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CAPÍTULO X

EL DOCTOR CHAOS obró con Mateo una especie de milagro. Solita tuvo razón: "Si no te cura el doctor Chaos no te curará nadie". El muchacho ya podía andar sin ayuda de ningún aparato ortopédico, aunque, debido a la cadera rígida, balanceaba un poco la pierna izquierda. Total, una cojera perfectamente soportable, a la que ciertamente todo el mundo se acostumbraría, excepto, quizá, Pilar. Mateo ya en el piso, primero salió a dar unas vueltas por la plaza de la Estación y un buen día de agosto -habían pasado tres meses desde que la bala le perforó la carne- se fue a la Rambla, acompañado por Miguel Rosselló, y tomó posesión, en un vetusto caserón de la calle Ciudadanos, de la Jefatura Local de Falange y de la Delegación Provincial del Frente de Juventudes. En el local montaban la guardia dos cadetes, que al verle levantaron el brazo con perfecta precisión. Él los saludó cariñosamente. En el despacho, un retrato de Franco, otro de José Antonio, otro de Hitler y otro de Mussolini. Dos teléfonos. Un ramo de flores. Y el camarada Montaraz esperándole para darle posesión del mando.

Poco a poco llegó el resto de las jerarquías locales, desde el delegado de Sindicatos, Jesús Revilla, hasta el comisario de policía, don Eusebio Ferrándiz. También estaban Marta, Chelo Rosselló y Gracia Andújar, ésta eufórica porque el grupo de Coros y Danzas que ella capitaneaba acababa de regresar de Madrid nada menos que con el primer premio, al que optaron todas las demás provincias españolas. Marta se había alegrado indeciblemente y el propio Arrese le había felicitado, diciéndole: "Verdaderamente, tal vez la Sección Femenina sea la institución que con más méritos puede hablar de la patria, el pan y la justicia".

Mateo, mientras duró el discurso, breve, del camarada Montaraz, hizo de tripas corazón. Le dolía la Jefatura Provincial de Falange que había dejado, por orden superior, pero la tarea que había realizado con el Frente de Juventudes no se la quitaba nadie, y a buen seguro que en esa dirección podría ocupar gran parte de sus energías. Por otro lado, el general Muñoz Grandes había dado en el clavo al decir que "había que repartir la gloria y el riesgo". Tal vez en el próximo reparto le tocara un cargo en consonancia con su fidelidad y su capacidad organizativa.

No tuvo necesidad Mateo de soltar una gran parrafada. Su sola presencia, con la Cruz de Hierro y la Y de plata, inspiraba respeto. Al verle a él, los demás pensaban en la inmensidad de Rusia y en los campos de nieve salpicados de cadáveres. Fue la suya una intervención muy escueta, en la que juró estar al servicio de Franco y de la Falange dondequiera que le mandasen. Su padre, don Emilio Santos, cada vez que fue a la clínica a verle intentó explicarle que las cosas no andaban bien, que España se estaba convirtiendo en un país oligárquico montado sobre una masa que se las veía y deseaba para sobrevivir. Mateo no quería escuchar quejas de ninguna clase. Sabía muy poco de Arrese y muy poco de Serrano Súñer, a quien los aliados llamaban el "ministro del Eje" y Hitler "el cura del Régimen, al servicio de la Iglesia ". Sólo confiaba en Núñez Maza, que le había prometido tenerle al corriente de la verdad de la situación.

Antes de terminar el acto el camarada Montaraz, con la sonrisa en los labios, lo nombró también jefe de la Delegación de Ex Combatientes, en sustitución de Jorge de Batlle, quien se interesaba mayormente por la presidencia de Acción Católica. Se cantó Cara al sol y se dieron los gritos de rigor. Luego todo el mundo se fue, excepto el propio Mateo, varios cadetes y un par de mecanógrafas. Una de ellas se llamaba Loli y la otra, Alejandra. Loli sufría de urticaria, como la Voz de Alerta, lo que la traía a mal traer y la acomplejaba; la otra, en cambio, Alejandra, era una belleza, acaso un tanto procaz, que despedía femineidad por todos los poros al tiempo que era una eficiente taquígrafa, que al tomar notas juntaba las piernas como Silvia, la manicura, y cuyo padre viajaba por la provincia cosméticos y productos de perfumería. Mateo, al cabo de un rato les dijo a las dos: "Ya podéis iros. Hasta mañana… Desearía estar solo". A Loli y Alejandra casi les dolió, pero se fueron. Entonces Mateo les dijo a los cadetes: "Un par de vosotros que se quede ahí fuera y que no entre nadie". Y al propio tiempo desconectó el teléfono.

Y efectivamente, se quedó solo. Y después de dar, renqueante, un par de vueltas por el despacho y mirar los retratos de Hitler y de Mussolini se sentó y encendió un pitillo con un mechero de yesca que le había robado a un soldado alemán.

Por su mente desfilaron multitud de imágenes, desde aquel día de 1933 en que llegó a Gerona y que la Voz de Alerta había evocado en la nota biográfica que publicó Amanecer. Cuánta lucha, cuánta camisa azul, cuántas batallas dialécticas, cuántos recuerdos empezaba a acumular! En el centro de ellos se encontraban varios camaradas -sobre todo, los que habían muerto-, e Ignacio. Sentía unas ganas enormes de abrazar a Ignacio y de que éste le mirara sin encono en el fondo de los ojos. Ignacio había ido a la clínica tres o cuatro veces y en una de ellas le presentó a Moncho y a Eva -una pareja impresionante-, pero se le veía reservado y con poca voluntad para quemar las etapas. En resumen, soledad, a no ser su padre, don Emilio Santos, que se había jubilado y que con toda evidencia "le había perdonado ya", acaso falto de fuerzas para andar rumiando rencores.

