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DOS

I

El calor no ha cedido con las sombras y, a diferencia de otras noches de verano, no corre gota de brisa. Salvador se abrasa en la oscuridad. Está ya a oscuras, pues a las doce, por ordenanza municipal, se apagan los faroles de las esquinas, y las lámparas de las casas de los noctámbulos se han apagado también hace rato. Sólo las ventanas del Jornal de Noticias, allá en lo alto de la ciudad vieja, continúan encendidas, y su resplandor enrevesa aún más la caligrafía gótica con que está escrito el nombre del diario en los cristales de la entrada.

Junto a la puerta hay una calesa y el cochero y el caballo dormitan al unísono. Pero los capangas de Epaminondas Goncalves están despiertos, fumando, acodados en el muro del acantilado, junto al edificio del diario. Dialogan a media voz, señalando algo allá abajo, donde apenas se divisa la mole de la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción de la Playa y la orla de espuma de la rompiente. La ronda de a caballo pasó hace rato y no volverá hasta el amanecer.

Adentro, en la sala de la Redacción–Administración, está, solo, ese periodista joven, flaco, desgarbado, cuyos espesos anteojos de miope, sus frecuentes estornudos y su manía de escribir con una pluma de ganso en vez de hacerlo con una de metal son motivo de bromas entre la gente del oficio. Inclinado sobre su pupitre, la desgraciada cabeza inmersa en el halo de la lamparilla, en una postura que lo ajoroba y mantiene al sesgo del tablero, escribe de prisa, deteniéndose sólo para mojar la pluma en el tintero o consultar una libretita de apuntes, que acerca a los anteojos casi hasta tocarlos. El rasgueo de la pluma es el único ruido de la noche. Hoy no se oye al mar y la oficina de la Dirección, también iluminada, permanece en silencio, como si Epaminondas Goncalves se hubiera dormido sobre su escritorio.

Pero cuando el periodista miope pone punto final a su crónica y, rápido, cruza la amplia sala y entra a su despacho, encuentra al jefe del Partido Republicano Progresista con los ojos abiertos, esperándolo. Tiene los codos sobre la mesa y las manos cruzadas. Al verlo, su cara morena, angulosa, en la que rasgos y huesos están subrayados por esa energía interior que le permite pasar las noches en blanco en reuniones políticas y luego trabajar todo el día sin dar muestras de cansancio, se distiende como si se dijera «por fin». —¿Terminada? —murmura.

—Terminada. —El periodista miope le estira el fajo de papeles. Pero Epaminondas Goncalves no los coge.

—Prefiero que la lea —dice—. Oyéndola, me daré cuenta mejor cómo ha salido. Siéntese ahí, cerca de la luz.

Cuando el periodista va a empezar a leer lo sobrecoge un estornudo, y luego otro, y finalmente una ráfaga que lo obliga a quitarse los anteojos, y a cubrirse la boca y la nariz con un enorme pañuelo que saca de su manga, como un prestidigitador. —Es la humedad del verano —se excusa, limpiándose la cara congestionada. —Sí —lo ataja Epaminondas Goncalves—. Lea, por favor.

Un Brasil Unido, Una Nación Fuerte

II

JORNAL DE NOTÍCIAS (Propietario: Epaminondas Goncalves) Bahía, 3 de Enero de 1897

La Derrota de la Expedición del Mayor Febronio de Brito en el Sertón de Canudos

Nuevos Desarrollos

EL PARTIDO REPUBLICANO PROGRESISTA ACUSA AL GOBERNADOR Y AL PARTIDO AUTONOMISTA DE BAHÍA DE CONSPIRAR CONTRA LA REPÚBLICA PARA RESTAURAR EL

ORDEN IMPERIAL OBSOLETO

El cadáver del «<agente inglés»

Comisión de Republicanos viaja a Río para pedir intervención del Ejército Federal contra fanáticos subversivos

TELEGRAMA DE PATRIOTAS BAHIANOS AL CORONEL MOREIRA CÉSAR: «¡SALVE A LA

REPÚBLICA!».

