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Capítulo 29

Durante las tres semanas siguientes, los aliados vivieron un infierno en Normandía. Cada día aportaba su lote de victorias y esperanza; París no había sido liberado todavía, pero la primavera que Jacques llevaba tanto tiempo esperando se anunciaba, y, aunque llegaba tarde, nadie podría quejarse.

Todas las mañanas, durante el paseo, intercambiábamos con nuestros compañeros españoles noticias de la guerra. Ahora, estamos seguros de que no tardarán en liberarnos. Pero el intendente de policía Marty, siempre lleno de odio, tuvo otra idea. A finales de mes, dio orden a la administración penitenciaria de entregar a los nazis a todos los presos políticos.

Al alba, nos reunieron en la galería, bajo la vidriera gris. Todos llevamos nuestro petate, el plato de comida y nuestras pocas pertenencias.

El patio se llena de camiones y los Waffen-SS ladran para obligarnos a formar filas. La prisión está en estado de sitio. Nos rodean. Los soldados gritan y nos hacen avanzar a golpes de fusil. En la fila, me reúno con Jacques, Charles, François, Marc, Samuel, mi hermano y con todos los compañeros supervivientes de la 35.a brigada.

Con los brazos a la espalda, el jefe Theil, rodeado por otros guardias, nos mira, y sus ojos brillan de odio.

Me acerco al oído de Jacques y le susurro:

– Míralo, está pálido. Prefiero estar en mi piel que en la suya.

– ¡Pero te das cuenta de adónde vamos, Jeannot!

– Sí, pero iremos con la cabeza alta y él vivirá siempre con la cabeza baja.

Υ

Todos nosotros esperábamos la libertad, pero cuando se abren las puertas de la prisión, todos salimos en fila y encadenados. Cruzamos la ciudad bajo vigilancia, y algunos escasos peatones, silenciosos en aquella mañana pálida, se quedan mirando al grupo de presos al que conducen a la muerte.

En la estación de Toulouse, llena de recuerdos, un convoy de vagones de mercancías nos espera.

En fila en el andén, todos adivinamos adónde nos lleva ese tren. Es uno de los que, desde hace muchos meses, cruzan Europa, uno de esos cuyos pasajeros no vuelven jamás.

Con destino a Dachau, Ravensbrück, Auschwitz o Birkenau. El tren al que nos fuerzan a entrar, como si fuéramos animales, es un tren fantasma.