Por cierto, que el sustituto de su padre como director de la Tabacalera era un tal Hipólito Sáenz, hermano de un coronel de Caballería que estaba en Madrid y cuyo nepotismo se demostró de buenas a primeras: concedió un estanco a su hija, Araceli, en la misma Rambla y en competencia con un caballero mutilado.

Él era también un caballero mutilado. Y se enorgullecía de ello. Había dado tantas cosas -pedazos de vida- a la Falange, que ahora no iba a hacer marcha atrás. Confiaba en el camarada Montaraz, bien que por la costumbre de las gafas negras no había podido verle los ojos. Se había portado muy bien con él y daba la impresión de ser una mezcla de Salazar y Núñez Maza, es decir, de fuerza intelectual -Núñez Maza- y de fuerza física -Salazar-. Había apretado filas en Albacete, en Burgos, en Madrid, en Gerona. Marta le habló a Mateo de la labor que el camarada Montaraz estaba desarrollando en la provincia, especialmente -era obvio- en los campos de la higiene y de las enfermedades venéreas, así como en el de las viviendas protegidas para los "productores". Ni una palabra que pudiera herir su sensibilidad. "Si quieres encargarte tú de la censura del periódico y de la emisora de radio, te la cedo gustosamente". Mateo aceptó. No le gustaba que las sabandijas de siempre anduvieran merodeando por las cercanías. Así que trabajo no le iba a faltar. Y cuando regresaran -faltaban dos semanas- sus amigos de la División Azul se sentiría mucho más acompañado. Tenía un proyecto: convencerles a todos para que se quedaran en Gerona. Cacerola, Alfonso Estrada, Rogelio, Solita y mosén Falcó, por supuesto; pero también los "tres moqueteros, como les llamaban en la División, León Izquierdo, logrones, el que se fue "porque le había abollado el auto a papá", Eugenio Rojas, "el motorista que se despistó y se encontró en Grecia" y, sobre todo, Pedro Ibáñez, madrileño, que se alistó por "orfandad" y que era capaz de reproducir con palillos cualquier monumento en miniatura.

Miró el retrato de José Antonio y murmuró: "Cuando todos estén aquí y Pilar haya comprendido que sin mi amor no puede vivir, organizaremos todo esto como Dios manda".

Se levantó del sillón. Todavía a veces la herida le dolía. Anduvo unos pasos. Franqueó la puerta. Varios cadetes le saludaron brazo en alto. "Arriba España!". "Arriba!". Bajó con cuidado la escalera; y al encontrarse en la calle Ciudadanos se cruzó con dos caballeros que charlaban animadamente. Mateo no les conocía. Ignoraba que el más alto era mister John Stern, cónsul de los Estados Unidos y el otro mister Collins, cónsul de la Gran Bretaña.

* * *

En efecto, a mediados de agosto se produjo el esperado regreso de los divisionarios de la primera hora -excepto los que voluntariamente quisieron quedarse para adiestrar a los neófitos-, y en consecuencia, después de trasbordar en Madrid llegaron a Gerona, en tren, todos aquellos que Mateo estaba esperando. Esta vez el recibimiento fue multitudinario, porque se aupó el suceso. "A recibir a los héroes! Gerundenses, a cumplir con vuestro deber patriótico!". Los andenes de la estación se encontraban llenos a rebosar, y hubo incluso niños -entre ellos, el Niño de Jaén y Eloy- que agitaban banderitas de papel.

Los actos protocolarios se celebraron en la propia estación, y naturalmente los presidieron el camarada Montaraz y Mateo. María Fernanda llevaba un ramo de flores para Solita, quien se abalanzó llorando al cuello de su padre, Óscar Pinel. Luego, Alfonso Estrada. A éste le entregó un ramo de flores la maestra Asunción, a quien Marta continuaba diciendo: no te lo dejes escapar. Mosén Alberto, en representación del señor obispo, recibió a mosén Falcó. Cacerola despertó vítores entusiastas y anónimos. Era muy popular, al igual que el camarero Rogelio. Un tanto marginados, excepto por parte de Mateo, los camaradas León Izquierdo, Pedro Ibáñez y Eugenio Rojas.

Amanecer preparó material gráfico para el día siguiente y la Voz de Alerta, asesorado por Mateo, trazó las semblanzas de cada cual. Solita ocupó el lugar de honor. También Alfonso Estrada, el de los cuentos tremebundos y el cocinero Cacerola, que cedió una fotografía en la que se le veía tocado con un gorrito de astrakán, ante un enorme perol, con la silueta de una iglesia ortodoxa al fondo. Mosén Falcó cedió a su vez otra fotografía en la que se le veía en aquella fiesta del Corpus durante la cual escupió a un ruso que se mostraba irreverente.

Otro discurso del camarada Montaraz, quien ridiculizó a "papaíto" Stalin, no atreviéndose a hacer lo propio con Churchill y con Roosevelt. Dio la bienvenida a los divisionarios. Se acordó que los que tuvieran domicilio propio se fueran a sus casas; los que no, a la fonda Imperio, en la plaza de San Agustín, ert la que estuvo Cacerola y en la que estaba también Agustín Lago.

La multitud se puso en marcha alegremente, ignorando que, además de Mateo, había otros dos mutilados: Pedro Ibáñez, a quien, cerca de Gregorok, se le había congelado el pulgar del pie derecho y Evaristo Rojas, a quien una bala le había cortado una oreja.