La derrota de la Expedición militar comandada por el Mayor Febronio de Brito y compuesta por efectivos de los Batallones de Infantería 9, 26 y 33 y los indicios crecientes de complicidad de la corona inglesa y de terratenientes bahianos de conocida afiliación autonomista y nostalgias monárquicas con los fanáticos de Canudos, provocaron en la noche del lunes una nueva tormenta en la Asamblea Legislativa del Estado de Bahía.El Partido Republicano Progresista, a través de su Presidente, el Excmo. Sr. Diputado Don Epaminondas Goncalves acusó formalmente al Gobernador del Estado de Bahía, Excmo. Sr. Don Luis Viana, y a los grupos tradicionalmente vinculados al Barón de Cañabrava —Ex–Ministro del Imperio y Ex Embajador del Emperador Pedro II ante la corona británica — de haber atizado y armado la rebelión de Canudos, con ayuda de Inglaterra a fin de producir la caída de la República y la restauración de la monarquía. Los Diputados del Partido Republicano Progresista exigieron la intervención inmediata del Gobierno Federal en el Estado de Bahía para sofocar lo que el Excmo. Sr. Diputado Don Epaminondas Goncalves llamó «conjura sediciosa de la sangre azul nativa y la codicia albiónica contra la soberanía del Brasil». De otra parte, se anunció que una Comisión constituida por figuras prominentes de Bahía ha partido a Río de Janeiro a transmitir al Presidente Prudente de Moráis el clamor bahiano de que envíe fuerzas del Ejército Federal a aniquilar el movimiento subversivo de Antonio Consejero. Los Republicanos Progresistas recordaron que han pasado ya dos semanas desde la derrota de la Expedición Brito, por rebeldes muy superiores en número y en armas, y a pesar de ello, y del descubrimiento de un cargamento de fusiles ingleses destinados a Canudos y del cadáver del agente inglés Galileo Gall en la localidad de Ipupiará, las autoridades del Estado, empezando por el Excmo. Sr. Gobernador Don Luis Viana, han mostrado una pasividad y abulia sospechosas, al no haber solicitado en el acto, como lo reclaman los patriotas de Bahía, la intervención del Ejército Federal para aplastar esta conjura que amenaza la esencia misma de la nacionalidad brasileña. El Vice–Presidente del Partido Republicano Progresista, Excmo. Sr. Diputado Don Elisio de Roque leyó un telegrama enviado al héroe del Ejército brasileño, aniquilador de la sublevación monárquica de Santa Catalina y colaborador eximio del Mariscal Floriano

Peixoto, Coronel Moreira César, con este lacónico texto: «Venga y salve a la República». Pese a las protestas de los Diputados de la mayoría, el Excmo. Sr. Diputado leyó los nombres de los 325 cabezas de familia y votantes de Salvador que firman el telegrama. Por su parte, los Excmos. Señores Diputados del Partido Autonomista Bahiano negaron enérgicamente las acusaciones y trataron de minimizarlas con variados pretextos. La vehemencia de las réplicas y cambios de palabras, ironías, sarcasmos, amenazas de duelo, crearon a lo largo de la sesión, que duró más de cinco horas, momentos de suma tirantez en los que, varias veces, los Excmos. Sres. Diputados estuvieron a punto de pasar a las vías de hecho.

El Vice–Presidente del Partido Autonomista y Presidente de la Asamblea Legislativa, Excmo. Caballero Don Adalberto de Gumucio, dijo que era una infamia sugerir siquiera que alguien como el Barón de Cañabrava, prohombre bahiano gracias a quien este Estado tenía carreteras, ferrocarriles, puentes, hospitales de Beneficencia, escuelas y multitud de obras públicas, pudiera ser acusado, y para colmo in absentia, de conspirar contra la soberanía brasileña.

