38743.fb2 La Rosa de Alejandr?a - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 31

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– Yo mismo lo comprobé. -Y añadió para que sólo le oyera Carvalho-: A la una de la madrugada.

– La radio y el Cristo en la Cruz. Mis dos consuelos. ¿Ha visto usted el Cristo en la Cruz?

– No.

– Está en El Bonillo y es de un pintor muy importante.

– Del Greco -apostilló el administrador en un tono de voz que equivalía a un: sin ir más lejos.

– ¿Y la familia?

– Ah, la familia…

– ¿Cuántos hijos tiene usted, doña Dolores?

Guiñaba el ojo el administrador para que Carvalho se predispusiera a una respuesta sorprendente.

– Siete. Como los siete pecados capitales.

– ¡Muy bien! -aprobó don Martín-.

Y este señor precisamente es amigo de un hijo de usted y le está buscando.

Del señorito Luis Miguel.

– Ah, Luis Miguel, Luis Miguel.

Smetana estaba por los cerros de Úbeda de la Moldavia y la anciana se había ido a las secretas montañas de sus recuerdos.

– Luis Miguel, Luis Miguel.

También era muy bueno, muy bueno.

Tuvo mala suerte, pobretico hijo mío.

Era el más guapo de todos mis hijos, el más guapo de El Bonillo, de Albacete. Daba gloria verle cuando se vestía de cazador y se iba a la perdiz con sus hermanos, su padre, los amigos de su padre. Nunca viene a verme.

¿Por qué no viene nunca a verme, Martín?

– Pero le escribe. A mí me consta que le escribe, señora Dolores.

– Ah, sí, esas cartas.

Los ojillos de la anciana resbalaron sobre un montón de cartas asomados al cristal de una vitrina. La codicia de los ojos de Carvalho fue captada por el administrador.

– No hay remite en el sobre.

Era un aviso dirigido al detective.

– ¿Dónde está su hijo, señora Dolores?

La anciana no asumió la pregunta de Carvalho.

– ¿Qué le costaría venir a verme?

Yo siempre le comprendí y más de una vez me puse entre él y su padre. Mi marido era muy recto, muy recto. Demasiado a veces. Aunque un hombre nunca es demasiado recto. Antes de que nos echaran abajo la casa de Tesifonte Gallego, antes de que nos fuéramos a aquel piso del pasaje Lodares, daba gozo ver las fiestas, en el jardín, en primavera o en el otoño, cuando empieza el otoño, porque luego el invierno se mete aquí y no hay quien lo saque. Aquéllos eran los buenos años de mi Luis Miguel.

Luego se presentó un día con ella y ya nada fue igual. Su padre le dijo: primero termina los estudios. Pero no hizo caso. Llevaba cuatro o cinco años encerrado para sacar notarías y lo envió todo a tomar viento por ella.

Para el pago que dio. Una mujer trae la suerte o la desgracia a la vida de un hombre. Y eso que se lo enseñamos todo. Le enseñamos hasta a coger un tenedor. ¿Dónde está Encarnita, Martín?

– Murió, señora Dolores, ya lo sabe usted.

– Murió, sí, pobrecita. Dios la haya perdonado.

– ¿Y su hijo, doña Dolores, dónde está?

Los hombros de la anciana se encogieron, pero sus ojillos estudiaban a Carvalho.

– Es necesario que le encuentre para algo que le interesa mucho a él.

– ¿Le quiere vender algo?

– No. No es eso.

– Es que si le quiere vender algo pierde el tiempo. No le queda nada.

Es el más pobre de mis hijos. Bueno, le queda algo. Cosas que le dejó su padre, su parte de lo que produce esto y La Casica.

– Tengo que hablar con él. Son asuntos relacionados con el fallecimiento de su mujer. Seguros. Asuntos familiares. Urgentes.

– No veo a mi Luis Miguel desde la otra Navidad. ¿Por qué no vino esta Navidad? Cada vez vienen menos mis hijos. Este año faltaron cuatro.

Uno se me fue a unas islas que están muy lejos, unas islas en las que hace calor todo el año. ¿Por qué se han de ir en estos días de fiesta? Con la ilusión que me hace reunirlos. Quién sabe si podremos hacerlo el año que viene. Luis Miguel tampoco vino. No podía venir.

Respetaron su voluntad de enigma, su juego de mirar a unos y otros ojos en la duda de si eran capaces de adivinar su secreto.

– Está en La Casica. Si le ve dígale que le espero, que venga a verme, que lo pasado pasado está. Y en cuanto a Encarnita… es como una hija para mí.

– Encarnita murió, señora Dolores.

– Sí, murió, pobretica.

Pero ya había dejado de interesarle el tema y volvió a conectar la radio.

Recuperó la paz cuando un locutor y una locutora se turnaron en la información sobre la vida política y cultural local. Aquella mañana había comenzado una reunión de la junta del gobierno autonómico de Castilla-La Mancha. Salieron el administrador y Carvalho del salón y nada más ajustar la puerta a sus espaldas, el administrador masculló:

– Como una hija. Si no fuera por la edad que tiene habría que decirle cuatro verdades. Me la hicieron la vida imposible hasta que se hizo una mujer y los puso a raya. ¡Como una hija!