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PRONTO EL CAMARADA MONTARAZ adquirió fama de "intransigente" o de "fanático", condición que acertó a disimular en sus diálogos con Juan Antonio Dávila. Había sufrido mucho con la guerra, encerrado en el doble armario del almacén de muebles de su padre, y eso no se lo perdonaba a nadie. Cuando, en homenaje a Mateo, conoció a la familia Alvear, ésta le entró por los ojos, especialmente Ignacio y Pilar. "Contad conmigo", les dijo. Por supuesto, no comprendió que don Emilio Santos, habiendo sufrido en la checa mucho más que él, se mostrara tan ponderado en los comentarios. "Es mi talante -dijo don Emilio-. No lo puedo remediar".
Matías estaba sobre ascuas, entre otras razones porque el nuevo gobernador, en ausencia de Mateo, se había apoderado de la Jefatura Provincial de Falange. "Ya sé que es un decreto, y que en todas las provincias será así. Pero hubieran podido esperar a que mi yerno estuviera de vuelta". Cuando Matías decía "mi yerno", es que lo defendía. Cuando decía "Mateo" a secas, postura neutral. Cuando decía "Mateo Santos", eran dos flechas que sonaban como escupitajos.
El camarada Montaraz, después de acondicionar el Gobierno Civil a su gusto y al gusto de María Fernanda con los muebles y cachivaches que dejaron en Albacete, imitó a su predecesor y se dio un garbeo por la provincia, en un coche Studebaker conducido por Miguel Rosselló. Unas veces se llevó de asesor a mosén Alberto, otras a la Voz de Alerta, otras al profesor Civil. En los pueblos soltó discursos breves y escuetos, como en él era habitual -las gentes volvieron a levantar el brazo con decisión-, y cada vez al final del trayecto su comentario era el mismo: falta de higiene, asombrosa laboriosidad, paisaje bello, pero lenguaje catalán… Esto no le cabía en la mollera -tampoco a María Fernanda-, y se preguntaba si el consejo de Juan Antonio Dávila: "No ataques por ese flanco", era un chaqueteo o un hecho consumado, tan irreductible como los muros del Alcázar o como la leche materna. ' La Voz de Alerta' llegó a decirle: "Supongo que ni yo ni Carlota somos sospechosos; pues en casa hablamos catalán". El camarada Montaraz empezó a comprender que todo paralelismo entre Cataluña y el País Vasco había que ponerlo en cuarentena. El profesor Civil matizó: "Son dos conflictos distintos. No olvidará usted que los nacionales han matado en el País Vasco a catorce sacerdotes, por considerarlos gudaris y porque al parecer disparaban con ametralladora. Esto, en Cataluña, es inimaginable".
Visitó también, cómo no!, la cárcel, el manicomio y los urinarios públicos de la plaza de San Agustín. La cárcel le pareció horrible, con tanta promiscuidad y tal exceso de reclusos, algunos de los cuales no sabían por qué estaban detenidos. "Hay que fumigar esto!", barbotó. En cuanto al manicomio, constituyó para él un golpe duro. Ochocientos internos malolientes, masiñcados, tiritando de frío bajo el cielo plúmbeo de Gerona. El doctor Andújar, que amaba a los locos, le atajó con una frase: "No tenemos presupuesto". Al camarada Montaraz, sin saber por qué, le dieron más lástima las mujeres, algunas de las cuales llevaban un clavel rojo prendido en el pelo. "Hay que fumigar todo esto!", clamó otra vez. Y entonces llegó el asombro. Al despedirse, los locos, alineados en el patio, levantaron el brazo y algunos cantaron Cara al sol. Uno de ellos estaba siempre, todo el día, al lado de una radio con la oreja pegada, asegurando que oía Berlín y que Berlín estaba a punto de ganar la guerra. Tocante a los urinarios públicos -entró incluso en bares y restaurantes-, se encontró con lo de siempre: "Vivas" y "Mueras" en paredes y puertas y toda clase de dibujos obscenos.
A Miguel Rosselló iba diciéndole. "Toma nota de esto". "Y de lo otro". "Y de lo de más allá". Rosselló se dio cuenta de que era mucho más meticuloso que su antecesor, y que por las trazas se disponía a actuar con rapidez. Ahora bien, cómo se las arreglaría? Existía una especie de abulia asumida por la mismísima población. La obsesión de la gente no era la suciedad, tampoco los barrotes, tampoco la locura: eran las cartillas de racionamiento y las consignas. Por ejemplo, acababa de crearse la Delegación Gubernativa para la Represión de la Mendicidad. Cómo reprimir la mendicidad, si en las colas de Auxilio Social la gente se increpaba y había niños legañosos que recordaban estampas del viejo Egipto y de Abisinia?
