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del verbo respirar. La pesadez del plomo, la mecánica del óxido, el aterciopelado
veneno del musgo huían en tropel, con esa prisa torpe de los cobardes, ante el
empuje de aquel viento formidable, poderoso y paternal como un dios clásico, y
tan apasionadamente leal, tan imprescindible aquella tarde que, mientras se dejaba atravesar por él, Sara Gómez Morales sintió que también estaba soplando en la otra mitad de su vida.
No estuvo fuera mucho tiempo, quizás cinco minutos, tal vez menos, pero cuando volvió a entrar, entró en una casa diferente, nueva, limpia, que retenía el espíritu del viento. Entonces recordó lo que decían todos en el pueblo, y sonrió. Porque el levante se lo lleva todo.