38956.fb2 Los aires dificiles - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 21

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durante todo el día, mientras él procuraba concentrarse en otras tareas.

—Son chulos, ¿verdad? –la niña exhibió su botín con una sonrisa orgullosa y el

índice de la mano derecha, un instante después de besar a su tío–. Me los ha

prestado Andrés, que tiene una colección grandísima, porque Sara le guarda los

que vienen con los periódicos, los fines de semana. Yo he pensado que voy a

guardarlos también, desde pasado mañana. ¿A que es una buena idea?

—Claro, pero cuéntame. ¿Qué tal te lo has pasado, qué has hecho durante todo el

día?

—¡Ah!, pues… Me lo he pasado bien. Me ha despertado Maribel, a las nueve,

creo. He desayunado viendo la tele y luego me he ido a buscar a Andrés a casa

de Sara. Nos hemos ido los tres a la piscina, luego Maribel ha venido a buscarnos,

hemos comido macarrones con chorizo, que estaban muy buenos, y hemos vuelto

a ver la tele un rato después de comer porque no nos apetecía bañarnos. Luego,

Andrés se ha ido a su casa, me ha traído los tebeos, que se los he cambiado por mi metralleta de agua, y se ha vuelto a marchar cuando se ha ido su madre, hace un rato, y yo me he quedado aquí, leyendo…

Sara ha dicho que, si me dejas, un día de la semana que viene nos va a invitar a Andrés y a mí a comer pizza. ¿A que me dejas?

Juan asintió con un gesto distraído y entró por fin en casa,alegrándose por haber recordado a tiempo que esa mujer a la que Tamara llamaba por su nombre de pila con una familiaridad ante la que le había costado trabajo reaccionar, era la vecina de enfrente.

Mientras buscaba el teléfono de la asistenta, comprobó con una enorme pereza que la actitud de Sara le había dado un nuevo motivo para pensar, precisamente en el momento en el que había decidido desconectar todos los cables de la preocupación. Sin embargo, el tono de Maribel, que le confirmó que no había surgido ningún problema durante el día sin ocultar una considerable sorpresa ante su insistencia –¿y qué iba a pasar?, llegó a preguntarle incluso un par de veces–, le ayudó a recordar que ahora vivía una vida distinta, sometida a reglas diferentes de aquellas que seguía acatando por pura costumbre.

La dueña de la casa 31 vivía sola y seguramente se aburría. Tal vez era una de esas mujeres que adoran a todos los niños del mundo, o tal vez echaría de menos a sus hijos, quizás a sus nietos, y en un pueblo como aquél, en una urbanización que era en sí misma un pueblo minúsculo dentro del diminuto extrarradio de aquel pueblo, los conocidos son todos, los merodeadores se confunden con los vecinos solícitos, los cotillas no rebasan la frontera de una saludable curiosidad, y la atención a los niños se convierte, como el sueldo del jardinero, en una obligación que atañe a toda la comunidad. Por eso, después de eliminar a conciencia cualquier rastro de zozobra, decidió acercarse un momento a casa de Sara, a darle las gracias por estar pendiente de la niña y por haberla invitado a comer, pero no la encontró. Al día siguiente la buscó en la playa, donde disfrutaron casi a solas de un día espléndido, pero, o ella formaba parte de la multitud que renunciaba a los ritos veraniegos al arrancar del calendario la página de agosto, o tenía algo mejor que hacer, porque no apareció.Sin embargo, el domingo, al atardecer, se la encontró en la almadraba, tan elegante como la primera vez.

—Hola. –Juan se dirigió hacia ella sin vacilar, comparando sus alpargatas azules y sus vaqueros usados con la falda larga, de lona blanca y con mucho vuelo, que su vecina combinaba con una camiseta de licra del mismo tono, y dudó de su propio cambio de estilo–.

¡Qué casualidad! El viernes por la tarde me pasé por tu casa pero no estabas. Quería agradecerte que hayas invitado a Tamara a comer, que fueras con ella a la piscina y eso…

—¡Oh! –Sara iba descalza, y llevaba en la mano unas sandalias que agitó en el aire para insinuar una tibia protesta–. ¡Pero si no tiene ninguna importancia! Me gusta estar con los niños y, total, iba a ir a la piscina de todas formas. No me molestan, y sé que Maribel se queda más tranquila.

—Yo también. La verdad es que no me gusta la idea de dejar a Tamara sola en

casa, pero ella no quiso ni oír hablar de que contratáramos a una canguro para

que la cuidara durante el día. Me dijo que ya era demasiado mayor, que no

necesitaba que la vigilara nadie, y como Maribel se ofreció a ocuparse de ella y a

hacerle la comida…

—Claro, pero si ese plan es estupendo. Maribel es de confianza, y cuando no está

en tu casa, está en la de enfrente, que es la mía. Además, tu sobrina parece

capaz de cuidarse sola, desde luego. No sé si tú te has fijado, pero yo me di

cuenta enseguida, al llegar aquí, de que los niños tienen mucha más libertad de

movimientos que en Madrid, por ejemplo.

Y eso está muy bien, porque aprenden antes a ser responsables. De todas

formas, ya le dije a Tamara el otro día que me busque si necesita cualquier cosa.

No suelo salir de la urbanización por las mañanas. Ya estoy hasta

demasiadomorena –sonrió–. Prefiero venir a la playa a estas horas.

—Yo también –Juan le devolvió la sonrisa–. Cuando vivía en Madrid no podía ni

imaginar que estos paseos serían lo que más iba a gustarme de vivir aquí.

—Sí. –Sara le volvió la espalda al mar e inició una lenta marcha por la arena–. A

mí me pasa lo mismo.

Volvieron juntos a casa. Caminaban despacio, atrapados en la más vulgar de las

conversaciones sobre el viento y el clima de la costa, la vida en las grandes

ciudades del interior y en los pueblos playeros que se quedan vacíos al final del

verano, cuando Sara se paró en seco, y manteniéndole sujeto por un brazo, llamó

la atención de Juan con un chillido.

—¡Mira! –dijo, señalando la arena, donde él no fue capaz de distinguir nada a la

luz mortecina del sol que se desvanecía, alimentando apenas una sombra de luz

tras los acantilados–. ¡Por fin! Fíjate… Me había quedado un rato en la almadraba

sólo para verlos y no ha querido aparecer ninguno.

—¿Sí? –él procuró expresar cortésmente su perplejidad–, pero… ¿qué es lo que

hay? Yo no veo nada.