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A “ LA VOZ DE ALERTA" le dolía haber sido depuesto de su cargo de alcalde. Estaba acostumbrado a mandar y sin la vara simbólica se sentía desvalido. Amanecer ya no hablaba nunca de él y había recibido pocas muestras de condolencia. Era como si todo cuanto hizo por la ciudad hubiese sido borrado de un plumazo. Carlota estaba indignada y hablaba del rodillo de Falange, que se lo llevaba todo a su paso como si fuera una inundación.
La profesión de dentista no le llenaba. No sabía qué hacer. De repente le habían repugnado las muelas cariadas, las lenguas sucias, las bocas fétidas. Sus grandes distracciones eran el pequeño Augusto y censurar la labor del nuevo alcalde, José Luis. "Demasiado joven. Se estrellará. El primer desliz serio, ese asunto de los gitanos".
Los sentimientos dé la Voz de Alerta eran contrapuestos. Sin saber cómo se encontraba en la "oposición", pese a que su primera mujer, Laura, había sido emparedada por los "rojos". Todo lo ponía en cuarentena y la figura de don Juan, posible mediador, se agigantaba en su mente. El nacionalcatolicismo lo ponía nervioso. La última aportación era la de un padre dominico, llamado Venancio Marcos, al que Radio Nacional había encargado un programa de difusión que inmediatamente adquirió una resonancia extrema. Las mujeres podían hacerle preguntas por teléfono y él las contestaba con rotundidad. A una señora que le preguntó por qué no se aceptaba en España el designar el día de San Valentín como día de los enamorados, al igual que se había hecho en algunos países anglosajones, la respuesta del clérigo fue: "Señorita: si los enamorados quieren tener un patrono que no mezclen en esto a san Valentín. Que elijan a don Juan Tenorio!". Don Juan Tenorio… Precisamente por aquellas calendas se representaba en el Rialto de Madrid la obra, en la que la actriz Ana Mariscal encarnaba el papel masculino. Una mujer haciendo el papel del macho ibérico! Las reacciones fueron violentas y el padre Venancio Marcos fulminó a la actriz con rigurosos anatemas.
' La Voz de Alerta' y Carlota decidieron tomarse unas vacaciones, coincidiendo con la Semana Santa. Se irían en coche a Pamplona, a darle un abrazo a don Anselmo Ichaso y a su hijo, Javier, y luego se llegarían a Santander para charlar un rato con el ex gobernador de Gerona, camarada Juan Antonio Dávila. Dejarían a Augusto en manos de Dolores, en la que confiaban absolutamente y pasarían dos o tres días en Barcelona, en casa de los padres de Carlota y asistiendo a algunos espectáculos.
Así lo hicieron. Salieron un lunes por la mañana. El aire era puro, el sol radiante. Carlota temía que a la Voz de Alerta le cansara conducir. Ni por asomo. "Me cansa más extraer una muela, sobre todo si es la muela del juicio". Al pasar por Arenys de Mar se encontraron con que había llegado a la playa, muerto, un gran cetáceo y toda la población estaba allí presente para contemplarlo.
Los padres de Carlota les recibieron como a príncipes. Conspiraron juntos y ello siempre era un desahogo. Además de los museos de pintura, pudieron contemplar una colección de obras de arte donadas por el escultor Mares a la ciudad. Estaba integrada por cinco mil objetos, entre los que se encontraban maravillosas tallas. También visitaron una colección de trenes miniatura, en la que destacaba una réplica exacta del cremallera de Montserrat. Tocante a espectáculos, asistieron a la representación de Melodías del Danubio, de los vieneses, en la que actuaba Raquel Meller y la famosa revista La blanca doble, denostada por el cardenal Segura. Uno de los estribillos de dicha revista decía así:
En un carro de basura
me he subido el otro día
que por sucio y por cansino
me creí que era un tranvía
Ay qué tío! Ay qué tío!
Qué puyazo le han metió!
