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Es en la cueva de Mao donde la joven aprende política. Se entera de que Chang Kai-shek ha aumentado recientemente el precio que ha puesto a la cabeza de Mao. Le asusta y halaga a la vez. Se entera de que la invasión japonesa se ha intensificado y las provincias chinas han estado cayendo una tras otra en manos del enemigo. Se entera de que no hace mucho uno de los generales de Chang Kai-shek, Zhang Xue-liang, inició una rebelión durante la cual tomaron como rehén a Chang Kai-shek y lo entregaron a los comunistas. El Politburó se proponía matarlo, pero Mao propuso negociar.
Es una buena oportunidad para demostrar a las masas que nuestra benevolencia está por encima de cualquier rencilla personal; Mao se concentra en hacer que el Partido Comunista sea aceptado como la principal fuerza política de China. A cambio de su vida, Chang Kai-shek consiente en combatir a los japoneses y unirse a los comunistas.
Dentro de su país, Mao se hace con el control del Politburó. Selecciona los miembros de su propio gabinete y ataca a los que tratan de adoptar la fórmula rusa en lugar de su estilo de guerrilla. Utilizando el nombre del Politburó se deshace de sus enemigos políticos, Wang Ming y Zhang Guotao, entrenados en Moscú, destinándolos a puestos remotos. A sus soldados sigue predicándoles su interpretación particular del marxismo leninismo. Su panfleto, Ocho leyes y tres disciplinas, es impreso con impresoras de rodillo manuales y distribuido a cada soldado.
Mao hace leyes, pero no cuenta con regirse por ellas. A mediados de 1938 se divulgan historias sobre su traición a Zi-zhen. Sus colegas Chu En-lai y Zhu De le aconsejan que ponga fin a su aventura amorosa con la actriz de Shanghai y vuelva con su mujer.
Mi amante sigue viéndome a pesar de la presión. Nuestra aventura es avivada por la fuerza que trata de separarnos. Mao es rebelde por naturaleza. En mí encuentra su papel. Sin embargo, sé que corro peligro. En Yenan no soy nadie. Podrían liquidarme en cualquier momento en nombre de la Revolución.
De modo que huyo de los problemas y vuelvo a los barracones. No espero a que me «asignen» a un puesto remoto. Ya he aprendido la clase de castigo que se imparte dentro del Partido Comunista. Me adelanto al Politburó y tomo medidas. Debo conseguir que mi amante luche si quiere gozar. He de poner a prueba nuestro amor.
Después de dejar a Mao una carta diciendo que lo único que le importa es la carrera y la reputación de él, se marcha. El presidente al principio trata de mantener la calma. Pero poco a poco sale a la superficie su tensión; le cuesta concentrarse en su trabajo, se quema los pies con el brasero, las cortinas se prenden con las llamas de la vela. Pierde los estribos en las reuniones del Politburó. Sus decisiones no son firmes. A menudo golpea la mesa con el puño. Se queja de que los documentos son demasiado confusos y los telegramas no tienen sentido; ya no es el mismo.
Ella no vuelve. Quiere que él siga así. Quiere que la vea en cada esquina, en su taza de té, en los mapas y telegramas. Más tarde él le dice que vio más cosas. La vio dentro de la mosquitera de su joven general. Durante esos días el pecho se le hinchó y el dolor hizo salir todo lo que había dentro.
Una noche que el viento sopla con furia, mi amante aparece en mi puerta. Le digo que he tomado la decisión de romper con él.
Por favor, no vuelvas a venir, digo.
Él permanece callado. Al cabo de un rato me pide que demos un paseo.
Rehúso.
Él echa a andar.
Titubeo, luego mis pies lo siguen.
El sendero que corre paralelo a la orilla del río los lleva a un denso juncar. Al cabo de un kilómetro ella se da media vuelta y dice que no puede seguir, que tiene que volver. Como un león con una cierva, él la sujeta y la levanta del suelo. Ella trata de zafarse, pero él se vuelve impetuoso y le rasga el uniforme.
