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– Mita, podes estar contenta del chico que te salió. Más divino imposible.
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– No, te lo aseguro. Se debe haber puesto más feo de gran decito, con cara tosca de hombre, pensaba yo.
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– ¡El mismo miedo tenía yo! no puede seguir tan lindo, va a cumplir ocho años, y lo encuentro divino. «Mami, llévame a ver a la Choli de la casa con escaleras», en este pueblo inmundo mis escaleras le parecerían las de un palacio.
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– ¡La casa de la abuela! que estaba con la abuela y las tías de La Plata. Pero yo no estoy vieja como tu abuela ¿o sí? veo a estos chicos tan grandes que pienso en los años a la fuerza.
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– Rejuvenecida diez años, porque me cuido.
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– Tenes razón, no es por eso. Nunca se esperó él de morirse, tan pronto.
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– Se enfurecería, que me pinto los ojos y llevo el pelo suelto. Son todos una porquería.
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– Fue suerte la tuya, porque hay uno bueno entre mil.
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– …Porque le decís «sí» a todo. Yo cuando pienso en los doce años ¡doce! que viví con ese perro me desespero.
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– Por mi nene, o si no doce años tirados a la calle.
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– Qué tiene de malo charlar desde la mañana? Jáuregui era un hombre que si quería no te oía.
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– Una hora diciéndole que le había echado a perder un saco. Con el agujero que le hice, tratando de desmancharlo: me lo pide y se lo iba a poner así como estaba, porque no sabía que le había hecho el agujero.
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– ¿Cómo hacías para tolerarle esos celos? Con tus mangas largas con el calor del verano, claro que él nunca se va a fijar en otra mujer, y Jáuregui se fijaba en todas. Estaba feo al final, pisando los cincuenta.
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– Se puede estar desarreglada todo el día, pero a la tarde, una vez que lo hacía sentar al nene a hacer sus deberes yo no dejaba de darme mi baño y cambiarme, así salía un rato al balcón.
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– No le das importancia al arreglo porque Berto no quiere que estés llamativa.
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– Porque sabés que no vive más que para su casa, está ahí a un paso en el negocio y no se mueve de ahí, ¿pero dónde va a ir en Vallejos?
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– No, más triste estuve en Buenos Aires, en los primeros tiempos es inmundo ser vendedora por más categoría que tuviera esa casa.
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– ¿Cuánto hace que no vas?
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– ¿Y tu mamá?
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– Pero a él tampoco le atrae el cine ¿no? Al cine te podría acompañar alguna vez.
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– ¡Las pastillas para dormir! Vos que estudiaste tendrías que saber más que yo. Siempre leyendo el diario hasta tan tarde a la noche, es eso a lo mejor que lo tiene tan nervioso ¿por qué lo mimas tanto? ¡no le leas en voz alta el diario! que se deje de embromar con ganar tanta plata, en vez de acompañarte al cine alguna vez, siempre sola con el Toto a la rastra.
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– Pero en la vereda nunca me han visto desarreglada a mí, claro que aquí no hay gente interesante con quien hablar. Y después al entrar a la cocina para la cena siempre me cambiaba, o me ponía un trapo en la cabeza y el guardapolvo, porque si no la ropa se arruina y toma olor. Si me arreglaba un poco él se reía, como diciendo «¿para qué?»
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– Pero en las giras no hlabía uno que no me dijera «qué interesante es usted, Choli».
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– Interesante, que haga pensar a la gente «¿quién será?»
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– Por los ojos sombreados ¿no te parece?
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– Que por un hombre hacen una locura, se complican en un robo, se han hecho ladronas de joyas, de las fronteras, las contrabandistas ¿y las espías? no creo que sea todo por dinero, empiezan por complicarse porque alguien se los pide.
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– Con turbante. El turbante oscuro me hace muy rara, claro que ahora teniendo a mi disposición todos los cosméticos de inspectora de Hollywood Cosméticos sin pagar, con los montones de muestras gratis que llevo, puedo probar qué es lo que me queda mejor.
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– La que se puede pintar y quedar elegante.
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– Con una indumentaria sencilla no te podes pintar demasiado, tipo de mujer que ha estudiado. Cada una con su tipo.
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– No, pero si vos me dijeras que sos la más vistosa de Vallejos entonces yo te retiraría mi confianza.
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– Pero menos mal que esta vez por Vallejos estoy de paso.
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– Les da rabia. Querían que me quedara encerrada en mi casa, toda de luto.
