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10

La sastra del pueblo se alegra de tener a Lan Ping de compañera de costura. Ésta saca los pantalones de Mao que le ha traído Pequeño Dragón. No sabe adónde va a llevarle el coserlos. Es consciente de que él se siente solo y le fascinan las atractivas mujeres de las grandes ciudades, donde lo rechazaron de estudiante y joven revolucionario. Más tarde averigua que llama burgueses a los que son como ella y los persigue. Los llama imperialistas americanos y tigres de papel, y dice que habría que hacerlos desaparecer de la faz de la tierra, pero aprende inglés y se prepara para visitar un día Estados Unidos. Dice a la nación que aprenda de Rusia, pero odia a Stalin.

En 1938 Lan Ping cae en la cuenta de que está enamorada de Mao Zedong. Se ha enamorado del poeta que hay en él, el poeta que su heroica mujer Zi-zhen trata de matar. Aunque Mao más tarde se nombrará a sí mismo emperador y tendrá muchas concubinas, en 1938 no tiene pretensiones. Es un bandido sin dinero que trata de atraer a la joven con su mente y sus proyectos.

Una mañana los guardias de Mao vienen y me entregan una hoja garabateada: un nuevo poema que ha compuesto la noche anterior. Quiere saber mi opinión. Desdoblo el papel y oigo cantar mi corazón.

Montaña.

Fustigo mi caballo ya veloz y no desmonto.

Cuando miro atrás asombrado

el cielo está a un metro de distancia.

Montaña.

El mar se derrumba y el río hierve.

Una infinidad de caballos se precipitan

como locos hacia la batalla.

Montaña.

Los picos perforan el cielo verde, afilados.

El cielo se desploma,

bajo las nubes mis hombres son mi hogar.

Ella lee sus versos una y otra vez. Al día siguiente el guardia le trae más. Mao copia el poema con tinta con la elegante caligrafía de los ideogramas chinos, claramente ordenada.

Los garabatos de Mao en los que la pasión habla entre líneas y a varios niveles a la vez se convierten en el deleite nocturno de ella. Poco a poco baja de las nubes un dios para compartir con ella su vida. Expresa sus sentimientos por su amor perdido, su hermana, su hermano y su primera mujer Kai-hui, asesinada por Chang Kai-shek. Y sus hijos, de los que se ha visto obligado a separarse entre batalla y batalla para después hallarlos muertos o perdidos. Ella seca sus lágrimas y siente su tristeza. Le llega al corazón descubrir que no hay cólera en sus poemas; más bien alaban la forma en que la naturaleza comparte con él sus secretos; aceptan su austeridad, inmensidad y belleza.

La sastra me da un trozo de tela gris que corto en dos grandes parches redondos. Los coso alrededor del trasero. La sastra sugiere que ponga la tela doble. Que sea resistente como un taburete que se lleva a todas partes, dice.

Cosemos un rato en silencio y de pronto me pregunta qué pienso de Zi-zhen.

Trato de disimular mi incomodidad y digo que la respeto mucho. La sastra deja de coser y levanta la mirada. En sus ojos hay recelo. Tira de un hilo y dice despacio, pero con claridad: Mao Zedong pertenece al Partido Comunista y al pueblo. No es un hombre corriente al que perseguir. Ha perdido a su primera mujer y no está dispuesto a perder a la segunda.

Antes de que yo tenga oportunidad de responder, ella continúa: El nombre de la difunta señora Mao es, para tu información, Kai-hui. ¿Has oído hablar de ella? Estoy segura de que no te importa que la mencione, ¿verdad?

Sigue, por favor.

Era la hija de su mentor y la beldad de la ciudad de Changsha. Era una intelectual comunista y vivió para Mao. No sólo lo apoyó y ayudó a organizar sus actividades, sino que también le dio tres hijos. Cuando Chang Kai-shek la capturó ordenó que la mataran. Le dieron la oportunidad de denunciar a Mao y salvarse, pero ella optó por rendirle tributo.

La sastra se seca las lágrimas y se suena. Zi-zhen se casó con Mao para llenar el vacío de su corazón, continúa. Solía llevar dos pistolas, porque sabía disparar con las dos manos. En una batalla fue y se cargó a una docena de enemigos. Mao la adora. Es su sostén. La madre de todos sus hijos, incluidos los que dejó Kai-hui. Para seguir adelante durante la Larga Marcha tuvieron que dejar atrás a sus hijos. No tienes ni idea de lo que es dejar a tus hijos con extraños y saber que tal vez no vuelvas a verlos.