Satisfecha su curiosidad, siguieron viaje. El trayecto hasta Pamplona fue más duro de lo que imaginaban. Baches en las carreteras, pasos a nivel sin guarda, la noche, carros sin luces y una retahila de obstáculos. En realidad, a Regiones Devastadas le quedaba mucho por hacer. Y en los pueblos se advertía una extrema miseria, un extremo abandono. "Ya se sabe. Cataluña es una isla. Te adentras un poco en España y te sube un nudo a la garganta". En los bares en que se detenían oían hablar de que en los trenes la gente robaba bombillas, grifos, redecillas e incluso los asientos.
En Pamplona, don Anselmo Ichaso y su hijo, Javier, les recibieron como a huéspedes de honor, si bien ellos, para no molestar, prefirieron hospedarse en el hotel Regina. Pero se pasaron los tres días con los Ichaso. Había tanto de qué hablar!
Don Alselmo continuaba dirigiendo El Pensamiento Navarro. No le habían depuesto, pero sí le habían multado varias veces por difundir "rumores contra la Administración ".
– No se puede criticar ni a un simple concejal…
– Ya lo sé. Ni al portero de Sindicatos.
Don Anselmo Ichaso admitió que él no se podía quejar. Orondo como siempre, aficionado a los trenes eléctricos, su empresa Ichaso y Cía continuaba trabajando para el Valle de los Caídos, cuya faraónica construcción avanzaba con lentitud, y obtenía material a precios muy bajos. Sin embargo, él no se vendía por un plato de lentejas. También veía en la figura de don Juan al posible salvador y le había enviado a Estoril la consabida carta de adhesión.
– Pero voy más allá -dijo, arrellanado en su butaca-. Se me ha ocurrido que, entre todos, podríamos organizar una entrevista entre Franco y don Juan, para ver si se puede llegar a un punto de coincidencia.
Asombro en los rostros de la Voz de Alerta y Carlota. No se les había ocurrido semejante carambola. Pues claro que sí! La astucia podía dar resultado y dependía acaso de la capacidad persuasoria del heredero de la Corona y, por descontado, de la terquedad de Franco.
– Una idea fabulosa, don Anselmo… Fabulosa! Quién sabe si, en medio de tanta confusión, ello aclara de una vez por todas las posturas de uno y otro -'La Voz de Alerta', rascándose con disimulo a causa de la urticaria añadió-: Parece imposible que una cosa tan simple no se nos hubiera ocurrido…
– Lo más difícil -prosiguió don Anselmo Ichaso- tal vez sea hallar el lugar del encuentro. Resulta inimaginable que Franco se desplace para ello a Portugal, y tampoco creo que don Juan acepte pisar tierra española después de tantas humillaciones. Alguien ha sugerido un barco, un barco en alta mar…
Carlota estuvo a punto de aplaudir.
– Magnífico! Un barco… Qué curioso! Un barco, en zona neutral.
– Exacto.
Después de darle vueltas a tan tentadora perspectiva intervino Javier, el mutilado Javier. Quiso llevar el agua a su molino y hablar de la novela "que había terminado ya y que la censura había rechazado".
– La tengo ahí, en un cajón -dijo, dirigiéndose a la Voz de Alerta-. Y en parte, como usted sabe, es obra suya. No, no, no proteste! Siempre he dicho que usted, en San Sebastián, me abrió el hermoso paisaje de las ideas.
' La Voz de Alerta' se sintió halagado y manifestó deseos de leerla. "Está a su disposición. Lo que ocurre es que es muy larga. Son casi ochocientos folios a máquina".
– Santo Dios! -exclamó Carlota, la condesa de Rubí.
– No he podido abreviarla. Se trata de una primera parte, en la que intento explicar las causas por las cuales España se enfrentó en una guerra civil que duró tres años. Todo el mundo habla de la guerra, pero, que yo sepa, nadie se ha interesado por indagar sus causas… Pronto abordaré la segunda parte, que tratará de la guerra en los dos bandos y luego, quizá, una tercera, analizando las consecuencias.
Javier no perdía el tiempo. Había recorrido media España preguntando, preguntando, abiertos los ojos de par en par. Y había llegado a la conclusión de que aquélla no fue una guerra de "buenos" y "malos", sino de malos en ambas partes. Tan peregrina, tan obvia conclusión, no había sido tratada por nadie en letra impresa. "Ustedes conocieron los horrores de la FAI. Yo he conocido los horrores de falangistas y requetés".