¡No puedes hacer esto!, grita ella empujándolo. ¡Ya no!
Pero se abre. Se inclina sobre él y yace en sus brazos. Abre las piernas, llora y se funde en su calor. Él la acaricia, murmura y solloza enloquecido. Ella deja que su cuerpo le diga cuánto lo echa de menos.
Todos esperan de mí que sea un Buda de piedra sin deseos ni sentimientos, jadea él encima de ella. Mis camaradas preferirían verme convertido en un eunuco.
En 1938 Mao es reconocido por fin en Moscú. En septiembre el Partido Comunista celebra su sexto congreso con Mao como presidente. El asesor ruso asiste y anuncia la dimisión del viejo amigo de Stalin, el rival de Mao, la cabecilla del ala derecha del Partido, Wang Ming. El asesor nombra a Mao el nuevo socio de Moscú.
La noticia coge por sorpresa a mi amigo Kang Sheng, que ha sido fiel seguidor de Wang Ming. Estudiaron juntos en Rusia. Desde que llegó a Yenan, Kang Sheng ha hecho todo lo posible por ganarse la confianza de Mao, pero la gente no ha olvidado su pasado. El 14 de septiembre, en una extensa reunión en la que se investiga a Wang Ming, se menciona repetidas veces el nombre de Kang Sheng como cómplice de Wang en varios crímenes políticos. El Politburó está decidido a expulsarlo.
El hombre de la perilla permanece sentado en la reunión como si yaciera sobre un lecho de púas.
Es en ese momento cuando Kang Sheng recibe una información crucial que convierte el peligro en una bendición. El delegado del Partido, Liu Xiao, le envía un telegrama desde Shanghai. Se trata de un informe de una investigación llevada a cabo sobre Lan Ping durante su encarcelamiento en octubre de 1934. El informe concluye que Lan Ping ha denunciado el comunismo y es por tanto una traidora.
Aunque no ha causado ningún perjuicio al Partido, es un acto lo bastante grave como para destruir las posibilidades de Lan Ping de contraer matrimonio con Mao.
Mientras contempla el telegrama Kang Sheng ve emerger su propio futuro.
La tarde se disuelve. La cueva está llena de humo. Kang Sheng ha estado fumando. Lan Ping está sentada ante su escritorio, leyendo el telegrama. Palidece.
¡Es un complot, un montaje!, grita. ¿Dónde están sus pruebas? Es envidia. ¡Están celosos de mi relación con el presidente! Se levanta, pero de pronto le falta el aire y se deja caer de nuevo en la silla.
No estoy aquí para discutir si tienen o no pruebas. Estoy seguro de que las tienen. Kang Sheng habla despacio y mira a Lan Ping a los ojos. El problema es lo que ocurrirá cuando el Politburó lo lea. Te expulsarán, sea cual sea la verdad. Te interrogarán y te expulsarán del Partido si es que no te fusilan. Ni el presidente ni yo estaremos en posición de defenderte. Ya conoces mi trabajo. El procedimiento. Eres un blanco demasiado grande.
El sudor empieza a brotar a través de las raíces de su pelo. Quiere discutir, pero se ha quedado en blanco. Mira fijamente el techo y siente cómo se le paralizan los sentidos.
Maestro Kang, dice llamándolo como si fuera el director de la escuela de enseñanza primaria de la ciudad de Zhu. Amo al presidente por encima de todo. Te ruego que me ayudes.
Kang Sheng permanece callado largo rato, luego suspira y cuenta sus dificultades, los ataques que ha sufrido en las reuniones por su relación con Wang Ming. Sólo Mao puede demostrar que soy inocente, deja caer.
Ella comprende el trato. Saca su pañuelo y se seca las lágrimas. Veré lo que puedo hacer. Hablaré con el presidente en tu nombre.
