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Un tren gime como un dragón furioso en medio de la noche. Se dirige hacia la provincia de Shanxi, en el noroeste del país. Es territorio de guerrilla: la región vital del Partido Comunista y su Ejército Rojo. Estamos en julio de 1937. Lan Ping tiene veintitrés años y viaja en el tren. La vía está en malas condiciones. Fuera, el paisaje es desolador. No hay montañas, ni ríos, ni árboles o cultivos. Sólo colinas peladas que se extienden kilómetro tras kilómetro. El tren ha cruzado las provincias de Jiangsu, Anhui y Henan.

Un anciano sentado a su lado le pregunta si ha visto algo interesante. Sin obtener respuesta señala que están pasando por antiguos campos de batalla. Empieza a salir el sol. Hombres y mujeres de tez oscura están arando los campos. Las mujeres llevan a sus hijos a la espalda. El pasajero dice a Lan Ping que entre 1928 y 1929 han muerto de hambre tres millones de personas en la región.

Al principio Yenan es un mundo extraño para ella. Un lugar remoto. Es lo contrario de Shanghai. Lan Ping se siente como una ciega abriéndose paso a tientas en un callejón. Después de Shanghai probó suerte en otros lugares. Probó las ciudades de Nankín, Wuhan y Chongqing. Habló con amigos y conocidos, y pidió ayuda y recomendaciones. No salió nada. La gente o nunca había oído hablar de ella o sabían demasiadas cosas. Ella llamó a puertas, dio su nombre a extraños. Siguió adelante, obligándose a continuar y sin dejarse desanimar.

Empezó a oír cada vez más el nombre Mao Zedong. Un héroe de la guerrilla. Una leyenda popular en ciernes. Representa la China interior, la mayoría, el noventa y cinco por ciento de los campesinos a los que les preocupa que su madre patria esté siendo ocupada por los japoneses. No hay dinero para crear escuelas y promocionar las artes o la diversión, pero los campesinos envían a sus hijos a enrolarse al Ejército Rojo para que se conviertan en comunistas y sean liderados por Mao Zedong.

Ella tiene ojos de colonizadora, y con ellos descubre su siguiente escenario. Yenan es un territorio que puede reivindicar.

Antes de partir escribió un artículo que se publicó en el Semanario de las Artes Interpretativas de Shanghai, titulado «Una visión de nuestra vida». En él criticaba el «arte pálido», esto es, el arte que fomenta la sensiblería burguesa. Las obras que alaban a las mujeres por sus sacrificios. Las obras que aceptan la tradición de vendar los pies. El arte que hace la vista gorda a las pésimas condiciones del país. Lo llamaba «el arte egoísta». «Para mí el arte es un arma. Un arma para combatir tanto la injusticia como a los japoneses, los imperialistas y los enemigos.»

«Una visión de nuestra vida» fue un grito estridente. Esta representación, como la llamaron, tenía piernas y caminó hasta Yenan, la cueva de Mao, su cama.

El viejo camión en el que viaja gime como un animal agonizante. Cubierta de polvo rojo, la joven de Shanghai tiene la moral alta. Después de tres semanas de viaje acaba de cruzar Xian, la puerta del territorio rojo. Entran en Luochuan, la última parada antes de Yenan.

Estamos en agosto de 1937. La joven ha trabado amistad con una mujer llamada Xu que va a reunirse con su marido Wang. Éste es el secretario de la organización comunista Frente Unido contra la Invasión Japonesa y ha ido allí para asistir a una importante reunión.

Esa noche Lan Ping y Xu duermen en la cabaña de un campesino, en catres de paja. Al día siguiente tienen previsto ir a buscar a Wang a la reunión y seguir juntos el viaje a Yenan. Lan Ping está cansada y se acuesta pronto. No sabe que la mañana siguiente pasará a la historia como un misterio por resolver de la China moderna.

Durante el desayuno Xu dice a Lan Ping que la reunión de su marido se ha celebrado unas casas más allá. La reunión ha terminado al amanecer. Sugiere llevar panecillos para el viaje. De Luo-chuan a Yenan hay ochenta kilómetros.

Es una mañana fría. El sol naciente tiñe las colinas de dorado. Lan Ping va pulcramente vestida con su nuevo uniforme de algodón del Ejército Rojo y un cinturón que le ciñe la cintura. Su esbelto cuerpo es como un sauce. Va peinada con dos largas trenzas sujetas con cintas azules. Ella y Xu se dirigen con su equipaje a donde está aparcado el camión. Un poco más allá hay tres vehículos deteriorados por efecto de la intemperie. En uno de ellos se lee: «Emergencia. Respiración artificial. Asociación de Trabajadores Chinos de Nueva York». Es el coche de Mao Zedong.