La joven de Shanghai baja la cabeza y murmura: Me lo imagino.

¡No, no puedes! ¡Si lo imaginaras no estarías haciendo lo que estás haciendo! ¡No estarías robando el marido a otra persona!

La mujer corta con los dientes el extremo de un hilo, furiosa. El presidente y Zi-zhen sólo están separados temporalmente. Temporalmente, ¿me oyes, Lan Ping?

Sí, te oigo.

Con un extraño brillo en los ojos la sastra baja la voz. Estoy segura de que Zi-zhen recuperará la salud y volverán juntos. Nadie deja tirada a Zi-zhen. El presidente Mao hace milagros. La victoria de la Larga Marcha es un buen ejemplo. La ampliación de la base roja es otro ejemplo, y Zi-zhen será la siguiente.

Los labios de la sastra se fruncen como la boca de un pez. Las palabras brotan una detrás de otra, burbujeantes. La vela empieza a parpadear. La habitación de pronto queda iluminada por un círculo naranja dorado y un momento después la vela se apaga.

Tú tienes una balanza y yo una pesa, dice Mao. Nos complementamos.

Lan Ping asiente, estudiando la cara que tiene delante.

¿Qué miras? ¿Un cráneo antiguo? ¿Soy un trozo de tocino que tratas de comprar?

He venido a estrecharte la mano, dice ella. He venido a desearte salud y felicidad.

Él le aferra las manos y le dice que su alma la reclama. Hay que satisfacerla o se vengará mortalmente en su cuerpo.

Ella guarda silencio, pero no aparta las manos.

Te esperaba, susurra él.

¿Qué he hecho?

Ven aquí.

Ella titubea.

Él empieza a perder terreno. Sus ojos ven lo que quieren ver. Tengo algo que añadir a nuestra conversación en la orilla del río. ¿Quieres oírlo?

Ella se sienta en el borde de su cama.

En las zanjas de mi ciudad natal planté mi planta favorita. Era una planta roja llamada beema. Su hoja era redonda y más amplia que la de loto. Su fruto era del tamaño de un puño y su semilla del tamaño de un higo. Si la trituras la semilla tiene una gran cantidad de aceite. Sabe bien, pero no se come porque causa diarrea. Lo que me gustaba de ella era que podía utilizarla de lámpara. Daba más luz que las velas y desprendía un aroma agradable. Toda mi familia la utilizaba. Cuando era niño me pasaba las tardes desprendiendo las semillas de beema. Las ensartaba en un cordel largo, lo ataba a un extremo de mi bastón de bambú y lo clavaba en los rincones donde me sentaba a leer. A veces lo llevaba a los estanques para que me ayudara a localizar peces y tortugas…

Sin dejar de hablar la atrae hacia sí y le aprieta las manos.

Ella recuerda que la habitación tenía el techo alto. La pared era de color barro y el suelo de roca. Parece una tortuga gigante vista por detrás.

Me gusta esta cara, una cara de frente amplia. Una cabeza maravillosa. Una cabeza que para Chang Kai-shek vale millones. Le miro a los ojos. Las pupilas marrón oscuro. Las formas y las líneas se parecen a las de Buda. Me hacen pensar en un paisaje remoto. La superficie de un planeta lleno de rocas grises y lagos verde esmeralda. En esta cara detecto una voluntad inquebrantable.

Detrás de la máscara veo guardias invisibles. Guardias cuyo deber es impedir que nadie entre en la alcoba de la mente de su señor. La alcoba donde está totalmente desnudo, vulnerable e indefenso.

Se acerca y me abraza, apretándome contra sus costillas. Se extienden rollos de seda en el aire de mi imaginación.

Es en esta habitación, en esta cama, donde ella hace la representación de su vida. Siente cómo se filtra la luz a través de su cuerpo.

El cielo baja para devorar la tierra. El dolor del pasado escapa.

Más adelante, cuando él se convierta en el emperador moderno de China, cuando ella sepa todo lo que hay que saber de él, cuando todas las puertas de su universo se hayan abierto, cruzado y cerrado, treinta y ocho años después, en su lecho de muerte de la Ciudad Prohibida, ella mirará esos mismos ojos y caerá en la cuenta de que se los ha inventado.

