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Capítulo 17

Tras el desayuno, Ann Marie se puso el hábito de novicia y salió de la casa, decidida a regresar a la misión. Necesitaba reflexionar, pues aún no estaba preparada para contarle a Jake la verdad.

Bajaba la amplia escalinata de mármol cuando sintió vértigo y temió rodar por los peldaños. Incapaz de avanzar, se agarró con las dos manos a la balaustrada y se sentó en un escalón, a la espera de que alguien acudiera a ayudarla. Creyó ver una sombra abajo, pero cerró los ojos al sentir que todo a su alrededor era inestable y movedizo.

– Señor, creo que su invitada tiene problemas, está en la escalinata. -Era Nako, el fiel sirviente de la casa. Jake estaba en su despacho y soltó los documentos que tenía entre las manos para correr veloz a auxiliarla.

Ann Marie continuaba aferrada a la baranda, desorientada y pálida.

– Tranquila, Marie, ya estoy a tu lado y te llevaré a un sitio seguro -dijo, tomándola en brazos y dirigiéndose hacia el salón. La acomodó sobre el sofá, frente a la gran chimenea enmarcada en madera labrada.

– Lo siento, he perdido el equilibrio. Me encontraba bien esta mañana, pero al bajar la escalera he sentido un mareo.

– No debes preocuparte, esos síntomas son normales; pero no debiste levantarte. El médico aconsejó reposo durante unos días.

– Descansaré en la aldea; por favor, llévame allí.

– No -contestó Jake con determinación-. No te dejaré marchar hasta que estés totalmente restablecida.

– Yo no quiero estar aquí…

– No debes temer por tu integridad. Deseo que seas mi mujer, pero no voy a acosarte.

– Ya conoces mi respuesta.

– Pero tú aún no conoces mi obstinación. Soy un hombre paciente y sé esperar.

– Cada vez te entiendo menos… Eres rico, joven y atractivo. Sin embargo, vives aquí, aislado en medio del océano. Podrías elegir a las mujeres más bellas del mundo, pero te casaste con una desconocida a la que mentiste sobre tu fortuna. Primero la haces venir hasta aquí, para después rechazarla sin ofrecerle una sola explicación…

– Yo amo estas tierras. Aquí empezó todo. Vine con las manos vacías y trabajé duro para hacer productivos estos campos. Éste es mi hogar y, aunque la mina de diamantes me proporcionó mucha riqueza, es aquí donde quiero estar. Mi difunta esposa odiaba esto y nuestro matrimonio fue un fracaso. Sé que la vida aquí no es fácil, pero es lo que he escogido. Esperaba que llegase otra clase de mujer desde Inglaterra y no me gustó la que divisé en el puerto. Era demasiado sofisticada como para soportar la vida solitaria de la isla. Por eso la envié de regreso. Estoy seguro de que no habría encajado aquí y de que me habría abandonado al poco tiempo.

– Entonces, viste a tu mujer…

– Sí, cuando bajaba del barco.

– ¿Y la rechazaste porque creíste que se parecía a tu difunta esposa, porque pensaste que no le gustaría vivir aquí? ¿Por qué no le diste una oportunidad? Ella sabía adónde iba y merecía al menos una explicación.

– Fue mejor así. Estoy seguro de que no habría entendido mis razones y preferí que regresara odiándome. Ya habrá rehecho su vida sin problemas…

Ann Marie lo miró furiosa.

– Pues te equivocaste por completo al dejarte guiar por su apariencia. Ella deseaba vivir aquí, estaba completamente sola y te habría hecho feliz. Quería tener una familia, un hogar… Eres un cobarde, incapaz de asumir responsabilidades. Hizo bien en marcharse, porque no merecía un marido así.

– ¿Acaso crees que no soy capaz de hacer feliz a una mujer?

