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—Muy guapo, guapísimo –Juan se echó a reír, y Tamara siguió adelante, dispuesta a explotar la variante menos peligrosa de su curiosidad–. En serio, es guapísimo, pero increíble de guapo, de verdad.
Y eso que Andrés se le parece, ¿sabes? Se le parece pero como en feo. O sea,
que al principio no me he dado cuenta, pero luego, mirándolos a los dos juntos,
pues…
No sé, tienen como el mismo aire.
Y es mala suerte, ¿verdad?, porque Maribel también es guapa, y sin embargo él…
Juan, que solía defender a Andrés incluso cuando nadie le atacaba, por razones
que Tamara no acababa de entender, se puso un delantal y empezó a freír las
patatas antes de hacerlo esta vez.
—Pero Andrés no es feo.
—Sí que lo es –protestó ella–.
Hombre, feo feo de dar miedo no, pero está tan flaco, con esas piernas que
parecen palillos, y ese pelo espantado que tiene, por mucho que se lo peine con
colonia, y esa cara de pajarito… No sé, no creo que se parezca a su padre de
mayor, desde luego.
—Nunca se sabe –insistió Juan, pendiente de la sartén, siempre de espaldas a
ella–. La gente cambia mucho con los años.
Pasó un momento por el nido para enterarse de los resultados del examen de la
recién nacida y luego fue derecho a ver a Charo.
La encontró limpia y tranquila, sonriente, bien peinada, y muy favorecida por los
volantes de un camisón blanco con cintas de tono rosa pálido que había escogido
sólo después de enterarse de que el bebé era una niña. Mientras admiraba su
perfecta imagen de madre de estreno, sonrió él también, al darse cuenta de que
aquélla era la primera vez que la veía vestida en una cama.
—¿Has ido a verla?
—Sí. Y está estupendamente.
Sanísima y muy mona.
—¿Y Damián?
—Ha ido a buscar a mi madre, no creo que tarde mucho.
En ese momento una enfermera entró con una cuna de paredes transparentes
que dejaban ver la cabeza morena y redonda de un bebé dormido, muy arropado,
que acaparó de inmediato sus miradas, toda su atención.
—Es muy guapa, ¿verdad? –le preguntó ella después de un rato, cuando volvieron
a quedarse solos.
—Sí que lo es –asintió Juan–, pero lo que no entiendo, entre tú y yo, es por qué
habéis tenido que ponerle un nombre tan hortera.
—¡Pero si no es hortera!
–Charo se incorporó con cierta vehemencia, se resintió del movimiento, y se
volvió a dejar caer sobre la almohada con más cuidado–.
Es… exótico.
—Lo que tú digas.
—¡Pues claro! ¿Qué nombre le habrías puesto tú, a ver?
—No sé Juan se quedó un momento pensando–. María, seguramente. O Inés. O
Teresa. O Almudena.
—Como la patrona.
—Sí.
—¡Joder, qué fino te has vuelto, macho! Juan se echó a reír al escucharla y ella
prosiguió en el mismo tono burlón, malicioso–.
Cualquiera diría que eres de Villaverde Alto. De todas formas, tendrías que