El Excmo Sr. Diputado Don Floriano Mártir dijo que el Presidente de la Asamblea prefería bañar en incienso a su pariente y jefe de Partido, Barón de Cañabrava, en lugar de hablar de la sangre de los soldados derramada en Uauá y en el Cambaio por Sebastianistas degenerados, o de las armas inglesas incautadas en los sertones o del agente inglés Gall, cuyo cadáver encontró la Guardia Rural en Ipupiará. Y se preguntó: «¿Se debe este escamoteo, tal vez, a que dichos temas hacen sentir incómodo al Excmo. Sr. Presidente de la Asamblea?». El Diputado del Partido Autonomista, Excmo. Sr. Don Eduardo Glicério dijo que los Republicanos, en sus ansias de poder inventan guiñolescas conspiraciones de espías carbonizados y de cabelleras albinas que son el hazmerreír de la gente sensata de Bahía. Y preguntó: «¿Acaso el Barón de Cañabrava no es el primer perjudicado con la rebelión de los fanáticos desalmados? ¿Acaso no ocupan éstos ilegalmente tierras de su propiedad?». A lo cual el Excmo. Sr. Diputado Don Dantas Horcadas lo interrumpió para decir: «¿Y si esas tierras no fueran usurpadas sino prestadas?». El Excmo. Sr. Diputado Don Eduardo Glicério replicó preguntando al Excmo. Sr. Diputado Don Dantas Horcadas si en el Colegio Salesiano no le habían enseñado que no se interrumpe a un caballero mientras habla. El Excmo. Sr. Diputado Don Dantas Horcadas repuso que él no sabía que estuviera hablando ningún caballero. El Excmo. Sr. Diputado Don Eduardo Glicério exclamó que ese insulto tendría su respuesta en el campo del honor, a menos que se le presentaran excusas ipso facto. El Presidente de la Asamblea, Excmo. Caballero Adalberto de Gumucio exhortó al Excmo. Sr. Diputado Don Dantas Horcadas a presentar excusas a su colega, en aras de la armonía y majestad de la institución. El Excmo. Sr. Diputado Don Dantas Horcadas dijo que él se había limitado a decir que no estaba informado de que, en un sentido estricto, hubiera todavía en el Brasil caballeros, ni barones, ni vizcondes, porque, desde el glorioso gobierno republicano del Mariscal Floriano Peixoto, benemérito de la Patria, cuyo recuerdo vivirá siempre en el corazón de los brasileños, todos los títulos nobiliarios habían pasado a ser papeles inservibles. Pero que no estaba en su ánimo ofender a nadie, y menos al Excmo. Sr. Diputado Don Eduardo Glicério. Con lo cual éste se dio por satisfecho.

