38963.fb2 Los d?as del arco iris - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

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Capítulo 8

La esposa de Adrián Bettini no apagó las luces de alarma del coche ni aceptó mover el auto del espacio reservado para las autoridades hasta que su marido no volviera de la cita con el ministro del Interior. Se lo dijo altiva y con excelente dicción al capitán que se lo pidió con exagerados modales corteses y, mientras éste consultaba por celular al gabinete de Fernández, hizo girar el anillo nupcial en su dedo índice hasta sentir que el metal ardía en sus yemas. Cuando el uniformado se retiraba vio venir a Adrián y puso de inmediato en marcha el motor como si se tratara de huir tras el asalto de un banco.

– ¿Cómo te fue? -le preguntó al bordear la plaza Italia, mirando por el retrovisor para ver si los seguían.

– Ya lo ves, estoy vivo.

– ¿Insistió en que trabajaras por el «Sí a Pinochet»?

– Exactamente.

Aunque no había luz roja en el semáforo, Magdalena detuvo el coche ignorando los bocinazos de los autos que protestaban a sus espaldas.

– ¿Y?

Bettini sonrió. Buscó su registro más grave para imitar el vozarrón de Fernández.

– «Su conducta ahora no es ética.»

– ¿De dónde sacó que tú podrías trabajar para ellos?

– Algún computador les informó de que yo sería el mejor publicista del país.

– Claro que lo eres.

– Pese a que hay unanimidad entre el computador y mi esposa nadie me da trabajo. ¿Quieres que yo maneje?

Los bocinazos arreciaban y Magdalena hizo partir el coche con un brusco salto.

– ¿Qué le dijiste finalmente?

– «No, gracias.»

– ¿De buenas maneras?

– Del modo más cordial.

– ¿Y él qué te dijo?

– «Bettini, por lo menos me daría un alegrón si no acepta dirigir la campaña por el "No".»Ahora fue Magdalena quien sostuvo una eterna sonrisa en sus labios.

– En cuanto anunciaron por la radio que habrá un plebiscito, don Patricio llamó para ofrecerte dirigir la campaña del «No».

– ¡Dios mío!

– Tienes que aceptar. Estaría muy orgullosa si lo hicieras.

– Magda, si lo acepto no le voy a dar un alegrón al ministro del Interior y tú sabes lo que significa eso.

– Si eres el jefe de publicidad del «No», tu propia visibilidad te protege. No pueden escenificar un plebiscito democrático y matar al jefe de la campaña de la oposición.

Bettini se frotó con fuerza los párpados. Todo era tan contundentemente cotidiano y real y sin embargo aún tenía un resto de esperanza de que fuera un mal sueño.

– Admito que es bueno tu argumento. Pero, aun así, habría otra razón para no aceptar.

– Dime.

– Pinochet ha bombardeado al país con publicidad durante quince años y a mí me dan sólo quince minutos en televisión. Es como la batalla de David contra Goliat.

– ¿Adrián?

– ¿Qué?

– ¿Quién ganó?

– ¿Quién ganó qué?

– La batalla de David y Goliat.

Bettini se derrumbó sobre el asiento cubriéndose los oídos con ambas manos. Desde hacía un año Magdalena había adquirido el hábito de frenar el coche cada vez que creía decir algo importante. No sabía ahora qué lo tenía más enloquecido. Si sus palabras o los bocinazos.