No para de pasarse el pañuelo por la cara, el cuello, los hombros, los brazos, las manos y los dedos. Y vuelta a empezar. Diré que el jefe era Wang Ming. Hiciste lo que él te había ordenado, ¿no? Fue él quien trató de arrebatar el poder a Mao. Puedes demostrarlo, ¿verdad? ¿Debería decir que lo que querías en realidad era proteger al presidente? ¿Sería exagerado afirmar que has sido víctima del resentimiento de Wang Ming?… Estoy segura de que puedo conseguir que el presidente salga en tu defensa.
Kang Sheng queda satisfecho. Recupera el color de la cara. Camarada Lan Ping, prometo que no dejaré que ese telegrama siga viajando.
La paz surge de la guerra, me enseña mi amante. La vida se paga con la muerte. No hay terreno neutral. Hay veces en que tenemos que tomar decisiones. La vacilación es sinónimo de peligro. Es mejor despejar el camino que preguntar a voz en grito cuando no estás seguro de quién se acerca. Tienes mucho que aprender del camarada Kang Sheng.
Y estoy aprendiendo. Puede parecer amable, delicado e incluso vulnerable, pero detrás de la máscara está el rostro de la muerte. La verdad de una sanguijuela. Es así como consigue el puesto de jefe de seguridad. Mao aprecia sus cualidades y su estilo. Dice que él y Kang Sheng están en el negocio del bien. En la personalidad de mi amante advierto un lado peculiar. Su capacidad para sobrellevar el sufrimiento. Es lo que lo convierte en Mao. Estoy aprendiendo. Los asesinos con apariencia de Confucio. Estoy aprendiendo. La forma en que uno se gana a China.
Ésos son los dos hombres brillantes que hay en mi vida. Dos hombres que han creado lo que soy del mismo modo que yo los he creado a ellos.
Continúa la presión del Politburó. Los amantes han pasado a la clandestinidad. Ella ha dejado de asistir a las fiestas de los oficiales de alto rango de los sábados por la noche. Aprender a bailar como una forma de hacer ejercicio y alternar con gente es la nueva diversión de la ciudad. Las mujeres están encantadas con la desaparición de la actriz.
Pero alejada de la mirada del público, movida por la pasión y a horas concertadas de antemano, la actriz se entrega a Mao. Yace en su cama las noches tormentosas y las madrugadas gélidas. Después él le pide que le cante su ópera favorita, Fábrica de perlas rojas. Ella lo complace y la lujuria se apodera de nuevo de él.
Como una doncella de ilustre cuna
que en la torre de un palacio
alivia su amor opresivo,
como una luciérnaga dorada
que en un valle de rocío,
desparrama sin ser vista
su etérea alma en la hora secreta
con vino dulce como el amor
que inunda su alcoba.
Poco después Mao da la noticia al Politburó: la camarada Lan Ping está embarazada. Exige un divorcio y un matrimonio.
Los compañeros de Mao sacuden la cabeza al unísono. ¡Has dado tu palabra al Partido!
Sí, lo he hecho. Pero las cosas cambian, lo mismo que la situación de guerra. Si vosotros mismos sois capaces de cambiar y uniros a Chang Kai-shek, ¿por qué no podéis aceptar cambios en mi situación sentimental?… Bien, me habéis presionado al límite. La camarada Lan Ping no tendrá otra elección que ir por ahí con la barriga cada vez más hinchada, dando la nota. Todo el mundo se enterará de que, como presidente, soy prisionero de mi propio Partido. Y eso convertirá toda nuestra propaganda en una mentira. Será un anuncio publicitario gratuito para Chang Kai-shek: los comunistas no tienen para nada en cuenta la humanidad. Chang Kai-shek se reirá con tantas ganas que se le caerá la dentadura postiza.