El Excmo. Sr. Diputado Don Rocha Seabrá dijo que no podía permitir que un hombre que se honra y prez del Estado, como el Barón de Cañabrava, fuera enlodado por resentidos cuyo historial no luce ni la centésima parte de bienes dispensados a Bahía por el fundador del Partido Autonomista. Y que no podía entender que se enviaran telegramas llamando a Bahía a un jacobino como el Coronel Moreira César, cuyo sueño, a juzgar por la crueldad con que reprimió el levantamiento de Santa Catalina, era colocar guillotinas en las plazas del Brasil y ser el Robespierre nacional. Lo que motivó una airada protesta de los Excmos. Sres. Diputados del Partido Republicano Progresista, quienes, puestos de pie, vitorearon al Ejército, al Mariscal Floriano Peixoto, al Coronel Moreira César y exigieron satisfacciones por el insulto inferido a un héroe de la República. Retomando la palabra el Excmo. Sr. Diputado Don Rocha Seabrá dijo que no había sido su intención injuriar al Coronel Moreira César, cuyas virtudes castrenses admiraba, ni ofender la memoria del extinto Mariscal Floriano Peixoto, cuyos servicios a la República reconocía, sino dejar en claro que era opuesto a la intervención de los militares en la política, pues no quería que el Brasil corriera la suerte de esos países sudamericanos cuya historia es una mera sucesión de pronunciamientos de cuartel. El Excmo. Sr. Diputado Don Elisio de Roque lo interrumpió para recordarle que había sido el Ejército del Brasil quien había puesto fin a la añosa monarquía e instalado la República, y, nuevamente de pie, los Excmos. Sres. Diputados de la oposición rindieron homenaje al Ejército y al Mariscal Floriano Peixoto y al Coronel Moreira César. Reanudando su interrumpida intervención, el Excmo. Sr. Diputado Don Rocha Seabrá dijo que era absurdo que se pidiera una intervención federal cuando Su Excelencia el Gobernador Don Luis Viana había afirmado repetidamente que el Estado de Bahía estaba en condiciones de sofocar el caso de bandidismo y locura Sebastianista que representaba Canudos. El Excmo. Sr. Diputado Don Epaminondas Goncalves recordó que los rebeldes habían diezmado ya dos expediciones militares en los sertones y preguntó al Excmo. Sr. Diputado Don Rocha Seabrá cuántas fuerzas expedicionarias más debían ser masacradas, a su juicio, para que se justificara una intervención federal. El Excmo. Sr. Diputado Don Dantas Horcadas dijo que el patriotismo lo autorizaba a él y a cualquiera a arrastrar por el lodo a quienquiera se dedicara a fabricar lodo, es decir a atizar rebeliones restauradoras contra la República y en complicidad con la Pérfida Albión. El Excmo. Sr. Diputado Don Lelis Piedades dijo que la prueba más rotunda de que el Barón de Cañabrava no tenía la más mínima intervención en los sucesos provocados por los desalmados de Canudos era el hallarse ya varios meses alejado del Brasil. El Excmo. Sr. Diputado Floriano Mártir dijo que la ausencia, en vez de exculparlo, podía delatarlo, y que a nadie engañaba semejante coartada pues todo Bahía era consciente de que en el Estado no se movía un dedo sin autorización u orden expresa del Barón de Cañabrava. El Excmo. Sr. Diputado Don Dantas Horcadas dijo que era sospechoso e ilustrativo que los Excmos. Sres. Diputados de la mayoría se negaran empecinadamente a debatir sobre el cargamento de armas inglesas y sobre el agente inglés Gall enviado por la corona británica para asesorar a los rebeldes en sus protervos intentos. El Excmo. Sr. Presidente de la Asamblea, Caballero Adalberto de Gumucio, dijo que las especulaciones y fantasías dictadas por el odio y la ignorancia se desbarataban con la simple mención de la verdad. Y anunció que el Barón de Cañabrava desembarcaría en tierra bahiana dentro de pocos días, donde no sólo los Autonomistas sino todo el pueblo le daría el recibimiento triunfal que merecía y que sería el mejor desagravio contra los infundios de quienes pretendían asociar su nombre y el de su Partido y el de las autoridades de Bahía con los lamentables sucesos de bandidismo y degeneración moral de Canudos. A lo cual, puestos de pie, los Excmos. Sres. Diputados de la mayoría corearon y aplaudieron el nombre de su Presidente, Barón de Cañabrava, en tanto que los Excmos. Sres. Diputados del Partido Republicano Progresista permanecían sentados y removían sus asientos en señal de reprobación. La sesión fue interrumpida unos minutos para que los Excmos. Sres. Diputados tomaran un refrigerio y se atemperaran los ánimos. Pero, durante el intervalo, se escucharon en los pasillos de la Asamblea vivas discusiones y cambios de palabras y los Excmos. Sres. Diputados Don Floriano Mártir y Don Rocha Seabrá debieron ser separados por sus respectivos amigos pues estuvieron a punto de liarse a trompadas. Al reanudarse la sesión, el Excmo. Sr. Presidente de la Asamblea, Caballero Adalberto de Gumucio, propuso que, en vista de lo recargado del Orden del Día, se procediera a discutir la nueva partida presupuestal solicitada por la Gobernación para el tendido de nuevas vías del ferrocarril de penetración al interior del Estado. Esta propuesta motivó la enojada reacción de los Excmos. Sres. Diputados del Partido Republicano Progresista, quienes, de pie, a los gritos de «¡Traición!» «¡Maniobra indigna!», exigieron que se reanudara el debate sobre el más candente de los problemas de Bahía y ahora del país entero. El Excmo. Sr. Diputado Don Epaminondas Goncalves advirtió que si la mayoría pretendía escamotear el debate sobre la rebelión restauradora de Canudos y la intervención de la corona británica en los asuntos brasileños, él y sus compañeros abandonarían la Asamblea, pues no toleraban que se engañara al pueblo con farsas. El Excmo. Sr. Diputado Don Elisio de Roque dijo que los esfuerzos del Excmo. Sr. Presidente de la Asamblea para impedir el debate eran una demostración palpable del embarazo que producía al Partido Autonomista que se tocara el tema del agente inglés Gall y de las armas inglesas, lo que no era extraño, pues de todos eran conocidas las nostalgias monárquicas y anglofilas del Barón de Cañabrava.