El siguiente momento pasa a la posteridad como histórico. Se le han dado distintos enfoques e interpretaciones. Algunos dicen que Mao salió de la pequeña casa donde había tenido lugar la reunión y subió a su coche en el preciso momento en que Lan Ping subía a su camión; no se vieron. Otros dicen que Lan Ping observó cómo los líderes salían uno por uno y le parecieron divertidas las plumas que les asomaban de los bolsillos del pecho; no reconoció a Mao. Y otros dicen que Mao inclinó la cabeza al salir de la casa debido a su estatura y al levantar de nuevo la mirada se quedó prendado de ella: fue amor a primera vista. Según la versión de la señora Mao, todos se acercan a ella y la saludan con efusión.

La verdad es que nadie lo hace. Nadie saluda a nadie. La joven de Shanghai sube al camión, se instala en una esquina cómoda y espera. Ve salir de la casa a los hombres. Le consta que son importantes, pero no sabe quién es Mao ni espera conocerlo.

Hasta que el camión empieza a moverse y oye a Wang susurrar a su mujer: ¡Mira, ése es! ¡Ese es Mao!, no presta atención. Se han cruzado pero no lo ha visto. El pez más gordo de Yenan. Ya se ha subido al coche. «Emergencia. Respiración artificial.» No alcanza a verlo, sólo ve el humo del tubo de escape. Recuerda que éste se sacude y da un brinco como un paciente con insuficiencia cardíaca.

Si los habitantes de la China moderna apenas conocen el nombre de Yu Qiwei, a todos les suena el de Kang Sheng. El camarada Kang Sheng, el principal hombre de confianza de Mao, el jefe del servicio de información y seguridad nacional de China. Educado en Rusia por la gente de Stalin, el camarada Kang Sheng es un hombre misterioso y conspirador. Nadie sabe interpretar sus expresiones faciales. Nadie sabe qué relación tiene con Mao o cómo trabajan juntos. Se mantiene toda su vida en segundo plano, lejos de los focos. No reparas en su presencia hasta que te ves cubierto de pronto por su sombra. Y entonces es demasiado tarde. Has caído en su trampa. Estás atrapado en una pesadilla. Eres engullido y despedazado por una criatura misteriosa. Hasta la fecha nadie ha sido capaz de salir y decir al mundo lo que ocurre. Nadie conoce la historia de Kang Sheng. Sólo unos pocos lo han descrito como la mano negra e invisible cuyos dedos abarcan toda China.

Tuve una larga relación con Kang Sheng, dice más adelante la señora Mao. Una relación muy especial. De cincuenta y dos años. Jugó un papel importante en su vida. Fue a la vez su mejor amigo y su peor enemigo. La ayudó y la traicionó. Empezó siendo su mentor y confidente. Durante la Revolución Cultural se convirtieron en compañeros de armas. Trabajaron codo con codo. ¿Conocéis la fábula en que distintas clases de lobos se unen para atacar al ganado?

Kang Sheng y la joven vienen de la misma provincia, Shan-dong. No sólo eso, sino que según descubren asombrados son de la misma ciudad. La joven no recuerda con claridad cómo se conocieron. Él dice que era demasiado pequeña, debía de tener unos once años. Él era el director de la escuela elemental de la ciudad de Zhu. Ella debió de conocerlo a través de la gente de la ciudad, seguramente su abuelo. Le dio la impresión de ser un hombre callado. Tenía una expresión congelada. Sólo pronunciaba dos palabras, sí y no. De vez en cuando asentía hacia los niños y decía algo con una voz seca. La gente lo respetaba porque lograba que se hicieran cosas.

Tiene el cutis demasiado fino para ser un hombre. Y perilla. Lleva unas gafas de cristal grueso y montura dorada, detrás de las cuales hay unos ojos de pez. Las pupilas le sobresalen tanto que parecen pelotas. Es delgado y se mueve con elegancia. Por aquellos tiempos llevaba una especie de traje gris que le llegaba a los tobillos. Durante la guerra lleva el uniforme del Ejército Rojo con bolsillos de más, que después de la Liberación cambiará por una chaqueta Mao.

