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Ella no se acuerda de cómo empezaron los problemas. Lo hicieron poco a poco, se acercaron con sigilo y de pronto allí estaban. Ella supone que hay demasiado apasionamiento en sus personalidades y eso ha empezado a disolver la relación. Discuten por lo que parecen naderías y sin embargo lo son todo. Facturas, empleos, costumbres, diferencia de opiniones. Ella sabe que otra razón es que no ha recibido ninguna oferta del estudio y los contactos de Tang Nah no están ayudando. Se siente frustrada porque él no sólo no le ayuda a solucionar sus problemas, sino que no la toma en serio.
Siempre puedes sobrevivir trabajando en otra cosa, sugiere él. De secretaria o enfermera, por ejemplo.
Ella se siente como un pavo real encerrado en un gallinero. Trata de no discutir. Trata de decirse que Tang Nah ya tiene sus propios problemas y necesita apoyo. Debido a sus opiniones radicales, su periódico se ha convertido recientemente en el blanco del gobierno. Como consecuencia lo han despedido. Al principio se siente orgulloso de haber defendido sus principios. Pero su búsqueda de empleo no ha tenido éxito últimamente. Ella ha tratado de apoyarlo. Él hace como que no le preocupa y quita importancia a lo que ella le dice.
Tang Nah se hunde en la miseria delante de mí. Nadie lo contrata y empieza a andar justo de dinero. Se grita a sí mismo. Sin embargo sigue yendo a restaurantes. Es incapaz de no vivir a lo grande. Pide prestado dinero para comprarme regalos. Tiene que sentirse rico y competente. Sigue ofreciendo grandes fiestas para entretener a sus amigos.
Tengo miedo de cargarme de deudas, miedo de las ganas de Tang Nah de seguir gastando. Saco dinero de nuestra cuenta conjunta y escondo mis ahorros. Un día me sorprende y me acusa de traicionar nuestro amor.
Llevamos dos días sin hablarnos. Me siento culpable y trato de compensarlo cocinando. Preparo su plato preferido. Lo hago con cuidado, asegurándome de que la masa se dora perfectamente.
Él está tumbado en la cama, mirando el techo y fumando.
La comida está lista, anuncio a gritos.
Él se levanta y se acerca a la mesa.
Le sirvo, y dejo ante él un par de palillos, una servilleta y un pequeño tazón de vinagre.
Aparta los platos y empieza a hablar con una voz extraña. Las ansias de fama son contrarias a la felicidad. No hay nada peor. Estás perdiendo tus mejores cualidades. Te has dejado influenciar por lo peor de Shanghai. Has aceptado su superficialidad. Estoy preocupado por ti. Te estás destruyendo. No lo ves a causa de tu escasa formación. Te compadezco. Sales airosa de situaciones sin importancia pero pierdes las grandes batallas. Estás perdiendo. Es como taparte las orejas mientras robas una campana, porque crees que así nadie va a oírte. ¿Sabes en qué te estás convirtiendo? En una ignorante. Sí, eso es lo que eres.
Ella trata de no hacerle caso. Se llena la boca y mastica con ferocidad. Trata de pensar que él está desahogando su frustración en ella y que no es su intención herirla. No tiene otro sitio donde ventilar su cólera. Tiene que estar allí por él. Ha llegado el momento de demostrarle su amor. Él la necesita para soportar su mierda. Es lo que debe hacer por él.
Aguanta hasta que llega al límite.
Él continúa. Estoy empezando a creer lo que mis amigos dicen de ti. Que vienes de un lugar pequeño. Pretendo que crezca una flor de una semilla cocida.
Llegado a ese punto, ella estalla. El impacto hace que se atragante. Eres mi amante, dice ella señalándolo y deshaciéndose en lágrimas. Puedo soportar los rumores desagradables, los cotilleos insultantes y las críticas alevosas, soy capaz hasta de soportar el cielo que se derrumba, pero no tus palabras.
Le duele demasiado para continuar. Coge la fuente de rollos y se la lleva al lavabo, los tira por el retrete y tira de la cadena. Luego se encierra dentro y llora.
Él va, llama a la puerta y le pide que abra. Todo es culpa de mi frustración. Perdóname. Tengo miedo. Tengo miedo de decepcionarte y que me dejes.
A medianoche ella abre la puerta y sale. Le dice que ya no puede seguir viviendo con él. Que no es capaz de borrar de su mente lo que ha dicho.
