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Nikolai se comió las gachas y a continuación lavó y secó su plato. Lopajin ni siquiera tocó su ración. Agachado junto al fuego, removía el contenido del pozal con un palo y miraba con avidez los cangrejos, cuyas pinzas inmóviles asomaban por entre el vapor. Alrededor de la hoguera dominaba el olor dulzón del hinojo caliente; Lopajin olfateaba de vez en cuando y hacía comentarios:
– Vaya, esto es como el hotel Inturist, el Sadovoi de Rostov. Huele a cangrejos y a hinojo. Si tuviéramos unas cuantas cervezas frescas de «Los tres montes», estaría todo completo. ¡Vosotros, camaradas, echadme una mano! ¡Huele tan bien que me voy a caer al fuego!
De vez en cuando pasaban hacia el este vehículos del batallón médico-sanitario. El último que pasó era un descapotable de fabricación americana nuevo y pintado de verde; la pintura reflejaba la luz pero se notaba que había recibido varios balazos; el capó estaba estropeado. En la caja trasera se acomodaban como podían los heridos leves. La blancura de las vendas destacaba contra sus rostros bruñidos.
– Tendrían que ponerles una lona impermeable -comentó disgustado Nikolai-. Van a pasar mucho calor.
El soldado más alto echó una ojeada a los heridos y suspiró.
– ¿Por qué los transportan de día? Se les ve desde lejos en la estepa pueden llegar los aviones y machacarlos. ¡No se enteran de nada!
– Sí, a lo mejor es necesario -repuso el otro -. Ahora ya no se oye a los zapadores. Somos los únicos que estamos refrescándonos.
Nikolai prestó oído. En la aldea reinaba un silencio extraño, sólo se oía el ruido de los vehículos que se alejaban y el despreocupado arrullo de un tórtolo; pero pronto llegó del oeste el conocido martilleo lejano de la artillería.
– ¡Nos han jorobado los cangrejos! -exclamó Lopajin tristemente, y lanzó una palabra gruesa a estilo minero.
Así, pues, no hubo tiempo de cocer los cangrejos. Al cabo de unos minutos el regimiento se puso en pie. El capitán Sumskov pasó rápidamente revista a los soldados formados y llevándose la mano a su contusionada cabeza, dijo con aire preocupado:
– ¡Camaradas! Se ha recibido una orden: hay que organizar la defensa en la colina, detrás del pueblo, en el cruce de caminos. Hay que defenderse hasta que lleguen los refuerzos. ¿ Está clara nuestra misión? Hemos perdido mucho en estos últimos días pero hemos conservado la bandera del regimiento; es preciso conservar, asimismo, el honor del regimiento. ¡Resistiremos hasta el final!
El regimiento abandonó el pueblo. Sviaguintsev dio un golpe con el codo a Nikolai, y animadamente, con los ojos brillantes, dijo:
– ¡Entraremos en combate con la bandera, pero ojalá no nos retiremos también con ella! En los últimos días no podía verla ni de lejos, y más de una vez he pensado: «Que se la den a Pietia Lisichenko y que la guarde en la cocina; de lo contrario, volveremos la espalda al enemigo con la bandera entre nosotros.» En cierto modo era molesto ante la gente, por uno mismo y también por la bandera… -Guardó silencio durante unos instantes; luego preguntó-: ¿Tú que crees? ¿Resistiremos?
Nikolai se encogió de hombros y contestó evasivamente:
– Hay que resistir. -Y pensaba para sus adentros: «¡El romanticismo de la guerra! Ha quedado poco del regimiento; solamente se conserva la bandera, unas cuantas ametralladoras, varias armas anticarro y la cocina, y ahora nos vamos a colocar de barrera… Ni artillería, ni sección de morteros, ni enlaces. Sería interesante saber de quién ha recibido la orden el capitán. ¿De un superior inmediato? ¿Y dónde está ese superior? Si al menos nos cubrieran los antiaéreos en el caso de que nos atacaran los tanques… Pero lo más probable es que se muevan hacia el Don para cubrir el paso del río. ¿Y con qué fin se dirigirían al pueblo? Todos iban hacia el Don y por las estepas pululan unidades en desorden; a lo mejor ni el propio comandante conoce su situación. Y no hay una mano dura para poner orden en todo esto… ¡Siempre suceden cosas absurdas en las retiradas!»
Durante unos momentos Nikolai pensó con inquietud: «¿Qué ocurrirá si nos asedian, si nos atacan con muchos tanques y en medio de la confusión no llegan refuerzos?»
La amargura de la derrota era tan profunda que ni siquiera tan trágico pensamiento hizo mella en su conciencia; haciendo un gesto con la mano pensó, disimulando su rabia con falsa alegría: «¡Bueno, pues al cuerno! Pronto sabremos la solución. Si podemos atrincherarnos, nos desquitaremos de los fascistas alemanes. ¡Y tanto que nos desquitaremos! Sólo con que tengamos municiones… La gente que ha quedado en el regimiento es veterana, la mayoría es del partido y el capitán es bueno. ¡Resistiremos!»
Junto a un molino de viento, un niño descalzo, de cabello claro, cuidaba unos patos. Se acercó corriendo al camino, se detuvo moviendo levemente sus rojos labios y contempló admirado a los soldados que pasaban junto a él. Nikolai le miró despacio y, con los ojos muy abiertos, pensó: «¡Sí que se le parece!» Los mismos ojos azules de su hijo mayor, su pelo descolorido… Había una extraña coincidencia en los rasgos de su cara e incluso en su constitución. ¿Dónde se hallaría ahora su tan querido hijo, el pequeño Nikolai Streltsof? Nikolai quiso darse la vuelta para mirar a aquel niño tan extraordinariamente parecido a su hijo, pero se contuvo: antes de entrar en combate no le convenían recuerdos que le enternecieran el corazón. Recordaría a sus hijitos huérfanos y a su mala madre; no en los últimos momentos, como suele escribirse en las novelas, sino después de echar a los alemanes del montículo anónimo. Ahora el soldado Nikolai Streltsof tiene que apretar con fuerza los labios e intentar pensar en algo superficial; será lo mejor…
Durante un buen rato Nikolai siguió caminando con aire preocupado, con los ojos fijos en lo que tenía ante sí y la mirada abstraída, intentando recordar cuántos cartuchos le quedaban en el macuto. No obstante, al fin no pudo reprimir su impulso y se volvió. Aunque la columna ya había pasado, el niño estaba aún junto al camino, sin apartar la mirada de los soldados que se alejaban, agitando un pañuelo que sostenía con su manecita por encima de la cabeza, en un gesto de despedida. Como aquella misma mañana, Nikolai sintió que se le oprimía dolorosamente el corazón y notó que se le formaba en la garganta un nudo caliente y trémulo…