Mosén Falcó, con su característico talante, propuso celebrar un Te Deum en la catedral; mosén Alberto le calmó. "Hablaremos con el señor obispo". Mosén Alberto sabía que el doctor Gregorio Lascasas se negaría a ello, debido a aquella pastoral que había hecho pública el nuncio de la Santa Sede, monseñor Cicognani. Todo fueron plácemes y cantos -el coro de la Sección Femenina-, mientras Pilar, detrás de los visillos del balcón de su casa, contemplaba el desfile de la muchedumbre, encabezada por el camarada Montaraz, Mateo y mosén Falcó. Se dirigieron a la iglesia de San Félix, cuyo campanario pareció erguirse un poco más que de costumbre. El párroco rezó un responso por los muertos y leyó unos salmos para los vivos:

"Cuando los malignos me asaltan

para devorar mis carnes

son ellos, mis adversarios y enemigos,

los que vacilan y caen.

Aunque acampe contra mí un ejército

no temerá mi corazón.

Aunque se alzare en guerra contra mí,

aun entonces estaré tranquilo".

Dichos salmos impresionaron mucho a los fieles que llenaban el templo a rebosar. Después de aquello, no cabía nada más. La salida y la dispersión.

* * *

En cuestión de un mes cada pieza ocupó su lugar. Mateo estaba contento, porque al parecer Pilar iba cediendo en su postura. Presintió que todo acabaría arreglándose, gracias, en buena parte, a César, que crecía, que crecía cada día un poco más. Ante sus sonrisas parecían diluirse de pronto todos los equívocos. Lástima que don Emilio Santos tosía mucho, tosía también cada día más, y apenas si salía del piso, recibiendo con alegría las visitas periódicas del notario Noguer y del profesor Civil, cada cual hablando de sus achaques.

Solita en Rusia había vivido lo suyo y no se arrepentía de su experiencia, que en cualquier caso la había ayudado a superar por completo el drama que la alejó del doctor Chaos. Pensaba en él a menudo, pero como excelente médico y excelente cirujano, nada más. La heroicidad de los hombres que trató en Rusia y las grandes tragedias que presenció la enseñaron a no exagerar con su anécdota personal. También la influyó el estoicismo de los soldados rusos siberianos.

Los regalos que se trajo fueron un gorro de astrakán mejor que el que lucía Cacerola, Adornó con él la cabeza de su padre, Óscar Pinel, fiscal de tasas, quien ante el espejo se rió estruendosamente, después de casi un año de no poder apenas sonreír. Se trajo también un par de iconos, uno para su hogar y otro para su hermana Remedios, monja teresiana en Ávila. Y también un termo de color azul, porque sabía que su padre en la oficina necesitaba al cabo del día muchas tazas de café. "Cada vez que uses el termo, piensa en mi bata blanca de enfermera en el hospital de Riga". Su padre se lo agradeció porque, en efecto, el café le resultaba indispensable. Sus "inspectores vascos" de la Fiscalía andaban exagerando, de acuerdo con las instrucciones dadas por el gobernador contra los estraperlistas. Dos condenados a muerte! Óscar Pinel no podía con su alma. Solita intentó consolarle, y también medicarle. Se puso en contra de los inspectores, tres de ellos "maestros depurados", que exageraban como si quisieran vengar a costa de los demás el daño de que habían sido objeto. Solita, en cuyos brazos habían muerto muchos divisionarios y algunos soldados soviéticos, trataba con dureza a esos indomables advenedizos.

Solita no tuvo problema ninguno para encontrar trabajo. Enfermera del doctor Andújar, de su consulta particular! De hecho, el doctor estaba esperando el regreso de la muchacha, sobre cuya competencia el doctor Chaos le dio los mejores informes. El doctor aplicaba ahora electrochoques y recetaba medicamentos fuertes, empujado por el sufrimiento de los pacientes. Solita le cayó como llovida del cielo. Le organizaría el fichero, se pondría al corriente de la especialidad. "Doctor, tenga un poco de paciencia comigo". En la División, los depresivos se morían de consunción en sus camastros o sus oficiales les pegaban un tiro por inhibición en el combate. Inhibición! Solita la conocía. También su padre, que fue a visitar al doctor Andújar para darle las gracias. A don óscal Pinel le temblaban un poco las manos, y el doctor y Solita temieron que fuera Parkinson.

Padre e hija, para huir del fantasma de la soledad, tomaron bajo su protección a Elvira, la muchacha que sólo hablaba alemán y que estaba al cuidado del profesor Civil. Elvira tuvo un hogar… La barrera del idioma, en un principio, fue fatal, pero pronto la chica empezó a espabilarse. Además, encontraron un profesor ideal: el padre Forteza, quien, como era sabido, hablaba alemán. El jesuita se lo tomó tan a pecho que juró por los doce apóstoles que antes de seis meses la muchacha sabría resolver las palabras cruzadas que "creaba" Solita. En efecto, Solita era una entusiasta de los crucigramas, hasta el punto de que se comprometió a entregar dos semanales para Amanecer.

Todo listo, pues. Solita no era germanófila -los nazis no le gustaron ni pizca-, pero menos aún le gustaban los soviéticos. De modo que, en el fondo, deseaba el triunfo de Hitler, como mal menor! Su padre miraba el icono colgado en la pared y decía: "Mira que yo deseando el triunfo del Führer…" Solita y su padre se dieron cuenta de que cuando Elvira oía el nombre de Hitler palidecía como si su memoria evocara algún drama ilocalizable.

– Doctor Andújar, a sus órdenes!