Él la observa mientras ella empieza a hacer la maleta. Mete sus chaquetas, pantalones y zapatos, su cepillo de dientes y toallas. La maleta es pequeña y no tiene gran cosa que llevarse.
¿Es así cómo me castigas?, pregunta él con amargura. Sabes que no tengo fuerzas para oponerte resistencia. Todos mis amigos me previnieron. Pero ninguno logró que dejara de amarte. Creía que te importaba, pero… No quieres dar a nuestro amor una segunda oportunidad. No. Y se derrumba.
Ella nunca ha visto llorar así a un hombre. Todo su cuerpo tiembla como trepadoras sacudidas por una tormenta. Ella deja de hacer la maleta.
Después de largo rato él deja de llorar. Se levanta, se acerca a la puerta y la abre de par en par. No te preocupes por mí. Vete.
La habitación está silenciosa. La tubería del agua del depósito del retrete ha dejado de llenarse.
Ella se levanta, se acerca a la puerta y la cierra. Entonces lo mira y espera.
Ping, la llama él.
Ella extiende los brazos.
Es una noche de lágrimas y promesas. Nos juramos que no permitiremos que nada se interponga en nuestro amor. Al día siguiente él recupera su confianza en sí mismo. Sale a buscar empleo y vuelve con flores. Nada nuevo, querida, pero el amor es la mejor de las noticias, ¿no?
Sonrío y lo abrazo. Le comento mis noticias: no he conseguido ningún papel, pero sí un empleo a tiempo parcial como ayudante de producción.
Transcurren días. Semanas y meses. Tang Nah sigue sin tener buenas noticias. Para evitar la vergüenza no vuelve a casa hasta tarde. Lo hace borracho y duerme hasta el mediodía. No para de salir con sus amigos.
El mundo apesta, me dice. Apesta terriblemente.
Dan y Junli siguen aceptando a Tang Nah. Lo escuchan encantados. No lo presionan y él se apoya en ellos. Hasta habla con entusiasmo del nuevo papel de Dan y de la nueva película de Junli. Hace que parezcan sus propios éxitos.
¿Y tú qué tal?, pregunto. Mi tono es áspero; no quiero disimular mi decepción.
Sus fiestas y sus amigos empiezan a irritarme. No puedo soportarlos. A Tang Nah se le han agotado los trucos para resolver los problemas que surgen entre nosotros. Para evitar conflictos empiezo a encerrarme en mí misma. Retiramos el cariño y rara vez hacemos el amor. Cuando lo hacemos, es una forma de dejar de pelear, de escapar de la realidad. Pero está perdiendo la magia.
La frustración empieza a consumirla. No sale nada de ninguna de las audiciones. Un buen día pierde los estribos. Es el estreno de una obra, La emperatriz Wu. Ella y Tang Nah asisten con amigos. Ella se ha puesto un elegante traje largo de seda de color añil y un suave pañuelo de la misma tela alrededor del cuello. Tang Nah lleva un traje occidental blanco. Hacen muy buena pareja. Al principio ella parece disfrutar. La emperatriz Wu es una obra experimental. Es la primera vez que los actores recitan prosa en lugar de poesía. La emperatriz Wu es descrita como una mujer regia. El público la aclama a voz en grito cuando cae el telón.
Es durante la recepción cuando ella pierde el control y habla con aspereza. En su opinión la obra es demasiado monótona. Le falta energía. La actriz no está bien escogida. No hay sinceridad. No está actuando, es un joven monje hablando con la boca en lugar de con el corazón.
La gente se queda sorprendida. Pero Lan Ping continúa. En su acaloramiento se le resbala el pañuelo de los hombros. No para de colocárselo, pero sigue cayéndosele. Al final deja que se caiga. Sigue criticando con un tono cada vez más fuerte. Se enrolla el pañuelo alrededor del dedo con nerviosismo. Tang Nah viene y la lleva a un lado. Vamos, estás cansada.
¡Déjame terminar!
Escucha, soy crítico. Es mi trabajo comentar las obras y creo que ésta es buena.
Oh, Tang Nah, eres un crítico malísimo. Por eso no te contratan.
Tang Nah se apresura a devolverle el tiro. Mete el dedo en la llaga y pronuncia las palabras que los separarán para siempre: ¿Sabes una cosa, Lan Ping? ¡La única razón por la que estás enfadada es porque no conseguiste el papel de la emperatriz Wu!