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– ¿De veras? Es que aprendí lo que es elegancia. Y tengo conversación ¿no es cierto? Aunque no haya estudiado ¿no? Con vos yo me llevo bien, Mita, porque no sos envidiosa, vos no te pintas más que los labios y te pones un poco de polvo, pero vos sabés que ni a vos ni a mí las de acá minean nos quisieron por forasteras.
–
– Tenés tu casa. Y Berto está a un paso en el negocio: el único momento que no lo ves es cuando vas al cine, de seis a ocho, pero un día con volverte por la mitad de la película basta, si tuvieras alguna sospecha, pero no creo que Berto te haga una cosa así.
–
– ¿Qué? no tendría que dar más que una ojeada, para volver con alguna de las de antes, vos no sabés cómo son estas moscas muertas de pueblo.
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– Cuando lo contradije, porque vos habías estudiado y por eso te tenía que hacer caso en todo. Cómo me hubiese gustado estudiar, a mí.
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– ¿Por qué no se le puede decir?
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– Ya estaba contra mí desde que le defendí a las mujeres que se pintan.
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– Al nene el último domingo que pasé en Buenos Aires. Se tuvo que traer del colegio el libro para repasar Geografía, y tenés que ver cómo se conocía el mapa de Europa.
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– Y así quedo bien, será que soy muy alta, tengo un tipo de norteamericana.
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– En las giras.
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– Los anteojos ahumados de armazón blanca y el pelo aclarado color cobre y lacio,
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– El jefe de la Hollywood Cosmésticos. Que convenía hablar poco, tener mucha autoridad, presentarse muy bien puesta y no dar mucha importancia al cliente.
–
– «Haga como la inspectora americana que vino el año pasado, no daba confianza a nadie», y claro, no hablaba porque sabía poco castellano. Entonces yo aproveché, ya que tengo tipo de norteamericana, para no darle importancia a nadie.
–
– Con trajes de brin de sport, amplios, con un buen cinturón ajustado para lucir la cintura, y con el cabello bien cepillado hasta que parezca que la melena es de seda, que bailando en una boiíe tiras la cabeza para atrás y caería ese pelo en cascada provocativo sobre los hombros, y si hubiera una despedida en un aeropuerto el viento lo hace flotar y parecería emocionante. Que hay que saber mantenerlo sedoso, si no te lo lavas nunca te queda pegoteado y si te lo lavas mucho está todo plumoso seco.
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– Una buena base de crema en la cara y casi sin colorete (es mejor pálida, más interesante) y después mucha sombra en los ojos que da el misterio de la mirada y cosmético renegrido en las pestañas. ¿Sabes una cosa? todos los peinados de Mecha Ortiz me quedan bien. No hay artista que me guste más, entre las argentinas.
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– Hay que ver que se puede hacer cualquier peinado que todos le quedan bien. Quién sabe qué sinvergüenza era el marido, porque es viuda ¿sabías?
–
– Con el pelo largo está regia, bien largo y con ese jopo alto sobre la frente. Qué mujer interesante.
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– De haber sufrido, porque para hacer esos papeles, tan fuertes debe haber tenido una vida terrible, porque se ve que los siente. Empezó a trabajar como artista recién después de viuda.
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– Y en una película cuando se enamora una siente que se muere por ese hombre, no le importa de nada, y sacrifica todo por seguirlo.
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– En Buenos Aires a montones, para charlar un rato, nada más. Yo no sé si haría igual que ella, pero para eso hay que estar enamorada de veras, locamente enamorada. Yo ya no espero nada ¿me entendés? nada.
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– No puedo.
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– Siempre fue buen mozo, un artista de cine.
–
– Del campo al pueblo y del pueblo al campo, pero nunca se lo veía acompañando a alguna, él andaba siempre solo con un amigo, no era compañero de las chicas. Y sin embargo, de tanto en tanto se corría la voz de que había alguna loca por él que se quería matar o meter de monja, y hasta chicas con novio…
–
– Que lo tenés encerrado, porque no sale a ninguna parte y está enfrascado en sus negocios.
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– Si no querés saber quiénes eran, me callo. Tantos años hace ya: con Jáuregui yo de novia tenía una ilusión.
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– Los años de diferencia. Pero me daba todos los gustos: cuando venía a visitarme a Bragado no había un día que no fuésemos a tomar el copetín a la confitería, yo tomaba un poco de cerveza porque a mis hermanos no les gustaba que tomara vermouth. Y Jáuregui era de pocas palabras.