Javier se despachó a gusto. Escribió con amor, con amor a España y a todos los personajes, atento a la sentencia o consejo de Dostoievski: "Hay que escribir con amor. El amor avanzará siempre un centímetro más que el odio, un centímetro más". Amó a todos los personajes sin distinción y sin pretender juzgarlos. Juzgar es lo más fácil, pero se corre el peligro de marrar el tiro y equivocarse. Procuró ser imparcial. Pasado un tiempo, los muertos inspiran respeto. Por lo menos se lo inspiraron a él. Trató con idéntico cariño al general Mola y a Negrín, a Moscardó y a Durruti. Él creía firmemente en la importancia del lugar de nacimiento y del entorno en el transcurso de la niñez. Partiendo de esas bases desarrolló la historia. Una historia que empezaba amablemente en 1931, con la llegada de la República y que terminaba en hecatombre el 18 de julio de 1936. Fueron cinco años de errores por ambas partes. Los odios entre hermanos fueron acumulándose, las familias se partieron en dos mitades y el triste final fue su consecuencia. A medida que iba escribiendo, España se le apareció como un monstruo bicéfalo, o, mejor dicho, con dos corazones. El odio entre dos corazones es lo más cruel que puede existir. Tropezó con muchas dificultades, pues siempre se tiende a idealizar a zutano o a mengano. Tal vez de todo el relato sólo saliera indemne la figura de un muchacho místico que al final daba la vida por un ser desconocido. Los místicos formaban una especie aparte y podía haberlos incluso por causas que negaran la trascendencia. En todo caso, si algo era preciso odiar era la guerra misma, como se vio recientemente en la conflagración mundial. Kamikazes por ambos lados y al término de ello una cruz o la fosa común. Mentiría si dijera que sufrió mucho describiendo horrores. Por lo visto, el oficio de escribir inmunizaba contra una serie de sentimientos que encorsetaban a la persona en su vida normal. Podría hablar horas y horas de ese parto suyo que dormía en un cajón. Pero corría el riesgo de sentar unas premisas que luego la novela, leída con objetividad, con frialdad, desmintiera. Si la Voz de Alerta y Carlota deseaban leerla se la prestaría con mucho gusto y aguardaría impaciente su sentencia.
– Pues claro que sí! -exclamó la Voz de Alerta-. Después de tu discurso, querido Javier, no queda más remedio. La leeremos con mucho gusto, pero en Gerona, a nuestro regreso. Cuando nadie nos estorbe y no podamos ser víctimas de tu contagioso entusiasmo.
Con la novela en una de las maletas del equipaje el matrimonio prosiguió viaje, rumbo a Santander. Desde que entraron en Navarra el paisaje era hermoso y lo era cada vez más. Pastos, verde, al lado de cada pueblo o aldea, inexorablemente, el cementerio.
Tres días permanecieron en Santander, bajo los auspicios del gobernador, camarada Juan Antonio Dávila y su esposa, María del Mar. Ambos ofrecían un aspecto saludable y en cuanto a sus dos hijos, Pablito y Cristina, habían pegado un enorme estirón. Pablito estudiaba ya el primer curso de filosofía y letras y Cristina cuarto de bachillerato. Practicaban mucho deporte. Pablito, hockey sobre ruedas; Cristina, baloncesto, aunque el obispo las obligaba a llevar unas faldas largas que les daba aspecto de penitentes.
Juan Antonio Dávila se acordaba mucho, cómo no!, de Gerona y provincia.
– Todavía siguen ahí los campanarios?:
– Claro. Son eternos.
– Y el lago de Bañólas? Y la Costa Brava?
– Eternos también.
– Qué tal mi antiguo chófer, Miguel Rosselló?
– Es el chófer del nuevo gobernador. No podría vivir sin el volante en las manos.
