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CAPÍTULO XXV

GUERRA EN EL PACÍFICO. El general Mac Arthur, al huir de la isla Corregidor en marzo de 1942 proclamó: "Volveré…" Por aquel entonces nadie le dio crédito, puesto que los japoneses habían sorprendido y machacado a los norteamericanos en Pearl Harbour. Pero en los últimos meses de 1944 la aviación de los Estados Unidos lanzó millares de toneladas de bombas sobre las islas Filipinas, preparando el desembarco.

Mac Arthur cumplió su palabra. En el golfo de Leyte tuvo lugar la más grande batalla marítima de la historia. Era el corazón del gran archipiélago, paso previo para la ocupación de la isla Luzón y de su capital, Manila. Ante Iwo Jima, penoso y desolado, se concentraron 800 barcos estadounidenses, escoltados por varios acorazados y portaaviones, entre ellos el Franklin, el Enterprise, el Saratoga… En el momento preciso llegaron los kamikaze. La idea de los aviones -de los pilotos- suicidas había germinado en el Japón ya antes de la guerra. No era el resultado de una propaganda reciente. Para todos los japoneses de la casta samurai y para un inmenso número de plebeyos japoneses, no había fin más deseable que la muerte deliberadamente aceptada en servicio de la patria. La gloria aquí abajo y el acceso al paraíso de los antepasados eran su recompensa inmediata.

Los voluntarios para el cuerpo de kamikaze se presentaron en número elevadísimo. Una vez admitidos, eran objeto de privilegios y honores especiales, cuyo esplendor daba lustre también a sus familias. En vida, ya eran héroes nacionales. En el momento de su ataque supremo, estaban autorizados a vestir ropajes de ceremonia tradicionales: vestidos de blanco, el color del luto entre los japoneses. Pronto cayeron tres aviones sobre el puente del Saratoga, que tuvo que retirarse y dos sobre el Bismarck Sea, que se hundió lentamente. Además, en la base del cono volcánico situado al suroeste de la isla había unos 800 blocaos con japoneses en su interior dispuestos al contraataque. Se pensó en el empleo del gas contra esas tumbas horadadas en las rocas, pero el temor de las represalias japonesas aconsejó desistir. Se utilizaron lanzallamas, trinitrotolueno, morterazos y cohetes lanzados por los aviones o por los camiones. Se necesitaron 26 días para avanzar 9 kilómetros.

Por fin empezó a despejarse la situación y Mac Arthur, en medio de una lluvia torrencial, se dirigió a los nativos: "Filipinos, ya me tenéis de nuevo entre vosotros. Por la gracia de Dios todopoderoso, nuestras fuerzas han vuelto a poner pie en el suelo de Filipinas, un suelo ya consagrado por la sangre de nuestros dos pueblos… Unios a mí. Que el espíritu invencible de Batán y de Corregidor sea con vosotros… Levantaos y luchad. Luchad en cada ocasión favorable. Por vuestras familias y vuestros hogares, luchad!".

Poco después la batalla decisiva se inclinó del lado de Mac Arthur, quien entró en Manila con todas sus fuerzas. Los japoneses, al retirarse, hicieron gala de una extrema crueldad, en especial contra las posesiones españolas. Asesinatos a mansalva en el consulado. Mostraron particular violencia contra las religiosas, de las que perecieron más de cincuenta. Se dedicaron a la destrucción sistemática de la propiedad urbana española y causaron grandes destrozos en la Compañía General de Tabacos de Filipinas.

Tales noticias llegaron a Gerona y Matías le dijo a Ignacio:

– Ya lo ves, hijo… Eso de las religiones orientales, que te tienen chiflado, me está resultando sospechoso. Cómo se llama la religión japonesa?

– Sintoísmo…

– Lo que sea… Pues vaya! Se ve que España se les indigestó y han entrado a sangre y fuego contra nosotros -Matías continuó-: Supongo que ahora quitarás de tu despacho esa imagen de Buda que se contempla el ombligo…

– Por Dios, padre! Eso no tiene nada que ver…

* * *

El doctor Chaos había ampliado considerablemente la clínica que llevaba su nombre. Formaba un equipo bastante completo, junto con dos internistas, doctores Casellas y Rovira, ambos pertenecientes a familias gerundenses y que tenían, aparte, su consulta particular. Completando el cuadro, Moncho, el anestesista Carreras -pieza fundamental- y una serie de monjas y enfermeras disciplinadas. Por el jardín de la clínica se paseaba Goering, el perro, cada día más fuerte y salvaje.