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– Que empezaría a contarme sus cosas cuando nos casáramos y tuviéramos más confianza.
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– Apenas si me pintaba los labios ¿me entendés lo que te digo?
–
– En invierno. Cuando llegamos a Vallejos hacía un frío loco, teníamos una estufita que apenas si calentaba un poco la pieza. ¡Qué frío hacía para desvestirse! Y Jáuregui cómo se aprovechó, y yo ahí que no sabía nada, como un ángel.
–
– ¿Vos te desnudabas delante de tus hermanas? -Yo nunca.
–
– De novios él me había tocado toda pero pasando la mano por debajo de la ropa, que no es lo mismo que te toquen sin nada. Es tan feo estar desnuda, que se ven todos los defectos.
–
– Con la luz apagada. Pero soy tan blanca que se me ve toda, y una vez que me retiró las sábanas yo me tapaba con las manos y después me agarró las manos y no hubo nada que hacer, tener que desvestirme en la pieza con un hombre, y no hubo quien lo calmara, yo nunca había visto a una persona perder el control así. A Jáuregui de novios yo lo había besado y besado nada más, viste a los gatos cuando les echas agua se ponen como locos y los pelos se les revuelven todos. Jáuregui no era la misma persona, estaba todo desgreñado.
–
– Vos a todo que sí, porque te prometía dejarte ir a La Plata.
–
– ¿Y para el casamiento de tu hermana?
–
– Esa vez no te habrán dado permiso en el hospital, pero todas las otras veces que no viajaste fue por Berto, por el capricho del señor Berto.
–
– Por los líos para llenar los papeles de la sucesión de Jáu-regui.
–
– Y se murió, y a mí si me preguntan cosas de él no sabría contestar nada, nada más que me llenó de cuernos y yo cada vez que me daba cuenta de esas tramoyas… daba gracias al cielo. ¿Qué podía saber yo de los datos que me pedía el abogado?
–
– Pedir todo por carta a mi cuñada, que entendía todo al revés ¿cómo no me iba a dar cuenta de la cajera? ¿desde cuándo una hora todas las noches para hacer la caja? Yo lo mismo cenaba con mi chico y después le recalentaba la cena a él, aunque pusiera cara de perro, que la comida estaba medio pasada.
–
– No, vos te morirías.
–
– Con el malhumor que le tenés que.aguantar. Yo lo mismo no dejaba de arreglarme, me sacaba el trapo de la cabeza y el delantal y si era a la tarde me iba a tomar un mate a tu casa, vestida regia, impecable: te veo levantarte de la siesta toda ilusionada con los ojos hinchados de dormir.
–
– ¡La noticia de que Berto te dejaba ir a La Plata ese invierno!
–
– Empezaba a temblar yo antes que vos, créeme.
–
– De esa forma no hay modo de pelearse, yo no me le podía callar a Jáuregui, yo siempre contestaba.
–
– ¿En el hospital ganabas más que en la farmacia?
–
– Me preguntaban todo porque sabían que yo les buscaba la vuelta, a ésas sin frente o a las de cara larga, para que el turbante las favoreciera.
–
– ¿Cuántos cumpliste? -¿Qué te regaló? -¿Por qué?
–
– No, al negocio venían pocos, nada más que Ramos, el representante de las telas, qué encanto de hombre. Y el peón que le cargaba las telas, un urso que me hacía acordar de Jáuregui.
–
– Porque no hablaba.
–
– Mita, qué ilusión me hice con Ramos…
–
– Un poco joven para mí, pero tan fino, tan educado, unos modales… que ni una niña. ¡Y sabía de todo!, de modas sabía más que todas las del negocio y nos traía él las últimas novedades.
–
– Enseguida. Me contaba de las cosas que veía en el teatro Colón, unas danzas clásicas divinas.
–
– No fui por tonta, quería estrenar un traje de terciopelo negro que después no me lo hice. Me decía que yo le resultaba tan interesante, quería que le contase todo.
–
– De Jáuregui y todo, todo, con detalles.
–
– Desde la primera noche. Y de las costumbres de Jáuregui. Se ve que me quería excitar, porque otro día me pidió que se lo repitiera todo de nuevo… ahí yo creí que iba a aprovechar para proponerme algo, y ya me empezaba a dar asco… pera no, no sé qué le habrá pasado. Yo nunca había hablado con un hombre de esas cosas.
–
– Yo, un día en la tienda. Le agarré la mano. Y al Colón hubiese ido lo mismo sin el vestido de terciopelo, hubiese ido sencilla.
