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V

COLOQUIO DE ESTRAGÓN CON LA DONCELLA QUE NO SE VEÍA POR FUERA

Cuando el enano Estragón bajó a las mazmorras del castillo a liberar a la doncella del sueño infinito, se produjo entre las cautivas una gran algarabía. Sobre todas ellas, se lamentaba Bellador, la doncella del gran sufrimiento, cuyos gritos habrían podido estremecer el corazón más duro. No era de esta clase el corazón del enano Estragón, y así, no pudo evitar mirar a la pobre y desconsolada doncella y, una vez que el caballero blanco y Naromí, la doncella del sueño infinito, abandonaron el castillo, Estragón bajó de nuevo a las cárceles con el objeto de hablar un poco más con Bellador y le prometió que, en cuanto tuviera nuevas de la celebración de la justa que le correspondía, iría en seguida a comunicárselo.

– Hazlo así, Estragón -repuso Bellador, agradecida-, cuéntame todo lo relativo a mi justa, y te prometo que como las cosas salgan bien te llevaré conmigo a palacio, donde disfrutarás de una vida mucho mejor que la que llevas aquí, porque por tus ropas y la falta de adornos y joyas que en ellas veo, deduzco que el trato que te dan no es de privilegio ni de honores.

– Así es -dijo Estragón, ya conquistado-, pero los enanos, por desgracia, no podemos aspirar a mucho, y a todas horas se nos dice, y nos lo llegamos a creer, que bastante es con que disfrutemos de techo y comida, y que el mayor honor que nos cabe es el de tener la confianza de la dueña del castillo, en este caso, Morgana. Pero no me tienes que prometer nada, que yo tendré mucho gusto en informarte de todos los detalles de la justa que te concierne. La cual, por cierto, no es la que se va a celebrar mañana, en la que se decidirá qué caballero tomará sobre sí la causa de la doncella que no puede verse por fuera.

Ante estas palabras, la doncella del gran sufrimiento redobló sus lamentaciones y se alejó a un rincón de la mazmorra para llorar a solas, y las otras doncellas que rodeaban al enano Estragón llamaron a la doncella que no podía verse por fuera, que se llamaba Alicantina.

– Este enano Estragón acaba de decirnos que mañana va a celebrarse la justa en la que se escogerá a tu caballero y parece que hay un caballero todo vestido de verde que está empeñado en ganarla -dijo la orgullosa Delia.

Alicantina se acercó a Estragón y le preguntó si eso era verdad y si se sabía quién era el caballero todo vestido de verde que quería tomar su suerte sobre los hombros, pero Estragón no lo sabía y, a lo que creía, no lo sabía nadie en la corte de Morgana.

– Es asombroso -dijo Alicantina-, porque tengo que pensar que si un caballero se ha propuesto luchar por mí y liberarme es porque me conoce o ha oído hablar de mí y verdaderamente no entiendo cómo eso ha podido suceder, puesto que no puedo darme cuenta de cómo soy por fuera y creo que nadie me ve y por tanto nadie puede hablar de mí.

– Pues mira -dijo Estragón-, el que estés ahora en esta prisión es prueba suficiente de que te han visto, porque si no se te pudiera ver no te habría visto Accalon de Gaula, que ésa ha sido la causa de que te hayan encerrado aquí.

– He meditado mucho sobre eso -dijo Alicantina-, y créeme que no acabo de comprenderlo, y eso aún me hace sufrir más, porque la prisión me horroriza, pero el no entender por qué razón me han encerrado en ella me vuelve loca. Ni he visto nunca a Accalon de Gaula, el amante del hada Morgana, ni he sabido hasta ahora de su existencia. No puedo comprender que yo haya suscitado los celos de Morgana ni de ninguna otra mujer, porque además tengo la sensación, por no decir la certeza, de que no sé mirar a los hombres de esa manera en que quedan seducidos de inmediato.

Estragón se sonrió un poco y miró hacia el rincón donde lloraba Bellador, la doncella del gran sufrimiento.