Mosén Alberto, fiel a su talante, le habló de adecentar ciertas zonas del barrio antiguo, e incluso de construir un paseo Arqueológico que podía ser una de las maravillas de Europa, y, por fortuna, no sujeto a las bombas caídas del cielo. Esgrimió un argumento en el que había depositado muchas esperanzas: "Su hijo, Ángel, se quedó boquiabierto. Textualmente dijo: "Esto es el no va más." El camarada Montaraz movió la cabeza negativamente. "Con todos mis respetos, mosén Alberto, no estamos para monumentos góticos o románicos. Son prioritarias la comida y la disciplina".
Jaime, el librero, que había prosperado mucho, hasta el punto de trasladar su negocio a un espacioso local de la céntrica calle de José Antonio Primo de Rivera, rotulándolo " La Cultural " porque se escribía lo mismo en catalán que en castellano, estaba desesperado con el nuevo gobernador, que había actuado inquisitorialmente en todas las librerías de la ciudad. Al camarada Montaraz no le inquietaban los Baroja y Valle-Inclán, sino todo lo que oliera a marxismo. Veía marxismo por todas partes, convencido de que tal doctrina había impregnado a muchos intelectuales "sin que éstos se dieran cuenta". Hizo un auto de fe, una gran hoguera con toda la literatura que juzgó sospechosa al respecto. A Jaime le expolió media tienda. El camarada Montaraz sabía que Churchill le había escrito a Franco que "el comunismo no era ninguna amenaza" y de ahí que los aliados enviaran tanto material al Kremlin a través del Ártico. Eso le bastó para descalificar al premier, aun admitiendo que era un león luchando por su causa. Declaraba a Churchill y a Roosevelt "los miopes". Siempre que se refería a ellos les llamaba "los miopes". No le extrañaba que Franco hubiera dicho que si hacía falta, si los rusos abrían brecha en dirección a Berlín, estaba dispuesto a enviar un millón de soldados españoles. A Stalin le llamaba el "cíclope", ya que, según él, tenía un solo objetivo: el desgaste de las democracias.
Cuando a Jaime le caía en el lote algún libro en latín, antiguo, con tapas de pergamino, se asesoraba con mosén Alberto. Una vez le cayó un incunable, impreso en Gerona!, y mosén Alberto se lo compró para el Museo Diocesano.
Jaime, debido a su profesión, debía recorrer también con frecuencia la provincia, comprando libros de masías vetustas venidas a menos. Fue testigo de cómo algunos jóvenes malvendían el Patrimonio de sus abuelos. Continuamente bajaban libreros de lance de Barcelona dispuestos a comprarle libros en catalán, que guardaba en la trastienda o en su piso, a resguardo de las gafas negras del camarada Montaraz. Jaime se había agenciado un coche renqueante para los traslados y a veces acompañaba a Matías, su ex compañero en Telégrafos, a pescar en el río, con Eloy. Ahora agradecía a Franco que le hubiera depurado. Fue su suerte, como si le hubiera tocado la lotería. En consonancia con su oficio de librero de lance se dejó crecer la cabellera para tener aire de artista, y llevaba lacito en el cuello, al igual que el pintor Cefe. Eran los dos únicos lacitos de la ciudad. Aunque parte de las ganancias se le iban con una pupila de la Andaluza, llamada Remedios, que en cuestión de la libido estaba más enterada que Freud.
Jaime era bajito y piernicorto, pero con gran fibra. Cuando llegaba algún telegrama para él, Matías se lo llevaba personalmente a la tienda, en manos. Dos de sus mejores clientes eran los hermanos Costa, que no regateaban nunca el precio. Organizó un servicio de abonos para leer novelas de aventuras, que tenían tantos partidarios como los tebeos. El autor preferido era Zane Grey. Su amante Remedios se las tragaba todas. Decía que la realidad podía enseñarle pocas cosas, y que en cambio en los libros con intriga y suspense encontraba aliciente. Remedios le tenía a su vez intrigado porque siempre le pedía una novela en la que la víctima fuera un químico de profesión. "El cadáver tiene que ser el de un químico". Nunca explicó el porqué. Tal vez alguno le jugó una marranada. Jaime contrató a un dependiente, un tal Facundo, que había sido de la CNT y que exhibía ojos de lince. Cuando no tenía nada que hacer miraba los grabados antiguos, como los de Gustavo Doré, y decía: "Voy a decirle a Cefe que eche una mirada a esto! Seguro que se largará con los pinceles a otra parte".