–
– No la movió, pero no me apretó la mía. A mí el peón me hacía acordar a Jáuregui, la dueña se dio cuenta y para hacerse la graciosa una mañana que el urso estaba entrando unas piezas de tela empezó a contar que a mí me gustaba Ramos.
–
– Pero era un hombre con el que se podía hablar.
–
– Se me partían las piernas de cansancio.
–
– A media tarde. Las chicas del taller hacen un mate cocido, y cuando podía me lo iba a tomar, las chicas se lo toman ni bien hecho porque plantan la costura cuando quieren, pero yo si estaba adelante con dientas tenía que aguantarme. Al principio a las chicas del taller les contaba mis cosas, pero después no. Las piernas se te parten de estar parada, a eso de las seis: qué larga se hace la tarde, con esa taza en la mano, sentada en un banquito del taller, además de como cansa la espalda coser las chicas no tenían más que el banquito sin respaldo, yo que había tenido mi casa… ¿vos crees que la dueña no podía comprar otras sillas? y en invierno a esa hora es noche cerrada. En verano vaya y pase, porque salís de día y te parece que todavía hay tiempo para hacer algo de bueno, pero en invierno a la hora del mate ya es noche cerrada y a la salida con el frío y sin plata para gastar ¿dónde vas a ir? Al principio les contaba mis cosas a las chicas del taller, pero de tonta que era.
–
– Las más jóvenes, y encima sin educación, que se creen divinas y a las más grandes nos ven como cualquier cosa. Pero yo he hecho mucho méritos en la vida, y ni bien cuento algo de mi vida la gente para la oreja.
–
– Me oigo y me parece que estoy contando una película, Mita, no todos tienen al hijo como lo tengo yo, que no le falta nada.
–
– Que estaba en Jardín de Infantes, si sabían que estaba en el bachillerato me daban por lo menos cuarenta años.
–
– Nadie sabía que el negocio de Jáuregui había sido bazar, porque entonces se creen que yo despachaba detrás del mostrador; nunca trabajé yo hasta que entré en esa casa de modas.
–
– Que tenía estancia, que después se murió mi marido y los abogados me comieron todo.
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– También a ellas se les va a acabar la juventud. Y yo después me tomaba el mate callada. «Están bien en esos bancos, no las defienda» me dice un día la dueña, «que son unas chusmas, a usted la llaman la estanciera y se matan de risa». No todas las madres pueden mandar al hijo a un buen colegio, con un sueldo de vendedora.
–
– El sueldo íntegro al colegio. Total yo en la pensión pagaba poco y lo sacaba del Banco.
–
– No, Mita, las penas se acabaron, por suerte ahora en Hollywood Cosméticos es distinto, con la libertad que tengo.
–
– Un hombre fino, que hable bien, y si ella cae, que la haga sentir como una dama, y que la reciba como se debe.
–
– Una robe de chambre de seda, en una pieza perfumada, o algo así.
–
– Tendrás razón que es muy inteligente, no tenía nada y se está haciendo de una posición. En casa éramos muchos pero a él que no lo hicieran estudiar fue una pena, teniendo un hermano grande que ganaba plata a montones, bien que lo podría haber hecho estudiar.
–
– Sí, pero vos estudiaste y él no. Yo me quise morir cuando vi lo lejos que estaba Estados Unidos de Inglaterra, yo creía que Londres era la parte más chic, pero más cerca.
–
– Si le digo blanco él ya está pensando en que es negro, desconfiado como él solo, piensa que tiro la chancleta en las giras, y ahora que está ganando bien ¿por qué está tan nervioso?…
–
– Desarmaban el motor del auto y lo volvían a armar. Mi nene no manejaba porque no alcanzaba a los pedales, pero Jáurequi ya le había enseñado a manejar.
–
– Con el único que se entendía Jáuregui.
–
– Jáuregui le enseñó a desarmar el motor y lo armaban y desarmaban.
–
– Cuando sea grande no va a tener auto.
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– ¿Cómo voy a hacer para comprárselo? Si Jáuregui viviera se lo prestaría. Armaban y desarmaban el motor ellos dos pero lo mismo tenían que llevarlo al taller.
–
– Los chicos son así, la hermana de Jáuregui al nene le traía siempre juguetes pero nunca se encariñó cpn ella el nene, pero con el padre y el muchacho del taller de al lado se volvía loco. Y el muchacho del taller le dejaba tocar todo, la caja de las herramientas, como vos le dejás al Toto las revistas, y los carreteles de hilo, pero se me ponía a la miseria de grasa de autos.