– No todo el mundo conoce sus poderes y habilidades, aun cuando los ejerza -dijo luego Estragón-. Por algo te llaman la doncella que no puede verse por fuera. Pero yo estoy seguro de que puedes ser tan seductora como la que más, aun sin proponértelo y sin tener conciencia de ello. Y no sé, en el fondo, si esta cualidad tuya es defecto o virtud, porque hay personas que son tan conscientes de su apariencia exterior que ya no prestan ninguna atención al interior, que es lo que nos sostiene y nos hace. A mí, por ejemplo, me habría venido muy bien no tener tanta conciencia de mi estatura y malformación, pues he sufrido mucho por ello. Me he tenido que endurecer y ser más bufón que poeta y los cometidos que me encargan tienen que ver más con pasos secretos que con salones de baile. No sé qué pretendió exactamente quien te dio esta cualidad, pero a mí me habría gustado tenerla.

– Es la primera vez -dijo Alicantina- que alguien me pregunta por el origen de este don, de manera que te lo voy a contar. Antes de nada, te diré que para mí no significa un don, y que el no poder verme por fuera y no saber nunca la impresión que causo en los otros me ha ido creando una confusión y una zozobra tremendas. Hablo y discuto conmigo misma y vivo encerrada en mis propios límites. Esa es mi verdadera prisión, más aún que esta mazmorra. Y ahora paso a relatarte la historia:

»La Reina Safir, mi madre, era de una belleza deslumbrante. Sin duda, habrás oído hablar de ella, pues su fama corrió por todos los reinos y no hubo rey ni caballero andante que no se propusieran conquistarla o, al menos, ponerse a su servicio. Pero mi madre, para su desgracia, se enamoró de su preceptor, un joven sabio que la instruyó en todas las artes del gobierno y en las artes del deleite y del conocimiento, de forma tal que mi madre, aún con escasa edad, había desarrollado su inteligencia y sensibilidad hasta límites insospechados, y los que se asombraban de su belleza no podían por menos que caer luego rendidos al vislumbrar qué clase de mente y qué delicadeza de corazón guardaba ese exterior tan resplandeciente. Al fin, pudo imponer su voluntad, pero a costa de muchas fatigas y batallas. Se desposó con mi padre, con la oposición de todos los consejeros del reino, que querían un matrimonio más ventajoso y que habían hecho por su cuenta algunas promesas y gestiones. Hubo entonces guerras que según los consejeros se habrían evitado de haberse casado mi madre con el pretendiente que ellos habían escogido, y mi padre, estando mi madre encinta de mí, se vio obligado a ir al campo de batalla para poner a prueba su valor, ya que todos lo acusaban de debilidad y cobardía, incluso algunos se atrevían a murmurar, aun en presencia de la reina, que él era la causa de las guerras. Mi padre, que no era un experto luchador, lo que ni mucho menos significa que fuera cobarde, luchó con valentía en primera línea, y fue abatido y muerto. El dolor de mi madre fue indescriptible y, encinta como estaba, acudió al mago Merlín y le pidió que si su hija nacía tan hermosa como ella, porque ya estaba segura de que llevaba una niña en su seno, no fuera, al menos, consciente de la impresión que causaba en los demás y pudiera así ser mucho más libre de lo que ella había sido, porque mi madre creía que la belleza era la causa de toda su desgracia, ya que tantos reyes y caballeros andantes le habían declarado su amor y habían hecho concebir en el pecho de sus consejeros esperanzas de alianzas utilísimas que quizá luego, al no verse cumplidas, habían desencadenado las guerras.

»Según ella misma me confió, mi madre no se atrevió a pedir a Merlín que yo fuera una criatura completamente exenta de belleza, una criatura fea o deforme, porque eso la asustaba, de manera que optó por pedirle que simplemente yo no fuera capaz de verme por fuera. Y esta es, más o menos, la historia de mi don, querido amigo.»

– Muy interesante y lleno de sustancia ha sido tu relato -dijo Estragón-, aunque bastante triste. En todo caso, Alicantina, mañana el caballero verde luchará por ti y si sale vencedor yo mismo le preguntaré por qué te ha escogido, si porque te ha visto en alguna ocasión o porque alguien le ha hablado de ti, porque ya tengo esa curiosidad, y aunque yo ya sé cómo te veo, y me pareces hermosísima, me gustaría saber cómo te ven los demás.

Y después de hablar un poco más con las doncellas y de enviar una mirada cargada de amor hacia el rincón donde aún lloraba Bellador, la doncella del gran sufrimiento, Estragón dejó las mazmorras.