Llegaban a manos de Jaime revistas extranjeras, que venían con los inmigrantes fugitivos de Francia. En una de ella leyó que el casino de Niza iba a ser demolido, y que en los cincuenta años de su existencia se registraron diez mil suicidios de jugadores dentro del propio casino, y tres mil en el mar. El diez por ciento, mujeres. Facundo, siempre alegre, se encalabrinó. "Con lo hermosa que es la vida, hay que ver!".
El ex alférez Montero, Ricardo de nombre, tenía tratos con Jaime para comprarle libros que faltaban en la Biblioteca Municipal, de la que continuaba siendo el director. Estaba tan eufórico a raíz de su idilio con Gracia Andújar, la hija del doctor, que parecía haber superado para siempre sus depresiones anteriores, debidas a la cantidad de condenados a muerte a los que, en el cementerio de Gerona, había tenido que rematar con el tiro de gracia. Dicha euforia le llevó a leer también en la biblioteca, a escondidas, libros de aventuras, cuanto más ingenuas mejor. Se tragó todo Julio Verne y todo Walter Scott. Tales lecturas lo transportaban a mundos imaginarios, lo mismo que jugar al póquer en el casino, donde a veces coincidía con el capitán Sánchez Bravo, con quien nadie podía competir.
– Por qué no se lleva usted novelas de amor? -le preguntaba Jaime.
– El amor no es para leerlo. Es para practicarlo… -y al decir eso el muchacho se acordaba de las muchas veces que, destrozado, arrastrando los pies, había ido a casa de la Andaluza, pecando precisamente con la hermosa Remedios, mucho antes de que pudiera hacerlo Jaime.
Existía, posiblemente, una dificultad. Ricardo Montero tenía un tic que consistía en pestañear incesantemente, resaca de lo mucho que había sufrido. "Por qué haces eso?", le preguntaba Gracia Andújar. "Pues, no lo sé…", contestaba él. En cambio, el doctor Andújar lo sabía. Era una contraseña del sistema nervioso. El doctor estaba más que alarmado con el noviazgo de su hija. Experto en su profesión, hubiera podido jurar que Ricardo Montero había superado sus estados anímicos sólo provisionalmente. "Tendrá depresiones intermitentes, algunas muy graves -le decía a su mujer-. Lo que hizo lo marcó para siempre. Una vez le hablé del cementerio de Gerona, así de pasada, y el muchacho se quedó pálido como un cadáver".
En otras palabras, el doctor Andújar se propuso poner cuantos obstáculos tuviera a su alcance para que su hija no uniera su vida a aquel hombre enfermo, otra inerte víctima de la posguerra. Por descontado, debía obrar con mucho tino, para que Gracia Andújar no se enamorara todavía más. El doctor conocía la tesis de la unión de los contrarios. "Dejemos que pase el tiempo, y espérenlos la ocasión".
Era curioso que la postura, decisión incluso, del doctor, coincidiera en este asunto con la actitud de Marta, la gran amiga de Gracia Andújar. Pudiera decirse que Marta, últimamente, se había convertido en casamentera… No sólo influyó para que Chelo Rosselló se casara con Jorge de Batlle, sino que ahora andaba buscándole pareja a su hermano, José Luis, teniente jurídico militar, puesto que éste había roto sus relaciones con María Victoria, la cual se fue a Rusia donde, tal vez aupada por el frenesí de las batallas, se había comprometido con el capitán Arias. Diversas circunstancias iban en favor del proyecto de Marta, otras eran contrarias a él. Marta tenía a su favor que ella quería quedarse en Gerona, donde había volcado toda su alma en la Sección Femenina, con resultados tan satisfactorios que el camarada Montaraz le colocó una medalla en el pecho, al tiempo que le decía: "Tu labor ha sido ejemplar". A más de esto, en Gerona estaba enterrado su padre, el comandante Martínez de Soria. Circunstancias desfavorables eran su ruptura con Ignacio -ambos coincidían por las calles cada dos por tres-, y que su madre le dijera insistentemente, con su eterno tono de tristeza: "Qué hacemos aquí? Deberíamos tomar el portante e irnos todos a nuestra tierra natal, Valladolid".