Mao continúa. Estoy dispuesto a revelar yo mismo la verdad al pueblo. Estoy seguro de que juzgarán según su conciencia, verán que el Partido se pavonea con ropas nuevas de emperador y lo pondrán en tela de juicio. ¿Importa a alguien el bienestar personal de Mao Zedong? ¿No ha trabajado lo bastante duro? ¿Es el esclavo del Partido? La gente sacará sus propias conclusiones y decidirá a quién seguir. Pero ya no estaréis a tiempo de entrar en razón; me habré ido. ¡Fundaré un nuevo Ejército Rojo, una nueva base donde los hombres y las mujeres sean libres de casarse por amor, donde mis hijos puedan llevar mi nombre y donde la palabra «liberación» no sea un pájaro de madera!
Nadie subestima la capacidad de Mao. Todos los miembros del Politburó recuerdan perfectamente que fue Mao quien salvó el Ejército Rojo del cerco mortal de Chang Kai-shek; fue Mao quien convirtió el devastador exilio de la Larga Marcha en un periplo victorioso. Tras una semana en un callejón sin salida deciden negociar. El barco no puede navegar sin timonel.
Mao se queda satisfecho. Promete poner límites al poder de la primera dama. Soy un miembro más del Partido, dice apagando un cigarrillo. Me atendré incondicionalmente a la decisión del Politburó.
Se redactan normas para encadenar a la futura esposa: no le está permitido dar a conocer su identidad, ni participar en los asuntos de Mao, ni expresar sus opiniones en la intimidad. Mao acepta el trato. Pero prefiere no ser él quien dé la noticia a Lan Ping. El Partido lo comprende.
Paseo con Lao Lin, el asesor de asuntos personales del Partido, y mi amante, que nos sigue unos pasos atrás. Es una tarde tranquila y se ha creado un ambiente propicio para hablar. Llegamos a la orilla del río. Mi amante camina en silencio, como si contemplara sus pensamientos. Lao Lin y yo hemos estado hablando del tiempo, la salud y la guerra. Mira hacia donde el sol se está poniendo detrás de los troncos de los árboles y sugiere que nos sentemos a la sombra de un árbol.
A continuación me da la enhorabuena. Me informa que han aceptado la solicitud de nuestro matrimonio. No reacciono. Estoy esperando a que deje caer la bomba. ¿No estás contenta? Sonriente, Lao Lin se mesa su hirsuta barba con sus largos dedos.
He estado preparándome para luchar por mis derechos, digo con sinceridad.
Lao Lin ríe, intranquilo.
Lanzo una mirada a mi amante que tiene la vista clavada en el río.
¿Puedo ver mi certificado de matrimonio?, pregunto a Lao Lin.
Verás, antes de que me permitan dártelo has de hacer una promesa.
Aquí está. El estruendo de una explosión. Sin mirarme Lao Lin establece las reglas.
El impacto me sacude. Siento una punzada. Es más de lo que había imaginado. En medio del silencio de la orilla del río, estallo: ¿Qué significa no dar a conocer mi identidad? ¿Acaso soy una criminal? ¿No sabe el Partido que el presidente ha perdido a su anterior mujer? ¿Cómo sabe que no me perderá a mí en la guerra? ¿Cuántas veces ha sido bombardeada la cueva de Mao? ¿De cuántos atentados tenéis constancia? ¡Casarme con Mao supone poner en peligro mi vida! Y no cuento con la confianza del Politburó, del que se supone que dependeré. ¿Qué clase de enhorabuena es ésta?
Ella trata de serenarse, pero no lo consigue.
¿Qué significa «no participar en sus asuntos»? ¿Por qué no os limitáis a desaprobar el matrimonio? ¡Decidlo en voz alta! ¡Imprimid las condiciones y colgadlas en la pared a la vista de todos! No vine a Yenan para que me insultaran. Hay un montón de jóvenes en Yenan que son políticamente de fiar, analfabetas y no participarán en los asuntos de Mao Zedong. Montones de jóvenes que no…
Lao Lin la interrumpe. El Politburó me ha enviado en calidad de mensajero. No tengo nada personal contra ti. Se requerirá lo mismo de toda mujer que contraiga matrimonio con el presidente. Por razones de seguridad. No tiene nada que ver con quién eres. Camarada Lan Ping, el Partido sabe que eres un miembro leal. En pocas palabras, quieren estar seguros de que su líder Mao actúa sin que nadie se inmiscuya.