Buena etapa la del doctor, tan inmerso en su trabajo, principalmente con los refugiados de la guerra, que parecía haber olvidado su pecado capital. Ya no se abalanzaría sobre Rogelio ni sobre el Niño de Jaén. Se había concedido una tregua, a pesar de que el doctor Andújar meneaba la cabeza y le decía a Solita: "Cualquier día volverá a las andadas".

Había organizado un par de ciclos de conferencias sobre cultura general, complaciendo con ello al camarada Montaraz, que más que nunca quería "distraer" a la gente. Fracaso total. Apenas veinte asistentes, siempre los mismos. El propio doctor Chaos las calificó de "monólogos tristes para auditorios mudos". El camarada Montaraz le propuso hacerse cargo de un par de emisiones semanales radiofónicas, pero el doctor rechazó. "Ahí está el doctor Andújar, con sus Pildoras para pensar, que satisface a toda mi posible clientela…"

Con todo y con eso, la fama del doctor Chaos iba extendiéndose porque con su bisturí y sus guantes de goma había salvado muchas vidas. Por Navidad recibió en casa toda suerte de regalos. Su fama llegó hasta Núñez Maza, en Caldetas, donde éste se debatía en un estado progresivamente inquietante, aunque conservaba toda su lucidez y toda su fibra temperamental.

Núñez Maza le pidió a Mateo -éste le visitaba de vez en cuando-, que mediara ante las autoridades para que el doctor Chaos le echara un vistazo. Mateo se ocupó con éxito de la tarea, y consiguió el beneplácito de los gobernadores de Barcelona y Gerona para que el falangista disidente pudiera trasladarse a Gerona y quedarse allí unos días si la exploración lo hacía necesario.

– A ti no te puedo negar eso -le dijo el camarada Montaraz a Mateo-. Pero que conste que a mí este bicho no me gusta ni pizca.

Tampoco le gustaron ni pizca a Moncho los bichitos que descubrió con el microscopio y que halló en el cuerpo de Núñez Maza. El diagnóstico fue tuberculosis y la única solución, la estreptomicina. El doctor Chaos le dijo a Núñez Maza:

– Tardaré de cuatro a seis días en encontrar la dosis que te conviene. Dónde quieres esperar? Aquí hay un lecho para ti…

Núñez Maza, que no había perdido la potencia de su voz, aunque expectoraba de vez en cuando, contestó rápidamente:

– Prefiero esperar en casa de Mateo…

Fue tan contundente que Mateo no pudo oponerse. Además, y al margen de sus diferencias ideológicas, no podía olvidar el curriculum de aquel camarada ex consejero nacional y que tanta compañía le hizo en el hospital de Riga. Así que le dijo a Pilar:

– Prepara una cama para Núñez Maza… Pasará aquí una semanita.

Pilar se quedó asombrada. Sabía de Núñez Maza todo lo que había que saber y no comprendía que Mateo hubiera tomado semejante decisión. Mateo era consciente de ello. En el fondo, estaba un poco cansado de odiar… Una vez le había oído a Cefe, el pintor: "Odiar no conduce a nada". Y otra vez a Moncho: "Odiar es una lata. Entre la palabra adversario y la palabra enemigo hay una distancia que los ex combatientes deberíamos recorrer".

Él recorrió esta distancia acogiendo en su hogar a Núñez Maza. Éste se mostró encantado, aunque desde el primer momento sus incisivos ojos se clavaron en Pilar y pensó para sí: "Una niña. Es una niña…" No dijo nada y se alojó en la habitación que le habían destinado y no quiso acercarse a César para no contagiarle.

– Le dedicaría mi mejor soneto, pero vuestro hijo no tiene la culpa de que mi infección sea contagiosa…

Éste era el único punto que Pilar le había exigido a Mateo, puesto que Moncho fue contundente: "Que no lo tome en brazos. Que no le dé ningún beso… Ya comprendéis".

Núñez Maza se instaló en aquel hogar con una sensación casi dulce… Estaba acostumbrado a las isbas, a las fondas y hoteles asépticos. La chimenea ardía en casa de Pilar, porque un camión de Falange les traía los troncos necesarios. A pesar de eso, de pronto notaba frío. Pilar le traía una manta y con ella se cubría las rodillas.

– Estoy hecho un vejete… Pero si ese medicamento llega, menguis dará mucho juego aún.