Cuando me entero de que Kang Sheng, de mi misma ciudad, es el jefe de la fuerza de seguridad comunista de Yenan, me quedo encantada. Llevo tres meses en Yenan tratando desesperadamente de abrirme camino. Considerándome afortunada decido hacer una visita a Kang Sheng. Un día durante un descanso me escabullo de mi cuadrilla de trabajo y me dirijo a sus oficinas. Cruzo directamente la puerta y le suplico que se haga cargo de mí. Está ocupado hojeando un documento y me mira por el lado de sus gafas. Al principio no me reconoce. Luego vuelve a mirarme. Advierto que me sitúa, pero no dice nada aún. Sigue mirándome fijamente. Es una mirada analítica. Osada, hasta grosera. Como un anticuario examinando una pieza; se toma tiempo. Hace que me inquiete. Luego dice que hará todo lo posible. Te irá bien en Yenan, dice. Se recuesta y de pronto sonríe.

Me invita a sentarme y me pregunta por mi vida en Shanghai. Le cuento un poco de mi lucha y mi carrera como actriz. No parece interesado, pero no tengo nada más que contar. Luego me interrumpe y me pregunta por mis relaciones. ¿Estás casada o tienes una relación?

Digo que no estoy dispuesta a hablar de mi vida personal.

Comprendo, dice. Pero si quieres que te ayude tengo que saber estas cosas. Verás, como comunista en Yenan, todos tus secretos pertenecen al Partido. Además, me propongo ayudarte a triunfar. No mucha gente tiene tus oportunidades.

Hago una pausa y empiezo a hablarle de Yu Qiwei y Tang Nah. Me salto mi matrimonio con el señor Fei. Kang Sheng me pide detalles sobre mis divorcios. ¿Sigues teniendo alguna relación con ellos?

Son agua pasada, informo.

Muy bien, asiente y vuelve a mirarme por el lado de sus gafas.

A continuación me hace comprender que en Yenan, el pasado es más importante que el desempeño actual de un individuo. El Partido cree en lo que has hecho, no en lo que prometes hacer. El Partido analiza continuamente a cada miembro. El secreto de abrirse camino está en demostrar lealtad al Partido.

Digo a Kang Sheng que he venido a Yenan para renovar mi afiliación al Partido.

Bien, entonces necesitarás rellenar una hoja de servicios. Necesitamos nombres de testigos.

No tengo amigos en Shanghai que puedan ser mis testigos.

¿Sigues en contacto con Yu Qiwei?

Antes de que le conteste, me dice que ha llegado hace poco de Pekín.

Conmovida, tardo un momento en preguntar si sabe qué tal le ha ido.

Le va bien, responde Kang Sheng. Ha cambiado de nombre y de Yu Qiwei ha pasado a llamarse Huang Jing, y es el secretario general del Partido, responsable de todo el área del noroeste. De hecho, camarada Lan Ping, Yu Qiwei podría ser la persona idónea para ayudarte a construir tu historial. Al verme un poco confundida y absorta en mis recuerdos, me aconseja: Vamos, lo pasado pasado está. Se quita las gafas y me mira a los ojos: ¿Te has fijado que he utilizado la palabra «construir»?

Lo he entendido.

Te estoy muy agradecida, Kang Sheng Ge. Lo llamo Ge, que significa hermano mayor en el dialecto de Shandong.

No te preocupes, responde. Mantenme al corriente. Y olvida a Yu Qiwei.

A partir de ese momento Kang Sheng y yo somos amigos. La amistad se convierte rápidamente en una sociedad. Probablemente es la única persona en la que he confiado plenamente en mi vida. Décadas después mi confidente decide ponerme una soga al cuello; cuando me convierto en su jefe y estoy a punto de subir al trono, me dispara por la espalda una bala fatal.

Está en su lecho de muerte. Con cáncer de colon en fase terminal. Y quiere arrastrarme con él. Quiere castigarme por no haberle colocado en el puesto de hermano mayor que espera y cree que merece. Me niego a nombrar al camarada Kang Sheng presidente del Partido Comunista porque aspiro a ocupar yo misma el cargo. Me lo he ganado.

No creo estar en deuda con Kang Sheng. Nos hemos ayudado mutuamente a cruzar el río de Mao. Estamos en paz.

Según desvela la historia en los documentos oficiales, Kang Sheng no escribió en su testamento más que ocho caracteres: «La señora Mao, Jiang Qing, es una traidora. Sugiero: Inmediata eliminación».

Pero en Yenan, donde empieza a tomar forma la sociedad, mira a la hermosa mujer con ojos de alcahuete; espera salir beneficiado del trato.

Soy consciente de mis sentimientos hacia Yu Qiwei. Aunque hace mucho que he dejado de perseguirlo, mentiría si dijera que ya no me importa. Le escribo. Le tengo al corriente de mi paradero. No puedo evitarlo. Otro escribe por mí. En esos momentos me doy miedo.

