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XXII

EL RESCATE DE LA DONCELLA DEL GRAN SUFRIMIENTO

Cuando salieron de los aposentos de Morgana, dijo Nimué a Estragón:

– Yo ya he cumplido mi parte. Bellador es libre. Ahora te toca a tí explicarle nuestras sospechas sobre la muerte del caballero irisado y todo lo que hemos ideado para liberarla. Razones tendrá para estarte agradecida.

– Sólo te pido que mantengas el engaño un poco más, Nimué, hasta que estemos fuera del castillo, porque no me parece que debamos correr más riesgos.

– De acuerdo -repuso Nimué.

– Te confieso que estoy nervioso -dijo Estragón-. No sé cómo va a reaccionar Bellador cuando conozca la muerte de su caballero. Mucho me temo que su decepción va a ser enorme y me duele ya el rechazo que va a caer sobre mí.

– El corazón humano, Estragón, es un misterio -dijo Nimué- y no se me ocurre por qué razón habría de amar Bellador al caballero irisado sin haberlo visto nunca, porque me parece que el agradecimiento no lleva por sí solo al amor. En cambio, tú tienes muy buenas cualidades y Bellador ha tenido ocasión de conocer algunas.

Llegaron a la mazmorra, Estragón abrió la pesada puerta con la llave que siempre llevaba escondida cerca del pecho, una llave que ya se había convertido para él en el símbolo de su amor, y entraron los dos en la oscura prisión.

– Bellador -musitó Estragón, tratando de distinguir las figuras femeninas en la oscuridad-, aquí está el caballero irisado, de quien no hemos tenido noticia alguna hasta el mismo momento en que ha aparecido en el castillo reclamando tu rescate. Y tú, Alisa -dijo a ciegas, porque aún no veía nada, ya que tardaba un rato en acostumbrarse a la falta de luz-, no te desanimes, que todos los rumores apuntan a que el caballero violeta está a las puertas del castillo y llegará de un momento a otro.

Pero tanto Bellador como Alisa estaban dormidas, porque ya se encontraban muy debilitadas y las palabras de Estragón apenas si llegaron a sus oídos.

Nimué, impresionada, se acercó a las doncellas, que dormían una junto a la otra, sin duda para procurarse calor y consuelo, y se inclinó sobre ellas.

– ¡Pobres muchachas! -exclamó-, ¡a qué estado las han reducido los celos de Morgana! No sé qué me da que liberemos a Bellador y dejemos sola a Alisa. Es verdad lo que has dicho del caballero violeta, porque todo el mundo le ha seguido la pista, ya que es un caballero muy valeroso, pero si acaso le sucede algo, nos debemos comprometer a liberarla nosotros. Yo, por mi parte, quedo desde ahora comprometida con esta empresa, ¿qué dices tú, Estragón?

– Lo juro por lo más sagrado, Nimué -dijo Estragón con vehemencia.

– Ayúdame, entonces, a poner en pie a Bellador -propuso Nimué- y entre los dos la sostendremos, porque me parece que no se va a despertar. Estas desdichadas doncellas no tienen ya ni fuerzas para estar despiertas.

– Ha venido el caballero irisado a rescatarte-decía de vez en cuando Estragón en murmullos.

Bellador al fin abrió un poco los ojos, vio a Estragón y le sonrió suavemente.

– ¿Qué nos traes? -preguntó en voz muy baja-, ¿nos traes buenas noticias?

– Muy buenas, Bellador -dijo Estragón-. Ha venido el caballero irisado a rescatarte.

Pero Bellador volvió a cerrar los ojos. Nimué la sujetaba de la cintura, y Estragón le levantaba los pies del suelo. Y muy despacio y con mucho cuidado de no hacer daño a la pobre y debilitada doncella, fueron avanzando por el pasadizo y llegaron por fin al hoyo del bosque. Acomodaron a Bellador a la sombra de una haya, sobre un lecho de hojas secas y los mantos de Nimué.

Allí Estragón veló a Bellador día y noche, prodigándole todas las atenciones. Le dio de comer y de beber y le aplicaba los remedios que le recetaba Nimué. Poco a poco, volvió el color a las mejillas de la extenuada doncella y recobró también el sentido, que había permanecido adormilado y como perdido durante los últimos días.

Cuando conoció la treta que Nimué y Estragón habían urdido para rescatarla, tomó entre sus manos blancas y delgadísimas la mano arrugada, oscura y pequeña de Estragón.

– Dulce amigo -dijo- eres el mejor de los hombres y no creo que exista caballero que se te pueda igualar. Lamento de todo corazón la muerte del caballero irisado y cuando regrese a mi reino haré buscar y enterrar luego su cuerpo con todos los honores. Una vez hecho esto, Estragón, le diré a mi padre que me dé licencia para irme contigo a vivir de la forma más humilde e ignota, porque ésa es la clase de vida que yo quiero llevar y me harías muy feliz si quisieras compartirla conmigo.

A lo cual Estragón, muy emocionado, repuso:

– No hagas ningún sacrificio por mí, Bellador. Dispon de mí a tu antojo, asígname las funciones y el lugar que te parezcan, pero no me alejes de tu lado, eso es lo único que me atrevo a pedirte.

Más tarde, dijo Bellador:

– Conforme voy recuperando la conciencia, más me acuerdo de Alisa y creo que no voy a poder regresar a mi reino sin saber si el caballero violeta ha conseguido su rescate. Ojalá encontrásemos el modo de hacer llegar a los míos que me trajeran aquí víveres y tiendas, porque estoy determinada a quedarme y a no perder de vista lo que sucede en el castillo.

Entonces Nimué, que había permanecido apartada, dijo que ella se encargaría de todo, lo que le agradeció mucho Bellador.

A los pocos días, llegaron muy buenos caballeros del reino de Bellador y se instalaron en unas tiendas que montaron al efecto, y mientras Bellador recuperaba la salud y las fuerzas y todos comprobaban, asombrados, que ya no se quejaba nunca de su propio sufrimiento, estaban al tanto de todas las noticias que se referían al caballero violeta y no veían el momento de que al fin llegara a las puertas del castillo de La Beale Regard, porque Bellador les había hecho el relato de los dones y cualidades de Alisa, y todos estaban conmovidos por su suerte.