Las discusiones con Mateo empezaron a ser la tónica dominante. Desde la primera vez que se entrevistaron en Caldetas los hechos le habían dado la razón a Núñez Maza: había caído Filipinas -la población, loca de alegría al sentirse liberada-, y la acción conjunta de 32 bombarderos Lancaster había terminado con la vida del acorazado Tirpitz, el último vestigio de las fuerzas navales de superficie del Reich. Sin contar con los avances hacia Alemania por el oeste -Francia-, por el sur -Italia- y por el este -Rusia-. -Mateo, no hay nada que hacer. Acuérdate de mi diagnóstico: o don Juan o el caos. Las fuerzas aliadas pueden tomar España como se toma un bocadillo en cuanto hayan terminado con Hitler y con el emperador japonés… Ah, si cuando concebí la División Azul hubiera pensado de ese modo! Ahora tengo remordimientos… Sí, obré de buena fe; pero en parte he sido responsable de las cruces de palo que quedaron allí… y de la bala que te destrozó la cadera.

Mateo había coincidido con el gobernador en que las perspectivas eran dramáticas. Efectivamente, la lucha estaba perdida. En Europa, cuestión de unos pocos meses; el Japón tardaría un poco más, puesto que allí se aprestaría a morir hasta el último hombre. Núñez Maza añadía: "Es impensable que los aliados no le den a Franco el pasaporte para que se vaya al Brasil… O directamente al cielo".

Pilar asistía a esos diálogos. Había momentos en que detestaba a Núñez Maza porque éste había embarcado a tanta gente y ahora hacía marcha atrás. Otras veces se sentía prendada por su personalidad y por su léxico y porque ofrecía una alternativa, don Juan, del que -Pilar no podía olvidarlo- eran partidarias María Fernanda, Carlota y Esther. Sólo Marta le había dicho en una ocasión que don Juan "era un borracho y un mujeriego y que no serviría para gobernar España".

Mateo, de acuerdo con el gobernador, estaba convencido de que nadie le tocaría un pelo al Caudillo. No sólo por las declaraciones de Churchill a su favor sino por sentido común: a las dos democracias, Inglaterra y los Estados Unidos, no les convendría que los "rojos" volvieran al poder en la península Ibérica. Necesitaban de una plataforma para pararle los pies a Stalin y esta plataforma eran España y Portugal. Partiendo de esta base protegerían al Caudillo, aunque tal vez, para disimular, hicieran concesiones verbales a sus oponentes.

Cuando Ignacio y Ana María estaban presentes -a ambos les interesó conocer a Núñez Maza-, Mateo se sentía casi acorralado. La pareja opinaba lo que el ex consejero nacional, con una salvedad: que Núñez Maza no pretendiera ahora, si conseguía recobrar la salud, erigirse en líder de la oposición al Régimen. Había llegado demasiado lejos para que esto fuera tolerable.

– Siento hablarte tan claro -le decía Ignacio-, pero un hombre que fue uno de los soportes de Franco durante la guerra civil y que mandó a Rusia dieciocho mil combatientes, si ha llegado a la conclusión de que se equivocó lo que debe hacer es retirarse a una isla desierta, o casarse y tener hijos. Pero jamás adoptar ese aire prepotente que a menudo adoptas -Ignacio utilizaba su boquilla con anillo de oro-. Los conventos de clausura también sirven para ese menester.

A Núñez Maza le gustó Ignacio. Era brutalmente sincero, coherente, jamás hablaba por que sí. No llevaba la carga de dinamita que llevaba Mateo y tal vez ello explicase que uno ejerciera de abogado y el otro solamente se acercara renqueante al ecuador de la carrera.

Núñez Maza se defendía. Él no trataba de erigirse en líder. Simplemente, pretendía aprovechar su prestigio en pro de lo que creía que podía ser la salvación de España. De Madrid le llamaban constantemente y Caldetas era un desfile de falangistas decepcionados, porque los católicos les acusaban de ateos, los monárquicos, de totalitarios y su idea, que era "reducir la diferencia de clases", chocaba con la burguesía dominante.

– Si contribuyo a popularizar la candidatura de don Juan me daré por satisfecho y tal vez escuche tu consejo y me retire a un convento de clausura a escribir sonetos, que en el fondo es lo que más me gusta.

Mateo había leído un volumen de sonetos de Núñez Maza y le parecieron realmente espléndidos: un cerebro privilegiado. Le gustaba más que Antonio Machado, que cometió la torpeza de dedicar varios panegíricos a Líster, a la Rusia comunista y demás. Tal vez los sonetos de Núñez Maza tuvieran un defecto: demasiado exactos. Parecían labrados en piedra y no emanados de la sangre caliente. Mateo no era un experto en cuestiones literarias. Ana María había leído diez veces más que él; incluso había leído novelas francesas para señoritas. Y mucha literatura anglosajona, de la que Mateo estaba en ayunas. Ana María opinó que los sonetos de Núñez Maza eran excelentes.