El invierno de 1936 empieza para Lan Ping con portazos y lágrimas. La pareja ha decidido separarse y cada uno vive en un piso de alquiler. Aunque intentan volver juntos otra vez, entre ambos se levanta un muro. Ella se mentaliza de que ha acabado con él, pero es incapaz de romper con la dependencia física: sus cuerpos dependen uno del otro. Después de cada pelea vuelve a su lado sólo para huir al día siguiente.
Una noche él va a verla con un ramo de rosas para felicitarla por un nuevo papel que le han ofrecido. Es un papel pequeño, pero les sirve de pretexto para verse. No hace ni unos minutos que se ha cerrado la puerta cuando un vecino del piso de arriba oye los gritos de Lan Ping seguidos de ruidos de muebles estrellados. Temiendo por la vida de Lan Ping, baja corriendo y echa abajo la puerta. Los amantes se están peleando.
En el escenario hago el papel de una chica trabajadora que está en un momento decisivo en su vida. Una chica muy parecida a mí, de una pequeña ciudad, confundida por la vida en la gran ciudad. Durante la representación aprovecho para llorar. Estoy enferma. Me duele mucho la cabeza, pero no puedo dejar el escenario. No tengo a donde ir.
No puedo cerrar los ojos. Si lo hago, allí está Tang Nah.
La noche del 8 de marzo siento el impulso de volverlo a ver. Estoy poniendo en peligro mi salud. Me está subiendo la fiebre. Tal vez por eso quiero verlo. El presentimiento de que me estoy muriendo. Tal vez sea un alivio; mi cuerpo está actuando en nombre de mi corazón.
De todos modos, me presento en su apartamento aun cuando parte de mí sigue diciéndome que no lo haga. Vive en el bulevar Nan-yang, en el barrio Jinan. Es un vecindario de gente pudiente y ambiente cultural. Un lugar que está de acuerdo con sus gustos elegantes. ¿Qué estoy haciendo aquí? He perdido la razón. Me ha dado llaves, pero no me espera; he declinado sus invitaciones. Le he dicho que no soy de las que miran atrás.
Esta vez rompo mi promesa. Quiero dejarme llevar, hablar con él por última vez, amarlo por última vez. En el escenario sería la escena de la despedida. Un acto desgarrador pero liberador.
Tiembla toda ella, empapada en sudor por la fiebre. Ansía estar en sus brazos. Utiliza la llave y entra. Él no está. La habitación está ordenada, tal como la había imaginado. Todo está en su sitio. Los zapatos alineados detrás de la puerta, los platos apilados en cestas. Las revistas y libros amontonados, sin polvo. Una de las ventanas está entreabierta y la cortina blanca se agita con la brisa. Sólo ha estado una vez en esa habitación, hará dos meses.
En el escritorio hay un libro. De sus páginas asoma algo. Cartas. Su curiosidad puede más que ella y decide echar un vistazo. Dos cartas. Una está escrita por una extraña. Una admiradora elogiando una de sus últimas columnas. Al final flirtea. Es melosa pero necia. Dice que está impaciente, que ha estado soñando con él. Dice que él está hecho para ella. Le ruega una oportunidad para conocerlo. La firma es como un baile del dragón, revela que no es muy culta. El papel está perfumado con fragancia de lilas silvestres.
La otra es de Tang Nah. El sobre está cerrado, esperando ser enviado. Ella siente fuego en su interior. No puede pensar. Tiene que abrir la carta y así lo hace. Rasga el sobre con manos temblorosas. Estoy muy interesado en amor, lee, ya que es un bien raro que escasea. Su encanto prodigando sabiduría de nuevo. Le hace cumplidos utilizando frases que en otro tiempo utilizó con Lan Ping. Las palabras que ella grabó en otro tiempo en su corazón, de las que dependió para aunar fuerzas, y utilizó como arma para defenderse del fantasma de su madre. Ahora, mientras lee la elegante letra de Tang Nah, contiene la respiración.
Me obligo a sentarme a respirar. Le dejo una nota. Le doy las gracias por la oportunidad de leer las cartas. Digo que las cosas parecen ir muy bien. Que ya no tengo por qué preocuparme. Todo ha vuelto a su cauce. No puedo alegrarme más por él. Ojalá no supiera apreciar su letra, pero por desgracia no es así. Es hermosa.