Mi amante se acuclilla y sigue mirando la corriente que se arremolina. No ha dicho una palabra y no tengo ni idea de lo que pasa por su cabeza. Se halla en una situación difícil, lo comprendo. Después de todo no puede ni quiere separarse de su título. ¿Debería pedirle que demuestre su amor? Él no es Tang Nah. No le va el drama. Si lo desafío me dirá que siga mi camino. Está acostumbrado a disociarse del dolor. Lo superará. Pero ¿seré capaz de superarlo yo?
Ella se asegura de jugar bien sus cartas esta vez. Se pregunta repetidamente: ¿Qué le atrae a Mao de ella además de su cara sin arrugas de joven de la ciudad? ¿Cuenta algo su cerebro? Recuerda que una vez comentó que le gustaban su carácter y su coraje. ¿Lo dijo sólo para halagarla? ¿Se está engañando a sí misma? ¿Y si es sólo su belleza? Puede ser la fantasía de cualquier hombre en esa parte de la China, y si permanece al lado de Mao y él conquista China… Será incuestionable que ella estaba allí y luchó con él, a su lado. Se ganará el derecho a hablar, a participar en sus asuntos, incluso a sentarse en el congreso del Partido y tal vez del Politburó. ¿Quién le impedirá entonces que hable con Mao en la intimidad? Ser la señora Mao será su victoria. Estará por debajo del hombre que ama, pero por encima de la nación.
Nunca olvidaré la noche en que mi amante me habló de la Gran Muralla. Fue después de hacer el amor. Quería discutir sobre el proyecto más emocionante que se ha construido en la historia de China. No es la Gran Muralla, me dijo. Sino el dique Dujiang, construido diez años antes en la llanura de Sichuan, donde la sequía y las inundaciones azotaban continuamente la provincia. No tiene ni punto de comparación en cuanto al tamaño, pero a diferencia de la muralla el dique ha creado felicidad durante miles de años.
Mi amante está absorto en sus pensamientos. Me acaricia el pelo. Si la muralla ocupa espacio, el dique se extiende en el tiempo, continúa. La funcionalidad de la Gran Muralla hace tiempo que se agotó mientras que el dique Dujiang sigue sosteniendo la vida de la provincia. Gracias a él controlamos la sequía y las inundaciones, y Sichuan es famosa por sus cosechas. La cultura de la Gran Muralla es como una escultura rígida, en cambio la cultura del dique Dujiang representa la vitalidad del universo. La Gran Muralla interpreta el papel de emperatriz viuda exigiendo respeto, mientras que el dique presta un servicio en silencio, como una humilde nuera campesina.
La visión que tiene Mao de China es la que ella espera de un rey. Ve en qué se convertirá para China y su pueblo. Si esto no es amor y respeto en su forma más pura, se pregunta la joven, ¿qué es entonces? ¿Cómo no va a sentirse orgullosa de su pasión por Mao?
Antes de que salga la siguiente luna, la actriz de Shanghai estrecha la mano a Lao Lin. Promete entregar antes del día de la boda una carta conforme acepta las reglas.
A la futura esposa le preocupa habérselo puesto demasiado fácil a Mao. Teme que no se acuerde de su sacrificio. El sacrificio que se propone hacer y exigir que le reconozcan en el futuro. Es su inversión. Pero desde que se ha marchado Lao Lin, él no se ha mostrado muy cariñoso.
Mao está absorto escribiendo su filosofía de la guerra. Escribe días y días sin parar, y pierde totalmente la noción del tiempo. Cuando termina envía a Pequeño Dragón a buscar a la joven. Le hace sentir que ya está en su posesión. Sus manos la buscan en cuanto entra por la puerta. Ella lo oye murmurar, él le cuenta en un monólogo qué ha estado escribiendo.
Sí, cuéntame, cuéntamelo todo, responde ella.