El Excmo. Sr. Presidente de la Asamblea, Caballero Adalberto de Gumucio, dijo que los Excmos. Sres. Diputados de la oposición no conseguirían su propósito de amedrentar a nadie con chantajes y que el Partido Autonomista Bahiano era el primer interesado, por patriotismo, en aplastar a los Sebastianistas fanáticos de Canudos y en restaurar la paz y el orden en los sertones. Y que, en vez de rehuir ninguna discusión, antes bien la deseaban.

El Excmo. Sr. Diputado Don Joáo Seixas de Pondé dijo que sólo quienes carecían de sentido de ridículo podían seguir hablando del supuesto agente inglés Galileo Gall, cuyo cadáver carbonizado decía haber encontrado en Ipupiará la Guardia Rural Bahiana, milicia que por lo demás, según vox populi, era reclutada, financiada y controlada por el Partido de la oposición, expresiones que motivaron airadas protestas de los Excmos. Sres. Diputados del Partido Republicano Progresista. Añadió el Excmo. Sr. Diputado Don Joáo Seixas de Pondé que el Consulado británico en Bahía había dado fe de que, teniendo conocimiento de que el sujeto apellidado Gall era de malos antecedentes, lo había hecho saber a las autoridades del Estado para que procedieran en consecuencia, hacía de esto dos meses, y que el Comisionado de Policía de Bahía lo había confirmado, así como dado a luz pública la orden de expulsión del país que fue comunicada a dicho sujeto para que partiera en el barco francés «La Marseillaise». Que el hecho de que el tal Galileo Gall hubiera desobedecido la orden de expulsión y apareciera un mes más tarde, muerto, junto a unos fusiles, en el interior del Estado no probaba ninguna conspiración política ni intervención de potencia extranjera alguna, sino, a lo más, que el susodicho truhán pretendía contrabandear armas con esos seguros compradores, llenos de dinero por sus múltiples latrocinios, que eran los fanáticos Sebastianistas de Antonio Consejero. Como la intervención del Excmo. Sr. Diputado Don Joáo Seixas de Pondé provocó la hilaridad de los Excmos. Sres. Diputados de la oposición, quienes le hicieron gestos de tener alas angelicales y aureola de santidad, el Excmo. Sr. Presidente de la Asamblea, Caballero Adalberto de Gumucio, llamó a la sala al orden. El Excmo.

Sr. Diputado Don Joáo Seixas de Rondé dijo que era una hipocresía armar semejante alboroto por el hallazgo de unos ¡fusiles en el sertón, cuando todo el mundo sabía que el tráfico y contrabando de armas era desgraciadamente algo generalizado en el interior y, si no, que dijeran los Excmos. Sres. Diputados de la oposición de dónde había armado el Partido Republicano Progresista a los capangas y cangaceiros con los que había formado ese Ejército privado que era la llamada Guardia Rural Bahiana, que pretendía funcionar al margen de las instituciones oficiales del Estado. Abucheado con indignación el Excmo. Sr. Diputado Don Joáo Seixas de Pondé por los Excmos. Sres. Diputados del Partido Republicano Progresista, por sus agraviantes palabras, el Excmo. Sr. Presidente de la Asamblea debió imponer una vez más el orden.

