38956.fb2 Los aires dificiles - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 117

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de hacer un ruido extraño con la lengua, un chasquido rítmico, regular, como el

que emplean las madres para tranquilizar a los bebés. Tenía el ceño fruncido,

concentrado, un brillo de velocidad en los ojos, y una capacidad sorprendente

para hacer más de una cosa a la vez, y todas muy deprisa. Antes de examinar la

herida, mientras se sacaba del bolsillo del pantalón un paquete de guantes

estériles, estudió el charco que se extendía por el suelo, se puso el guante

izquierdo con los ojos fijos en la acera, se encajó el derecho midiendo la distancia

entre la caseta y el cuerpo tendido en el suelo, y cuando terminó, sin haberse

detenido a mirar a Maribel siquiera, ya había obtenido respuestas para un montón

de preguntas.

—Procura contestar sólo sí o no y hablar lo menos posible, ¿de acuerdo? ¿Tienes

frío?

—Sí.

—¿Cuánto frío?

—Cada vez más.

—Pero no tiritas.

—No.

—¿Tienes la sensación de estar a punto de tiritar de un momento a otro?

—No, creo que no, pero…

—No hables de más, Maribel.

¿Cuál es tu grupo sanguíneo?

—A positivo.

Sólo después levantó el vestido, observó la herida, estiró sus labios con las yemas

de los dedos, volvió a reunirlos, y por fin, manteniendo la mano derecha sobre su

vientre desgarrado, se inclinó sobre el rostro de Maribel.

—¿Con qué ha sido? –volvió a preguntar en una voz mucho más baja, y Sara, que

había empezado a llorar sin darse cuenta, comprendió por qué había tardado

tanto tiempo en atreverse a mirarla, y que no podía elevar sus palabras por

encima del volumen de aquel murmullo–.

Un cuchillo de cocina, un cuchillo de monte, una navaja…

—Una navaja.

—Automática.

—Sí.

—Con la hoja de un palmo…

–entonces volvió a mirar la herida y metió el dedo índice dentro con una

tranquilidad pasmosa– o un poco menos de un palmo, ¿no?

—No lo sé.

—Y la ha movido, el hijo de puta.

—Eso tampoco lo sé.

—No… –Juan la miró de nuevo, carraspeó y, cuando siguió hablando, empezó a

parecerse al hombre que había sido siempre–. No era una pregunta. Muy bien,

Maribel.

Esto es muy aparatoso, pero no es grave. Vamos a ir al hospital ahora mismo, te

van a coser y te vas a quedar como nueva. Te voy a meter una toalla dentro de la

herida para taponártela… –entonces giró la cabeza hacia atrás hasta que encontró

a Sara, y ella comprobó que había empezado a recuperar el color y algo más, una

insólita expresión de furia empañando sus ojos–. En el coche hay una toalla

blanca envuelta en una toalla rosa. Tráemela, ¿quieres?, pero no la toques

directamente. Toca sólo la rosa.

En el asiento de al lado del conductor había un maletín, una manta y dos toallas