Así las cosas, el árbitro de la cuestión era el propio José Luis, quien parecía mostrarse indiferente en medio de ambos proyectos, y que había encajado muy bien las calabazas que acababa de darle María Victoria. Marta razonaba para sí: "Si mi hermano se enamorase de una muchacha de Gerona, todo arreglado y mi madre no tendría más remedio que resignarse primero y alegrarse después, cuando brotaran a su lado un par de nietecitos".
Pero había algo más. Marta, en el interior de su cacumen, había colocado incluso un nombre preciso en su endiablado proyecto: precisamente Gracia Andújar. Ideal. Nunca creyó que lo suyo con Ricardo Montero terminara en el altar. Conocía bien al ex alférez. Era un hombre tarado, peligroso incluso para sí mismo, como les ocurría a tantos combatientes cuando tenían sobre su conciencia problemas de muerte. "Gracia Andújar ha nacido como las gacelas, para ser feliz, y no para tener en el hogar un consultorio psiquiátrico".
De modo sorprendente, pues, el doctor Andújar tenía una aliada: Marta. Sólo el destino -y tal vez Julio Verne, y tal vez Walter Scott- sabían en qué pararían a la postre sus elucubraciones.
Entre las amigas de Marta, además de sus colaboradoras en la Sección Femenina: Chelo Rosselló, Gracia Andújar, la camarada Pascual, etcétera, cabía contar a Eva, la muchacha alemana que Moncho se trajo cuando éste, tomando la decisión que le apuntara a Ignacio, llegó a Gerona dispuesto a instalarse en la ciudad. Moncho no actuó por impulso, sino después de un largo tiempo de pesar el pro y el contra. No quería sorpresas, como las que a menudo daban los análisis de laboratorio. Antes se aseguró de que sería el analista de la clínica del doctor Chaos, y también del doctor Andújar. En definitiva, y dados su temperamento y preparación, podía apostarse que pronto había de ser, salvo imprevistos, el analista de más renombre en la ciudad.
Ignacio había pegado un salto de alegría y se acordó de uno de los párrafos que Moncho le dedicó a raíz de su estancia en Gerona: "Sí, soy analista. Mi idea es estudiar bichitos en el microscopio. Ahí dentro se esconde la verdad. Hay personas que por la calle parecen atletas; analizas su orina y su sangre y piensas: dentro de seis meses, la muerte. Los analistas somos la policía secreta de los demás".
Su mujer, Eva -Matías comentó: "No entiendo que digáis su mujer, puesto que es su amante, contra lo que no tengo nada que objetar"-, se ganó a todo el mundo en poco tiempo. Era judía, lo que añadía un picante a su condición, especialmente, por ejemplo, para Manolo y Esther. Se instalaron en un piso de la calle de Ciudadanos, vecino al hotel del Centro, donde seguían hospedándose el cónsul británico mister Edward Collins y el cónsul alemán Paúl Günther. Eva era una mujer culta. Estudió química -lo que constituía un refuerzo para la labor de Moncho-, hasta que los bandazos de la política en su país, Alemania, la llevaron, sola, sin sus padres, a Barcelona. Sus padres habían desaparecido en una razzia efectuada por las SS y no consiguió saber nada de ellos, temiendo siempre lo peor. Al igual que otros tantos judíos, el único refugio que se puso a su alcance fue España. Y en España encontró a Moncho, y ahora vivía con él cerca del río Oñar y a la sombra de sus dos hermosos campanarios. Eva y Moncho se querían mucho y ella aprendía día a día el idioma castellano, con tesón admirable. Aunque Moncho le decía: "No pierdas nunca tu acento alemán, que te añade mucho encanto".
Marta congenió con Eva, a condición, naturalmente, de no hablar de la guerra. Porque Marta deseaba la victoria de Alemania y Moncho y Eva lo contrario. Marta estaba a favor de las teorías de Hitler, con algunos matices; en cambio Eva, que no era como las muchachas nazis que visitaron Gerona y que se tomaron tanto jugo de limón, sino de aspecto débil y asustadizo, estaba en contra de Hitler y de todo lo que éste predicaba en Mi lucha. Moncho y Eva, cuando Marta no estaba presente, protestaban de la ayuda que España prestaba a Alemania. Hitler tenía permiso para el abastecimiento de los submarinos alemanes en el puerto de "go; los aviones meteorológicos alemanes podían volar con distintivos españoles y la estación de radio de La Corana trabajaba Para la Luftwafe; se creaban cátedras de alemán en las universidades españolas; se organizaban exposiciones del libro alemán, una de ellas en Gerona, en el feudo de Ricardo Montero; en diversas fábricas españolas se producían cartuchos, motores, piezas de artillería, uniformes, paracaídas para el Reich; bases para la aviación en Badajoz, Vigo, Sevilla, Vascongadas y Galicia; etcétera. Todo ello pese a que, según mister Collins, el plan de Alemania era convertir España en un país agrícola, en una colonia agrícola y minera de la Alemania poderosa e industrial.