Él la acaricia y le susurra al oído otra historia de su dolorosa supervivencia. Le explica cómo escapó de las fauces de la muerte. Era septiembre de 1927. Los agentes de Chang Kai-shek lo capturaron justo después del Levantamiento de la Cosecha de Otoño del Hunan. Viajaba por la provincia formando a miembros comunistas y reclutando a soldados entre los obreros y campesinos. El terror de Chang Kai-shek había alcanzado su punto crítico y mataban a cientos de sospechosos a diario. Lo llevaron al cuartel general para fusilarlo.

La oyente lleva una camisa de algodón blanco que ella misma se ha hecho. Tiene el pelo cortado a la altura de las orejas. Su esbelto cuerpo está maduro. Siente la fuerza de él. Siente cómo la recoge del polvo. Se lo toma con calma como haría en el escenario.

Tomo prestados unos yuanes de un camarada y trato de sobornar a los que me escoltan para que me suelten. Los soldados de a pie son mercenarios que no tienen especial interés en verme muerto, así que acceden a soltarme, pero el subalterno al mando se niega a permitirlo. Decido, por tanto, escapar. No tengo oportunidad de hacerlo hasta que me encuentro a unos doscientos metros de distancia del cuartel. En ese momento me escapo y echo a correr hacia los campos.

Más adelante, cuando la señora Mao se convierte en la productora ejecutiva de todos los espectáculos teatrales de China, ordena un episodio dedicado a la escena que escucha hoy. El héroe escapa cuando está a punto de ser ejecutado. Escapa y echa a correr hacia los campos, y se esconde en una pequeña isla en medio de un lago rodeado de hierba alta. El título es El estanque de la familia Sha.

Llegué a un lugar elevado sobre un lago donde la hierba alta me cubría. Permanecí allí escondido hasta el atardecer. Los soldados fueron tras de mí y obligaron a varios campesinos a que los ayudaran en su búsqueda. Se acercaron muchas veces, en un par de ocasiones tanto que casi podría haberlos tocado. El destino quiso que no me descubrieran. Yo estaba casi seguro de que iban a capturarme.

El cantante que interpreta el papel de líder de las guerrillas en la ópera de la señora Mao, eleva la voz hasta alcanzar la nota más alta y entona con elegancia la última frase:

La victoria caerá en tus manos

si no pierdes la fe,

aun cuando la situación parezca

totalmente desesperada e imposible de cambiar.

Por fin se hizo de noche y abandonaron la búsqueda. Al instante me dispuse a cruzar las montañas. Caminé toda la noche. Iba descalzo y tenía los pies muy magullados. Por el camino me encontré con un campesino con quien hice amistad, me ofreció cobijo y más tarde me acompañó hasta el siguiente distrito. Yo sólo tenía dos yuanes y los utilicé para comprarme un par de zapatos, un paraguas y seis panecillos. Cuando por fin llegué a un lugar seguro, sólo tenía calderilla en el bolsillo.

Él le hace ver en su heroísmo una bendición del cielo. En la cama se muestra impaciente, como un ladrón de tumbas robando oro. Ella se presenta a sí misma, tiene el don de la seducción. En el futuro la pareja representará estos valores en la mentalidad de miles de millones de personas.

Al amanecer, cuando él quiere repetir, ella rehúsa. Lleva rato despierta pensando en Zi-zhen. Su cuerpo está atrapado en la lucha que libra su mente.

Tienes los brazos delgados como los de una niña de trece años, dice él acariciándolos. Es asombroso que una mujer con los miembros tan delgados tenga los pechos tan turgentes.

A ella se le llenan los ojos de lágrimas.

Él le pide que le dé una oportunidad para comprender su tristeza. Ella dice que eso sería imposible.

Nadie puede arrebatarme el derecho a saber, replica él secándole las lágrimas.

Soy yo la que necesita aprender, dice ella volviéndose. Eres un hombre casado con familia. No debería haber complicado…

No vas a dejarme, Lan Ping.

¡Pero Zi-zhen está viva!

Él la mira y sonríe casi de manera vengativa.

No puedo hacerle esto a Zi-zhen, continúa ella. Nunca me ha hecho nada malo.

Se da cuenta de que la frase es de una obra olvidada, sólo que ha sustituido el nombre del personaje por el de Zi-zhen. Empieza a vestirse y se levanta de la cama. Él pasa un mal rato contemplando su piel de marfil, que prende fuego a su mente. De pronto se la imagina convirtiéndose en la mujer de uno de sus jóvenes generales o volviendo a Shanghai.

