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pasatiempos favoritos. Todo lo demás quedó en suspenso, y sin embargo, el 14
de diciembre, jueves, a las cinco menos diez de la tarde, el timbre de la puerta
sonó con insistencia para demostrarle que aún no podía estar segura de que cada
tarde fuera a ser tan idéntica a la anterior como a la sucesiva.
—Hola –Andrés, con el chándal del colegio y zapatillas de deporte, retorcía las
mangas del anorak entre los puños como una forma de disculparse por haber
aparecido de improviso.
—Hola –repitió Tamara, que iba vestida de la misma manera y parecía igual de
nerviosa.
—¿Qué hacéis aquí? –Sara miró el reloj, sorprendida, y hasta llegó a asustarse,
aunque la inquietud de los niños no le pareció de las que presagian las verdaderas
calamidades.
—Es que ya no tenemos clase por la tarde.
—Ni hoy, ni mañana, ni la semana que viene.
—Como este año las vacaciones van a ser muy cortas…
—El veintidós cae en viernes.
—Y el ocho de enero en lunes, así que…
—Y ya hemos hecho los deberes.
—Sí, y hemos pensado…
—Como mi tío no volverá del hospital hasta las seis y media por lo menos…
—Y como tú tienes coche…
—A lo mejor te apetece…
—No sé, dar una vuelta.
—Ir a Jerez.
—O al Puerto.
—O a Sanlúcar.
—A tomar algo.
—O de compras.
—O al cine.
—Tenemos dinero.
—No mucho.
—Pero tenemos.
—Claro.
—Y si no te apetece, pues nada.
—Igual te parece que tenemos mucho morro…
—Pero es que hace demasiado frío para estar fuera.
—Y el pueblo nos lo tenemos muy visto.
—Y en la tele no ponen nada que merezca la pena.
—Y no se nos ocurre nada que hacer.
—Y nos aburrimos.
Entonces, los dos se la quedaron mirando al mismo tiempo, como si estuvieran
dispuestos a esperar todo el tiempo necesario para que Sara se recompusiera por
dentro, por si aún tenía que hacerse una idea de la situación. Pero ella no tardó
en pagar el precio de su paciencia con una sonrisa, y les invitó a entrar en casa
enseguida.
Mientras les seguía en dirección a la chimenea, al pasar junto a la mesa, miró con
lástima y el rabillo del ojo la estimulante carpeta de una promoción de chalets
muy caros que su asistenta no comprendía por qué estaba empeñada en
considerar, pero recordó a tiempo cómo había echado de menos a los niños al