Marta, que por supuesto estaba enterada de todo esto, le preguntaba al camarada Montaraz si ello era cierto. Y el camarada Montaraz le contestaba que sí, y que había mucho más. En las islas Canarias, que eran un punto estratégico de suma importancia, en los edificios de la compañía alemana Bloom und Voss se almacenaban piezas de recambio para los submarinos. "Te das cuenta, Marta? Los submarinos alemanes, en esta guerra, cumplen una misión de primer orden. Pues bien, en Tenerife existe un arsenal secreto y las tripulaciones se reponen en tierra, mientras los oficiales son invitados por familiares falangistas".
A cambio de esto, las reivindicaciones españolas eran Gibraltar, el Marruecos francés, la parte de Argelia colonizada y habitada por españoles y las colonias situadas en el golfo de Guinea.
Eva no comprendía que Inglaterra, que de sobra debía estar enterada de lo que ocurría, concediera a Franco un enorme crédito de libras esterlinas para la compra de víveres y de materias primas. Manolo la sacó de dudas. Manolo sabía de buena tinta que unas semanas antes, en febrero, los Estados Unidos habían dirigido una verdadera acusación contra Franco, pero que éste no ignoraba tampoco que Churchill era hostil a toda intervención. Más aún, el "miope" Churchill había presionado a Washington para que renovara el envío de petróleo a España, al tiempo que Gran Bretaña se disponía a importar de España productos agrícolas. Por si algo faltara, Moscú había hecho saber que "no le interesaba por el momento la península Ibérica, sino más bien un ataque a fondo de los aliados contra el Reich en su fortaleza del Atlántico".
Marta, cogida entre dos fuegos, estaba por otra parte convencida de ejercer una gran labor, aunque esto la obligase a dejar demasiado sola a su madre. Soltera? Tal vez sí. La Sección Femenina exigía darlo todo. No eran feministas y colaboraban con los hombres. " La Unificación no nos gustó -decía Marta-, pero comprendimos que había que unirse para ganar la guerra". "Se nos ataca diciendo que sólo enseñamos a coser y cocinar. No es cierto. En los ambientes rurales, a través de la camarada Pascual, de Olot, enseñamos a cuidar de la familia, a luchar contra el analfabetismo y la mortalidad infantil. Antes de la Sección Femenina estaba mal visto hacer gimnasia… Ahora se enseña ballet. Y los albergues! Las chicas se sienten por primera vez independientes". Por lo demás, Marta decía: "Yo no sé siquiera freír un huevo".
En casa de la Voz de Alerta había euforia. Se confirmó que Carlota estaba encinta, pero no sabían si sería niño o niña. Alguien les dijo que precisamente los ginecólogos rusos habían encontrado el sistema para detectar esto en el vientre de la madre. Supusieron que era un bulo propagado por algún "rojo".
' La Voz de Alerta' continuaba compartiendo a menudo el rancho con los ancianos del asilo y éstos continuaban gritando: "Viva el señor alcalde!". Este tipo de halago crispaba al profesor Civil.
– Por qué ese paternalismo? Al fin y al cabo, usted cumple con su misión.
– Qué puedo hacer yo? -replicaba el alcalde-. Yo no les he dado ninguna orden…
– Ya lo sé. Pero es la costumbre. En los regímenes totalitarios, y perdone la franqueza, lo más normal pasa a ser una bendición. También a mí, en Auxilio Social, a menudo me dan las gracias. La gente se muere de hambre y da las gracias! Quiere que le cuente cuál es el menú de hoy?
La voz de Alerta, como siempre, se limpiaba con gamuza los cristales de sus gafas de montura de oro.
– No es necesario. Me lo supongo… -contestó con rapidez.
– Qué va usted a suponer! -el profesor Civil puso más énfasis en cada palabra-. Un poco de bacalao de penca de cola, garbanzos remojados y un minúsculo pedacito de membrillo… Ésta es la comida fuerte del día, a la que hay que añadir un trozo de Pan amarillento, duro como la piedra y que sabe a demonios.
' La Voz de Alerta' se tocó la nariz con los dedos en pinza.