– Estoy de acuerdo contigo -le dijo la muchacha- en que el papel de la Falange se acabó; pero yo no achacaría la culpa ni a los monárquicos, ni a los católicos, ni a los aliados, sino al propio Régimen. El Régimen se corrompió al día siguiente de la victoria. Yo era una niña y me di cuenta. De aquellas montañas de muertos y de héroes sólo ha quedado esto: la corrupción. Y te hablo así con conocimiento de causa, puesto que mi padre, que estuvo preso en el Uruguay, pasó luego factura y se dedicó a negocios ilícitos, hasta el punto de que ahora, que lo iban a cazar, se ha largado al Brasil…

Núñez Maza se agarró a este argumento.

– Es cierto… Mujer, te felicito. Esa espontaneidad la echo de menos en la gente que trato. Y ya ves con qué tipo de noticias pretenden deslumbrar al pueblo… Ahí tienes el Amanecer de hoy: treinta y cinco mil ferroviarios de la RENFE han aclamado al Caudillo, éste ha regalado un lote de carneros para que los musulmanes pobres puedan celebrar la Pascua de Aid-El-Que-bir y, sobre todo, la cosecha de capullos de seda que antes de la Cruzada era de ciento veinticinco mil quilos, este año ha sido de quinientos mil -Núñez Maza se sacó el pañuelo-. De modo que, ya lo sabes: nos salvaremos gracias a los capullos de seda.

Tanta ironía acabó por molestar a Mateo, quien dijo: "Basta ya… Voy a respirar aire fresco". Y se fue a la alcoba, donde en una cuna preciosa dormitaba el pequeño César.

Pilar se mantuvo en el comedor, a la luz de la lumbre. Enfadada consigo mismo porque no parecía tener criterio propio. Hablaba uno y pensaba: tiene razón. Hablaba otro y pensaba lo mismo. Pilar, sobre todo ante Ana María, se sentía acomplejada. Especialmente desde que ésta había "heredado" el chalet de San Feliu de Guíxols y el yate. Menudo salto el de Ignacio! Claro que se lo tenía merecido… Mateo, el pobre, cojeando y especulando sobre si la Falange iba a desaparecer o no. Si desaparecía, qué iban a hacer? Se acabaría el coche, se acabarían los troncos de leña, se acabaría el racionamiento extra -tal vez injusto…- y se acabarían las prebendas. Menos mal que nadie les quitaría a César… y tampoco la amistad de Marta, quien andaba preocupada por el porvenir inmediato.

* * *

Washington, 25 de enero de 1945 Querida familia Alvear:

Estamos bien, y contentos por haber recibido noticias vuestras, por mediación de Matías. Enhorabuena a Ignacio, abogado ilustre, casado con un bombón y haciendo excursiones por la montaña. Enhorabuena a Pilar, madre jovencísima, diría yo. Claro, es de suponer que Mateo, acostumbrado a luchar, no le haga ascos a la familia numerosa, que según tengo entendido recibe un premio del general Franco…

Por aquí todo sigue igual. Los Estados Unidos son siempre los mismos; es decir, avanzan cada día varios quilómetros. Un día es en Normandía, otro en Italia, otro en Filipinas… Y en casa, no digamos. Investigación, investigación. Como continúen así, esos hombres son capaces de llegar a la Luna, aunque Amparo pretende que una vez allí se aburrirían de muerte.

He estado charlando con Rosendo Sarro. Le localicé a través de un amigo -de un "hermano"- y fui a Río de Janeiro, viaje de ida y vuelta. Le encontré un tanto desmejorado pero con ganas de luchar. Ha emprendido varios negocios, con éxito, al parecer. Dicho de otro modo, el hombre ha levantado cabeza. Sólo me dijo que, a veces, echa de menos a su mujer, Leocadia, si no me equivoco, a quien no tengo el gusto de conocer.

David y Olga, haciendo las maletas. Están convencidos de que de un momento a otro saltarán al aire los obstáculos y que podrán ir a saludaros otra vez. Yo no soy tan optimista, porque no acostumbro a analizar los hechos a través del sentimentalismo. Sospecho que la fruta no está todavía madura. No me quejo, que conste. Desde mi última carta la cosa ha mejorado mucho; pero en la vida hay que tener en cuenta los imponderables, palabra difícil, que Amparo no sabe en qué consiste exactamente.

