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Conociéndote, es más que una tontería, le advirtió, es todo un disparate. Trini, tan ambiciosa y pesetera como Damián aunque su suerte hubiera sido muy distinta, se adhirió pálidamente a esa opinión durante cinco minutos, el tiempo que tardó en analizar la situación en su propio beneficio.
Luego, cambió de bando con súbita facilidad para justificar la actitud de su hermano mayor con argumentos que ni siquiera a él se le habían ocurrido, antes de ofrecerse a ocupar con sus tres hijos la casa de Bellas Vistas para mantenerla en buen estado hasta que Tamara creciera y pensara qué hacer con ella, porque cerrar una casa es casi lo mismo que abandonarla, añadió al final, eso ya se sabe…
Juan, que había descubierto de lo que Trini era capaz a lo largo del larguísimo y hediondo proceso legal que había culminado en su divorcio de un hombre más astuto, más egoísta y, aunque de entrada pudiera parecer imposible, hasta más avaro que ella, se negó en firme desde el primer momento, y su hermana pequeña le llamó de todo antes de jurar que no volvería a dirigirle la palabra en toda su vida. Paca se echó a reír al escucharla y, después del portazo, advirtió a Juan que el principal riesgo de su proyecto consistía en que, si se iba a vivir a la playa de verdad, ella se las arreglaría antes o después para instalarse en su casa con los tres niños y veranear de gorra todos los años.
No era una profecía demasiado audaz, y por eso se cumplió el día de Navidad del año 2000, cuando Trini, reduciendo el plazo de su silencio a poco más de cuatro meses, llamó a su hermano por teléfono. La verdad es que os echamos mucho de menos, le confesó en un tono convencionalmente conmovido que ni siquiera parecía falso del todo, ¿vais a venir por aquí?, ¿no?, bueno, pues a ver si puedo yo ir a veros este verano, cuando les den las vacaciones a los niños… Juan se apresuró a ofrecerle su casa con las palabras más sinceras y transparentes que encontró, porque no le importaba que su hermana y sus sobrinos disfrutaran de su propia hospitalidad siempre que renunciaran a abusar de la que, de alguna forma, seguía siendo la de Damián.
Sus escrúpulos respecto al dinero de su hermano reflejaban un rigor tan extremado que llegó un momento en que se dio cuenta de que podían llegar incluso a perjudicarle. Sin embargo, si acabó renunciando en apariencia a esa
actitud, fue sobre todo para ahorrarse la insistencia de unas preguntas a las que
no quería responder.
—Perdóname, Juanito, pero es que no lo entiendo… –Antonio le trataba con la
confianza suficiente para atreverse a traducir en palabras concretas los ceños
arrugados y las miradas incrédulas de los consejeros de Damián–. Lo de Alfonso
sí, porque Alfonso es tu hermano, tu hermano pequeño, es tu responsabilidad
directa, como si dijéramos, pero ¿Tamara? Tamara no es hija tuya, es hija de
Damián, y está forrada, aunque tenga diez años, pero forradísima, vamos… ¿Por
qué vas a pagar tú todos sus gastos? No tiene sentido.
—Pero a mí no me importa.
—¡Y qué tiene que ver que te importe o no! No estamos hablando de tus
sentimientos, estamos hablando de dinero.
—De un dinero que no necesito.
—Ahora… De un dinero que no necesitas ahora. Porque vives solo, ya lo sé, y no
tienes vicios caros ni juegas a la ruleta… ahora. Pero dentro de unos años te
puede dar por casarte…
—No.
—…por casarte –Antonio seguía, como si no le hubiera oídoy tener un par de
niños.
—Yo no voy a tener hijos.
—Tú no lo sabes, Juan. Eso no lo sabes, no lo sabe nadie. Y tampoco sabes si tu
vida va a cambiar para peor. Puedes enfermar, tener un accidente, cogerte una
depresión, mandarlo todo a la mierda, yo qué sé… Y entonces te hará falta
dinero, y te arrepentirás de habértelo gastado sin necesidad. Hazme caso. Deja
que Tamara se pague el colegio, por lo menos. ¿No sigue pagando las hipotecas
de la casa de Madrid, de la casa de la playa? Pues esto es lo mismo, una inversión
directa en su propio futuro. Si lo que te preocupa es que la gente pueda llegar a
pensar que te estás aprovechando de la niña, te equivocas.
Te recuerdo que ella gana bastante más que tú.
—Si no es eso, Antonio, no es eso…
—¡Ah! ¿No? –los ojos de su antiguo protegido se agrandaban de asombro cuando
el terco cabeceo de Juan le obligaba a desmontar de sus argumentos–. Y
entonces, ¿qué es?
Para no contestar a esa pregunta, Juan terminó adjudicándose una especie de
pensión, una cantidad moderada que representaba el precio de cada recibo del
colegio incrementado en un diez por ciento.
El primer día de cada mes recibía una transferencia en una cuenta corriente
abierta expresamente para esa operación y de la que nunca había sacado una
sola peseta. Allí se acumularía, de mes en mes, de curso en curso, hasta que
Tamara terminara el bachillerato, todo ese dinero que no se quería gastar, y allí
pensó en meter también el premio de la lotería cuando terminó de descartar
todas las ideas para gastárselo que fue ofreciéndose a sí mismo. Al final, sin
embargo, decidió que aquella idea no era mejor que la de comprarse un coche
nuevo, un equipo de música de última generación o un televisor plano de un