Pasaron revista a la gestión del camarada Dávila. En su conjunto, y dadas las circunstancias, resultaba aceptable. El gobernador actual, camarada Montaraz, era mucho más duro e inflexible. Tal vez hubiera establecido una excesiva distancia entre él y la población.
Pronto debatieron la cuestión política. Juan Antonio Dávila era pesimista, no lo ocultó. No creía en la solución don Juan. Franco no cedería un ápice y, aparte de eso, don Juan, por su temperamento liberal, sería la antesala de una vuelta al Frente Popular. Franco, sensible en la intimidad, era marmóreo en sus decisiones. Él le visitó una vez en El Pardo y pudo ver sobre la mesa dos carpetas. Una decía: "Problemas que el tiempo ha resuelto"; la otra decía: "Problemas que el tiempo resolverá". Mientras los demás se devanaban los sesos, él seguía pescando y pintando. Sí, sí, pintaba cuadros al óleo, a imitación de Churchill! Ninguno de los dos eran Velázquez. Bucólicos, naíf, que era una manera elegante y educada de decir: aficionados.
– Contentos en Santander?
– Mucho. Es nuestra patria…
A juicio de Juan Antonio Dávila, Santander, Gerona y Guipúzcoa eran las tres provincias más ricas y completas de España. Al revés de Galicia, donde había empezado otra vez la emigración a América. Del incendio que arrasó Santander no quedaba ni rastro. Racionamiento escaso, como en todas partes. Ahora mismo había que enviar mucho aceite a Italia en pago de las deudas contraídas durante la guerra civil. Los maquis tenían poco que hacer allí. Algunas escaramuzas, sobre todo en centrales eléctricas, algunas ejecuciones y pare usted de contar. Lástima que no pudieran ver Santander iluminado. "He tenido que prohibir la luz en los escaparates, porque era un despilfarro".
Juan Antonio Dávila no había perdido la costumbre de hacer inhalaciones y de paladear caramelos de eucaliptos. Miró fijamente a la Voz de Alerta y le preguntó:
– Conque…, en la oposición, eh?
– Yo no diría tanto… Busco una salida, nada más.
– La buscaba también cuando se apoyaba en la vara de alcalde?
– Exactamente lo mismo. El porvenir de España me interesa más que mi trayectoria personal…
– Nunca fue usted amigo de la Falange, verdad?
– No, nunca. Ya lo sabe usted… Nací monárquico y monárquico moriré.
– Pues yo sigo en las mismas, fíjese… Con la camisa azul y el yugo y las flechas. Sé que ahora no estamos de moda, pero el sarampión pasará y los Núñez Maza de turno tendrán que tragarse sapos y culebras.
Carlota, la condesa de Rubí, intervino:
– En Cataluña hay cierto malestar… -dijo-. La guerra civil terminó hace seis años y todavía no se pueden publicar ni libros ni periódicos en catalán. Y todos los rótulos, en castellano. Me gustaría saber por qué.
El camarada Dávila miró con fijeza a Carlota. No la conocía y no sabía si aquello era o no era un desafío.
– El idioma es fundamental para mantener la unidad de un pueblo. O no lo cree usted así?
– Lo creo así. Por lo tanto, y teniendo en cuenta que Cataluña es un pueblo, nuestro idioma debería ser el catalán…
La intervención de Carlota dejó perplejos a todos, incluso a la Voz de Alerta.
– Vamos a ver, vamos a ver si nos entendemos… -prosiguió el camarada Dávila-. Quiere usted decir que el castellano debería prohibirse en Cataluña?
– Nada de eso. El que quiera hablarlo, que lo hable… -marcó una pausa-. Pero el catalán debería ser el idioma oficial.
El camarada Dávila estuvo a punto de levantarse. Por fin, respiró hondo y se sacó el tubo de inhalaciones. Se dirigió a la Voz de Alerta intentando sonreír y le preguntó:
– Su señora está hablando en serio, o es una broma que se traía preparada?
' La Voz de Alerta' carraspeó. Vaciló unos instantes.
– Sería inútil andarse con circunloquios… Ella piensa así, y así se ha expresado.
María del Mar decidió mediar en el asunto.
– Lo que usted ha dicho, Carlota, es un poco fuerte… Quiere darnos a entender que es usted separatista?
