38956.fb2 Los aires dificiles - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 13

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motivos la habían impulsado a levantar la cabeza. Ya había previsto que aquella

cuestión saldría a relucir y había decidido ser sincero en beneficio de Alfonso, sin

maquillar la fealdad de unos hechos de los que se sentía de algún modo

responsable, ni cargar las tintas para reconfortarse íntimamente a sí mismo por

las oscurasrazones que aquella mujer nunca llegaría a conocer.

—Habría preferido no hacerle esta pregunta, pero espero que esté de acuerdo conmigo en que no tengo más remedio. Dígame la verdad, por favor… ¿Su hermano pegaba a Alfonso?

—Sí –Juan miró al frente con la misma firmeza que recibía de los ojos que le escrutaban desde el otro lado de la mesa–. Me da mucha vergüenza reconocerlo, pero es la verdad. Nunca delante de mí, claro, ni de su mujer, que se lo impedía siempre que estaba presente, pero… Tampoco se trató nunca de una violencia sistemática, no sucedía todos los días, ni siquiera todas las semanas, estaba más relacionado con estallidos repentinos de cólera. De vez en cuando, Damián sentía que ya no aguantaba más, y le pegaba, nunca palizas, sólo golpes aislados, hasta que se tranquilizaba de nuevo. Pero las amenazas sí eran frecuentes. Cuando Alfonso hacía algo que le parecía mal, Damián le preguntaba si quería que se enfadara… Él se comportaba como si no hubiera ningún problema, pero algunas veces yo conseguí obligarle a hablar en serio de ese tema, y hasta llegué a proponerle que ingresáramos a Alfonso en una residencia, aunque siempre se negó a aceptarlo. Él quería tener a su hermano en su casa, pero quería un hermano distinto del que existía de verdad, así que la situación desembocó enseguida en un callejón sin salida.

Damián tenía una personalidad bastante compleja, ¿sabe? Yo creo que no soportó nunca el hecho de ser el segundo, que hubiera dado cualquier cosa por cambiarse conmigo, por ser el primogénito. Tenía una especie de delirio patriarcal, quizás porque ganó mucho dinero desde muy joven, fue un típico empresario triunfador de veinte años, de esos que estuvieron tan de moda en los ochenta. Le gustaba ocuparse de mis padres, hacerles regalos caros, a veces innecesarios, regalar dine–ro a mis hermanas en Navidad, ser siempre el que aparecía con el juguete más caro en los cumpleaños de todos los niños, en fin… Aspiraba a ser el padre de todos nosotros y no estaba acostumbrado a que nada se le resistiera. El pobre Alfonso se le resistió, y ése fue el resultado. —Alfonso le tenía miedo –concluyó la doctora en voz alta. —Terror. No podía soportar estar a solas con él. Si había más gente delante no pasaba nada, pero cuando se quedaban solos, se echaba a llorar de repente, o se meaba en los pantalones, y eso empeoraba todavía más las cosas, claro. —Vaya… –dijo ella solamente, antes de escribir un largo párrafo en el margen de uno de los impresos de su carpeta–. Eso puede llegar a plantear inconvenientes graves, pero de todas formas no debe usted culparse por ello. Lamentablemente, es un hecho muy común, incluso entre personas cultas, de las que nadie esperaría esa actitud…

Prefiero seguir hablando de Alfonso. Usted le apuntó al autobús, y de ese dato deduzco que tiene un carácter obediente y una cierta autonomía. —Sí, estoy seguro de que es perfectamente capaz de adaptarse a hacer dos viajes diarios con otros compañeros. La semana que viene lo traeré yo, antes de ir a trabajar, y lo recogeré a la vuelta, pero me gustaría que después viniera ya en el autobús. He conseguido que en el hospital tengan en cuenta mi situación y me eximan de hacer guardias durante tres meses, hasta que Alfonso se adapte al

ritmo de aquí, pero es una circunstancia excepcional, que terminará después de

Navidad… Además, ahora tengo muchos más gastos que antes, y las guardias me

vendrán bien. He pensado en contratar a una persona para que duerma en mi

casa las noches que yo no esté, y creo que lo mejor es que Alfonso se habitúe lo

antes posible a una cierta independencia. Por eso he decidido queempiece hoy,

aunque sea viernes.

De todas formas, no creo que les plantee demasiados problemas. Los cambios no

le gustan nada, eso es verdad, no se siente seguro en ambientes que no conoce,

pero es bastante dócil y tiene buen carácter, sin grandes episodios de violencia.

Nunca se ha autolesionado, ni ha agredido a nadie. Se relaciona bien con los

demás, es muy cariñoso y también aceptablemente autónomo.

Controla los esfínteres, sabe vestirse, comer solo, lavarse los dientes, hacer

pequeños recados…

Tiene el nivel de un niño de cinco o seis años.

—Que no es poco –la doctora le dio la razón moviendo la cabeza–.

¿Algún detalle particular?

—Sí. Le gusta mucho la salsa de tomate. Nosotros se la ponemos en todo, en la

carne, en el pescado frito… Es como una garantía de que comerá bien. Luego,

además, también le gusta mucho masturbarse.

Eso era lo que más enfurecía a mi hermano Damián. La verdad es que aprovecha

cualquier oportunidad, y no le importa que haya gente mirando. Yo he conseguido

convencerle de que se meta en el cuarto de baño cuando mi sobrina está en casa,

pero no he pasado de ahí… –sonrió, y la doctora le devolvió la sonrisa.

—¿Llega al orgasmo?

—No necesariamente. A veces sí, pero otras veces se interrumpe a medio camino

y lo deja de pronto.

Es más bien como un pasatiempo.

—Ya, otro onanista recreativo… No se preocupe, aquí no va a escandalizar a

nadie. Tenemos casos como para montar dos equipos de fútbol y ponerlos a jugar

entre ellos. Es bastante corriente.

¿Algo más?

—Sí, yo… –se detuvo un instante, para escoger las palabras justas–. A lo mejor

encuentran que está demasiado consentido. No lo puedo explicar demasiado bien

pero, después de todo lo que ha pasado, me cuesta ser duro con él y con la niña.

Todos hemos sufrido demasia–do en los últimos tiempos, así que, a lo mejor,

estoy mimándoles demasiado, a los dos por igual, no sé… La verdad es que yo

quiero mucho a mi hermano.

—Me gusta oír eso –la doctora Gutiérrez se levantó, para dar por concluida la

entrevista–. Nosotros intentaremos quererle también.

Bueno, me parece que no hay nada más que… ¡Ah, sí! Siempre se me olvida.

Ahora soy yo la que tiene que comentarle una cosa, pero se lo puedo contar por