Alarga una mano hacia ella. En silencio ella deja que él la llene.

Al cabo de un rato él se rinde. Se vuelve y se queda mirando el techo. Déjame ahora. Vete.

A ella se le saltan las lágrimas mientras se viste. No le veo salida. No quiero ser una concubina.

Él la observa y ella oye cómo le rechinan los dientes al apretar las mandíbulas.

Cerca de la pared, en el suelo, aparece un ratón. Avanza, cruza con cautela la habitación y rodea la pata de la cama antes de detenerse. Al levantar la cabeza, clava sus ojos rojos en forma de alubia en la pareja.

Los rayos de sol saltan por el suelo.

Si logré sobrevivir a la Larga Marcha, soy capaz de sobrevivir la pérdida de cualquier cosa, empieza a murmurar él. Como en cualquier guerra habrá heridos. ¿No he visto ya suficiente sangre?… Haz lo que quieras, pero, por favor, prométeme que nunca volverás.

Ella rompe a llorar de forma incontrolable.

Aclaremos este asunto. Dices que soy un hombre casado, pero lo que quieres decir es que soy un hombre condenado. ¿Por qué no disparas? Apoya una mano en su hombro. Mátame con tu frialdad.

El mejor ilusionista es el que te explica cuál es el truco y a continuación sigue haciéndote creer que hay magia… Ella levanta la barbilla para mirarlo. En este momento ésta es mi situación: ¡Sigo creyendo que estamos hechos el uno para el otro!

Entonces dime que no te marcharás.

Pero debo hacerlo. Oh, Dios mío, debo dejarte.

Él se calza y se levanta de la cama.

Ella trata de moverse, pero le pesan las piernas.

¿Qué te pasa?, grita él. ¿Eres cobarde? ¡Detesto a los cobardes! ¿No me oyes? ¡Odio, odio a los cobardes? Ahora vete. Obedéceme. ¡Vete! Déjame. ¡Deja Yenan! ¡Lárgate!

Ella se acerca a la puerta y aferra el pomo. Lo oye gemir a sus espaldas. La guerra me ha arrebatado todo, mis mujeres y mis hijos. Me han disparado una y otra vez en el corazón. Lo tengo tan agujereado que ya no tiene arreglo. Lan Ping, ¿por qué ofreces a un hombre una sopa de ginseng mientras le construyes un ataúd?

Vuelvo con mi cuadrilla. Al día siguiente me destinan a un sao-mangban, un equipo que trabaja para «erradicar» el analfabetismo. Enseño chino y matemáticas. Mis alumnas son del pelotón de mujeres avanzadas. Entre ellas están las esposas de los funcionarios de alto rango del Partido. No tardo en enterarme de que Zi-zhen fue su instructora de tiro.

Una mujer entrada en años se acerca a mí y me agarra la muñeca. Es así como le gusta practicar a Zi-zhen, dice. Por cierto, camarada Lan Ping, Zi-zhen es una excelente tiradora. Zi-zhen me llevaba a verla practicar. Le encantaba hacerlo de noche. Sobre todo las noches sin luna. Encendía diez antorchas a unos cien metros de distancia y disparaba con sus dos pistolas. Tatatatata, tatatatata… Diez tiros y caían las diez antorchas… A continuación me hacía colocar otra tanda de antorchas, y otra tanda… Tatatatatata, tatatatata…

Las alumnas observan a la joven de Shanghai como si vieran a un campesino despellejar una serpiente. La joven se niega a que jueguen con ella. ¡Qué mujer! ¡Qué héroe!, exclama con una voz llena de admiración.

Él envía a Pequeño Dragón para invitarme a tomar el té. Estamos incómodos. Entre nosotros se interpone la invisible Zi-zhen. Mientras yo opto por callar, él empieza a burlarse. Más tarde descubro que le va la burla. Se burla, sobre todo, cuando trata de castigar. Habla afectuoso. Una no sabe nunca lo que se avecina.

He estado pensando en lo que me contaste el otro día sobre tu experiencia en Pekín, dice él. Bebe un sorbo de té. Me gustaría compartir contigo parte de la mía. También tuvo lugar en Pekín. Era 1918 y tenía veinticinco años. Era estudiante a tiempo parcial en la Universidad Normal de Pekín. Trabajaba en la sala de correo y en la biblioteca. Mi cargo era tan insignificante que la gente me evitaba. Yo sabía que algo no marchaba. Durante cientos de años los estudiantes habían permanecido al margen del pueblo, y empecé a soñar con una época en que los estudiantes enseñarían a los culíes, porque éstos sin duda tenían tanto derecho como el resto a ser educados.