– No forzosamente… -contestó, con mucha calma, la condesa de Rubí-. No querría imponer la cuestión a la fuerza. Pero se podría celebrar, por ejemplo, un plebiscito, un referéndum, para ver lo que opina el pueblo de Cataluña.
El gobernador tuvo que apelar a su buena crianza para no soltar un exabrupto. ' La Voz de Alerta' hubiera querido esconderse debajo de una mesa. Quién diablos les obligó a ir allí?
– Señora… -comenzó el camarada Dávila, inhalando una ración de mentol-. Aquí no hay más que un pueblo: España. Cataluña es una región dentro del marco español, y nada más. Lo demás está, incluso, castigado por las leyes…
– Qué leyes? Las que dictaron ustedes al terminar la guerra civil?
– Exacto. Las leyes que dictamos los vencedores. O es que usted hubiera preferido que ganaran los rojos?
– Yo deseaba que ganara Franco, el Ejército español. Pero nunca pude imaginar que luego se dedicara a quemar nuestras banderas.
– Nuestras banderas? -el camarada Dávila hacía grandes esfuerzos para contenerse-. Una es la catalana. Y las otras?
– La del País Vasco y la de Galicia. Los tres países tenemos historia y cada uno su propia lengua, y le juro a usted que esto no se suprime por decreto…
El camarada Dávila se levantó. Dio unos pasos alrededor de su propio sillón y volvió a sentarse. Entonces intervino de nuevo María del Mar.
– A usted no le importaría desgajarse de España…? Formar una nación aparte?
Carlota no lo dudó un instante.
– Personalmente, me encantaría. Pero no estoy segura de que todos los catalanes piensen igual. Por eso he hablado de plebiscito o referéndum…
' La Voz de Alerta' rompió su mutismo.
– Para empezar, a mí me importaría. Yo me siento, primero español, luego catalán.
– Yo no -remachó Carlota.
Cartas boca arriba. La cosa estaba clara. Carlota vertió un torrente de palabras parecido al de Javier en Pamplona. Cataluña poseía los tres atributos requeridos para constituirse en nación: historia propia, cultura propia, lengua propia. Sola con su destino, saldría adelante sin problemas y con holgura, dados el temperamento y la virtud laboriosa de sus habitantes. España sería siempre para ella un lastre. Qué tenían en común un catalán y un andaluz? Y un vasco y un castellano? Absolutamente nada. Unas fronteras trazadas al azar, que hubieran podido ser completamente distintas. El idioma catalán, tal vez más antiguo que el castellano, en otros tiempos se difundió por todo el Mediterráneo. Ella, en Madrid -y por supuesto, en Santander- se sentía extranjera. Y suponía que los señores Dávila se sintieron siempre extranjeros en Gerona. Había hechos diferenciales que no podían obviarse. Con las bayonetas en la mano podía obligarse a los catalanes a decir: sí, madre; pero en cuanto se retiraran las bayonetas volverían a decir: sí, mare. Era una herejía malsana la manipulación de los libros de texto para imbuir a los pequeños la noción de que no había más patria que España. El chantaje podía durar diez años, veinte, cuarenta, pero algún día las aguas volverían a su cauce y los catalanes blandirían de nuevo su señera, cantarían sus canciones y celebrarían sus fiestas folklóricas. Ya se bailaban sardanas: primer paso. En 1939, ello hubiera supuesto el paredón. Poco a poco, por la inercia de la historia, Cataluña recobraría sus derechos inalienables y su personalidad. Franco obró muy astutamente enviando a tantos "depurados" a Cataluña y procurando que los guardia civiles se casaran con sirvientas catalanas. Creó una ambigüedad, algo híbrido, que no conducía a ninguna parte. Cataluña se había calado hasta los huesos para ser lo que era. Sin riqueza subterránea, sin minas de acero o de hierro, sin materias primas para crear una industria metalúrgica poderosa o unos astilleros, había tomado el tren de la revolución industrial y andaba a la cabeza de la renta per cápita. Su propio padre, el conde de Rubí, era un capitoste de la industria textil y Dios