El problema de los negros sigue igual. Lo peor son sus encías de color de rosa y el olor de su piel. Aunque los pequeños son una "monada". Hay un botones en el hotel que a gusto me lo ahijaría y lo mandaría a la escuela; pero el muy tunante de eso último no quiere ni oír hablar y me dice ademas que echaría de menos el servir el desayuno a las "viuditas" americanas en sus lujosas habitaciones…

Nada más por hoy. Tenéis noticias de José Alvear? Supongo que vivirá en lo alto de la torre Eiffel. Roosevelt está muy mal. Lo maquillan antes de presentarse en público, pero está muy mal. Y ese Truman, nombrado vice, nadie sabe quién es. Creo que vendía corbatas o algo así. Pero este país funciona como la Iglesia Católica, por inercia. Nunca habrá una hecatombe, como no sea meteorológica.

Un abrazo a todos

JULIO GARCÍA

Posdata: Me gustaría conocer al "renacuajo" Eloy. Le explicaría -le explicaré- en qué consiste el fútbol norteamericano.

* * *

Doña Leocadia llevaba un par de semanas en Gerona. Contenta porque veía a Ana María cada vez más enamorada de Ignacio, pero descontenta con la ciudad. Gerona le parecía estrecha y de pocos vuelos. En primer lugar, la humedad; luego, la falta de espectáculos: ni ballet, ni orquesta sinfónica, ni ópera… Ella estaba acostumbrada a esas veladas, con su marido o con alguna amiga. A las amigas de "su condición" las echaba mucho de menos. Además, en Barcelona hubiera dispuesto de coche y chófer, pero en Gerona eso hubiera sido un alarde casi de mal gusto. También fe parecía diminuto el piso de Ana María. Ella estaba acostumbrada a los "grandes espacios", según frase de Ignacio, lo mismo en Barcelona que en San Feliu de Guíxols y el "nido" de amor de su hija la tenía sobre ascuas.

Por si fuera poco, no estaba enamorada de su marido -éste tenía demasiados defectos y olía siempre a tabaco-, pero le quería. En cuestiones de amor el análisis no contaba. Ella también echaba de menos a don Rosendo, que al margen de cualquier cuestión tenía una enorme personalidad, más enorme aún que su barriga. Doña Leocadia en el fondo se sentía halagada por la añoranza de don Rosendo e inmediatamente decidió darle la sorpresa y plantarse en el Brasil, a su lado.

Ana María e Ignacio trataron de hacerla reflexionar. Y si aquello no le gustaba? Y si significaba un estorbo? Al fin y al cabo, la alusión de Julio García podía ser una simple frase cortés. Doña Leocadia negó con la cabeza. Los masones -los "hermanos"- no hablaban nunca a la ligera. Ella conocía el paño. Debía irse al Brasil y sanseacabó.

Ignacio, por supuesto, tampoco insistió demasiado buscando argumentos en contra. Doña Leocadia era insoportable, y ello al margen del bocio en el cuello. Atildadita, como de porcelana, se pirraba por los caprichos. Se quejaba de todo: de Mari-Luz, la sirvienta, de la comida -lo compraban todo en el mercado negro-, de la falta de salones de té, de lo menguada que era la Rambla y del polen de los árboles de la Dehesa. Y del frío! No tenían calefacción central. "Aquí algún día nos encontraremos yertos, como si estuviéramos en el frente ruso".

Ana María dio su consentimiento y el viaje fue un hecho. Don Rosendo vivía en Río, en el hotel Continental. Seguro que sería uno de los mejores de la ciudad. Por un momento doña Leocadia temió hacer el viaje trasatlántico sola; pero hubiera sido ridículo pedirle a Ana María que la acompañara. Mateo se ocupó del pasaporte con suma rapidez y el día 8 de febrero -día de la conferencia de Yalta, en la que iba a debatirse el porvenir del mundo-, doña Leocadia emprendió el viaje "hacia lo desconocido".

* * *

Otra vez solos Ana María e Ignacio. Les pareció que reemprendían la luna de miel. Ignacio quería mucho a su mujer, cumpliéndose con ello las predicciones de Ezequiel. Lo que más le gustaba de ella era el sentido común, innato, dada su falta de experiencia. Si alguna vez el muchacho no le hacía caso, fiasco seguro. Ana María le decía siempre: "tus mejores amigos en la ciudad son Manolo y Esther, Moncho y Eva, y Cacerola…" Bien sopesadas las cosas, la muchacha tenía razón.

