38750.fb2 La Soledad De Los N?meros Primos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 39

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Mucho sorprendió a Mattia comprobar que, bajo la espesa capa de pensamientos y abstracciones en que se había envuelto, aún tenía instinto; mucho lo sorprendió la violencia y firmeza con que aquel instinto surgió y dictó sus actos.

Tanto más doloroso fue volver a la realidad. Alojado en el propio tenía el cuerpo extraño de Nadia. El contacto con el sudor de ella, con la tela arrugada del sofá y con las prendas chafadas le resultaba sofocante. Nadia respiraba despacio. Mattia pensó que si la razón entre el período de sus respectivas respiraciones daba un número irracional, sería imposible acompasarlas con regularidad.

Apartó la boca entre los cabellos de Nadia para aspirar más oxígeno, pero la atmósfera estaba saturada de un vaho espeso. Quiso taparse. Giró una pierna, porque notaba su sexo, flácido y frío, aplastado bajo la de ella, pero lo hizo torpemente y le dio con la rodilla. Nadia tuvo un sobresalto y alzó la cabeza; estaba ya dormida.

– Perdona -dijo Mattia.

– Descuida.

Nadia empezó a besarlo. Él notó su aliento demasiado caliente y esperó quieto a que parase.

– ¿Vamos a la habitación? -propuso ella.

Mattia inclinó la cabeza. En realidad quería irse a su piso, a su confortable nada, pero sabía que no era lo más indicado. Con plena conciencia de lo violento, de lo poco natural del caso, se metieron en la cama cada cual por un lado. Nadia le sonrió como diciendo que no pasaba nada y en la oscuridad se aovilló contra su espalda, le dio un beso y se quedó dormida.

También Mattia cerró los ojos, aunque los abrió enseguida, porque bajo los párpados lo esperaban mil recuerdos aciagos. Sintió de nuevo que respiraba a medias. Sacó la mano izquierda, buscó el somier y restregó el pulgar contra uno de los hierros con filo que unían las mallas. Se llevó el dedo a la boca y lo chupó. El sabor de la sangre lo calmó unos segundos.

Poco a poco fue identificando los distintos ruidos que se oían en aquel apartamento: el tenue zumbido del frigorífico, el ronroneo del radiador, que cesaba al cabo de unos momentos con un chasquido de la caldera, y el tictac de un reloj en el cuarto contiguo, que le pareció muy lento. Quería mover las piernas, levantarse. Nadia dormía en medio de la cama y no le dejaba sitio para girarse. Su pelo le picaba en el cuello, su aliento le secaba la piel. Mattia pensó que no pegaría ojo. Ya era tarde, quizá más de las dos, y por la mañana tenía clase. Estaría muy cansado, seguro que se equivocaba en la pizarra, haría el ridículo ante los estudiantes. En su casa, en cambio, habría podido dormir, al menos las pocas horas que quedaban.

Si tengo cuidado no la despertaré, pensó.

Aún permaneció inmóvil más de un minuto, pensando. Los ruidos se hacían cada vez más presentes. De pronto lo sobresaltó el chasquido seco de la caldera, y decidió irse.

Con un lento movimiento logró liberar un brazo del de Nadia. Ella lo notó y sin despertarse se removió como buscándolo. Mattia se incorporó, apoyó un pie en el suelo, luego el otro. Al levantarse, el somier chirrió un poco.

En la penumbra se volvió a mirar a Nadia y recordó vagamente el momento en que había dado la espalda a Michela en el parque.

Fue descalzo hasta el salón. Recogió su ropa del sofá, los zapatos del suelo. Abrió la puerta sin hacer ruido, como siempre, y con los pantalones en la mano salió al pasillo, donde por fin pudo respirar a pleno pulmón.