38956.fb2
seré su tío, un señor muy simpático que va a su casa a comer de vez en cuando y
le hace regalos el día de su cumpleaños.
Y punto: Eso es lo que va a pasar. Eso es lo que vale, y eso es lo mejor, y es lo
único justo, además. Que no se te olvide, porque ningún genetista del mundo
puede cambiarlo.
—Sí –Charo volvió a sonreírle, esta vez con dulzura, una enigmática satisfacción
que él no se propuso resolver–. Eso es verdad, pero la niña es tuya.
—Eso no significa nada.
—No, pero es tuya, Juanito.
—¿Y qué?
—Y nada. Pero es tuya.
—Lo que no entiendo… –Juan Olmedo no tenía ganas de hablar, y sin embargo
no podía dejar de hacerlo–. Lo que no entiendo es por qué me lo has contado.
Eso supongo que no lo habrás leído en los periódicos, ¿no?, y no te lo habrá
aconsejado ningún genetista, tampoco. Si lo único que querías es que la niña
fuera hija mía, podrías haberlo hecho igual sin decirme una palabra. Habría sido
menos arriesgado, ¿no?, mejor para ti.
—¡Juanito! –Charo se echó a reír, y él se preguntó cómo era posible que siempre,
desde siempre, ella lograra crecerse con cada palabra que él pronunciaba.
—¿Qué?
—Sé perfectamente quién eres, cómo eres. Sé de lo que eres capaz, y de lo que
no. Tú nunca me chantajearías, nunca harías nada que fuera malo para mí, para
la niña. Por eso quería que lo supieras. Y pensaba decírtelo antes de que naciera,
pero como esta mañana te has puesto… como te has puesto, pues…
—Pero ¿por qué? Eso es lo que no entiendo. ¿Por qué?
—Por si acaso.
—¿Por si acaso qué?
—Por si acaso por si acaso.
En ese instante, volvió a abrirse la puerta. Cuando Damián, con una sonrisa
radiante y un enorme cesto de azaleas, apareció en el umbral, Juan desvió la vista
hacia la ventana, porque se dio cuenta de que le hacía daño mirarle.
—¡Ay, por Dios, por Dios!
–su madre se abalanzó sobre la cuna para coger a su nieta en brazos sin pedir
permiso–. Pero si es guapísima, una monada, una auténtica monada. Mírala,
Dami, qué preciosa es. Fíjate qué ojos, qué boca, qué maravilla. Y el caso es
que…
¿sabes a quién se parece? Ven, Juanito… –él no se movió, pero su madre se
acercó a él llevando a su nieta en brazos–. Es igual que tú cuando naciste, ¿te lo
puedes creer?, pero igualita, igualita, parece que te estoy viendo a ti, hace treinta
años.
—No digas tonterías, mamá –protestó él–. Es clavada a su madre.
—Sí, sí. Es verdad que es clavada a su madre, pero es que también me recuerda
mucho a ti cuando eras recién nacido. Es lógico, siendo hermano de su padre,
¿no? Toma, cógela un momento, anda…
—No.
—¡Pero estás tonto o qué! –su madre se le quedó mirando con ojos de alucinada–. No te va a dar miedo a ti coger a un bebé, siendo médico y todo. Cógemela, que
quiero poner en agua las flores que he traído.
—Que la coja su padre.
—¡Ay! Cógela tú, hijo, no seas memo. Si no es más que un momento…