38956.fb2 Los aires dificiles - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 11

Los aires dificiles - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 11

Mientras la seguía por un pasillo luminoso, jalonado por enormes aspidistras de

hojas oscuras, Juan tuvo tiempo para meditar sobre el término que aquella mujer

había escogido para definir su propio trabajo, y apreció el matiz que lo distanciaba

de otras palabras que no le habrían sorprendido, como tratamiento o programa.

Aquel detalle le relajó por dentro antes de iniciar una entrevista que el tono y la

actitud de su interlocutora mantuvieron siempre dentro de los tranquilizadores

límites de una conversación.

—Es usted médico, creo…

–comentó después de ofrecerle un asiento al otro lado de su mesa, mientras abría

la carpeta que contenía la historia de Alfonso.

—Sí, pero me dedico a recomponer huesos –contestó él, y ella sonrió–. Soy

traumatólogo.

—Muy bien, le aseguro que ya le llamaremos si algún día se nos rompe algo…

Vamos a ver. El estado de su hermano se debe a una anoxia perinatal, ¿verdad?

—Sí. Venía con una vuelta de cordón y no se dieron cuenta. Lo sacaron con

fórceps. En algún momento el oxígeno dejó de llegar al cerebro, no sabemos

exactamente por qué ni durante cuánto tiempo.

—Qué bestias…

—Pues sí, ésa es la verdad, que fue una burrada. El parto fue rapidísimo, era ya el

quinto. Mi madre dilató en el coche, camino del hospital, y la metieron

directamente en el paritorio. Sin embargo, no quisieron esperar. Optaron por el

fórceps enseguida. Debían tener mucha prisa, aquella mañana.

La doctora Gutiérrez consultaba sus notas, subrayando de vez en cuando algún

dato, sin mirarle a los ojos mientras le preguntaba.

—Fue su último hijo…

—Sí, y todos los demás partos fueron normales, buenos. Cuando nació Alfonso,

ella no se diocuenta de nada. No era una mujer culta, ¿sabe?, no tenía elementos

para comprender lo que le había pasado, y tampoco se atrevió a quejarse. Lo

achacó todo a la voluntad de Dios.

—Ya… Y lo crió como al resto de sus hijos.

—Exactamente igual.

—¿Alfonso siempre ha vivido en un ambiente familiar?

—Siempre –Juan identificó sin esfuerzo el sentido de la sonrisa con la que su

interlocutora quiso premiar aquella respuesta–. Primero vivió con mis padres y

luego, cuando mi padre murió, con mi madre, que se conservó muy bien, muy

fuerte físicamente, hasta que tuvo un derrame cerebral, hace siete años.

Entonces, Alfonso se instaló en casa de mi hermano Damián, que estaba

económicamente mejor que mis dos hermanas y vivía en un chalet muy grande,

con jardín, en el barrio de Estrecho, muy cerca de donde habíamos vivido todos

con mis padres, en una zona en la que todo el mundo conocía a mi hermano y él

se manejaba solo bastante bien.

Damián estaba casado con una chica que había sido vecina nuestra durante

muchos años, y que quería muchísimo a Alfonso. Se llamaba Charo, y él también

la adoraba.

Tenían una casa muy bien organizada, con una muchacha interna y otra que iba

por las tardes para cuidar de su hija, mi sobrina Tamara, que entonces era casi un

bebé, así que la llegada de Alfonso no modificó demasiado su modo de vida. Yo

soy el primogénito, pero vivo solo.

Bueno, ahora no, quiero decir que entonces vivía solo, y por eso…

No sé. Aquella solución parecía la mejor.