– Profesor Civil, le agradezco sus informes, pero le repito que me los sé de memoria. Lea usted mañana Amanecer, mi columna "Ventana al mundo", y comprobará que me ocupo de la cuestión.
Al día siguiente no apareció nada en Amanecer. Y es que la voz de Alerta tenía ahora un censor más tiránico que Mateo: el camarada Montaraz. Ninguna noticia negativa, ninguna sugerencia Que pudiera interpretarse como un fallo del sistema.
– Puedo saber por qué no se puede hablar del bacalao de penca de cola? -protestó el alcalde.
– Porque esto acabará pronto… No hay que alarmar a la población. Además, este año se esperan cosechas como las mejores del siglo. Y el subsuelo español, el eterno abandonado, empieza a soltar las innumerables riquezas que lleva dentro. Pronto te enterarás!
' La Voz de Alerta' movió la cabeza. En este sentido, su interlocutor -magníficos dientes de oro- era un frontón. El alcalde lamentaba que el camarada Montaraz no fuera también monárquico, pero, a pesar de todo, congeniaban. ' La Voz de Alerta' estaba contento con la campaña pro-higiénica que había organizado el gobernador, quien había decretado, ante la satisfacción de Marcos!, doblar el número de urinarios públicos de la ciudad y remozar los ya existentes. Los había, empezando por los de los cines, que parecían cloacas. Barrió todas las paredes con pintura de calidad y publicó un bando amenazando con copiosas multas a quienes las ensuciasen. ' La Voz de Alerta', que continuaba sacando motes a todo el mundo, llamó al gobernador la Escoba, lo que gustó mucho al patrón del Cocodrilo.
' La Voz de Alerta' seguía en contacto con don Anselmo Ichaso, quien, sorprendentemente, jugaba ahora sin equívoco posible la carta de don Juan como heredero de la Corona. ' La Voz de Alerta' se unió a este proyecto, pues la vuelta al tradicionalismo le parecía una utopía. Don Juan era mucho don Juan. Culto, vital y valiente.
A veces la Voz de Alerta titubeaba pensando que los Borbones tenían mala suerte, pero esto era una superstición. Lo que le asustaba era que don Anselmo, desde Pamplona, con su colección de trenes eléctricos, algún día le propusiera firmar algún documento para entregarlo al Caudillo. Carlota lo animaba. "Tienes que hacerlo. Es tu obligación. Don Juan apoyaría a los catalanes". Carlota, a través de la Corona inglesa, empezaba a sentir inclinación por los aliados. Hitler le parecía lo contrario de la aristocracia y el papel que, en Italia, frente al Duce, jugaba el emperador Víctor Manuel III se le antojaba poco airoso.
Al margen de esto, se estableció un duelo entre Carlota, condesa de Rubí y la mujer del gobernador, María Fernanda de Bustamante, también aristócrata, Carlota, preñada, no podía en aquellos meses presumir demasiado, pero su clase era innegable y cuando ambas mujeres coincidían sus diálogos se parecían a partidas de ping pong. Quienes las conocían prejuzgaban que ninguna de las dos ganaría la partida, que habría empate. Ángel lo resumía con una palabra ajedrecística: tablas.
' La Voz de Alerta' tenía poco trato con Agustín Lago, pero empezaba a interesarse por el Opus Dei, ya que Carlota le decía que en Barcelona estaban consiguiendo fichajes de categoría. Le habían dicho que Carrero Blanco, futuro subsecretario de la Presidencia del Gobierno, les hacía el caldo gordo. A la Voz de Alerta le hubiera gustado encontrar un ejemplar de Camino, pero no lo consiguió. Se lo encargó a Jaime y éste le dijo: "En mi librería no interesan esos temas. Si quiere usted las obras completas de Emilio Zola, o de Reclus…"
Una noticia que apareció en Amanecer por orden del camarada Montaraz fue que la Falange, al estallar la guerra, contaba sólo con diez mil afiliados, mientras que los requetés alcanzaban los setenta mil. Y que en esos años se había igualado la cifra, lo cual no era de extrañar, puesto que en la Falange entraron en tromba muchos "decepcionados" de los regímenes anteriores… ' La Voz de Alerta' comentó que la operación había sido fácil, pues se inscribieron en Falange incluso miembros de la FAI, motivo por el cual la gente la llamaba la FAILANGE.