Ignacio, en el bufete, cumplía como siempre – la Audiencia y la toga le eran ya familiares-, y adquirió la costumbre de darse a la salida una vuelta por Gerona, improvisando el itinerario. Lo mismo tomaba la dirección de la Dehesa, donde él no notaba polen de ninguna clase, como se daba una vuelta por el barrio antiguo, empezando por la catedral. Allí, a la izquierda, en el convento del Corazón de María se había educado Pilar. Ignacio quería también mucho a su hermana y la fachada de aquel edificio le emocionaba. También subía a las murallas -Dios mío, restos de una guerra ya lejana- y se iba al valle de San Daniel. De vez en cuando entraba en alguna iglesia. Acompañó a Eloy al fútbol! El Gerona ganó por 1-0. Eloy, al marcarse el gol, saltó disparado al terreno de juego -Amanecer dijo: un espontáneo-, a abrazar al autor del tanto. Ignacio visitó asimismo a mosén Alberto y al padre Forteza. La cuestión religiosa le tenía turbado. Le había ganado una extraña indiferencia, sólo salpicada por Buda, por Confucio, por el hinduismo… y por el emperador del Japón! Éstos tenían la ventaja de que no se habían proclamado "hijos de Dios". En cambio. Jesús el Cristo… Ignacio no quería de ningún modo socavar la posible fe de Ana María, quien a veces también se formulaba preguntas sin respuesta. Por supuesto, ni mosén Alberto ni el padre Forteza iban a solucionarle la papeleta, pero en ambas visitas preparó el terreno para ulteriores diálogos en torno al tema de lo "sobrenatural".

A los pocos días recibieron una larga carta del Brasil. Sus padres estaban perfectamente. El hotel Continental era para rajas y don Rosendo había recibido, en efecto, pronta y eficaz ayuda de los "hermanos", gracias a los cuales se había convertido en poco tiempo en un poderoso e influyente constructor de viviendas, que en realidad era lo suyo.

Ana María no pudo disimular su alegría. Con un suspiro de alivio le dijo a Ignacio:; -Ya estoy más tranquila… -Luego añadió-: Y ahora sólo te tengo a ti…

Ignacio le acarició la larga cabellera.

– Procuraré librarte de todo mal…

– Amén -remachó Ana María, sonriendo.

* * *

La conferencia de Yalta (Livadia), según Amanecer podía resumirse en cuatro palabras. El gran vencido, Churchill; el gran responsable, Roosevelt; el gran vencedor, Stalin.

Éste jugó como quiso con sus dos "aliados". El reparto del pastel para después de la contienda le fue enteramente favorable. Se entregaba al comunismo la mitad de centroeuropa y todas las naciones del Este, desde Letonia, Lituania y Estonia hasta Hungría, Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria, Albania, etc. Berlín se lo repartirían todos los participantes en la guerra contra Hitler, incluida Francia. Churchill sólo consiguió poner el veto a la pretensión de Stalin y de Roosevelt de liquidar 50 000 alemanes para acabar con la casta de los oficiales prusianos. A cambio de esto, Stalin se comprometía a declarar la guerra al Japón -4 000 000 de japoneses estaban todavía en pie de guerra- y a no ocupar ninguno de los países mediterráneos, si bien en las Naciones Unidas -ratificación de la conferencia de San Francisco- se discutía su porvenir. La espada quedaba, pues, en alto con respecto a España y significó un alivio, por lo menos momentáneo, para el general Sánchez Bravo, el camarada Montaraz, Mateo y Marta. Mateo le dijo a Pilar:

– Si en Yalta se hubiera acordado que Stalin podía ocupar España, nadie le hubiera objetado nada. Así que, de momento, ello es buena noticia y tal vez no se cumplan las matemáticas predicciones de Núñez Maza…

Pocos días después don Juan hizo público un manifiesto desde Lausana: "La responsabilidad que me incumbe me obliga a levantar mi voz y requerir solemnemente al general Franco para que abandone el poder y dé libre paso a la restauración del régimen tradicional de España, único capaz de respetar la religión, el orden y la libertad". Franco declaró a su vez: "Yo no haré la tontería que hizo Primo de Rivera. Yo no dimitiré".

* * *

Núñez Maza, en el hotel de Caldetas se atiborraba leyendo periódicos. Y subrayaba noticias, como antaño hicieran Jaime el librero y más tarde los contertulios del café Nacional: Desde primeros de año -1945- subrayó lo siguiente, porque entendió que establecía una suerte de síntesis de lo que estaba ocurriendo en España.

– Presentación en sociedad de la señorita Carmen Franco Polo, en el palacio del Pardo. Baile para los invitados. La señorita Carmen llevaba un traje blanco precioso y fue muy alabado su gesto de servir, junto con varias amigas, la comida a 240 desamparados, además de regalar su coche para que fuera subastado.