– A ella no -respondió con vehemencia-, porque tú no buscabas una compañera, sino una mujer dócil y manejable que no te plantease demasiados problemas y que aceptara sin rechistar tus imposiciones. Porque tú eres «el amo». -Lo miraba a los ojos, provocándolo-. Estoy segura de que a mí tampoco me harías feliz; yo no soy la mujer sumisa y humilde que andas buscando.

– Pero a ti te gusta vivir en esta isla…

– ¿Estás seguro? ¿Quién te lo ha dicho? -Él le sostuvo la mirada durante unos segundos, y después bajó la vista-. Estoy aquí para hacer un trabajo, para ayudar a una gente a la que tú desprecias y explotas. ¿Acaso crees que estoy de vacaciones? ¿O piensas que casándote conmigo conseguirías hacerme olvidar a esos desventurados?

– Sé que he cometido errores, pero he pagado por ellos. Si pudiera volver atrás, cambiaría algunas decisiones que tomé; pero ahora ya es demasiado tarde y debo asumir las consecuencias.

– El pasado siempre vuelve para condicionarte la vida, y esta vez tú eres el responsable. Perdiste más de lo que imaginas.

– ¿Qué quieres decir?

– Que dejaste escapar una buena oportunidad.

– ¿Tan segura estás de que me equivoqué con mi mujer?

– Sí, lo estoy.

– Bueno, eso ahora no es relevante -musitó, encogiéndose de hombros-. El futuro es lo que de verdad me importa, y en él estás tú, no ella…

– Pues a mí sí me importa. Gracias al trato que le dispensaste, he podido ver tu manera de actuar, y compruebo que, cuando algo no te agrada, simplemente te deshaces del problema arrojando un puñado de diamantes por las molestias ocasionadas. Pero yo no funciono así, Jake Edwards. No voy a permitir que hagas lo mismo conmigo.

– Dame una oportunidad para convencerte de que jamás haría nada que pudiera lastimarte. Te aseguro que mis sentimientos son sinceros. Quiero que seas mi esposa -insistió, sentándose a su lado y tomando su mano entre las suyas.

– No me fío de ti. -A pesar de sus palabras, Ann Marie no tuvo suficiente voluntad para rechazar aquel contacto. Había expulsado toda su rabia; sin embargo, tuvo que admitir que era agradable sentir unas manos fuertes y seguras como aquéllas.

– Te demostraré que no soy un monstruo. Sólo te pido un poco de paciencia. Dame un plazo de tiempo y te aseguro que cambiarás de parecer con respecto a mí…

– Apenas te conozco, Jake… -Ann Marie comenzaba a ceder.

– Yo sé de ti lo suficiente. Eres franca, con carácter, y miras a los ojos con honestidad. Sé que jamás me traicionarías.

– Veo que lo tienes muy claro con respecto a mí, pero yo no tengo la misma opinión sobre ti.

– Ponme a prueba -susurró, acariciándole la mejilla. Se quedaron en silencio, sosteniéndose la mirada-. Eres la mujer que había soñado durante estos años de soledad, y ahora que te he encontrado no puedo arriesgarme a perderte. Sé que necesitas tiempo para tomar esta decisión y seré paciente, pero mientras tanto, concédeme tu amistad. Si me aceptas, no voy a decepcionarte, te lo aseguro.

Ann Marie sintió que su voluntad flaqueaba, y concluyó que había llegado el momento de contarle la verdad.

– Jake, tengo que…

– Señor, la señorita Brown ha venido a visitarlo -dijo una sirvienta, interrumpiendo la intimidad que había surgido entre ellos.

Él se levantó veloz para recibir a Charlotte Brown, que apareció ante ellos vestida de amazona, con un ajustado pantalón beige y botas negras de montar.

– Hola, Jake, he venido a caballo ¿Te apetece dar un paseo? Hace un día excelente para montar -dijo, acercándose y besándolo en la mejilla.

– Hoy no es posible, lo siento. -En ese momento, la joven reparó en la silueta tendida en el sofá-. Es la hermana Marie. Ha sufrido un accidente y pasará aquí unos días.

