38963.fb2 Los d?as del arco iris - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 35

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Capítulo 34

«Demasiado tarde para todo. Las cartas están echadas, amigo Bettini. Vamos a presentar lo que tenga. Saldremos a pelear con lo puesto. Lo hecho, hecho está, aunque sea una payasá», le espetó Olwyn con una sonrisa desganada.

Atendiendo a las disposiciones legales vigentes corresponde esta noche emitir por todas las televisoras del país las imágenes de las campañas de las opciones «Sí» y «No». Les deseamos una tranquila y agradable cena y un feliz retorno a nuestras pantallas.

La entrada: tomates con aceite de oliva y queso mozzarella. Molto italiano, Adrián. Vino tinto cabernet. Segundo: spaghetti alla puttanesca. Le lleva aceituna negra, dientes de ajo, salsa de tomate al vino tinto salpicado de alcaparras, cebolla, y los tallarines al dente. No tan blandos que se peguen ni tan duros que no se impregnen de la salsa.

Pancito hecho en casa: en forma de bollos, tibios y crujientes. Frente a cada plato un pote pequeño con mantequilla.

Los comensales son cuatro. Hay champagne extra dry Valdivieso. Está heladito, pero nadie abre la botella. De ese grupo no sale ni un mínimo dedal de alegría. «Qué va a brotar de esta melancólica simiente», piensa Magdalena con la mejor de sus sonrisas. También sonríe su esposo Adrián y Patricia se acaricia una y otra vez el pelo, acompañando un pensamiento que no la lleva a ninguna parte.

Nadie quiere preguntarle al otro «en qué estás pensando».

En pocos minutos se repartirán las cartas. La suerte está echada, Adrián Bettini. Lo que parió su inspiración estará disponible para todo Chile. No saque cuentas demasiado negativas. Piense que la gente que votará por el «No» es mucha. Casi la mitad del país. Esos están convencidos. Haga lo que haga usted o la campaña del «Sí», no los van a mover de sus posiciones. Pero lo suyo son los que tienen temor a que los filmen dentro de las urnas, a que los apuñalen sobre sus votos, los indecisos que temen el caos y el desorden si se retiran los militares. Por eso, Adrián Bettini, usted tiene que animarlos primero a ir a votar y luego a votar «No». No les revuelva el pasado. El pasado les pesa a todos. Denos futuro, un aire transparente. Hágalos ver cómo será Chile sin el dictador encima. Sin terror a desaparecer. Un país sin degollados.

«En vez de eso -piensa Bettini pasándole con una amable sonrisa a Nico Santos el aceite de oliva-, les he faltado el respeto a todos. He banalizado con el Vals del No la trascendencia del momento histórico. ¿Por qué lo hice?»Nico le agradece el aceite con una sonrisa encantadora. Herido de muerte. Y Bettini sonríe también.

– Estás triste, Nico.

– Estoy, don Adrián.

– ¿Por qué sonríes, entonces?

– ¿Yo? Debe de ser por Shakespeare.

Patricia unta el pan con mantequilla. Se imagina la cadena de contactos que podrían causar cortocircuito: Shakespeare, Marco Antonio en el cementerio, teatro, El señor Galíndez, el puñal, el profesor Paredes, su padre. El padre de Nico, Rodrigo Santos.

– Sírvete vino. ¿Shakespeare?

– Hay un personaje en Romeo y Julieta, don Adrián, que se llama Mercuccio. Es el íntimo amigo de Romeo. Y un día están paseando los dos por el mercado de Verona y aparece Tibaldo, el hermano de Julieta, un camote que se la pasa provocando a los Montesco. Le dicen el Gato porque se jacta de tener varias vidas.

– No me acuerdo de esa parte. Me acuerdo de la luna: «No jures por la luna.»-Tibaldo comienza a insultar a Romeo y lo desafía a que desenvaine su espada. Pero, claro, el pobre Romeo está raja de amor por Julieta y no se va a empezar a matar con el hermano de su amor. Y, claro, le dice, oye, perdona, pero yo tengo razones para quererte que tú ni te imaginas. Qué va a saber el otro que Romeo anda pololeando con su hermana. Y cuando Tibaldo oye esto de que te quiero, hermanito…

– Sírvete vino.

Magdalena llena las copas pero ninguno toca la suya.

– … cuando Tibaldo oye esto medio soft de que tengo razones para quererte le comienza a sacar pica a Romeo tratándolo de hueco, de mariconcito, de cagón, ¿comprende?, y pucha Mercuccio ve esto y le echa la foca, y desenvaina delante de Romeo y desafía a Tibaldo a que pelee con él…

– Ahora me acuerdo de esa parte -dice Adrián mirando de reojo la cuenta regresiva para la publicidad de las campañas que marca el reloj electrónico del Canal 13, agradecido de dispersarse por un rato en la Verona medieval.

– Y ahí queda la media zorra. Porque para evitar que el hermano de su mina y su mejor amigo se maten sujeta a Mercuccio del brazo. Y, claro, Tibaldo aprovecha la ocasión que el otro está indefenso y le clava la espada en el corazón. Y el pobre Mercuccio cae sangrando al suelo y Tibaldo y sus patoteros se pegan el raje.

– Tiene que haberse sentido el último Romeo -comenta Bettini distante.

– Pésimo. Y entonces se agacha sobre Mercuccio, que está boqueando sangre, y le pregunta…, y le pregunta… ¿cómo estás? ¿Y sabe lo que le contesta Mercuccio?…

– Dime.

Bettini se pone de espalda al televisor para no ver avanzar el minutero fatídico.

– Mercuccio le contesta: «La herida no es tan honda como un pozo ni tan ancha como la puerta de una iglesia, pero alcanza. Pregunta por mí mañana, y te dirán que estoy tieso.»-¿Y por eso sonreías?

– Por eso, don Adrián. Imagínese. El loco está a punto de morirse y se echa esa tremenda talla. P'tas que es gallo el loco.

– Te acordaste de eso.

– Y cuando usted dijo… Cuando usted dijo…

Nico se cubre la cara con la servilleta. Las lágrimas han explotado de repente.

Patricia mira a Magdalena, Magdalena a Adrián. Adrián toma del vaso de vino.

«Fucking Shakespeare», piensa.