– Franco ha sido quien ha impuesto como costumbre, al final de los discursos, decir: "Muchas gracias". Antes se decía: "He dicho".

– Don José María Pemán, poeta insigne, autor de El divino impaciente, ha sido nombrado presidente de la Real Academia Española.

– El ministro de Marina presidió la inauguración de la exposición de barcos en botella.

– Gran fiesta en el Ritz, organizada por la revista Hola.

– Gran exportación de naranja a Inglaterra.

– Importante factoría bacaladera en Galicia.

– El Times publica su número 50000!

– Se declara obligatorio el doblaje de las películas, "evitando así que nuestro público se habitúe a fonéticas extranjeras".

– Aparece el insecticida DDT. Churchill le dedicó un párrafo en un discurso, diciendo que gracias al DDT se pudo evitar en Napóles una epidemia de tifus exantemático.

– Se ha concedido la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio al abad coadjutor de Montserrat, padre Aurelio María Escarré.

– Normas para el fomento de la raza bovina karabul, de la que se importarán ejemplares.

– Entierro de dos falangistas asesinados en Madrid. Asistieron 300 000 personas.

– Petición de aparatos ortopédicos para los mutilados del otro bando, que a los seis años de haber terminado la guerra civil todavía no han podido proveerse de una prótesis que haga más llevadera su desgracia.

– La empresa INI empieza la fabricación en serie de los camiones Pegaso, que figuran entre los mejores del mundo.

– Barcelona ha consumido en un mes dos millones y medio de kilos de carne.

– Ha llegado a Barcelona el piloto alemán Haigen Papejhagen, que ha alcanzado los tres millones de kilómetros de vuelo. Ha sido muy agasajado por las autoridades.

– Cuando esté erigido el Cerro de los Angeles se celebrará una ceremonia de desagravio a los Corazones de Jesús y de María, con asistencia de 50 generales, 1 500 oficiales, el gobierno en pleno y, naturalmente, el Caudillo.

– El embajador de los Estados Unidos, mister Hayes, destaca que el convenio aéreo suscrito entre su país y España crea un nuevo lazo de amistad entre España y América. Etcétera.

* * *

Núñez Maza había mejorado mucho. Con la estreptomicina que el doctor Chaos -bendito fuera!- le proporcionó, empezó a notar un alivio y transcurrida sólo una semana expectoraba menos y respiraba mejor.

Desde su destierro, cuánto quería a España! "España me duele", solía decir. Cuántos prohombres lo habían dicho antes que él. Coleccionaba esos recortes de periódico en álbumes, como si fueran una colección de sellos. Atendía a todas las visitas, que a veces le dejaban agotado. Recibió a Ángel, que quería conocer su Ideario. Y a Jorge de Batlle y Asunción. Se había dejado crecer la barba! A todo el mundo les decía que España debía unirse. Hombres como Ortega, Marañón y Cambó debían regresar al país y preparar un plebiscito que respaldara la nueva Monarquía. La barba le confería diez años más; tanto mejor. Como un gurú -expresión de Ignacio-, su aspecto era así más respetable.

A veces se sentía solo. Y quién no? Al anochecer, Caldetas apenas si era pueblo: las aguas termales, que no funcionaban y el hotel Colón. A través de la ventana miraba las lucecitas de las barcas allá en el horizonte y oía sus motores al regresar. Se había llevado la gran sorpresa al comprobar que todo el mundo hablaba catalán; lo mismo el gerente del hotel, que el maitre, que los camareros y que los pescadores. Y esto era así en toda Cataluña. Ello le llevó a replantearse también el problema de la unidad, de la uniformidad. Cómo arrancar de los seres humanos la lengua materna? Y el País Vasco. Y Galicia. La unidad, en el sentido que él tanto había reclamado, era un acto contra natura. La cuestión era no hacer de eso un arma arrojadiza. "Si yo hubiera nacido en Caldetas en vez de Segovia, ahora escribiría los sonetos en catalán". Idioma, por cierto, que también empezó a interesarle, porque, al ser básicamente monosilábico, era muy apto para la poesía, al igual que ocurría con el inglés. Empezó a leer a Maragall, a Eugenio d'Ors y la revista Destino, en la que destacaba un tipazo ampurdanés llamado José Pía, que por lo visto llevaba boina, vivía aislado como él y liaba los cigarrillos.

