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XVIII

CONVERSACIONES EN LA MAZMORRA DEL CASTILLO DE MORGANA

Una vez que la orgullosa Delia fue liberada, las tres doncellas que aún permanecían en las mazmorras de Morgana se debatían entre la esperanza y el fatalismo. Los rescates habían sucedido muy poco a poco, cuando menos se esperaban las doncellas, cuando prácticamente habían dejado de pensar en ellos. Pero ya estaban fuera más de la mitad de las doncellas cautivas, y eso significaba algo. Aunque no había ninguna garantía de que los rescates siguieran; quizá todo se acabara allí.

El caso era que las tres doncellas, Findia, la desmemoriada, Bellador, la del gran sufrimiento, y Alisa, la que hablaba con el viento, se consolaban entre sí y se fueron cobrando más y más aprecio. Sus personalidades se complementaban y se entendían todas a la perfección, de manera que en la mazmorra reinaba una singular armonía.

– ¿Sabes, Alisa? -decía, por ejemplo, Bellador, la doncella del gran sufrimiento-. Antes de conocerte, yo pensaba, viéndote de lejos, que estabas completamente loca, que no tenías cabeza, vamos, porque te veía mover los labios como si siempre estuvieras hablando con alguien, y mirar a lo lejos fijamente, como si todo el rato, también, estuvieras delante de alguien, y yo esa ausencia la interpretaba como falta de razón, pero ahora la considero admirable y yo misma trato de imitarte. Tú tienes una extraña capacidad para salirte del tiempo habitual y entrar en otro, más calmado, como detenido, que a la larga te procura una gran paz, sobre todo si el tiempo normal, como nos ocurre ahora a todas nosotras, es espantoso. Por eso yo me he propuesto cultivar ese poder, que quizá tenemos todos más o menos, y ya he conseguido algunas veces entrar en extraordinarias dimensiones, en inauditos universos. No sé hasta qué punto es justo ya mi apelativo de doncella del gran sufrimiento, porque estoy segura de que hay en el mundo, me refiero al mundo libre, otras doncellas que sufren más.

Y Findia, la doncella desmemoriada, decía:

– Tampoco yo creo que el apelativo que me dieron nada más nacer sea exacto ni que corresponda a mis cualidades, porque yo no carezco de memoria y tengo dentro de mí, muy bien dispuesto, el sentido del discurrir del tiempo. No tengo recuerdos, eso es lo que sí puede decirse de mí; carezco, por tanto, de nostalgia concreta, aunque sé lo que es el sentimiento de añoranza en términos generales, abstractos. Pero no se me quedan las cosas grabadas en la memoria, de manera que todo lo que ha sucedido se me fue para siempre y no puedo evocarlo, aunque sí sé que han sucedido muchas cosas y, al saber eso, hasta puedo imaginar qué han sido esas cosas, y como ahora dispongo, dadas las circunstancias en que nos encontramos, de mucho tiempo, mi imaginación se ha disparado y desarrollado muchísimo y tengo muchas y diversas versiones de mi pasado y alguna quizá coincida con lo que de verdad sucedió.

»Estamos ahora presas de Morgana -siguió-, y yo me he representado en mi mente muchas historias sobre mi encarcelamiento, y muchas historias, también, sobre mi posible rescate, porque mi imaginación tanto va hacia atrás como hacia adelante, y todas estas historias me ayudan a sobrellevar el estado en que vivimos, que es triste y deplorable, y me pregunto si el hecho de no tener recuerdos no habrá sido especialmente bueno para mí, porque muchas veces os he visto llorar, a ti y a las otras doncellas, precisamente a causa de vuestros recuerdos. En cambio, yo no estoy tan atada al pasado y me resulta bastante sencillo, al inventarlo, darle conexión con el futuro, cosa que a vosotras, por lo que he visto, os cuesta muchísimo, y miráis hacia el pasado como algo perdido, irrecuperable, que no tiene ninguna relación con nada y eso os deja desarmadas y deprimidas. Aunque es verdad eso que dices, Bellador, de que no es justo que se te conozca como la doncella del gran sufrimiento, porque no me parece que sufras de forma insoportable, sobre todo en los últimos tiempos. Yo diría que casi has dejado de quejarte.»

Y Alisa, la doncella que hablaba con el viento, decía:

– Sois las dos tan buenas compañeras y tan sensatas y alegres que si no fuese porque vivimos en una prisión, encerradas, desprovistas de toda libertad, respirando este aire húmedo y enrarecido al que no llega el sol ni la brisa, sería feliz, os lo aseguro, porque nunca estuve tan bien acompañada. Nadie como vosotras me ha comprendido hasta ahora, con nadie me he sentido tan a gusto. Extraño y cruel es el destino cuando me muestra esta felicidad en condiciones tan lamentables.

»Como bien decís -continuó-, el mundo se ha equivocado en daros vuestros apelativos y ni tú, Findia, eres, con exactitud, la doncella desmemoriada, ni tú, Bellador, la del gran sufrimiento. Yo no llamaría desmemoriada a una criatura que tiene esa aguda conciencia del discurrir del tiempo que te caracteriza, Findia, y esa imaginación tan portentosa, que a mi parecer es más útil que la más exacta de las memorias, y tampoco llamaría, por otra parte, doncella del gran sufrimiento a una criatura tan generosa y atenta como tú, Bellador, que siempre estás pendiente de nuestras penas y decaimientos, que es una cualidad que, normalmente, las personas que sufren suelen perder, porque los muy sufridores y dolientes se hacen egoístas y desconsiderados con los otros, porque se imaginan en el centro del drama. Eso no te sucede de ningún modo a ti, Bellador, y cada día que pasa te haces más solícita y amistosa con nosotras.