sabe lo que le costó, pues los Rubí se arruinaron y él empezó con seis telares nada más. Para pegar el salto de la sociedad agrícola a la sociedad industrial se necesitaba mucho esfuerzo y mucha imaginación. Cataluña suministraba prohombres en todas las parcelas: pintura, escultura, literatura, música, canto, artesanía, etc. Lo único que no sabía crear eran grandes bancos, tal vez porque la moneda no era el motor de su laboriosidad. Fueron los viajantes de comercio catalanes, con el muestrario al hombro y durmiendo en fondas infectas, las correas de transmisión para muchas zonas rurales de España, que quedaban a trasmano de cualquier novedad. Sin contar con la riqueza creada en América. Los catalanes en el exilio habían sido una bolsa de oxígeno para aquellos países de indolencia generalizada. Les habían dado un empujón, como se lo habían dado a esa abstracción llamada España. En fin, no quería seguir tocando este tema, para ella muy querido, puesto que su título de nobleza, condesa de Rubí, era más antiguo que los monumentos de Santander. Prefería callarse, puesto que advertía que no podría convencerles nunca; pero había expuesto una síntesis de sus argumentos y ahora los señores Dávila decidirían si le servían otra taza de té o la esposaban y la mandaban a la cárcel.
Carlota dijo esto último en tono tan sincero y amable que estaba segura de que le servirían otra taza de té. Y no se equivocó. María Fernanda tocó una campanilla y apareció una sirvienta. Mientras tanto, el camarada Dávila, en vez de mirar a Carlota, miraba a la Voz de Alerta, quien abría las manos como diciendo: "Qué le vamos a hacer".
El camarada Dávila no se tomó la molestia de replicar una por una las afirmaciones de Carlota. Lo que le sorprendía era que, durante su estancia en Gerona, nadie le hubiera hablado así. El profesor Civil y el notario Noguer -qué habría sido de ellos?- le aconsejaron huir de paternalismos baratos. Pero jamás se declararon separatistas. Tal vez fuera por miedo, claro… Habían pasado cinco años y, en efecto, la gente podía bailar sardanas y era la propia Sección Femenina -qué habría sido de Marta?- la que cuidaba de recuperar el folklore de la región. Región? Qué le ocurría? Ahora la palabra le parecía chata. Tan hondas eran aquellas raíces?
– Condesa… -dijo, por fin, mirándola de nuevo fijamente-, desde un punto de vista jurídico todo lo que usted ha dicho es delictivo y si se lo hubiera oído en otras circunstancias con toda seguridad se le hubiera abierto un expediente… Pero, siendo la esposa de este caballero, con cuya amistad me honro, en vez de la cárcel prefiero la taza de té.
No hubo ocasión de desplazarse a otro tema. Entre los dos matrimonios se había abierto un abismo. Juan Antonio Dávila no se atrevió a evocar grandes palabras como unidad, imperio, evangelización. No era la España bicéfala de que habló Javier; era la España cortada en pedazos. El gobernador no hizo el menor esfuerzo por paliar la situación y María del Mar se sintió impotente para hacerlo. Así que, al cabo de un cuarto de hora, la Voz de Alerta y Carlota se encontraban en su habitación del hotel Cosmos, discutiendo.
' La Voz de Alerta' reprochó a su mujer que hubiera expuesto de forma tan brutal sus convicciones. Por fortuna, Juan Antonio Dávila era un ser civilizado y la cosa no pasó a mayores; pero corrieron un riesgo innecesario y sobre todo, siendo ellos los invitados, no tenían derecho a provocar.
– Es que estoy harta de andar disimulando… Siempre refiriéndose a Cataluña como si fuera un apéndice molesto. A partir de ahora no pienso callarme. Y si el camarada Montaraz (por qué camarada?) o el general Sánchez Bravo quieren meterme en la cárcel, que lo hagan cuanto antes.
' La Voz de Alerta' consiguió calmar a su mujer. Delante del hotel había un cine en el que ponían la película Pigmalión. "Vamos allá. A ver si el viejo Shaw te enseña a comportarte como es debido".