–
– Claro que no tiene tiempo de nada, siempre en su escritorio, enfrascado en sus negocios, charlando con los empleados ¿vos no crees que están todo, el día hablando de mujeres? ¿de qué otra cosa te crees que hablan si no de eso?
–
– Viajando por toda la república, aunque eso sí, es un poco solo, estar siempre viajando, una mujer sola.
–
– El momento en que una querría charlar un poco. En Mendoza a esa hora cae el frío, por más sol que haya habido durante el día, el clima de montaña.
–
– Se anda regio con un saquito cualquiera, porque además de que una se está moviendo con su trabajo, hay un sol fuerte que te da ese calorcito. Pero al atardecer hay que abrigarse muchísimo y no se ve un alma por la calle.
–
– Por suerte el nene en Buenos Aires tiene calefacción central en el internado, que es lo primero que tiene que tener un colegio de categoría, por las horas que pasa quieto haciendo sus deberes: ahí no tengo que estar yo gritándole, aprenden lo que es disciplina.
–
– Siempre en los mejores hoteles. Por orden de Hollywood Cosméticos.
–
– Son de hilo bordadas. El piso encerado que te refleja. A veces hablo sola, se creerán que estoy loca, a veces te hablo a vos, cualquier cosa: «Sentí Mita qué perfume tiene esta cera» o te pregunto «¿te gustan las sábanas almidonadas?»
–
– Te invitan a ese copetín y ya estoy harta de las mismas tretas.
–
– Casarme no. Tendría que conocer muy bien a ese hombre, muy inteligente, del tipo de Ramos, que me enseñe, y de danzas clásicas, porque no quiero morirme ignorante. Que sepa de todo.
–
– Casi me voy. Cuando me vino a abrir el Toto ya estaba cansada de tocarte el timbre, y ni bien golpeé en el vidrio se me aparece el Toto blanco del susto, y pensé «¡estará muy enfermo alguien, Dios mío!» pero nada, viene a decirme en puntas de pie que Berto estaba durmiendo la siesta, que no hiciera ruido.
–
– ¿Y si viene un telegrama cuando el timbre está desconectado?
–
– ¿Le. tiene terror? Y me quedé con él hasta que te levantaste, él estaba calladito a armar casitas porque los juguetes que tiene el Toto no los tiene otro chico en Vallejos, y yo en Buenos Aires he visto el precio de esos juguetes.
–
– Carísimos. No sé si Berto te dirá lo que le cuestan. -Jáuregui no me decía nada de nada. -En Tucumán, en la última gira.
–
– Tremendo, de esos hombres raros, muy ocupados, de pocas palabras, atacadísimo de dolores de cabeza, de ese tipo de hombre que le gusta estar en silencio al lado tuyo con las manos agarradas.
–
– No, conoce a todo lo mejor de Tucumán, de la mesa de la confitería se levantaba mil veces a llamar por teléfono o a saludar a alguno que pasaba por la vereda.
–
– Loco por mí, decía. Decía que nunca había visto una silueta como la mía.
–
– Una madriguera en las afueras de la ciudad. Me lo pedía de rodillas, yo ni loca hubiese ido.
–
– ¿Quedaría mal de rojo?
–
– Encaprichado con que te compraras la tela verde turquesa ¡ni lo dejaba hablar al vendedor de la tienda!
–
– Mejor que no, porque te entusiasmaba para que compraras cualquier cosa ¡marrón oscuro! sabés cómo son los vendedores.
–
– Desde la cocina con mis panqueques ya se oía que se acercaba la tormenta: «mami, cómprate el verde turquesa que es el más lindo, mami» y Berto que no y no ¡qué hombre más nervioso!
–
– ¡Y éste seguía! «papi: mami se tiene que comprar esa tela» y Berto que explotó.
–
– Te aseguro que no fue culpa mía, era buen candidato y se me escapó: pero al final resultó una porquería. En Tucumán tiene mala fama.
–
– No, porque con otra se había portado mal.
–
– No, una mujer regia, muy interesante, mucho mejor que él.
–
– Por tener una debilidad, y al tercer día que lo conoció… le aflojó.
–
– Exacto, un chalecito muy lindo por las afueras, y la convidó con un cognac y no había dicho dos palabras que ya le echó las manos encima, ni se puso robe de chambre ni nada.