Sin decírselo a nadie voy a la estación de tren. Compro un billete para Jinan. No sé por qué huyo allí. Mis abuelos han muerto y hace tiempo que he perdido el contacto con mi madre. Pero Jinan es mi ciudad natal y me reconforta pensarlo. En cuanto bajo del tren me dirijo a la vieja casa de mis abuelos, donde encuentro a una pariente lejana que no me reconoce. Decido llamarla tía y preguntarle si puedo quedarme un tiempo. Me recibe calurosamente.
No puedo creerlo cuando recibo un recado del gerente del único motel de la ciudad. Es el tercer día. Tang Nah está esperándome en el hotel de la estación del tren. Me sorprende que me haya localizado. Pero me niego a verlo. Sigue suplicándome, viene al barrio, sube y baja la calle y se planta enfrente de la casa. Por fin mi tía lo invita a pasar.
Parece pálido, como si lo hubieran drenado. Dice que necesita aclarar algo.
¿Para qué? Hemos terminado. No podemos cambiar.
¡Supe que no podría luchar contra el destino en el mismo momento en que te conocí!, dice en voz alta, casi gritando.
No sé cómo salir de la situación. Soy incapaz de poner en orden mis pensamientos. Mi voluntad se repliega, pero logro decir: No voy a volver.
Bien, no importa, dice. No hay problema.
A la mañana siguiente el gerente del motel acude sin aliento a nuestra casa. Parece un alma en pena. Apenas puede hablar de forma inteligible. Por fin me hace comprender que Tang Nah ha ingerido una sobredosis de somníferos y está en el hospital.
Corro a su lado. Pronuncio su nombre. Abre los ojos e intenta esbozar una sonrisa y a continuación vuelve a perder el conocimiento. No sé qué decir. Cuando Tang Nah sale del hospital, me despido de mi tía y vuelvo a Shanghai con él.
Lan Ping se va a vivir a casa de Tang Nah. Se obligan a creer que el amor lo vence todo. Se comportan del mejor modo posible al tiempo que están en guardia. Cuando él se recupera físicamente y quiere hacerle el amor, ella no puede. Él siente su rechazo. Nota la frialdad de su cuerpo, su rigidez. Siente cómo se está apagando y se echa llorar. Sabe que no pueden continuar así. Se levanta y le pregunta si le ha perdonado. ¿Por qué? ¿Por las cartas?
Fue terrible, repite él una y otra vez. Estaba frustrado y borracho. No significan nada. Ni siquiera conozco a la chica. Podría ser una prostituta. No la recuerdo para nada.
Dice que se está destruyendo; es lo que está haciendo sin su afecto. No depende de mí, responde ella. El corazón hace lo que quiere. Ya has visto cómo lo he intentado. Ya has visto que me estoy forzando. Pero mi cuerpo recuerda el dolor. De nuevo no depende de mí. Uno cosecha lo que siembra.
Él se levanta y sale a la sala de estar que comparte con los demás inquilinos. Ella se queda en la cama. No se entera de que se marcha dejando una nota.
No recuerda cuánto tardó en encontrar la nota. Lo siguió como un sonámbulo a otro, siguiendo sus pasos a lo largo del borde de un alto tejado. Debió de arrastrarla la sombra de su pasado, el fantasma de su amor. Descubre su nota. Dice que va a matarse otra vez. Que no hay otra salida. Tiene que irse. Así dejará de ser un problema para ella.
Enseña mi nota al policía, para que vean que ha sido decisión mía poner fin a mi vida. Tal vez me compadezcas por ser incapaz de renunciar a este amor. Por fin sabes la verdad sobre mí, sabes que no soy lo bastante fuerte para ti.
Ella lo busca entre la gente. Por fin lo ve, huyendo de ella. Echa a correr tras él.
Están frente a frente. Él lleva la muerte escrita en la cara. Sí, ésa es la expresión de sus ojos. Ella lo zarandea, pero él no responde. Pasan por su lado autobuses, bicicletas, gente. Las escenas parecen irreales. La gente y las cosas se mueven, entran y salen. La asfixia. Poco a poco todo empieza a congelarse. Del mismo modo que paraliza la muerte. Ella oye llorar a su corazón.
Hablemos, dice.
Están recuperándose de su crisis más seria. En Lang Ping toma la forma de fiebre. Está en la cama en los brazos de él, temblando. Tan pronto llora histérica, se incorpora y golpea el colchón con los puños, como pierde el conocimiento. Él la cuida, arrepentido. Le da de comer gachas de avena como una madre a un hijo. Está junto a su cabecera cada vez que se despierta. A veces es al mediodía. Otras las tres de la madrugada. Ella abre los ojos y lo ve dormir con la cabeza sobre los brazos cruzados, en un taburete. Delante de él, un tazón de gachas de avena todavía tibio.