– Solita, no me trates así, por favor. Resérvalo para tu padre, que fue comandante de Intendencia…

– Mi padre no es mi padre, es mi hermano mayor…

Mateo, de acuerdo con el camarada Revilla, colocó a Cacerola de conserje en Sindicatos. El muchacho quería casarse, pero siempre visó demasiado alto. Gracia Andújar voló. Silvia voló, en pos de Padrosa, el muchacho vanidosillo que gracias a la Agencia Gerunda se vestía con el mejor sastre de la ciudad, llevaba siempre corbata roja y se había ahijado a Félix Reyes, el artista en ciernes. La Andaluza le dijo a Cacerola: "A ti te corresponde alguna sirvienta de buen ver". Al pronto, se enamoró de Teresa, la chica a las órdenes de Mateo y Pilar; pero Teresa le dijo nones, "porque le daban miedo los hombres que habían hecho la guerra". Cacerola era germanófilo hasta la médula y disfrutaba haciendo correr bulos contra los aliados. Estaba enamorado de Rommel, por sus hazañas en el desierto. El zorro del desierto. Estaba seguro de que ocuparía Egipto y Suez. "Pero, tú sabes dónde están Egipto y el canal de Suez?", le preguntaba Mateo. "Más o menos -rezongaba Cacerola-. En algún sitio de África donde hace menos frío que en el lago limen". Además, creía que los Estados Unidos podrían hacer poca cosa, dado que Roosevelt era paralítico. "Cuándo se ha visto que un paralítico gane una guerra?". Cacerola vestía siempre camisa azul, con el emblema del ejército alemán en la bocamanga.

Alfonso Estrada regresó sospechando que los nazis eran unos brutos. Había visto alguna escena repugnante. Eran anticatólicos, dijeran lo que dijeran algunas jerarquías españolas. Insistía en que lo malo de Rusia eran los dirigentes y que el pueblo sólo obedeció cuando Stalin le pidió luchar por patriotismo, por la Rusia eterna. Presidente de las Congregaciones Marianas -padre Forteza-, conversador nato, creía en fantasmas y tocaba el piano, ahora música rusa, y también de Sibelius, ya que vivió cerca de Finlandia. Reemprendería sus estudios de Filosofía y Letras, y Asunción, la maestra, estaba dispuesta a seguir los consejos de Marta y "no dejarlo escapar". Alfonso encontró en ella apoyo y estímulo, aunque la religión, de por sí, casi le bastaba. Se había alistado "por la Virgen ", convencido de que no le ocurriría nada malo, como así fue.

En el buzón de su casa, de la calle de la Forsa, encontró varias cartas de su hermano, Sebastián, que andaba por el Caribe en el buque Montserrat, de la Compañía Trasatlántica. Su hermano le decía que estaba a punto de tomar una decisión: quedarse en tierra. "Cuando hayas regresado a Gerona, mándame un telegrama". Alfonso así lo hizo, acuciándole para que no se volviera atrás. Y es que, aparte del deseo de abrazar a Sebastián -apenas si se habían visto desde la terminación de la guerra civil-, Manolo le había llamado y le había hablado de la importante herencia que su padre les legó, sobre todo en terrenos de la Costa Brava, en la zona de Cadaqués.

– Que venga tu hermano, ponemos los papeles sobre la mesa y vosotros decidís lo que se debe hacer…

Alfonso Estrada tenía un defecto: le gustaba el dinero. Lo contrario de Sebastián, al que siempre le importó un comino. Naturalmente, Alfonso ignoraba la trayectoria que su hermano habría seguido en contacto con el mar y con los buques mercantes y de pasaje, pero podía asegurar que antes era un asceta que lo único que llevaba en los bolsillos era un espantaviejas. Y cuidado que muchos marinos habían amasado pequeñas y grandes fortunas a costas de la guerra mundial, con el contrabando, la consecución de navycerts y las joyas de los emigrantes!

– De acuerdo, Manolo… Confío en que mi hermano se quedará, y que estará conforme en partir la herencia en dos mitades iguales.

Esther comentó:

– Ese chico es un primor. Llega de Rusia como si llegara de Jerez de la Frontera… Será germanófilo?

– No lo creo. Lo sería si lo fuera la Virgen; pero tengo mis dudas de que la Virgen compagine con el mariscal Goering…

* * *

Mosén Falcó regresó más fanatizado que nunca y convencido de que Hitler estaba protagonizando la mayor gesta de la historia, al vencer a la gran Rusia. El obispo le encargó que se ocupara de los condenados a muerte, en vez del padre Forteza. Mosén Falcó era implacable. Sentía un odio visceral por los "rojos". Llegó a decir, en un sermón, que los condenados a muerte eran unos privilegiados, pues sabían a qué hora podrían presentarse ante el tribunal de Dios, en tanto que los demás mortales lo ignoraban.

Mosén Falcó era de Gerona. Sus padres tenían una tienda de ropas de caballero: sombreros, gorras, camisas, corbatas, mantas, sábanas, etc. En la Rambla. Su hermana Sara, comadrona que trabajaba con el doctor Morell, no estaba en absoluto de acuerdo con las ideas de su hermano, quien aseguraba que los pueblos eran un rebaño y que necesitaban de un pastor. "Pues yo he asistido a muchos partos. En un principio, muchos bebés parecen iguales; pero andando el tiempo se marcan las diferencias". A Sara le había impresionado mucho que en la pared del cementerio alguien hubiera hecho una pintada que decía:

Si no eres estraperlista,

del clero o falangista,

este invierno aquí te espero.

Mosén Falcó le decía a Sara que el prestigio de Franco había sido ganado a pulso, que era espontáneo, que la inmensa mayoría del pueblo español estaba a su lado y que andando el tiempo se hablaría de él como de un profeta. El sacerdote tenía una frente despejada pero una boca pequeña, que abría poco al hablar, de modo que las palabras que le salían parecían silbidos y soltaba un poco de saliva. Estaba muy en contra de María Fernanda, la esposa del gobernador, porque la sabía monárquica. Según él, eran pro británicos los generales Kindelán, Várela, Aranda, Moscardó y Solchaga.