Le gustaba ver a los pescadores jugar a los bolos en la explanada que había frente al hotel. Costumbre francesa. Por qué no? "Hay que sumar, nunca restar". Los pescadores tenían un defecto agrio, abrupto: blasfemaban. Blasfemaban mucho. Eso le sonaba fatal. Pero era posible que no hubiera en ellos malicia alguna. Era su costumbre, su interjección, su ignorancia…

Si bien eso de la ignorancia había que ponerlo en cuarentena. Hablando con ellos -Núñez Maza, durante el día, se acercaba a la playa donde remendaban las redes y pintaban las barcas-, se daba cuenta de que tenían un decálogo personal, un sistema de pesas y medidas harto peculiar. Formaban una comunidad. El que engañase a uno quedaba excluido del clan. Él se ganó su confianza porque sabían que sufría y que lo que quería era la paz. Con ellos sobraban las grandes palabras. Era preciso ponerles ejemplos concretos. "Yo soy como uno de esos tiburones que se despistan y que van a morir en una playa lejos de la manada".

Les propuso que le llamaran "camarada", pero fue imposible. Se rieron. Se rieron en sus "barbas". Uno de ellos, el Chiquitín, llevaba un mostacho de cosaco. "Eso de camarada es una coña. Usted es un señorito". Ramón remachó. "En el buen sentido de la palabra, se entiende".

Les costaba esfuerzo hablar castellano. Si Salazar les conociera! Si les conociera Pilar Primo de Rivera! En Madrid vivían de espaldas a la realidad. La filosofía de aquellos pescadores se basaba en el estoicismo -soportaban las tempestades-, en la poesía natural -les gustaba la luna llena-, y en los placeres sensuales. Eran de una sensualidad carnal, arterial, que se manifestaba en los nombres que les ponían en las barcas, casi todos nombres de mujer. Les gustaba la buena mesa, el yantar y el vino tinto. Fumaban con delectación, sin prisa. Se rascaban la frente con la uña del dedo índice. Núñez Maza tenía en el pueblo todas las casas abiertas, incluida la del cura, y a excepción de la del alcalde y jefe local del Movimiento. El cura, joven y solícito, no le preguntó nunca si creía en Dios. Y nunca le echó en cara que no asistiera a misa. Jugaba con él interminables partidas de damas, estrategia en apariencia simple pero en la que Núñez Maza llevaba inexorablemente las de perder.

Un día se presentó en el hotel el gobernador, camarada Montaraz; al volante del coche, Miguel Rosselló…

– Arriba España!

– Arriba! -contestó Núñez Maza.

– Lo lamento mucho, camarada, pero he recibido orden de Madrid de registrar tu habitación…

Núñez Maza le clavó sus ojos antaño enfebrecidos.

– Pide la llave al conserje -le indicó Núñez Maza.

– Te quedas aquí, o prefieres subir?

– Prefiero quedarme aquí.

El camarada Montaraz se encontró con varias pilas de periódicos y revistas y también con muchos ejemplares de ' La Codorniz'. De hecho, afrontó aquella tarea con espíritu dual. Por un lado, le gustaba porque Núñez Maza era un "bicho" que se había merecido el paredón; por otro, la mirada de su "enemigo" le dejó helado. Éste tenía burbuja personal, magnetismo. En el lavabo había muchas medicinas; en la almohada, la huella de su cabeza. Muchos libros de poesía en catalán. Pediría permiso para hacer con ellos una hoguera. La orden había sido: "Toma nota de lo que encuentres, pero déjalo intacto". Borradores de sonetos… Uno de ellos, dedicado a fray Luis de León.

De pronto, en un cajón, una pistola. El camarada Montaraz se acarició la cicatriz de la mejilla izquierda y lamentó no tener a mano un cacahuete. Era una pistola rusa, calibre 16, que posiblemente se trajo de la División Azul. Por qué la tenía allí? Qué mosca le había picado?

El camarada Montaraz se pasó una hora husmeando papeles y leyendo en diagonal ensayos sobre José Antonio y sobre el marxismo. No lograba aceptar tal dicotomía, tal contradicción. Vio el retrato de José Antonio y el de una pareja ya mayor, que probablemente fueran los padres del ex consejero nacional. También descubrió una foto dedicada de García Lorca y otra de Salvador Dalí.

Levantó la correspondiente acta y bajó. El camarada Núñez Maza estaba dialogando con el Chiquitín y otros pescadores. Le llamó.

– De acuerdo. Misión cumplida… Tienes permiso de armas?

– No…

– Pues te he encontrado una pistola.

El camarada Núñez Maza sonrió melancólicamente.

– No te sorprenda. Hay momentos en que a un disidente le entran ganas de pegarse un tiro.