38963.fb2 Los d?as del arco iris - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 29

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Capítulo 28

La frase favorita de Bettini era de Albert Camus: «Todo lo que sé sobre la vida lo he aprendido jugando al fútbol de arquero. Especialmente que la pelota nunca llega donde uno la espera.»El hombre de rostro agrio elegido allí mismo por los representantes de los partidos portavoz de todos autorizó que el embajador le pusiera un cubo más de hielo a su whiskey y luego alzó el vaso a la altura de sus labios.

– Creo que Olwyn se equivocó, Bettini. Usted ya no es el mejor. Fue el mejor.

– ¿Tan mala le pareció la campaña?

– Inofensiva como un agüita de menta. Ese pretendidamente irónico desfile de los comandantes con el valsecito de Strauss de fondo hasta hace simpáticos a los militares.

– ¿De modo que no la va a aprobar?

– ¡Un valsecito de Strauss! Ya no tenemos tiempo de cambiar nada. Estamos jodidos.

– Un valsecito de Strauss -repitió Bettini pasándose el vaso con whiskey por la frente para calmar el ardor.

– Yo esperaba que ardiera Troya: que atacara a Pinochet con el tema de los detenidos desaparecidos, los derechos humanos, las torturas, el exilio, la cesantía… Y usted nos sale con un chistecito aquí, otro chistecito allá… ¡Y el valsecito de Strauss! Dígame, Bettini…

– ¿Señor…?

– … Cifuentes… ¿En qué momento perdió la brújula?

– Realmente no sé. Tantos años sin trabajo…

– Pinochet puede ganar el plebiscito porque tiene huevos. Usted, al parecer, sólo canciones.

El publicista murmuró algo tan bajo que Cifuentes se inclinó para poder oírlo.

– ¿Qué dijo, Bettini?

– Canciones y clavículas rotas.

– No diga pavadas, hombre.

El embajador abrazó a ambos y los llevó hacia el balcón. Por la avenida Vicuña Mackenna el tránsito avanzaba con dificultades.

– ¡Qué desastre! -exclamó el embajador-. Parece que los semáforos de esta calle sólo tuvieran luces rojas.