Falangista hasta la médula, la frase que más solía repetir era "Dios de los Ejércitos", frase que precisamente el padre Forteza no empleaba jamás y que sumía en perplejidad al obispo Lascasas. Admiraba enormemente a Mateo, que había sacrificado su vida por la Falange. Cuando el obispo se enteró de lo que mosén Falcó había dicho en la cárcel sobre los condenados a muerte lo llamó a palacio y discutió con él muy fuertemente. Hubiera querido relevarlo del cargo, pero el camarada Montaraz se opuso y consiguió que continuase en él. El obispo se quedó chasqueado y formulándose mil preguntas sobre la Falange. "Quién manda a quién?". Por si fuera poco, mosén Falcó relevó a mosén Alberto en la censura de películas. También se mostró implacable, en nombre de la castidad. Al poco tiempo Matías, en el café Nacional, dijo saber de buena tinta que mosén Falcó, al que a gusto hubiera traspasado el reuma, con los trozos de celuloide que iba recortando se organizaba para sí un montaje erótico de primer orden.

* * *

El camarero Rogelio se lanzó a un proyecto de envergadura. Desde siempre se había jurado a sí mismo que, si regresaba a Gerona, abriría una cafetería moderna. Encontró el capitalista ideal: Miguel Rosselló. La cafetería se llamaría España y estaría ubicada en la Rambla. Una barra bien surtida, larga y pocas mesas para perder el tiempo jugando al dominó. Los contertulios del café Nacional se rascaron el cogote. "Esto es americano, esto no va a cuajar aquí". Rogelio, cuyo capitán, Arias, había muerto en Rusia, se carcajeaba. "No daremos abasto. Dentro de poco tendremos que comprar la mercería de al lado que no se come una rosca excepto los días de mercado".

* * *

Los tres divisionarios marginados en la estación, por ser desconocidos en Gerona, siguiendo los consejos de Mateo, a cuyas órdenes habían servido, decidieron tentar la suerte y, en principio, afincarse en la ciudad.

– No tendréis problema ninguno para encontrar trabajo. Yo me ocuparé de ello, según vuestras aptitudes. Y si dentro de tres meses decidís que el agua del Oñar huele mal, si te he visto no me acuerdo.

León Izquierdo, el más culto de los tres, fue nombrado ayudante de Ricardo Montero en la Biblioteca Municipal. Le gustaban mucho los libros por lo que, de entrada, hizo buenas migas con el librero Jaime, a quien rechazó las novelas de aventuras afirmando que comparadas con lo que él vivió en Rusia le parecerían una nimiedad. Dicharachero, le gustaba la gaita, que a Montero, ex depresivo, le sonaba a diablos. Pronto se supo que León Izquierdo estaba casado, que tenía un hijo en Pontevedra y que se alistó en la División Azul para huir de la familia. En el bar Montaña, el de los futbolistas, el del Niño de Jaén, hizo una entrada triunfal jugando al billar. 'El Niño de Jaén' afirmó que no tendría rival en Gerona, por lo que estaba dispuesto a abrillantarle gratis los zapatos. Mal hablado, León Izquierdo soltaba tacos constantemente.

Pedro Ibáñez, madrileño. Toda su familia, anarquista, se exilió a América, a través de Francia. Se alistó por "orfandad". Al enterarse de que el Responsable, jefe de los anarquistas gerundenses, estaba en Venezuela, hizo gestiones, se le dirigió por medio de la embajada. No recibió contestación. Alto y delgado como un alfil. Labio superior como lo tienen las liebres: leporino. Capaz de reproducir con palillos cualquier monumento en miniatura. En Rusia reprodujo una iglesia de Novgorod, que fue la admiración de todos y le valió un permiso de ocho días a Riga. Mateo lo colocó en Abastos, ocupando el puesto que un día dejó libre Pilar.

Evaristo Rojas, sevillano. Cabellera rubia, siempre decía que era descendiente de los ingleses, posiblemente a través de los Domecq. Cantaba saetas. "Es una lástima que la Semana Santa esté lejos porque os haría una demostración". Mateo consiguió colocarle en la Delegación de Obras Públicas, donde fue testigo de excepción de las importantes y meritorias obras que se estaban realizando en la provincia, especialmente puentes, carreteras y vías de ferrocarril. Conoció uno por uno a todos los encargados de los faros de la costa. En momentos de crisis los envidiaba, tentándole la plaza de torrero. Pasada la crisis, aborrecía la soledad y gustaba del bullicio y de las fiestas. Herido de guerra. Una oreja cortada, que intentaba disimular con el pelo, aunque Raimundo le dijo que le faltaba cabello, que debería tener una cabellera como Sansón, o como Mateo, para poderla ocultar. Toda su familia emigró a América.

Los tres se unieron a Cacerola en la fonda Imperio, donde les daban "gato por liebre", hasta que Pedro Ibáñez, que trabajaba en Abastos, empezó a suministrarle materia prima a la patrona, doña Rogelia.

Mateo, que en Rusia siempre había guardado para con ellos la distancia jerárquica, en Gerona les abrió las puertas de par en par -pudieron incluso saludar a César-, puesto que cumplían la misión de reforzarle la Falange, puesto que no se quitaban nunca la camisa azul. El propio camarada Montaraz se puso a su disposición. A los tres les rodeaba la aureola de haber estado en Rusia. Todo el mundo, empezando por su patrona, doña Rogelia, creía que tenían misterios que contar. De buenas a primeras Miguel Rosselló, falangista de la primera hora, entabló amistad con ellos. Quiso deslumbrarles lanzándose con el coche oficial a velocidades vertiginosas; ellos se rieron. Le dijeron que los trineos le dejarían siempre atrás y que más le valdría no jugarse el pellejo por "niñerías o puntillos de retaguardia".

