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VIII

LAMENTACIONES DEL REY ARTURO

Estaba el rey Arturo muy melancólico y bajo de ánimo cuando le dijeron que había llegado al castillo un mendigo, que ahora se encontraba en las cocinas, y que se empeñaba en hablar con él. Tanto había insistido el vagabundo, que al fin habían decidido preguntar al rey si quería verle, porque, además, sabían que el rey estaba desocupado y no le importunaba que le fueran a ver.

El rey Arturo, en efecto, dijo que trajeran al mendigo a su presencia, y, nada más verle, exclamó:

– ¡Ya me decía el corazón que eras tú, querido Merlín! Antes de verte, lo he sabido y ahora, bajo el disfraz que llevas, aunque no es malo, te reconozco de verdad. No imaginas la alegría que me proporcionas. Ven a mis brazos y siéntate en seguida a mi lado, porque tengo el corazón lleno de melancolía y hablar contigo me va a procurar un gran consuelo.

Merlín se despojó de sus ropas de mendigo y, después de abrazar a Arturo, se sentó en la silla que el rey tenía a su lado y en la que sólo se sentaba Merlín.

– Muy vacía ha estado esta silla, querido amigo -se quejó Arturo-. Pero dime, Merlín, cuéntame cosas del mundo, porque hace tiempo que no tengo noticias de ninguno de mis caballeros, y lo poco que sé de ellos es que andan más o menos perdidos en la famosa demanda del Grial, y cuéntame también las aventuras de los siete caballeros vencedores del torneo de las doncellas desdichadas, porque no ha llegado ningún rumor de ellos a palacio.

– Los de la Tabla Redonda -dijo Merlín- están cansados, Arturo, porque la demanda del Grial es difícil y se les escapa de las manos cuando ya creen que la tienen. Son visiones que se esfuman, olores que se extienden y desaparecen, sabores exquisitos que no dejan restos en el paladar. Los caballeros deambulan en esta persecución y me temo que van a volver uno por uno, desanimados. A no ser Galahad, porque la fe ha penetrado en él y es el único que puede conseguir el Grial.

»De los caballeros vencedores en el torneo de las doncellas desdichadas, conozco la historia de dos, la del caballero blanco y la del caballero verde, y ahora mismo te las cuento, porque, además, en la del segundo intervine yo mismo, pero si no ha llegado a Camelot ningún rumor es por las malas artes de Morgana, que se ha empleado a fondo para que no se propaguen estas historias.»

Así, Merlín contó al rey Arturo las historias del rescate de Naromí, la doncella del sueño infinito, y de Alicantina, la doncella que no podía verse por fuera, y el rey disfrutó mucho con ellas y le pidió a Merlín que en cuanto tuviera noticias de las otras se llegara inmediatamente a relatárselas.

– ¡Qué hermosas historias! -exclamó-. Estoy seguro de que ambos caballeros escogieron a las damas adecuadas y creo que las dos parejas van a ser muy felices. Tengo para mí que el hada Iris ya habrá debilitado la capacidad del sueño a la doncella del sueño infinito, y así esta doncella irá creciendo y madurando al compás de su amado, el dulce caballero blanco, cuya sonrisa prendó a todas las damas de esta corte. Y tú, Merlín, seguro que ya has resuelto esa extraña cualidad de Alicantina y esta doncella puede ya verse por fuera y ser mucho más confiada y feliz, de manera que colmará plenamente el amor del caballero verde, tan alegre y festivo, tan hábil en el manejo de la espada. ¡Qué buenos ratos pasamos en la corte con estos y los otros caballeros! Entonces la reina Ginebra estaba siempre a mi lado, dijeran lo que dijeran, y veíamos juntos los torneos y reíamos juntos las gracias de los bufones, y bailábamos, Merlín, hasta altas horas de la madrugada. ¡Cuánto la añoro, Merlín! Porque te supongo enterado de su enfermedad, ya que no se me ha escapado que no me has preguntado por ella, lo que yo he atribuido a delicadeza por tu parte, porque bien conoces cuánto la amo y que sólo de pensar en ella se me llena el corazón de congoja.

Merlín asintió, y su semblante se ensombreció.

– Créeme -siguió el rey Arturo-, que la enfermedad de la reina me causa una gran tristeza, más aún cuando yo no puedo ayudarla, porque es cosa del alma. Las benditas monjas de la cartuja de la Dulce Paciencia cuidan de ella y le proporcionan todo lo que necesita, pero yo sé bien que sólo el regreso de Lanzarote del Lago puede devolverle la salud, y a punto he estado en muchas ocasiones de obligarle a volver, amigo mío, porque no soporto ver languidecer a la reina. Yo mismo añoro a Lanzarote y no he vivido tiempos mejores que las temporadas en que venía a visitarnos. Su nobleza y disposición, su valentía y amenidad, no pueden igualarse. Ojalá se pudiera volver al pasado y corregir las torpezas que luego amargan la existencia, ojalá se pudieran arrancar sin causar daños a las buenas yerbas esos pequeños yerbajos en los que se tropieza y enreda nuestro pie y dejar el prado liso y sin mellas, pero las malas acciones humanas tienen la virtud de emponzoñarlo todo, y una pequeña brizna de maldad es suficiente para envenenar el campo entero.

