38714.fb2 La noche de la tempestad - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

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VII

Él persigue el honor y yo, el amor. Él deja a sus amigos para proporcionarles una dignidad mayor y yo me dejo a mí mismo, a mis amigos y todo, por amor. Tú, tú me has cambiado. Por ti he descuidado los estudios, he perdido el tiempo, no me he ocupado de la correcta razón, he considerado que el mundo no valía nada. Has debilitado mi inteligencia con fantasías y has logrado que mi corazón enfermara pensando.

los dos hidalgos de verona, I, 1

Guardé silencio mientras veía cómo los ojos del hombre del traje verde se colmaban de una agüilla brillante. Llevaba ya un rato en aquella habitación sumida en la penumbra, y mis pupilas, ya acostumbradas a la oscuridad, podían distinguir los perfiles de los objetos. Un aparador modesto que servía de asiento, otra silla más apoyada contra el muro, una alacena baja… y el sombrero amarillo de la pluma roja. O no era un hombre dado a lujos o, decididamente, no se los podía permitir. Quizá eso explicara que mi padre le hubiera dejado dinero para comprarse una sortija.

– Anne era muy joven -dijo mientras se secaba los ojos con el dorso de la mano- pero vuestro padre no estaba dispuesto a dejarla escapar. Era como si el amor se hubiera apoderado de su ser de la misma manera que la semilla se aferra, amorosa y terca, a la tierra hasta que consigue germinar. No pasó un solo día, ni uno solo, sin que soñara con tenerla entre sus brazos, con dormir con ella cada noche, con cubrirla de besos…

Me sentí incómoda al escuchar aquellas palabras. No es que pensara que pudiera enseñarme nada aquel hombre -a fin de cuentas yo era una mujer casada- pero me desagradaban profundamente aquellas referencias a la intimidad y más si estaban relacionadas con mis padres.

– Creo que… -intenté protestar.

– Pero vuestro padre era un hombre honrado y estaba más que convencido ce que vuestra madre era además de virgen, decente -me interrumpió-. Por eso fue a ver a vuestro abuelo.

– Para pedirle la mano de mi madre, imagino -apostillé con maliciosa ironía.

– Por supuesto -respondió sonriendo como si no se hubiera percatado del tono de mis palabras- ¡Ah! Le temblaban las piernas mientras se dirigía a la casa de Anne. Deberías haberlo visto en esos momentos… ¡Ah! Tuvo que interrumpir su camino una y otra vez para tranquilizarse. Incluso se detuvo en la iglesia del pueblo para implorar al Todopoderoso que le socorriera en aquel menester y que, sobre todo, aquella mujer fuera la que tenía destinada para él.

Sin duda, aquel hombre pretendía despertar simpatía y ternura en mi corazón, pero, al escuchar aquellas palabras, no pude dejar de pensar que si mi padre se había comportado así había desperdiciado sus oraciones. Con todo, inmediatamente arrojé de mi corazón aquella reflexión impía. Sin duda, se había comportado correctamente al suplicar ayuda a Dios, aunque el resultado, al fin y a la postre, no hubiera sido próspero.

– Y así, muerto de miedo, el bueno de Will se presentó ante tu abuelo materno.