Cacerola conectó, desde luego!, con los tres. Les enseñó una fotografía de su madrina, Hilda, que en Alemania le dio esquinazo. Todos sintieron un gran aprecio por el muchacho por su ingenuidad, porque era de lo más servicial. Cacerola se había traído de la guerra un casco alemán, y a veces, a la hora de cenar, se lo colocaba en la cabeza en la fonda Imperio ante el asombro de Agustín Lago, quien no parecía interesarse demasiado por los cuatro falangistas. Evaristo Rojas, al enterarse de que a Agustín Lago le faltaba un brazo a resultas de la contienda civil le enseñó la cicatriz de su propia oreja cortada. Ambos eran caballeros mutilados, lo mismo que Mateo. Agustín Lago se limitó a comentar: "Son gangas del oficio de soldado". Y se retiró a su cuarto, donde antes de acostarse rezó de rodillas las tres Ave María de la pureza y roció la cama con agua bendita.

* * *

De pronto, a primeros de septiembre, el gobernador, camarada Montaraz, convocó a una reunión a todos los falangistas de la ciudad durante la cual se convenció de que los tres divisionarios recalados en Gerona eran de fiar. Había ocurrido algo grave y prefería comunicárselo personalmente, dado que la prensa, por orden suya, guardaba absoluto mutismo, para no alarmar a la población.

El suceso grave había ocurrido en la basílica de la Virgen de Begoña, cerca de Bilbao. Desde el final de la guerra civil se venía celebrando, en dicha basílica, una misa anual en recuerdo de los caídos en el Tercio de Requetés. Este año presidía la ceremonia el general Várela, simpatizante carlista y ministro del Ejército. Asistieron muchas personalidades. Al final de la misa, en el momento en que el general Várela salía de la iglesia, fueron lanzadas una bomba de mano y una granada. Ninguno de los proyectiles alcanzó al militar, pero el segundo explotó entre la muchedumbre que le rodeaba en el portal de la iglesia, causando setenta y dos heridos. Fueron detenidos como responsables del incidente siete falangistas que se encontraban allí. En el consejo de guerra celebrado inmediatamente contra ellos se dictó sentencia de muerte contra Juan Domínguez Muñoz y Hernando Calleja García. Los cinco restantes fueron condenados a prisión. La sentencia de Calleja fue conmutada porque éste era mutilado de guerra. Domínguez, en cambio, fue fusilado el día de 2 de septiembre.

En conversación telefónica con Franco, Várela mantuvo que se trataba de un atentado contra su persona. Posteriormente cambió de opinión, y en concurrencia con el ministro de la Gobernación, general Galarza, envió una nota a todas las Capitanías Generales en la que se alegaba que se trataba de un ataque contra el Ejército como institución. Los dos fueron sustituidos el cuatro de septiembre. Várela lo fue por el general Carlos Asensio Cabanillas, quien había combatido en la guerra civil al frente de los regulares. Gallarza fue sustituido por Blas Pérez, de cuarenta y un años de edad, canario -como Carlos Grote-, eminente jurídico, enérgico, duro, eficaz. Pero el relevo más laborioso y de mayores repercusiones para el país fue el tercero: Serrano Súñer tuvo que dejar el Ministerio de Asuntos Exteriores y la presidencia de la Junta Política de FET y de las JONS y ceder el puesto al conde de Jordana, ya anciano, con brillante historial en tiempos de la monarquía, veterano de la guerra de Cuba y considerado aliadofilo…

El camarada Montaraz, después de esta escueta exposición de los hechos, dijo a los reunidos, casi hipnotizados por lo que acababan de oír, que se trataba de la primera crisis seria que sufría el Régimen.

– Ya nada podrá ser igual -diagnosticó-. Serrano Súñer era nuestra garantía de adhesión al Eje, por convicción y por su amistad personal con el conde Ciano… Ahora, con el conde de Jordana, aliadófilo, se abre un interrogante. Lo mismo cabe decir con respecto al general Asensio Cabanillas y al jurista Blas Pérez. Todos, por supuesto, serán fieles al Caudillo, quien no ha dudado un instante en firmar estos relevos y la sentencia de muerte contra el camarada Juan Domínguez Muñoz. Parece ser, ésa es, por lo menos, la versión que me ha dado mi amigo el ministro Girón, que ha subido como la espuma la influencia de Carrero Blanco, rata de sacristía, y perdonad la expresión… También ha subido el papel del camarada Arrese, quien piensa entregar todavía más la Falange a Franco, para que éste haga con ella lo que le apetezca. Es esto bueno? Es esto malo? El tiempo dirá… Yo, por supuesto, como camisa vieja y como gobernador de esta provincia, sigo fiel a los mandatos del Caudillo. Algunos carlistas, en Begoña, gritaron "Muera Franco!". Eso no se puede consentir. También han hecho circular unas hojas tituladas "Los crímenes de la Falange en Begoña. Un régimen al descubierto", de las que pronto podré entregaros unas copias… -El camarada Montaraz, que no había cesado de partir cacahuetes, apostilló-: Nosotros continuaremos en nuestros puestos, atentos y vigilantes. Seguro que correrán rumores de todas clases y que algunos falangistas se sentirán defraudados. Que no sea éste nuestro caso. Os invito a que gritéis "Presente!" por el camarada Juan Domínguez Muñoz. Pero la Falange, a los tres años de haber terminado la guerra civil, no puede volver a lanzar bombas… Lo que el pueblo necesita es orden, paz y que mejore el racionamiento. Y ahora, cada cual a su labor cotidiana, y que extraiga de los sucesos de Begoña las conclusiones que mejor le parezca para el bien de España. Camaradas, arriba España!

– Arriba! -gritaron todos, levantándose.