La verdad es que Mao no logró llamar la atención en Pekín. El paleto del campo se sintió humillado. No logra olvidar la decepcionante experiencia. Más tarde se convierte en uno de sus motivos para pedir la gran rebelión: la Revolución Cultural. Para castigar a los eruditos de toda la nación por el sufrimiento de sus primeros años. Pero en ese momento la joven de Shanghai no lo comprende. Tardará cuarenta años en entender el verdadero significado de esa anécdota. Cuando lo haga se convertirá en el caballo de batalla de Mao.

Ella cree que él sabe cómo animarla, de modo que escucha.

Mis condiciones de vida en Pekín eran bastante precarias. Contrastaban con la belleza de la vieja capital. Me alojaba en un lugar llamado El Pozo de los Tres Ojos, donde compartía una habitación diminuta con otras siete personas. Por la noche nos apretujábamos todos en la gran cama de adobe que se calentaba por debajo. Apenas teníamos espacio para darnos la vuelta y cada vez que necesitaba hacerlo debía avisar a los que tenía a cada lado.

A la joven no le importa si el hombre que tiene ante ella está describiéndole su futura casa. Lo que le preocupa es lograr que se deshaga de la mujer que se interpone entre ambos.

Ayer sentí el calor de la temprana primavera del norte, dice Mao con los ojos brillantes. Los ciruelos florecen mientras el hielo cubre el lago Pei. Me trae a la memoria el poema de un poeta de la dinastía Tang, Tse Tsan, «Diez mil melocotoneros que florecen de la mañana a la noche».

A la joven se le escapa el encanto del poema, pero percibe los sentimientos que le inspiran a él los versos.

Las mujeres se acuclillan para desayunar. Lan Ping mira fijamente su tazón. Está pensando en Mao. Observa a las mujeres marchar y entrenarse hasta la hora de la clase. Vienen y se sientan en hileras delante de ella. Ella trata de ser amena e ilustrativa. Pero las alumnas no prestan atención. Empiezan a discutir entre ellas cómo tejer cestas de diseños innovadores.

¡Escuchad, estoy aquí para enseñaros matemáticas! Un poco de respeto.

Las alumnas se vuelven hacia ella y empiezan a quejarse de que habla demasiado bajo. Hemos perdido oído con los ataques aéreos de Chang Kai-shek. Tú vienes de la ciudad y no sabes qué es la guerra… Una mujer de pronto la llama hipócrita.

Eso es una grosería, dice Lan Ping.

¿Grosería? La mujer escupe al suelo. ¡Hipócrita!

La clase entera se hace eco.

Lan Ping arroja la tiza y renuncia a enseñar.

Las mujeres aplauden alegremente.

De pronto se oyen disparos.

Es Zi-zhen. La mujer entrada en años hace el gesto de doblar el dedo como si apretara un gatillo. Es su pistola. ¿Sabe, señorita Lan Ping, que en una ocasión Zi-zhen casi disparó al presidente?

¿Cuándo?, pregunta la profesora presa de pánico.

Cuando fue a verla.

¿Por qué iba a querer dispararle?

Porque flirteaba con una mujerzuela. Zi-zhen siempre va tras las mujerzuelas. Son buenos blancos para una gran tiradora.

Corro todo lo que puedo hasta mis barracones. Cierro la puerta y me arrojo agua fría en la cara. Sé que no era Zi-zhen. Zi-zhen está en Rusia. Sus ex alumnas están allí para vengarse por ella y por sí mismas. Todas se sentirían afectadas si Mao se divorciara de Zi-zhen. Si a Mao se le permite abandonar a su mujer, los demás harán lo mismo.

De noche la pagoda de Yenan es un silencioso centinela. Al amanecer hay una repentina explosión. Desde su ventana Lan Ping ve cómo la mitad del cielo se vuelve rojo. Una hora después Pequeño Dragón llama a su puerta.

¿Qué pasa?, dice ella poniéndose un abrigo.

El presidente…

¿Qué ha ocurrido?

Han alcanzado su cueva.

¿Está bien?

Sí, pero el Politburó tiene que trasladarse. Nos vamos. Me ha enviado para decirle adiós.

¿Adiós? ¿Ha dicho algo más?

Adiós a secas.

¿Adónde se va?

No tengo ni idea.