El Excmo. Sr. Diputado Epaminondas Goncalves dijo que los Excmos. Sres. Diputados de la mayoría se hundían cada vez más en sus contradicciones y embustes como ocurre fatalmente a quien camina sobre arenas movedizas. Y agradeció al cielo que hubiera sido la Guardia Rural la que capturó los fusiles ingleses y al agente inglés Gall, pues era un cuerpo independiente, sano y patriótico, genuinamente republicano, que alertó a las autoridades del Gobierno Federal sobre la gravedad de los sucesos e hizo lo necesario para impedir que fueran ocultadas las pruebas de la colaboración de los monárquicos nativos con la corona británica en la conjura contra la soberanía brasileña de la que Canudos era punta de lanza. Porque si no hubiera sido la Guardia Rural, dijo, la República no se hubiera enterado jamás de la presencia de agentes ingleses acarreando cargamentos de fusiles para los restauradores de Canudos por el sertón. El Excmo. Sr. Diputado Don Eduardo Glicério lo interrumpió para decirle que del famoso agente inglés lo único que se conocía era un puñado de pelos que podían pertenecer a una señora rubia o ser las crines de un caballo, salida que motivó risas tanto en los escaños de la mayoría como en las de la oposición. Retomando la palabra el Excmo. Sr. Diputado Don Epaminondas Goncalves dijo que celebraba el buen humor del Excmo. Sr. Diputado que lo había interrumpido, pero que cuando los altos intereses de la Patria se hallaban amenazados, y estaba aún tibia la sangre de los patriotas caídos en defensa de la República en Uauá y en el Cambaio, el momento era quizá inapropiado para bromas, lo que arrancó una cerrada ovación de los Excmos. Sres. Diputados opositores. El Excmo. Sr. Diputado Don Elisio de Roque recordó que había pruebas controvertibles de la identidad del cadáver encontrado en Ipupiará, junto con los fusiles ingleses, y dijo que negarlas era negar la luz del sol. Recordó que dos personas que habían conocido y tratado al espía inglés Galileo Gall mientras vivía en Bahía, el ciudadano Jan van Rijsted y el distinguido facultativo Dr. José Bautista de Sá Oliveira, habían reconocido como suyas las ropas del agente inglés, su levita, la correa de su pantalón, sus botas y sobre todo la llamativa cabellera rojiza que los hombres de la Guardia Rural que encontraron el cadáver habían tenido el buen tino de cortar. Recordó que ambos ciudadanos habían testimoniado igualmente sobre las ideas disolventes del inglés y sus claros propósitos conspiratorios en relación con Canudos y que a ninguno de los dos les había sorprendido que hubiera sido encontrado su cadáver en aquella región. Y, finalmente, recordó que muchos ciudadanos de los pueblos del interior habían testimoniado a la Guardia Rural que habían visto al extranjero de cabellera colorada y portugués raro tratando de conseguir guías para que lo llevaran a Canudos. El Excmo. Sr. Diputado Don Joáo Seixas de Pondé dijo que nadie negaba que el sujeto llamado Galileo Gall hubiera sido encontrado muerto, y con fusiles, en Ipupiará, sino que fuera un espía inglés, pues su condición de extranjero no indicaba absolutamente nada por sí misma. ¿Por qué no podía ser un espía danés, sueco, francés, alemán o de la Cochinchina?

El Excmo. Sr. Diputado Don Epaminondas Goncalves dijo que, al escuchar las palabras de los Excmos. Sres. Diputados de la mayoría, quienes, en vez de vibrar de cólera cuando se tenía la evidencia de que una potencia extranjera quería inmiscuirse en los asuntos internos del Brasil, para socavar la República y restaurar el viejo orden aristocrático y feudal, intentaban desviar la atención pública hacia cuestiones subalternas y buscar excusas y atenuantes para los culpables, se tenía la prueba más rotunda de que el Gobierno del Estado de Bahía no levantaría un dedo para poner fin a la rebelión de Canudos, pues, por el contrario, se sentía íntimamente complacido con ella. Pero que las maquiavélicas maquinaciones del Barón de Cañabrava y de los Autonomistas no prosperarían porque para eso estaba el Ejército del Brasil, que, así como había aplastado hasta ahora todas las insurrecciones monárquicas contra la República en el Sur del país, aplastaría también la de Canudos. Dijo que cuando la soberanía de la Patria estaba en juego sobraban las palabras y que el Partido Republicano Progresista abriría mañana mismo una colecta para comprar armas que serían entregadas al Ejército Federal. Y propuso a los Excmos. Sres. Diputados del Partido Republicano Progresista abandonar el local de la Asamblea a los nostálgicos del viejo orden, y dirigirse en romería a Campo Grande, a reavivar el juramento de republicanismo ante la placa de mármol que rememora al Mariscal Floriano Peixoto. Lo cual procedieron a hacer de inmediato, ante el desconcierto de los Excmos. Sres. Diputados de la mayoría.

Minutos después, el Excmo. Sr. Presidente de la Asamblea, Caballero Adalberto de Gumucio, clausuró la sesión.

