea de puros centavos de cobre, es para la Función de Señor San José". Pero ahora nos mandaron los jesuitas una cajita de madera que es para la Construcción del Seminario nuevo "…de donde habrán de salir los sacerdotes que tanta falta nos hacen y que son el cuerpo vivo de la Iglesia…" Yo le dije a mi mujer que no más le echara dinero al puerquito, al fin que es para la feria y todos la vamos a disfrutar. En la cajita de madera les voy a poner un recado a los jesuitas diciéndoles que se la llenen los ricos, al fin que ellos son los que más bien se llevan con el cuerpo vivo de la Iglesia…
En el Tacamo sembré en seco y con fe: el día que murió el Licenciado cayó la primera tormenta y no tardaron en hincharse los granos y en brotar las milpas. Tiachepa es una lástima, un verdadero desierto. Solo iré a visitarlo cuando tenga ganas de sufrir. Por ahora me basta con hacer esta anotación, que corresponde más bien a mi libro de cuentas: se me han perdido dos bueyes ajenos. Una yunta pareja, los animales más fuertes y grandes de que disponía. He dado las señas por todas partes y puse un anuncio en el periódico, que no ha servido sino de pretexto para que mi competidor y su poeta me lancen otra fisga en el mismo número en que viene mi aviso:
A dornas y caballeros
los calzamos como reyes,
porque no buscamos bueyes
perdidos en los potreros.
– Me acuso Padre de que corrieron a Luis Gómez de la escuela, nomás que se me olvida cuando me confieso.
– ¿Tú tuviste la culpa?
– Bueno, no toda.
– ¿Por qué lo expulsaron?
– Hizo un ejercicio de palabras de dos sílabas.