»Todo ha ocurrido a la vez, amigo mío -suspiró Arturo-, la enfermedad de Ginebra y la demanda del Grial, y yo me he quedado muy solo. También podría quejarme de ti, Merlín, si no supiera que nada puede hacerse al respecto, y que no eres dueño de tu voluntad. ¡Ay, Merlín!, ¡qué poca cosa somos los hombres, reyes o magos! En menudo error están los hombres y mujeres corrientes, que nos imaginan tan poderosos y no saben que muchas veces estamos con el corazón partido. Se creen que vivimos sin zozobras y que, al no faltarnos de comer ni de vestir, no nos falta de nada. Y no es que yo me cambiara ahora por uno cualquiera de ellos, porque sabe Dios que en este gobierno he puesto mi orgullo, pero sí por el hombre que es amado como desea.»

Merlín estuvo un rato pensativo. Luego dijo:

– No sé, Arturo, si es cierto lo que dices. Tú mismo reconoces que la Tabla Redonda te ha llenado de orgullo, y, si lo recuerdas, has obtenido enorme satisfacción con las grandes victorias ganadas a tus enemigos. Te has hecho famoso hasta más allá de los confines del reino y no ha habido castellanos que no se hayan puesto finalmente a tus pies ni caballeros que no se hayan ofrecido a dar su vida por ti. Has promulgado leyes justas y las has aplicado con equidad, has instruido a tus ministros y has escuchado a tus súbditos. Al lado de todo eso, la debilidad de una mujer no es nada, porque, además, Ginebra te ha amado y en el fondo no tienes ninguna prueba de su traición. Tú mismo reconoces que añoras a Lanzarote del Lago, el buen caballero, que te ha servido con sobrada entrega. No es tan extraño que la reina también lo añore. Aquellos eran tiempos más alegres y amenos, porque se trataba de conquistar y vencer, pero tu reino ya está consolidado y los caballeros de la Tabla Redonda han tenido que ocuparse en otras aventuras. Ahora están dispersos por la demanda del Grial, pero cuando se cansen de esa demanda, lo que sucederá de un momento a otro, regresarán y se sentarán de nuevo alrededor de la Tabla Redonda y te preguntarán si tienes encargos que hacerles. Bien podrías, ahora que dispones de tiempo, ir pensando en ese futuro que te aguarda y hacerlo prometedor para todos.

– Eres muy sabio, buen Merlín -dijo Arturo, después de un suspiro-. Tu consejo no puede ser más procedente y sensato, pero aún no tengo ánimo para seguirlo. Es verdad que, si me pongo a recordar todos los hechos y las hazañas de mis nobles caballeros, me lleno de orgullo, pero también de nostalgia, porque ya no soy el que fui, ni ellos tampoco. Me faltan fuerzas, del mismo modo que antes me sobraban. La demanda del Grial, si quieres que te diga la verdad, me ha cogido por sorpresa y me asombré de que todos los caballeros se lanzasen en su persecución.

»Pero las aventuras de los nuevos caballeros me han consolado mucho -dijo, cambiando el tono- y si algo tengo que planear es una treta para desbaratar los planes de Morgana y acabar con sus caprichos y tiranías. Ahora que conozco el peligro que, una vez victoriosos, corren estos caballeros, el caballero blanco y el caballero verde, haré lo posible para encontrarlos y protegerlos, y quiero que todo el mundo se entere del éxito de sus aventuras y de las derrotas de Morgana, que se ha ido forjando fama de invencible.

»En cuanto a los otros cinco caballeros que salieron vencedores en el torneo de las doncellas desdichadas, como no se ha sabido nada de ellos, es seguro que han caído en las artes y trampas de Morgana, por lo que sin duda estarán retenidos en algunas cuevas y prisiones, cuando no muertos. Creo, Merlín, que deberíamos interesarnos por la suerte de estos cinco caballeros retenidos o encantados por Morgana y ayudarles a concluir con éxito sus demandas.»

Así se estuvieron un buen rato el rey Arturo y el mago Merlín, haciendo planes para vencer a Morgana y liberar a todos los que vivían bajo su malsana influencia. Y en esas estaban cuando se escuchó un gran alboroto, y unos mensajeros muy demudados irrumpieron abruptamente en la sala.

El castillo de Tintagel estaba en llamas, dijeron. El rey Marco de Cornualles lo tenía en terrible descuido y al parecer últimamente lo ocupaba una banda de facinerosos y se habían acumulado entre sus muros montones de basura y desperdicios. Fuera por su culpa o por la de una banda enemiga, el caso era que ardía sin remedio y pronto estaría reducido a ruinas.

El rey Arturo escuchó estas noticias y luego determinó acercarse a Tintagel, porque en ese castillo había sido concebido y su desaparición le estremecía.