En un tema concreto el camarada Montaraz y la Voz de Alerta coincidían plenamente: era preciso acabar con el estraperlo. Acabar era mucho decir, mientras durara la guerra; pero paliarlo en lo posible y, sobre todo, dar la sensación de firmeza. La primera medida que tomó el gobernador fue colocar en su antedespacho un letrero que decía: "Prohibidas las recomendaciones. Sólo perjudican al recomendado". La segunda, fue drástica. Aprovechando que acababa de publicarse una ley según la cual los delitos de estraperlo podían ser castigados incluso con la pena capital, trascribió el decreto en Amanecer y obligó a la emisora de radio a que lo fuera repitiendo durante quince días. "A ver si empezamos a hacer política seria -dijo el camarada Montaraz-. Se ríen en nuestras propias barbas y esto es inadmisible".
' La Voz de Alerta' asintió. Y pensó que sus cuñados, los hermanos Costa, echarían marcha atrás. Y se equivocó. Hubo un frenazo para el estraperlo menudo, el de la orquesta Gerona Jazz, por ejemplo, que continuaba llenando de lentejas y demás productos comestibles el interior de los instrumentos. También se esfumaron como por encanto los hombres disfrazados de sacerdotes o de frailes que hacían su agosto subiendo a los pisos y pidiendo "para la reconstrucción de la parroquia". Pero los hermanos Costa! Don Rosendo Sarro, el padre de Ana María, más que nunca seguro de sí! Claro que tenían varios asuntos pendientes en el juzgado, y que Manolo e Ignacio iban a por ellos. Pero eran duros de pelar. Muchos testigos hacían marcha atrás, temerosos de que alguna amenaza pendiera sobre sus cabezas. Manolo le decía a Ignacio: "Tiempo al tiempo… Los hermanos Costa, con este gobernador, caerán. Lo de tu suegro, el inefable don Rosendo, lo veo más peliagudo".
La tercera medida tomada por el gobernador fue la de castigar a los dueños de varios establecimientos -comestibles y calzado- a permanecer durante veinticuatro horas en el escaparate de sus tiendas, a la vista del público. Desfiló toda la población, entre divertida y asustada. En el café Nacional, Galindo y Carlos Grote le dijeron a Matías: "Sabíamos que la Escoba, perdón, el gobernador, tenía sentido del humor y colaboraba en ' La Codorniz', pero no hasta ese punto. Señores, en lo que a nosotros respecta, chapeau…"
Tristes conquistas comparadas con el alud de ingenio y mala uva de los estraperlistas. Productos buscadísimos eran los metales: tuberías, cables, cañerías de plomo, hilos telefónicos, las tapas de las bocas de riego, las de los alcorques. Y el mármol. Las mismísimas lápidas mortuorias se convertían en veladores de café. Hubo cliente que al pasar la mano por el reverso de la mesa palpó la leyenda: "Tus hijos no te olvidan". Y en las pensiones barcelonesas, según Ezequiel le contaba a Ana María -y ésta a su vez a Ignacio-, daban gato por liebre. En una fonda próxima a la estación de Francia se descubrió que habían servido dieciocho mil gatos desde la terminación de la guerra civil. El dueño, Renato Zato, temió ser fusilado, acorde con el reciente decreto; se salvó. Le salieron doce años y un día y el hombre se dio por satisfecho.
A todo esto. Amanecer publicó un anuncio que movilizó a la población. Alemania pedía obreros españoles, en cantidad ilimitada, mediante un contrato que mejoraría al ciento por ciento su nivel de vida. En toda la nación tal noticia causó una especie de escalofrío, acaso un suspiro de alivio. Trabajar en Alemania! Las puertas de la riqueza abiertas! Se acabó el racionamiento, sobraría para enviar divisas a la familia! Se formaron colas. ' La Voz de Alerta', y el camarada Revilla, delegado provincial de Sindicatos, contabilizaron veintidós emigrantes dispuestos en la ciudad, seis de ellos, precisamente, "productores" de los Costa, de la EMER, que dirigía el hijo del profesor Civil.
Y allá se fueron gran cantidad de obreros -la primera remesa fue de cinco mil-, montados en los mismos trenes que antaño utilizaran los voluntarios de la División Azul, y siguiendo el mismo itinerario a través de Francia. Las despedidas fueron una mezcla de tristeza -separación- y de júbilo. "Mujer, no llores, que ha llegado la ocasión!". El padre Forteza, conocedor de Alemania, le dijo a Alfonso Estrada: "Me temo que al llegar allí se encontrarán con alguna sorpresa desagradable".