Es suicida dejarse ver cuando el enemigo es de tales proporciones, dice desabrochándole la camisa. Tenemos que aprender a sacar partido de nuestra inferioridad numérica; disponemos de flexibilidad. Si arrastramos al enemigo por las narices y conducimos sus caballos hasta el bosque, lograremos confundirlo e inmovilizarlo. Les arrancaremos a mordiscos las piernas y nos marcharemos rápidamente antes de que averigüen cuántos somos o nuestras intenciones. Ésa fue mi estrategia durante la Larga Marcha y voy a establecerla como ley de guerra.
Quiero que Mao sepa que me interesa lo que hace y quiero formar parte de ello. Pero trato de no seguir sus pensamientos para concentrarme en el placer. Clavo la vista en otra parte, en un portaplumas de su escritorio. Está hecho con el nudo de una caña de bambú y está repleto de plumillas y plumas. Las plumas apuntan al techo como ramilletes de orquídeas con lengua de dragón. Me siento curiosamente estimulada.
He creado un mito, continúa él. He dicho a mis generales que jueguen con Chang Kai-shek. Que den un mordisco y echen a correr, den otro mordisco y echen de nuevo a correr. La clave es no ser reacio a marcharse tras pequeñas victorias. Es el problema de nuestros soldados: es su ciudad natal y les cuesta irse. Detestan abandonar cuando están recogiendo las cabezas de los que asesinaron a sus seres queridos. Pero hay que hacerlo a fin de ganar más… Como ahora, que no me conviene llegar hasta el final. Debo saber cuándo contener a mis tropas…
Ya no me asombra que pueda hacer el amor mientras pone en orden sus pensamientos. Para mí se ha convertido en parte de nuestro ritual. En cuanto advierto que ha perdido el hilo de sus pensamientos, me dejo ir.
¿Fueron cuatro las veces que cruzaste el río Chi para escapar de Chang Kai-shek?, pregunto tomándole el pelo. ¿Lograste confundir al enemigo?
Le falta el aliento para responderme.
He oído hablar de tu victoria en Shanghai, continúo. Sin embargo nadie te conocía, eras un mito clandestino que todos querían sacar a la luz. ¿Te he dicho cómo te describían físicamente los periódicos de Chang Kai-shek? Decían que tenías unos dientes de quince centímetros de largo y una cabeza de casi un metro de ancho.
Gruñe y anuncia que viene.
Durante las tres semanas siguientes vuelve a enfrascarse en sus escritos. Un estudio sobre el movimiento campesino de Jiangxi. La revolución al estilo chino. Cómo sentar las bases del Ejército Rojo. Luego se desploma en la cama como un cadáver en un ataúd. La joven sigue preparando el borrador de la carta que ha prometido a Lao Lin. Se sienta a la mesa de Mao y juega con sus plumillas y plumas. Tiene la mente en blanco. Está aburrida. Cada pocas líneas cuenta los caracteres. Sabe que tiene que llenar una página como mínimo.
Pedo, pedo y pedo, escribe, luego lo borra y vuelve a escribir. Saca un pequeño espejo y empieza a examinarse la cara. Los dientes, la nariz, los ojos y las cejas. Juguetea con el pelo, se lo peina de distintas maneras. Se estira la cara con los dedos, cambiando de expresión. Le gusta su cara. Cómo se refleja en el espejo. Es más bonita en el espejo que en la pantalla. Se pregunta por qué no es fotogénica. Sus pensamientos dan un salto y se pregunta qué habrá sido de Tang Nah y de Yu Qiwei. Y qué pensarán cuando se enteren de que es la señora Mao.
La idea la llena de alegría y le hace volver a su borrador. Trabaja en él hasta que Mao se despierta. Se le acelera el pulso cuando lo oye recitar un poema de la dinastía Han sobre el despertar:
La primavera me despertó de mi hibernación,
el sol cae en mis nalgas apremiándome.
Ella se levanta de su silla para servirle un té. Luego vuelve al escritorio y espera. Él se acerca. Ella le enseña el borrador y él se inclina hacia la luz para leerlo. Tiene las manos debajo de su camisa.
