38956.fb2 Los aires dificiles - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 143

Los aires dificiles - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 143

Mi mujer, ya no. Nos divorciamos hace un par de años, pero no vino ningún

fotógrafo.

—Fíjate… –Sara se inclinó hacia delante, le miró, procuró desnudar su voz de

cualquier rastro de rencor, mantenerse firme en la distancia de una ironía

pausada, risueña–. Yo creía que nunca ibas a dejar a María Belén, y después de

todo, has cogido carrerilla.

—Pues sí –él se puso a su altura–, eso es lo que pasa, que uno se va

acostumbrando a todo, a divorciarse, a casarse, a divorciarse otra vez…

—Así, cualquier día de éstos te puedes volver a casar.

—No pienso –hizo una pausa, la miró, se echó a reír–. A mí las bodas me han

salido siempre carísimas. Aunque mi novia está empeñada, eso sí.

—Porque será muy joven.

—No tanto. Ha cumplido treinta y seis, pero no lo parece. Por lo pesada que se

pone, quiero decir…

—¿Y espectacular?

—Bueno, vestida no tanto.

Pero desnuda gana bastante, no creas… –Sara se rió, él se limitó a mirarla–. ¿Y

tú?

—¡Uy! Yo… Ahora no puedo pensar en esas cosas. Tengo otros planes, por eso te

he llamado.

—Yo estaba loco por ti, Sara.

Lo dijo con firmeza, sin levantar la voz, en el mismo tono que habría empleado

para pedir otra botella de vino, un registro mucho más grave que aquél,

impregnado de urgencia, de ansiedad, que adelgazaba siempre las palabras

cuando lo decía en tiempo presente, yo estoy loco por ti, Sara, en cada bronca,

en cada despedida, en cada tumultuosa e inevitable reconciliación, estoy loco por

ti, Sara, y tú lo sabes, que estoy loco por ti. Ella intentó sonreír, fingir una

entereza que no sentía, se preguntó por qué tenía que ser todo tan difícil, y se

sintió tan incómoda, tan ridícula ante la perspectiva de levantarse de la mesa y

huir, que después de arrugar la servilleta para estirarla otra vez, y mover los

cubiertos hasta centrar el plato perfectamente entre ellos, y tomar un sorbo de

vino, y luego otro, y otro más, logró sujetarse, recordar que todo estaba perdido,

y el propósito que la había guiado aquel día hasta la mesa de las confesiones

inútiles.

—Yo… Quiero pedirte un favor, Vicente, un favor muy gordo –él abandonó la

postura nostálgica del amante derrotado que recuenta sus heridas y se enderezó

en la silla, como si quisiera demostrar que estaba dispuesto a escucharla con

atención–. Y antes de empezar, te advierto que es bastante delicado, arriesgado

para mí, desde luego, pero no sé si incluso peligroso para ti, por tu posición, tu

imagen, tu carrera política, en fin…

Si no puedes ayudarme, dímelo claramente, por favor. Te aseguro que lo

entenderé.

—Me estoy excitando –Sara no pudo reprimir una carcajada ante aquel

comentario, que deshizo la tensión con la misma eficacia que había probado su

comentario anterior al crearla–. ¿Qué pasa?

—Necesito un agente de bolsa o un asesor de inversiones para una operación

bastante especial. Haría falta que fuera muy capaz, muy discreto, absolutamente

de fiar y nada curioso, sobre todo eso. Que no haga preguntas, que no cuente

chismes. Y que esté dispuesto a correr ciertos riesgos, a bordear incluso la

ilegalidad.