Ella llora, no sabe qué hacer con él ni consigo misma. Lo lamenta por él, pero no puede amar a un hombre que ha perdido el norte. La imagen de las cartas la persigue. Lo compadece, desea amarlo otra vez, pero es incapaz de derribar el muro. Le resulta imposible verlo bajo otro aspecto. No puede borrar lo que ha ocurrido; ni siquiera sabe qué le preocupa más, si su infidelidad o los intentos de quitarse la vida.
Sin embargo otra parte de su ser lucha contra esa lógica. Hay motivos para resucitar su amor. Ella se siente atraída hacia su obstinación, su lealtad de perro. El hecho de que esté dispuesto a morir por ella. El modo en que dice sin rodeos que si el amor no vence entonces no es amor. Le conmueve su fe en el amor y su promesa de que nunca la abandonará. Está convencida de que ningún otro hombre en el mundo haría lo que Tang Nah hace por ella. Recuerda la infelicidad de vivir sin amor. No está segura de qué es peor.
Se enfrascan en el trabajo. Él se convierte en escritor independiente y ella sigue buscando papeles en el teatro y en el cine. Pero la soledad de ambos va en aumento. Ella no quiere saber nada de la chica que escribió la carta, y sin embargo no puede olvidarla. La chica ocupa sus pensamientos. El fantasma instala una cocina en su mente y guisa, y Lan Ping a veces distingue su sabor en él. Está recelosa. No puede soportar que él la toque. Ha dejado de desearlo del todo.
Él sale cada tarde con sus amigos, no para de beber hasta que está borracho. En Dan y Junli encuentra consuelo y comprensión. Han tratado de ayudarle a encontrar un puesto en la redacción de un periódico o de una revista, pero los redactores lo rechazan; su intento de suicidio es ahora del dominio público. A sus ojos, Tang Nah ha perdido la dignidad.
Por curioso que parezca, la historia aumenta la popularidad de Lan Ping y le ayuda a encontrar trabajo. Se involucra en películas políticas de bajo presupuesto producidas por directores independientes. No ha tenido suerte en conseguir papeles en las películas románticas predominantes. No puede competir con las criaturas de cara de luna y figura curvilínea. Pero las películas políticas le sirven. Hay menos competencia. Los productores son incapaces de conseguir que actrices famosas protagonicen sus películas, de modo que recurren a aspirantes a actrices y desconocidas.
China, mi país, me importa más que mi tragedia personal. La noticia de que Japón se está preparando para una nueva invasión ha acaparado los titulares. Compruebo con desagrado que los habitantes de Shanghai no están terriblemente afectados. En esta ciudad siempre tiene prioridad la búsqueda de placer. Los cines siguen llenándose para exhibir películas románticas. La vida de los espectadores depende de ilusiones embaucadoras. No soporto a los que hacen el papel de anestesistas de conciencia, los que inyectan opio en el cerebro de las masas. Muchos de ellos son amigos de Tang Nah. Éste sale con ellos para huir de su propia frustración. Se ha convertido en un vago.
Tang Nah ya no responde a los desafíos de ella. La evita. Ella no tarda en averiguar que vuelve a tener una aventura.
Se siente demasiado herida para llorar. Sale a caminar entre las sombras del alumbrado público. Una noche se detiene ante la puerta del señor Zhang Min, el director de Casa de muñecas. Llama. Él se muestra sorprendido por su visita. Ella le pregunta si puede entrar. El hombre le abre la puerta, le ofrece una silla, sirve unas bebidas y le cuenta que su esposa y su hija no están con él. Ella se derrumba y, sollozando, le cuenta su historia. Él la escucha atentamente, sin prisas. Siempre la había adorado.
Beben, y ella se siente mejor. No quiere regresar a casa, no hay ninguna razón para hacerlo. Él le ofrece sus brazos. Eso es lo que ella quería, para eso está allí: para recibir afecto.
Creía que después se sentiría mejor, pero no fue así. Ni siquiera se permitió pensar en ello. Dice que es tarde, se levanta para marcharse. Él lo comprende y le abre la puerta. Le ayuda a ponerse el abrigo y la despide con un abrazo. Ping, quiero que sepas que siempre estaré aquí para lo que desees.