–
– No sé, da otra sensación de respeto. En una vidriera vi unas de una tela de brocato hermosas… Y me decía ella que a la media hora él se despertó de ese sueño que les viene, ya se levantó que se quería ir, que tenía que hacer, de mal humor.
–
– ¡Porque le vinieron ganas de quedarse! de dormir ahí toda la noche y no volver al hotel (viajaba como yo), que quería ver con tranquilidad las cortinas, con un trabajo muy lindo de las indias del norte, y el quillango chileno, y estar ahí como en su casa, ella misma me lo contó.
–
– Con todos los detalles, pero él no la dejó. Y ella le insistió y él se puso seco que al final tuvo que confesarle que el chalet no era de él, de un amigo.
–
– Porque por la calle no la saludó más. Pero Mita, a Jauregui yo no se lo hubiese permitido, que pegase un puñetazo en la mesa e hiciera llorar al chico porque insistía que te comprases esa tela que es la última moda, que siempre tenés que estar con esos vestidos de vieja porque perdóname, pero es ropa demasiado seria. Y antigua.
–
– Un chico se asusta con esos gritos, y el puñetazo y el plato roto.
–
– No digo que te pongas un vestido rojo fuego o el famoso verde turquesa, porque no es para tu tipo, pero lo mismo si yo hubiese estado en la mesa me ponía a defender al Toto, que él lo único que quería era ver a la madre bien vestida, como una artista.
–
– Yo no tendría que ser tonta por la calle.
–
– Porque así después hablando puede uno llegar a entenderse, y los dos pueden gustarse. A veces hay que ser viva y hacerles ver que una aceptaría.
–
– Y no hay que volver al hotel tan temprano.
–
– No te vayas a creer que yo fui tan tonta alguna vez.
–
– ¿Pensaste que sí? Confesalo.
–
– Ya después pierden el interés y no quieren hablar: porque te hayan visto sin ropa creen que ya saben todo de vos, ya no vales nada, ni que fueras un vestido pasado de moda.
–
– Exacto: con las manos vacías y más sola que nunca.
–
– Sí, y subir después sola a tu pieza del hotel y no hablar con nadie.
–
– Yo a Jauregui le contestaba siempre, y cuando se metía con el nene y no tenía razón yo era capaz de arrancarle los ojos, por más que fuera el padre. Pero Jauregui se lo tenía conquistado al nene.
–
– Pero en las giras siempre hay que hacer, no te creas.
–
– De llevar la ropa en las valijas se te amina muchísimo. Siempre al volver al hotel hay algo que arreglar, o planchar, y por lo menos estás tranquila.
–
– En los hoteles una de las cosas que me encantan es probarme toúa mi ropa y estudiarme en el espejo.
–
– Para las combinaciones de, vestidos con pañuelos y zapatos y carteras. Primero los conjuntos de mañana, con un pañuelo en la cabeza, y después los de tarde con el pelo recogido con una cinta o suelto. Y me paso las horas con los cambios, es divertidísimo, lástima que no me pueda fotografiar. Y así paso el rato.
–
– No, me hago subir un café con leche completo, yo no ceno, que es bueno para la silueta y el bolsillo. Y cuando tengo ganas de verme bien, me pruebo la ropa de noche, con peinado alto, como el que sacaba Mecha Ortiz en la obra Mujeres, cuando al final va a encontrarse con ese hombre que ella quiere tanto.
–
– No me acuerdo.
–
– ¿Era el marido? Divina estaba, con una silueta delgada, un traje negro ajustado y la expresión de mujer enamorada, contenta de ir a verlo, que hace mucho que no lo ve: un hombre fino, inteligente, delicado. Y no hay como estar bien vestida, una parece otra. Porque una será lo que será, tendrá el busto caído, o tendrá barriga, que yo no tengo nada, la cuestión es que con un vestido bien cortado que tape los defectos una mujer queda regia, y ya no es una mujer cualquiera.
–
– No, no es eso lo principal, yo no estoy de acuerdo con vos.
–
Mita, perdóname. ¡Que sea interesante! no hay que dejar de ponerse sombra en los ojos.
–
– No, pero atrae más, parece que oculta un pasado ¿De dónde sacan el coraje esas mujeres, para hacer esa vida? Las ladronas de joyas, o las espías. Hasta las mismas contrabandistas. Pero hacen otra vida. Más interesante. Porque eso es lo principal que la gente te vea pasar y diga «qué interesante es esa mujer… quién sabe quién es…»