Mañana daremos cuenta de la ceremonia patriótica llevada a cabo, en Campo Grande, ante la placa de mármol del Mariscal de Hierro, por los Excelentísimos Sres. Diputados del Partido Republicano Progresista, en horas de la madrugada.

III

—No hay que añadir ni quitar una coma —dice Epaminondas Goncalves. Más que satisfacción, su cara revela alivio, como si hubiera temido lo peor de esa lectura que el periodista acaba de hacer, de corrido, sin que lo interrumpieran los estornudos—. Lo felicito.

—Cierta o falsa, es una historia extraordinaria —masculla el periodista, que no parece oírlo—. Que un charlatán de feria, que andaba diciendo por las calles de Salvador que los huesos son la escritura del alma y que predicaba la anarquía y el ateísmo en las tabernas, resulte un emisario de Inglaterra que complota con los Sebastianistas para restaurar la monarquía y que aparezca quemado vivo en el sertón ¿no es extraordinario? —Lo es —asiente el jefe del Partido Republicano Progresista—. Y lo es más todavía que esos que parecían un grupo de fanáticos diezmen y pongan en desbandada a un batallón armado con cañones y ametralladoras. Extraordinario, sí. Pero, sobre todo, aterrador para el futuro de este país.

El calor se ha acrecentado y la cara del periodista miope está cubierta de sudor. Se la limpia con esa sábana que hace las veces de pañuelo y luego frota contra la ajada pechera de su camisa sus anteojos empañados.

—Yo mismo llevaré esto a los cajistas y me quedaré mientras arman la página —dice, recolectando las hojas esparcidas por el escritorio—. No habrá erratas, no se preocupe. Váyase a descansar tranquilo, señor.

—¿Está usted más contento trabajando conmigo que en el periódico del Barón? —le pregunta su jefe, a boca de jarro—. Ya sé que aquí gana más que en el Diario de Bahía. Me refiero al trabajo. ¿Lo prefiere?

—La verdad, sí. —El presidente se calza los anteojos y queda un momento petrificado, esperando el estornudo con los ojos entrecerrados, la boca semiabierta y la nariz palpitante. Pero es una falsa alarma—. La crónica política es más divertida que escribir sobre los estragos que causa la pesca con explosivos en la Ribera de Itapagipe o el incendio de la Chocolatería Magalháes.

—Y, además, es hacer patria, contribuir a una buena causa nacional —dice Epaminondas Goncalves—. Porque, usted es uno de los nuestros, ¿no es verdad? —No sé qué soy, señor —responde el periodista, con esa voz que es tan desigual como su físico: a ratos atiplada y a ratos grave, con eco—. No tengo ideas políticas ni me interesa la política.

—Me gusta su franqueza —se ríe el dueño del diario, poniéndose de pie, empuñando un maletín—. Estoy contento con usted. Sus crónicas son impecables, dicen exactamente lo que hay que decir y de la manera debida. Me alegro haberle confiado la sección más delicada.

Levanta la lamparilla, apaga la llama soplando y sale del despacho seguido por el periodista que, al cruzar el umbral de la Redacción–Administración, tropieza contra una escupidera.

—Entonces, voy a pedirle algo, señor —dice, de pronto—. Si el Coronel Moreira César viene a debelar la insurrección de Canudos, quisiera ir con él, como enviado del Jornal de Noticias.

Epaminondas Goncalves se ha vuelto a mirarlo y lo examina, mientras se pone el sombrero.

—Supongo que es posible —dice—. Ya ve, es usted de los nuestros, aunque no le interesa la política. Para admirar al Coronel Moreira César hay que ser un republicano a carta cabal.

—No sé si es admiración —precisa el periodista, abanicándose con los papeles—. Ver a un héroe de carne y hueso, estar cerca de alguien tan famoso resulta muy tentador. Como ver y tocar a un personaje de novela.

—Tendrá usted que cuidarse, al Coronel no le gustan los periodistas —dice Epaminondas Goncalves. Se aleja ya hacia la salida—. Comenzó su vida pública matando a balazos en las calles de Río a un plumario que había insultado al Ejército. —Buenas noches —murmura el periodista. Trota hacia el otro extremo del local, donde un pasillo lóbrego comunica con el taller. Los cajistas, que han quedado de guardia esperando su crónica, le convidarán seguramente a una taza de café.