Moncho y Eva comentaron:
– Más lazos con Alemania! Hay que ver…
A todo esto, Franco hizo un viaje a Cataluña. Lo tenía prometido desde hacía tiempo, pero no veía el momento. Por fin llegó. Y he ahí que la santa montaña de Montserrat, a donde Franco iba a subir para rendir culto a la Moreneta, se llenó como en las grandes fiestas de las peregrinaciones. Subieron allí varios obispos, todas las autoridades de la región -el camarada Correa Veglison, el camarada Montaraz, etc.-, y también una serie de ciclistas que pedalearon con brío asombroso, como si cumplieran una promesa o estuvieran en pleno tour de Francia.
Como es natural, entre los obispos presentes figuraba el de Gerona, el doctor Gregorio Lascasas, que no había estado sino una vez en el monasterio y que nuevamente se quedó con la boca abierta y suspenso el ánimo. Fue precisamente a él a quien correspondió decirle al Caudillo que las jerarquías eclesiásticas lo saludaban con las siguientes palabras: "Vemos en Vos el instrumento de la Providencia ". Franco no se inmutó. Por lo visto estaba acostumbrado a los halagos más fervientes. No podía olvidar que el sacerdote Herrera Oria le había dicho en Málaga: "Fue enviado por Dios un hombre cuyo nombre era Francisco". Y que el obispo de Madrid y Alcalá, doctor Eijo Garay, llegó a decirle viéndole bajo palio un día en que el obispo balanceaba el incensario: "Nunca he incesado con tanta satisfacción como lo hago ahora con Vuestra Excelencia".
Franco contestó con un largo discurso, en medio de aplausos y vítores de la multitud que cubría la explanada frente al monasterio. Y entre otras cosas dijo algo que agradó mucho al camarada Montaraz y a Marta, pero que disgustó al notario Noguer, Presidente de la Diputación: "Sólo existe una nación cuando tiene un jefe, un Ejército que lo guarda y un pueblo que la asiste. Nuestra Cruzada demostró que tenemos el jefe y el Ejército. Ahora necesitamos el pueblo y éste no existe más que cuando logra tener unidad y disciplina".
– Cómo puede un hombre autoelogiarse de este modo? -le preguntó el notario Noguer al camarada Rosselló, que estaba a su lado.
El camarada Rosselló le miró con firmeza.
– No se trata simplemente de un hombre. Es el Caudillo y todos sabemos lo que esta palabra significa.
El notario Noguer enmudeció. No quiso encrespar a su joven interlocutor, entre otras razones porque tenía asma y se sentía débil. Pero recordó con cierto regusto unas palabras del cardenal Segura, el único "enemigo", junto con el cardenal Vidal y Barraquer, del generalísimo Franco; y dichas palabras eran: "La palabra Caudillo, en la literatura clásica, significaba jefe de una banda de ladrones; e Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios espirituales, clasifica la figura del Caudillo entre los demonios".
Este recuerdo del notario Noguer empezó y acabó en su claustro personal. El exterior, en la gran explanada, continuaba cantando himnos y aplaudiendo. Fue un triunfo de Franco, que tuvo su momento culminante cuando el Generalísimo subió al camerino de la Virgen y besó con fervor la imagen.
Y cabe añadir que la estancia en Montserrat no fue más que una etapa. Luego le tocó a Barcelona: desfile de "productores", organizado conjuntamente por el camarada Girón y las autoridades locales. Fue una ceremonia apoteósica, tanto más cuanto que no procedía de las Fuerzas Armadas, sino de la población civil. El número de "productores" que desfiló brazo en alto ante el Caudillo, en la avenida que llevaba su nombre -antes Diagonal-, superó los cuatrocientos mil. La urbe se tino del azul de las camisas por espacio de varias horas. Era invierno, hacía frío, pero el entusiasmo podía con todo. El general Sánchez Bravo, también presente, al ver el mundo del trabajo marcando el paso barbotó, a oídos de su ayudante, el coronel Romero: "Nunca imaginé que el pueblo, tres años después de haber terminado la guerra civil, continuara siendo milicia". Naturalmente, de Gerona había llegado un tren entero de "productores" procedentes de toda la provincia, presididos por el delegado provincial de Sindicatos, camarada Revilla. Y los Costa, por su cuenta, habían inscrito a todo su personal.
El camarada Montaraz se palpó varias veces la cicatriz de la mejilla izquierda, por cuanto le habían dicho que Montserrat era el ombligo del separatismo catalán. Aquello le dio ánimo, le mantuvo la moral. Tal vez Cataluña fuera más permeable de lo que los pesimistas podían pensar. Lamentó no tener a mano media docena de cacahuetes, porque hubiera ido partiéndolos por la mitad con su reconocida maestría.