Tienes que saberlo.

Lo siento. Tengo instrucciones de preparar comida para un mes para los caballos.

Él está inclinado sobre un mapa cuando aparece la joven. Entra con el aire de la noche, el pelo gelatinizado de sudor y polvo. Tiene los ojos más brillantes que nunca.

Él deja el lápiz, aparta los mapas y se acerca a ella. No esperaba ver florecer un árbol de hierro.

No tengo nada que decir, replica la joven. Me has convertido en un invierno. Un invierno terrible. Se echa a llorar.

¿Quieres que visitemos entonces la primavera?, dice él ofreciéndole una silla.

La joven tiembla en su proximidad.

Siento no poder ofrecerte té, dice él pasándole un tazón de agua. Con las bombas todas mis tazas han saltado por los aires.

Ella acepta el vaso de agua y lo bebe de un trago. Se seca la boca con la manga.

Fuera los guardias están acabando de cargar el coche. Pequeño Dragón apila los últimos documentos y los mete en bolsas.

La luz de la luna entra por el techo resquebrajado. La cama de ladrillo está cubierta de tierra. Él alarga las manos para desnudarla. Ella las aparta, pero eso no lo detiene.

Demonio cobrador de deudas, grita ella.

Sus miembros se entrelazan. Ella siente cómo él salta y la embiste.

Como un crisantemo seco en una taza de té caliente, ella se siente hincharse y expandirse por segundos.

Soy una columna nacida para sostener el cielo, ruge él. Pero sin ti no soy más que un palillo.

¡Al suelo!, grita Pequeño Dragón. Sigue una explosión en las proximidades.

Mao se ríe con los pantalones en los tobillos.

¡Quienquiera que seas has vuelto a fallar! ¡Japonés o Chang Kai-shek! ¿También te hueles la diversión? Oh, me encanta el temblor de la tierra. ¡Chang Kai-shek! ¡No te mereces tu reputación! Has prometido al mundo eliminarme en tres meses. ¡Mira cómo me divierto! ¡Eres una mujer embarazada que grita con contracciones pero no da a luz!

¿Ya está listo el presidente?, pregunta Pequeño Dragón desde fuera. ¡Por su seguridad el presidente debe ponerse en camino!

Por fin los amantes se levantan de la cama. Mao enciende un cigarrillo y da una profunda calada.

Fuera, Pequeño Dragón mete prisas.

¿Vamos…?

Antes de que Lan Ping termine la frase hay otra explosión. Se cae la mitad del techo. Ella grita.

Mao sigue fumando, imperturbable. ¡Pequeño Dragón!, llama por fin.

Los guardaespaldas entran corriendo. Recogen los mapas y las mantas. Pequeño Dragón arroja los documentos al fuego y recoge los últimos libros de Mao de un estante.

¿Te vienes conmigo?, pregunta Mao a la joven.

Llorosa, ella responde que en esos momentos no puede pensar con claridad. Necesita tiempo para tomar una decisión.

Vamos, los caballos se están impacientando.

Yo… Es incapaz de decir que antes quiere una promesa.

¿Vienes o no? Mao apaga el cigarrillo y se levanta.

Pero Zi-zhen… Logra pronunciar la palabra.

¡Por el amor de Dios!, grita Mao. ¡Has saqueado mi corazón! ¡Piedra por piedra has destruido mis ciudades! Acéptame y prometo hacerte tan feliz como me has hecho tú a mí.

En medio de un humo asfixiante Lan Ping ve cómo queda reducida a cenizas la última tanda de documentos. Mao se quita el abrigo y se lo echa a ella sobre los hombros. La acompaña al coche mientras Pequeño Dragón y los vigilantes destruyen la cueva. Rasgan todas las cortinas, y hacen pedazos los muebles y las jarras de agua. ¡No te dejaremos nada, Chang Kai-shek!, gritan. ¡Nada de nada!

Sentada junto a su amante, la joven se conmueve ante la cualidad operística de su vida. Los acontecimientos se transforman ante sus ojos. En el escenario de su imaginación Mao se convierte en el moderno rey de Shang y ella en su amante lady Yuji. Se ve a sí misma siguiendo al rey. Desde que era niña ha soñado con interpretar el papel de Yuji. Es una gran admiradora de la ópera Adiós a mi concubina. Le encanta el momento en que Yuji se clava un cuchillo delante del rey para demostrarle su amor. Lleva un hermoso vestido de seda y un sombrero incrustado de perlas.