Mateo, como es lógico, y debido a su cadera, se levantó con cierta dificultad.

* * *

Don Anselmo Ichaso, director del Pensamiento Navarro de Pamplona, estuvo presente en Begoña, como en los años anteriores. Telefoneó a la Voz de Alerta para que éste y su esposa fueran a verle, pues quería contarles la verdad y sacar también sus personales conclusiones.

' La Voz de Alerta', su esposa Carlota y su bebé, Augusto, salieron para la capital navarra el 12 de septiembre, cuando los periódicos hablaban de la inminente caída de Moscú. Salieron en su coche oficial, conducido por un ex taxista, llamado Neldo, que la Voz de Alerta había contratado para el Ayuntamiento. Ardía en deseos de abrazar a su amigo don Anselmo Ichaso, el de los trenes eléctricos, y a su hijo Javier, que al parecer estaba escribiendo una novela sobre las causas que habían originado la guerra civil.

Don Anselmo, en Pamplona, fue un anfitrión insuperable. Alojó en su casa a los forasteros, obviando hablarles, porque conocía sus ideas al respecto, de los encierros de San Fermín, durante los cuales, en el año de gracia, había habido un muerto y seis heridos leves.

Carlota, la condesa de Rubí, se entusiasmó con los más modernos trenes eléctricos y todos se rieron mucho puesto que el padre de Carlota coleccionaba precisamente lo contrario, miniaturas de locomotoras antiguas, empezando por la que inauguró la circulación de los ferrocarriles en España, en el trazado Barcelona-Mataró. En cuanto a Augusto, fue, en principio, el héroe de la reunión. Don Anselmo se permitió colocarle en la cabeza una pequeña boina roja y todos aplaudieron mientras Javier descorchaba unas botellas para brindar.

– Fue algo trágico, se lo aseguro -dijo don Anselmo, en cuanto inició el relato de los hechos de Begoña-. Setenta y dos heridos! Yo me salvé de milagro, y el general Várela también. Unos pasos más y la bomba del tal Domínguez nos hubiera despedazado a los dos. Ha sido, desde mil novecientos treinta y nueve, el primer síntoma de que existen fisuras en el engranaje. Franco ha castigado a unos y a otros con sus destituciones, y con ello su poder se ha afianzado. La Falange estará a su servicio y los carlistas hemos de admitir que nuestra causa no tiene ningún porvenir, como me ha comentado el propio general Várela. De ahí que, para los monárquicos, nuestra base ha de ser la que ya presentíamos: don Juan. El propio Serrano Súñer, que al parecer piensa retirarse y volver a ejercer su abogacía, busca acercarse al heredero de la corona de Alfonso XIII. Por fidelidad a Serrano Súñer una serie de falangistas de la primera hora han presentado la dimisión de sus cargos al Caudillo. Entre ellos destaca el consejero nacional Núñez Maza, que regresó de Rusia enfermo. Franco tiene la habilidad de aplastar a los mosquitos que zumban a su alrededor. Durante la guerra, naturalmente, yo le admiré; y es que jamás pude pensar que en la posguerra se empeñara en mantenerse en el podio. Ahora la cosa está clara. Nunca cederá su puesto a nadie, ni siquiera al rey. Y ello es grave. Sean quienes sean los vencedores de la guerra, la postura de España será incómoda. Puede esperarse cualquier cataclismo. Por ejemplo, que gane Hitler y le dé una patada a Franco por no haber colaborado más; o que ganen los aliados y le echen también, con mucho mayor motivo, por su concepción antidemocrática del mando.

Don Anselmo, viendo la lividez de los rostros de sus invitados de honor esbozó una sonrisa y concluyó:

– De todos modos, y sin traicionarle, porque ello sería una felonía, debemos luchar por nuestra causa. Si mis informes no mienten pronto don Juan hará oficialmente sus primeras declaraciones públicas reclamando sus derechos a la Corona…

' La Voz de Alerta' y Carlota se habían quedado sin habla. Él era el alcalde de Gerona. Qué hacer? Había jurado ante un crucifijo lealtad al Caudillo. Podría alguien, o algo, relevarle de tal juramento? Y no era peligroso segarle a Franco la hierba bajo los pies?

Carlota fue más decidida. Ella apostó siempre por la monarquía y estaba convencida de que a la postre ganarían los aliados.

– Brindo por don Juan! -exclamó, rompiendo el silencio y alzando su copa.

Todos la secundaron y en aquel momento el pequeño Augusto eructó. ' La Voz de Alerta' lo tomó en brazos y lo comió a besos. Ésta era, desde el nacimiento del bebé, su coartada. Miraba a su hijo y pensaba: "El porvenir está ahí". Javier jugueteó también con él. Javier no conocía el sentimiento de paternidad y estimaba que ello era un obstáculo para escribir una novela básica, entera, global, como él la deseaba. Que fuera un compendio de las pasiones por las que se movía el hombre. A decir verdad, a Javier los politiqueos le fatigaban y prefería abrir en canal las carnes de la vida.

' La Voz de Alerta' y Carlota decidieron reemprender al día siguiente el regreso a Gerona. De ahí que prolongaran su charla hasta bien entrada la noche. Don Anselmo Ichaso, con su barriga prepotente -mucho más que la de Gorki- había conseguido meter baza en la construcción del Valle de los Caídos, a través de su empresa constructora Duarte y Cía. Le bastaron un par de viajes a Madrid y extender algunos cheques nominales para meter la mano en aquel proyecto faraónico. "Confieso una vez más, ahora que he visto la maqueta, que se trata de una idea genial, digna de Franco, el vencedor. Y me emociona pensar que los restos de mi hijo Germán, muerto en el frente, reposarán allí. El detalle de la cruz -ciento veinte metros- es único. Ello no presupone que pueda parangonarse con El Escorial, dicho sea con perdón del arquitecto Muguruza, amigo mío de la infancia".