»Sin embargo -dijo después de una pausa-, conmigo no se ha equivocado del todo el mundo, porque es verdad que mientras fui libre, fui como dicen y, efectivamente, hablaba con el viento, tenía larguísimas conversaciones con él, si bien ahora me veo obligada a recitar monólogos, porque ya no oigo su voz, por mucho que me esfuerce. En seguida descubrí esta capacidad, y me ha servido de mucho, porque el viento tiene muchas cosas que decir, ya que ha visto y escuchado mucho. El viento es sabio, pero desordenado y alocado y, para poder hablar con él y entenderlo cabalmente, hay que ser un poco como él, de manera que yo no me escandalizo de que fuera de estas prisiones, en el mundo libre, se me haya tenido por loca y enajenada. Yo he preferido la compañía del viento a la de las personas. Nada más despertar, subía a la torre más alta del castillo de mis padres y me pasaba allí todo el día, si es que no me iban a buscar y me obligaban a bajar al comedor a la hora del almuerzo o de la cena, pero algunas veces se olvidaban de mí, o deliberadamente me dejaban en lo mío, porque mi presencia les resultaba fastidiosa.

«Hablaba lo mínimo con ellos -siguió relatando-, monosílabos, lo justo para hacerme entender, nunca discutí sus órdenes y costumbres, nunca me opuse a ellas. Era silenciosa y dócil, siempre a la espera de volver a la torre y seguir mi conversación con el viento. No les molestaba en absoluto, no me interponía en sus planes, podían prescindir de mí, y, sin embargo, les irritaba, yo me daba cuenta perfectamente de que les sacaba de quicio, como si con mi recurrente huida hacia la torre y mi capacidad de hablar con el viento, que inocentemente les confesé, les ofendiera y agraviara de manera insoportable. Se vengaban de mí con pequeños detalles. Mis padres, por ejemplo, aprovechaban para hacer valiosísimos regalos a mis hermanas en aquellas ocasiones en que no me llamaban a la hora de las comidas. Luego yo las veía cubiertas de joyas de hermosísimos colores y formas y mis hermanas me decían con alevosía que mis padres ya estaban hartos de mí y hasta llegaban a sugerirme que me recluyera de una vez por todas en la torre y los dejara a todos en paz.

»Fue precisamente la curiosidad de Morgana lo que trajo mi perdición, pues de lo contrario creo que ahora estaría instalada en la torre del castillo de mis padres, entregada a mis conversaciones con el viento y siendo razonablemente feliz. Pero ya os he dicho otras veces que esa perdición fue, al mismo tiempo, mi salvación, porque si Morgana, que visitó a mis padres en compañía de Accalon, no hubiera pedido que yo le fuera presentada, movida por la curiosidad que mi capacidad de hablar con el viento le inspiraba, yo no habría cruzado mi mirada con la de Accalon y no habría conocido en toda mi vida otra cosa que los susurros cambiantes del viento. No habría conocido el amor.

»El caso fue que Morgana, siempre interesada por lo raro e inaudito, quiso conocerme, y, así, bajé de la torre -siguió Alisa, como en trance- y me uní a mis hermanas, un poco avergonzada de que mis ropajes no fueran lujosos y brillantes, pero entonces sentí esos ojos clavados en mí, y mi corazón latió de una forma tan acelerada y fuerte que no podía entender lo que decían ni todo lo que luego me preguntó Morgana. El resto ya lo conocéis -suspiró-. Como vosotras, fui engañada con bajas y serviles tretas, y conducida luego hasta esta prisión donde nos encontramos y donde ya no puedo escuchar la voz del viento, porque estos muros horribles nos mantienen alejadas de todos los fenómenos del mundo. Arrancadas, diría yo. Y es verdad que lamento no poder escuchar aquellas palabras susurrantes, sibilantes, que el viento me dirigía, pero eso no es nada al lado de mi amor por Accalon, que está intacto y que me hace vivir y desear la vida, porque tengo la esperanza inaudita de volverle a ver. Durante mucho tiempo, fui la doncella que hablaba con el viento, y era justo que se me llamara así, pero ahora soy la doncella que guarda una mirada, que vibra por ella, y la retiene, la cultiva y no deja de esperarla.»

Y así estaban las doncellas, hablando, opinando y contándose sus vidas, cuando llegó Estragón a visitarlas, cosa que hacía con mucha frecuencia, porque no podía pasarse mucho tiempo sin ver a Bellador, de quien estaba profundamente enamorado. Estragón les dijo que se tenían noticias de que el caballero de plata, que había tomado sobre sí la demanda de Findia, la doncella desmemoriada, estaba ya cerca del castillo y que, por tanto, se podían tener razonables esperanzas sobre el rescate de Findia, ya que hasta el momento todos los caballeros que habían llegado a Avalon para liberar a las doncellas habían logrado sus objetivos, y las doncellas se abrazaron unas a otras y abrazaron también a Estragón, que se demoró un poco al lado de Bellador.