La recién llegada la miró con frialdad y la saludó con un gesto altivo; después regresó a su objetivo, ignorando a la religiosa.

– Vamos, anímate. Tienes un caballo demasiado bueno para tenerlo encerrado. He preparado un picnic.

– Lo siento, pero hoy es imposible. Te acompañaré a la puerta -contestó, dirigiéndose con ella hacia la salida.

Ann Marie se quedó sola, y comprendió entonces que aquella elegante joven había sido la causante de que su matrimonio fracasara; definitivamente, acababa de desenmascarar al hombre con quien se había casado: Jake Edwards era un mujeriego, y sólo el morbo de su hábito lo atraía. ¿Cómo no había caído antes en la cuenta? Se levantó despacio y se encaminó hacia la puerta, pero se topó con él cara a cara.

– No has debido levantarte.

– Quiero irme. Por favor, llévame a la aldea.

– No te llevaré a ningún sitio -replicó, colocando una mano en el marco de la puerta para impedirle el paso-. Vuelve al sofá o te llevaré yo mismo.

Se miraron midiendo sus fuerzas, y ante la superioridad de los argumentos de él, Ann Marie decidió regresar.

– Vamos, sé que tienes algo que preguntarme -dijo mientras se servía una copa, de espaldas a ella.

– ¿Por qué piensas que siento curiosidad? ¿Crees que me interesa tu vida privada?

– Me encantaría que así fuera -respondió con una sonrisa, ofreciéndole un zumo.

– Está bien, te haré una única pregunta: ¿fue esa mujer la que hizo que repudiaras a tu esposa?

– La respuesta es no.

Se quedaron callados. Jake no hizo más comentarios; no parecía dispuesto a darle una explicación clara sobre la relación que lo unía a Charlotte.

– ¿Le has pedido matrimonio también a ella?

– Ya son dos preguntas… -contestó Jake, esbozando una gélida sonrisa-. Pero voy a responder: te aseguro que jamás elegiría como esposa a una mujer como Charlotte.

– ¿Y cómo son las mujeres como ella? Es bella, elegante, joven y le gusta vivir aquí… ¿Qué defectos le encuentras? -Ann Marie lo miraba escéptica-. No me respondas. Empiezo a conocer tu verdadera personalidad y sé que te gusta seducir a mujeres desconocidas o difíciles, como las religiosas.

Sus miradas se cruzaron, parecían estudiarse mutuamente.

– Veo que no me conoces en absoluto. Sin embargo, estás vertiendo opiniones sobre mí que están fuera de lugar. Y por lo que respecta a Charlotte, lamento defraudarte, pero estás en un error. Es a ti a quien he elegido, y me es indiferente que seas monja o que me lo pongas difícil. En ningún momento he reparado en tu situación personal, sino en la mujer que tengo ante mí. Sólo deseo que conozcas lo que yo siento.

Habló de una manera tan franca que Ann Marie se quedó descolocada, así que decidió no importunarlo con más reproches y volvió a quedarse callada, mirando el suelo. El momento de las confidencias había terminado, y resolvió retrasar sus explicaciones durante un tiempo, hasta convencerse de que los sentimientos de él eran sinceros.

– Necesito reflexionar a solas. Todo esto es muy confuso para mí. -Se levantó lentamente sin mirarlo.

– De acuerdo. Tómate el tiempo que necesites, no voy a presionarte -respondió Jake, pensando que quizá había un resquicio de esperanza en aquella respuesta.

Le pareció oportuno dejar que se fuera a la habitación, y él mismo la acompañó hasta la puerta. Después se dirigió hacia los campos. La recolección progresaba a paso lento y el cielo amenazaba con descargar una fuerte tormenta.