Hablaron de la División Azul. Se mostraron favorables a su gesta, porque "Rusia era culpable". Hablaron de las "Ventanas al mundo" que escribía la Voz de Alerta en Amanecer. La última iba precisamente en contra de los "privilegios" que se le suponían a su esposa, condesa de Rubí. Según la Voz de Alerta, el color azul de la sangre de los príncipes era una figura verbal generada por la ignorancia. En algún tiempo los nobles creían efectivamente que tenían sangre distinta y eligieron el color azul, por resonancias celestes. "Como los nobles tomaban mucha sombra, estaban generalmente pálidos; y se les transparentaban las venas a través de su piel poco curtida, lo que dio lugar al error que se ha perpetuado hasta nuestros días". Luego se mofaron de la República, que ni siquiera en el exilio lograba ponerse de acuerdo. Don Anselmo sentenció: "Lo que hizo la República fue quitar a todo el mundo el sombrero como previa formalidad para después cortarle a todo el mundo la cabeza".

Javier fue el protagonista del último tramo de la reunión. Estaba obsesionado con su novela, que a su entender sobreviviría al equívoco de la sangre azul, a los ataques al general Várela y a los dislates de la República.

– Llevo doscientos folios y estoy contento. Será una novelarío, voluminosa, como lo son Guerra y paz, La montaña mágica y, con perdón. El Quijote…

' La Voz de Alerta' arrugó el entrecejo.

– Tu ambición es mucha… Ojalá consigas el objetivo.

– Quiero viviseccionar el alma de España.

– Y dale con el sambenito! -exclamó don Anselmo-. Venga a darle vueltas a nuestra piel de toro…! Al cabo de los siglos todavía no sabemos si España es vertebrada o invertebrada…

– Por ahí van los tiros -dijo Javier-. Quiero hablar de la mezcolanza de razas que han configurado nuestra ambigua identidad. Por qué a nosotros, navarros, nos gustan los sanfermines y a nuestros amigos les parecen una salvajada? Por qué ellos lloran al oír una sardana y nosotros nos quedamos tan frescos? La mezcla de razas no ha dado, aquí, buen resultado. Iberos, romanos, visigodos, árabes, judíos, cristianos, etc. Yo creo que lo árabe nos marcó para siempre, mucho más que lo griego y lo romano. A Franco, por supuesto. No hay más que echarle un vistazo a su escolta personal, la guardia mora. Zaragüelles, fajas carmesí, ceñidores de charol y sus resá blancos, impresionantes. Su uniforme de gala es más propio de un califa almohade que de un caballero que gana los jubileos en Santiago de Compostela…

Carlota intervino:

– Y nuestra agresividad?

– Cruce de razas, ya lo dije. Incompatibilidad entre la tierra adentro y el mar.

– Y nuestro catolicismo?

– Pura superstición. Por Andalucía se dice que los claveles no agarran bien si no se siembran el día de la Ascensión, al repicar las campanas, a las diez de la mañana…

– Somos racionales o lo contrario?

– Somos irracionales. Predominio de los instintos. La famosa improvisación. Despreciamos a los ancianos, sobre cuyos rostros han pasado los ojos de los años y por cuyos oídos vibraron diferentes voces de la vida…

– Quién es tu líder preferido?

Javier se mordió el labio inferior.

– Tolstói… No sólo por su inmensa humanidad, por sus increíbles pecados, sino porque en cierta ocasión escribió: "Confiad en aquel a quien la sonrisa embellece el rostro, desconfiad de aquel a quien la sonrisa le afea el rostro…"

Carlota, sin darse cuenta, sonrió.

– Tu rostro se ha embellecido! -exclamó la Voz de Alerta-. Aprobado… O no es así, Javier?

– Más que aprobado… Sobresaliente.

Carlota hizo un mohín coqueto. Aquellas palabras sonaron bien a sus oídos. Empezó a sentir afecto por Javier, precisamente porque entrevio que el muchacho no era de una sola pieza. Seguro que sufriría mucho. Y por qué no? La vida había que apurarla gota a gota, como los enfermos el suero intravenoso.

Augusto dormía como un bendito. Era el momento de acostarse. Se saludaron una y otra vez y se retiraron a descansar. A la Voz de Alerta y a Carlota les correspondió una sola cama, siendo así que en Gerona dormían separados. Aquello terminó por excitarles. Olvidaron por completo los sucesos de Begoña y entre besos y caricias terminaron por correr el riesgo de encargar otro Augusto.

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La reacción pública de don Juan, pronosticada por don Anselmo Ichaso, no se hizo esperar. Don Juan pronunció en Roma las siguientes palabras: "Hoy como antaño la Corona está por encima de los intereses de partido o de clase. Porque no debe su poder a la elección, no necesita la institución monárquica contemporizar con nadie ni halagar a ningún sector social determinado. En nuestro Movimiento Nacional puede darse la paradoja de que el impulso juvenil que quiere una España nueva y vigorosa -a cuya cabeza me sitúo lleno de entusiasmo- encuentre en gran parte su realización implantando modalidades e instituciones de nuestro pasado".

Don Anselmo se enteró también, e hizo saberlo a la Voz de Alerta, de que Serrano Súñer le había dicho poco antes a don Juan, remedando a Macbeth: "Tú serás rey". Si bien el jefe del Alto Estado Mayor, general Vigón, medianero por aquel entonces entre Franco y don Juan le había dicho a éste que no perdiese la esperanza, que confiase en Franco "como en un padre", y que entretanto pasase el tiempo en aficiones como la numismática o la filatelia, del mismo modo que el príncipe de Monaco se había dedicado a la oceanografía.