Yu Qiwei nunca vuelve a demostrar sus sentimientos hacia mí. Nunca pronuncia una palabra acerca del pasado. Me evita mostrándose sumamente educado. Me hace sentir la barrera, la distancia que pone entre ambos. No puedo sino admirarlo. Es un hombre de determinación. Toma una decisión y la lleva a cabo. No responde a mis cartas. Ni a una sola.

Le va bien y se ha vuelto poderoso. No me sorprenden sus logros. No es como Tang Nah. Tang Nah me hace valorar a Yu Qiwei, me hace lamentar lo que le hice. Debí soportar la soledad. Pero ¿cómo iba a saber que iba a salir vivo cuando mataban a otros en su misma situación?

Me intrigan sus sentimientos. Quiero saber si me echa de menos. Formó parte de mi juventud como yo de la de él, y esto no puede borrarse.

Localizo a Yu Qiwei. Está en el motel donde se alojan los funcionarios venidos de otras provincias. Estoy segura de que es consciente del esfuerzo que he hecho para verlo. Sin embargo me recibe con frialdad. Me da a entender que le estoy importunando. Me ofrece su sonrisa oficial. Siéntate, camarada Lan Ping. ¿Té? ¿Una toalla? Pregunta qué puede hacer por mí.

Ahora es un hombre de aspecto maduro, muy seguro de sí mismo. Su seguridad me hace enloquecer. Me duele verlo. Me hace sentir como una prostituta tratando de conseguir un cliente. Recuerdo quién era. Recuerdo cómo le gustaba que le hiciera el amor.

Estamos tan cerca, a apenas unos centímetros de distancia, y sin embargo nos separa el infinito. No me veo en sus ojos. Como mucho soy un mosquito en la pestaña. No me quiere allí. Me mira con una expresión cansada para darme a entender que su fuego hace tiempo que se apagó. Me dice sin palabras que debería dejar de ponerme en evidencia.

Me enfado. Sólo consigue que quiera ganar. Ganar por mucho, ganar a lo grande, ganar para demostrarle que se equivocó al dejarme.

Pero sé que no debo perder los estribos en su oficina. Digo que estoy allí por negocios. Necesito un testigo para mi expediente de comunista. ¿Puedes ayudarme? Eras mi jefe en Qingdao. Él comprende y dice que rellenará los formularios por mí. Dile al investigador que se ponga en contacto conmigo si tiene alguna duda.

Gracias, digo. Gracias por las molestias.

Luego me marcho. Lo dejo en paz el resto de su vida. No lo veo en los próximos treinta años. Pero me aseguro de que mi marido lo vea. Me aseguro de que Mao le dé trabajo y lo tenga cerca. Trabajó para Mao como secretario regional del Partido. Lo nombraron alcalde de Qingdao. No sé por qué murió en la flor de la vida. No tengo ni idea de si fue feliz o infeliz. Sé que su mujer Fan Qing me odia. El sentimiento es mutuo. Pase lo que pase al final ya no es asunto mío. Los perdedores me dejan mal sabor de boca.

La joven está conociendo la región central de China, la ondulada llanura de Shan-Bei. Es un paisaje frío y sombrío. Junto a un riachuelo serpenteante se extiende un pueblo gris donde las casas son de adobe con ventanas de papel. Por la calle hay gallos, gallinas y pollos que rompen el silencio de una población por lo demás sin vida. Los burros son el único medio de transporte, y el grano silvestre, el principal recurso alimenticio. En lo alto de una colina está la pagoda de Yenan, construida durante la dinastía Song en 1100 d.C.

Es allí donde vive el futuro gobernante de China, Mao Zedong. En una cueva, como un hombre prehistórico. Duerme en una cama hecha de ladrillos a medio cocer, vasijas de cerámica rotas y adobe. Se llama kang. Aunque los bronceados soldados están flacos, parecen tipos duros. Viven para hacer realidad el sueño que Mao ha creado para ellos. Nunca han conocido ciudades como Shanghai. Cada mañana, en los campos de deporte de una escuela local, practican técnicas de combate. Es posible que sólo dispongan de armas primitivas, pero los guía un dios.

Unas semanas después la joven aparecerá en la árida colina. Al atardecer se sentará junto a una roca a orillas del río y observará cómo se extienden las ondas en la superficie del agua. Se lavará su pelo negro lacado y cantará óperas. Aunque tiene veintitrés años, a los ojos de los lugareños aparenta diecisiete. Tiene el cutis más delicado y los ojos más brillantes que jamás han visto. La joven llegará y conquistará el corazón de su dios.