38956.fb2
pruebas… No me gusta que me hagan pruebas, tú lo sabes, Juanito, no me
gustan las pruebas, me dan miedo, las odio, las pruebas, las odio… Nicanor se ha
enfadado conmigo. Mucho.
Muy enfadado conmigo. Me ha cogido así… –agarró a su hermano por las
solapas–. Dice que tú mataste a Damián. No, no…, digo yo. Juanito no.
Reanimarle, reanimarle… Se ha enfadado más.
Está muy enfadado conmigo.
Habían pasado casi cuatro meses desde la muerte de Damián, más de tres desde
que recibió el informe de las autopsias. Juan no entendía qué había podido pasar,
qué habría ocurrido, pero no podía quedarse parado, esperando a enterarse.
Nicanor no estaba en su casa, pero después de sentarse a la mesa para no cenar,
salió a buscarle. Si no estaba de servicio, estaría en cualquiera de los tres bares
que solía frecuentar con su hermano, los mismos a los que habían ido casi todas
las noches durante más de veinte años. En el primero no le encontró. Al abrir la
puerta del segundo, le vio de pie, solo, acodado al final de la barra.
—Te has pasado, Nicanor –le dijo al llegar a su lado, dándole un golpe en el
pecho con el dedo índice, antes de que él advirtiera su llegada–. Igual que se
pasaba tu padre. Lo que has hecho esta tarde es un delito. Detención ilegal, creo
que se llama.
—Alfonso ha venido a la comisaría por su propia voluntad –le respondió él, sin
alterarse.
—Oficialmente, Alfonso no tiene voluntad. Su consentimiento no tiene ningún
valor legal, y tú lo sabes.
—Verás, Juan… –Nicanor se giró hacia él muy despacio, con media sonrisa torcida
en los labios–.
Juanito… Llevo mucho tiempo sin poder dormir, ¿sabes?, muchas noches dando
vueltas en la cama, pensando, pensando, intentando entender, repasándolo todo,
el accidente de tu hermano, la escalera, la cabeza rota, y eso que cuenta Alfonso,
que tú intentabas reanimarle dándole golpes contra un escalón…
Es todo muy raro, ¿sabes?, muy confuso, no acababa de entenderlo hasta que
pensé como los detectives de las películas. Tú tuviste la oportunidad, Juanito, y
tenías un móvil, porque siempre, desde siempre, has estado enamorado de su
mujer. Y habíais discutido, tú mismo me lo contaste. Entonces empecé a verlo
más claro, lo comenté con otros compañeros… Me costó trabajo convencerlos,
pero al final, puse a algunos de mi parte.
Todos conocían a tu hermano, lo apreciaban. Y ahora ya saben que tú lo mataste.
Tal vez no pueda hacer nada para probarlo, o tal vez sí… Nunca se sabe. Pero voy
a ir a por ti, Juanito, voy a ir a por ti.
—¿Sí? –y Juan Olmedo se dio cuenta de que él también estaba sonriendo, aunque
nunca llegaría a saber por qué, ni quién deformó su voz para alargar en un siseo
interminable la última palabra que pronunció–. No jodas…
Entonces, para acabar de desconcertar a Nicanor, llamó al camarero y le pidió un
whisky con hielo, sin agua y en un vaso bajo.
Mientras se lo servían, ninguno de los dos habló. Luego, el policía empezó a
mover la cabeza, como si estuviera a punto de decir algo, pero Juan se le
adelantó.
—Te voy a decir una cosa, Nicanor. Yo no maté a mi hermano.
Pero como Tamara se entere de esto, como escuche una sola palabra, aunque
sólo sea un rumor, como se te ocurra decirle alguna vez que yo maté a su padre,