38956.fb2
usado nunca para dirigirse a ella–. No tienes ni idea. No has visto en tu vida algo
que te compense más, que merezca más la pena que esto. Escúchame, por favor.
El jueves por la mañana, cuatro personas van a comprar un terreno inmenso,
hectáreas y más hectáreas en tres provincias distintas. Tú vas a ser una de esas
personas. Y la semana que viene vas a venderle tu parte al Ministerio de Defensa
por un precio mucho más alto que el que has pagado. Van a construir allí una
base aérea. Todo está arreglado.
No es ninguna aventura, no implica ningún riesgo. Te vas a forrar de un día para
otro, y sin darte cuenta. Eso es todo. No puedes decir que no.
—Pero… No entiendo nada –y sin embargo, luego, cuando ya no pudiera seguir
refugiándose en su ignorancia, tendría que admitir ante sí misma que en aquel
instante ya había empezado a entender, porque adivinó sin ningún margen de
error la respuesta a la pregunta que hizo a continuación–. ¿Tú eres otra de esas
cuatro personas?
—No, yo no tengo tanta suerte.
Era tan listo, tan astuto, estaba tan acostumbrado a seducir a la suerte, a ponerla
de rodillas, a verla tumbada a sus pies, que Sara sintió el impulso de abandonar
en aquel punto, terminar de vestirse, decirle que sí a todo, advertirle tal vez,
desde la puerta, que hiciera lo que le pareciera mejor, insistir en que no quería
saber nada. Él se lo habría agradecido, estaba segura, pero ya no podía hacerlo,
prolongar la temperatura de su sueño, esa heroica ilusión de los fusiles que se
desvanecía deprisa en los perfiles blandos, inocuos, de una simple pistola de
juguete.
—¿Y entonces?
—¿Entonces? –repitió él con ironía, poco dispuesto a dar facilidades, y ella, que ya
conocía la respuesta, no pudo evitar que su voz temblara al pronunciar el nombre
que ambos habían esquivado siempre por igual, y con el mismo cuidado.
—¿Vicente?
—Claro –y se dejó caer sobre la cama, como si se hubiera aflojado por dentro–.
Te va a ceder más de la mitad de su parte. Opina que vamos demasiado
despacio. Tu madrina es muy mayor, se puede morir en cualquier momento. Y,
por mucho que te prometa ahora, al final no vas a heredar una mierda. Eso es lo
que él dice siempre, y yo creo que tiene razón. Los dos conocemos muy bien a
esa gente. Al fin y al cabo, nosotros… Bueno, ya sabes.
Total, que él opina que vamos demasiado despacio.
—¿Opina? ¿Pero qué sabe él de todo esto? ¿Por qué no me has dicho nada? No
entiendo…
—¡Por el amor de Dios, Sara!
–ahora era Rafa quien parecía sorprendido, quien la miraba sin comprender–. No
me digas que no lo sabías, que no te lo imaginabas, por lo menos… No me puedo
creer que seas tan ingenua. Yo soy bueno en lo mío, hasta muy bueno, pero no
soy la Virgen de Lourdes. No puedo hacer milagros solo. Nunca habría podido
llegar tan lejos sin ayuda.
—¿Ayuda? –se daba cuenta de que no conseguía explicarse, de que apenas
lograba repetir la última palabra que escuchaba, igual que si estuviera
aprendiendo a hablar una lengua extranjera, pero era exactamente así como se
sentía, anulada, bloqueada, superada por unos acontecimientos que desbordaban
el alcance de todas sus intuiciones.
—Información privilegiada.