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A Ronie le dieron el alta a la misma hora en que los cadáveres de sus amigos marchaban en caravana por la Panamericana hacia el cementerio privado. Por los pasillos del sanatorio Virginia arrastraba sin ayuda la silla de ruedas sobre la que trasladaba a su marido enyesado. Así lo había pedido, que nadie los acompañara. Los caminos del jardín del sanatorio hasta el coche le servirían para prepararse a enfrentar lo que se venía, pensó. Cuando estuvieron delante del auto trabó la silla, se puso delante de Ronie, se agachó de cuclillas frente a él y le agarró las manos. "Tengo que decirte algo." Ronie escuchaba sin decir nada. "Anoche hubo un accidente en la casa de los Scaglia." Ronie negó con la cabeza. "El Tano, Gustavo y Martín murieron electrocutados." "No", dijo Ronie. "Fue un accidente lamentable." "No, no fue…" Ronie intentó pararse, pero cayó inmediatamente sobre la silla. "Tranquilízate, Ronie." "No, no es así, yo sé que no es así." Lloró. "El jardinero los descubrió ayer a la mañana en el fondo de la pileta." Ronie intentó pararse otra vez, Virginia se lo impidió. "Ronie, no podes apoyar la pierna, por la…" "Llévame al cementerio", la interrumpió. "No te va a hacer bien." "Llévame al cementerio o voy caminando." Esta vez se paró. Virginia apenas pudo conseguir que no caminara. "¿Estás seguro de que querés ir?" "Muy seguro." "Entonces vamos juntos", dijo. Ayudó a subir a su marido al auto, luego metió la silla en el baúl, se sentó al volante junto a Ronie, lo miró, le acarició la cara y arrancó a cumplir con su pedido.