Ann Marie necesitaba pensar. Tenía que tomar una decisión sin presiones ni coacciones. Él quería ser su marido y había negado su relación con Charlotte, pero ella no estaba segura de creerle. John también había negado la relación con su amante, y si no lo hubiera seguido aquel día, él jamás habría confesado la verdad. ¿Y si Jake estaba actuando de la misma forma? Quizá sólo los unía una simple relación de amantes, libre de prejuicios y compromisos -al menos por parte de él-. Sin embargo, Ann Marie tenía la impresión de que aquella joven iba a la caza de un marido; su instinto femenino no le fallaba en esos casos, y concluyó que tenía frente a ella a una poderosa rival con la que tendría que batallar en un futuro no muy lejano.

Por la tarde se encontraba mejor y bajó de nuevo al salón. Al llegar al vestíbulo, reconoció la silueta delgada y atlética de Kurt Jensen, el administrador, que la saludó entusiasmado.

– Hermana Marie… ¡Qué sorpresa! No sabía que estaba aquí… ¿Se encuentra bien? -preguntó, al observar el vendaje de su frente y el tono violáceo que le cubría parte de la mejilla.

– Sí, no es grave; sufrí un pequeño accidente con la camioneta, pero ya me encuentro mejor. El señor Edwards ha sido muy amable al acogerme en su casa.

– Acabo de verlo, está en las plantaciones…

Al saber que el dueño de la casa estaba ausente, Ann Marie aprovechó para escapar de su influencia.

– Ya estoy recuperada y debo volver. ¿le importaría llevarme a la misión, Kurt?

– Por supuesto. Cójase de mi brazo -dijo, ofreciéndole apoyo para bajar la escalinata.

– Lo ocurrido con la maestra es una tragedia. Aquí no suelen pasar esas cosas. Ese Cregan es un mal bicho -comentó Jensen mientras conducía hacia el sur-. Sin embargo, hacía un buen trabajo con los peones…

– Es un asesino, y me extraña que siga hablando bien de él… -Lo miró de reojo con incomodidad.

– Tiene razón, lo siento. Menos mal que ya está entre rejas. Así todos estaremos más tranquilos y usted más segura -dijo, volviéndose hacia ella e intentado sonreír para desdecirse del comentario anterior.

– ¿Creía que yo estaba en peligro, Kurt?

– Tengo entendido que Cregan fue a la misión y les hizo una visita no demasiado agradable. Quizá usted podría haber sido la siguiente si no lo hubiesen detenido…

– Ese hombre prefería a las chicas de color. Asesinó y violó a varias de la aldea antes que a la maestra.

– Sigo pensando que ha tenido mucha suerte. Cuando Cregan salió a cazar una mujer blanca, podría haberle tocado a usted.

– Al parecer, todos estaban pendientes de mi seguridad.

– Vivimos en una isla muy pequeña y no abundan las mujeres jóvenes y… -Se detuvo antes de decir una galantería que pudiera molestarla.

– … y de raza blanca -concluyó Ann, mirándolo con gravedad.

Habían llegado a la misión. El joven detuvo el coche frente a la capilla, pero no se bajó inmediatamente; antes volvió a mirar a Ann Marie en silencio.

– Bueno, iba a decir bonita -musitó, azorado.

– Gracias por traerme, Kurt. Aquí es donde vivo, y esto es lo que quiero hacer -repuso, tratando de hacerle ver que no estaba interesada en él.

– No viste como las otras religiosas. ¿Es que hay algún tipo de rango entre ustedes?

– No exactamente. Bueno, quiero decir… Significa que todavía no he tomado los hábitos. Cuando lo haga, vestiré como ellas.

Advirtió un destello de ilusión en los ojos de Kurt.

– Ah, entiendo, todavía no es una monja de verdad.

– Pero lo seré -lo cortó con sequedad, abortando cualquier atisbo de esperanza.

El joven bajó del coche y abrió la puerta de ella para ayudarla a bajar. Después la acompañó hasta la cabaña y se despidió cortésmente con un apretón de manos.

– Espero que mejore de su herida.

– Gracias. Buenas tardes, Kurt.