Parece una carta de protesta, comenta riendo. Ella dice que no sabe escribir de otro modo. Es incapaz de doblegarse más. Él la consuela. No deberías acudir a un monje para pedir prestado un peine; debes ser amable con los defectos de mis camaradas. Bien mirado, son campesinos. En cuanto a él, agradece su sacrificio. Una carta de promesa sólo es un trozo de papel. Depende de nosotros cumplir. La verdad es que la carta sólo va a servir para acallar a esas esposas de boca de escorpión.
Ella se convence. Ríe llorosa. Sosteniéndole la mano, él revisa el borrador. Quiero que me hables en la cama. Quiero que me coseches. Oh, sí. Firma aquí mismo, firma «Atentamente, Lan Ping».
Es el día de la boda. El viento esculpe nubes en forma de frutas gigantescas. Se celebra en la nueva cueva de Mao; éste se ha mudado de la Colina Fénix a casa de la Familia Yang. Es una cueva de tres habitaciones situada en la ladera de la montaña, de unos quince metros de profundidad. La pared del fondo está hecha de roca y la delantera de madera. Las ventanas están cubiertas de papel. Delante de la cueva hay una pequeña extensión de terreno llano. Con asientos de piedra y un huerto.
Mao se levanta temprano y trabaja en el huerto. Pimientos, ajos, tomates, ñames, judías y calabazas, todos enérgicos. Lleva al hombro un palo con un cubo de agua en cada extremo, y recorre los estrechos senderos regando cada planta con paciencia. Inclina el hombro y levanta la cuerda del cubo para vaciarlo. Parece satisfecho y relajado.
La novia está en la entrada de la cueva, observando a su novio. Lo ve mordisquear las puntas de las plantas del algodón. Recuerda que una vez le dijo que pensaba mejor con las manos llenas de tierra y raíces. ¿Qué pasa por su cabeza en esos momentos? Ella se pregunta si la compara con sus ex mujeres. Eres una joven con luz propia, me ha dicho. Tu alegría es la salud de mi alma, y la tristeza de Zi-zhen, su veneno.
Para mí es una figura paterna. Es todo lo que he buscado siempre en un hombre. Como un padre, es sabio, cariñoso y abusivo a veces. Cuando le pregunto por qué ha decidido casarse conmigo, me responde que tengo la virtud de conseguir que un gallo ponga huevos. Tomo el comentario como un cumplido. Asumo que quiere decir que hago salir lo mejor que hay en él. Pero no estoy segura. A veces tengo la sensación de que es demasiado grande para que yo lo comprenda. Su mente siempre es inalcanzable. Es un espectáculo aterrador. Tanto con sus camaradas como con sus adversarios o enemigos puede ser embriagador y aterrador. Lo quiero, pero temo por mí. Cuando estoy con él renuncio a comprender. Me rindo. Me aterra que me quiera a mí y no a la actriz. A veces tengo la sensación de que quiere tener mi cuerpo cerca, pero mi alma a cierta distancia. Quiere conservar el mito que hay en mí.
Más adelante, muchos años después, descubro que prefiere vivir con la falsificación en lugar de con la persona real. Pero de joven soy simplona y entusiasta, y no necesito comprender todo acerca de este dios cuya esencia está fuera de mi alcance. Duermo profundamente, lo desconocido no me quita el sueño. Qué prisa hay, cuando tengo toda la vida por delante para comprenderlo si quiero. No me comparo con Zi-zhen. No soy como ella, que se conserva en el frasco herméticamente cerrado de la infelicidad. Si veo un frasco así lo haré pedazos. Me apasionan los estímulos y el reto, y veo que mi futuro no promete más que eso.
Pero ¿por qué me asaltan estas dudas el día de mi boda?
Son las ocho de la mañana y el sol sale de detrás de las nubes. Después de poner una mesa fuera vuelvo a entrar en la cueva para vestirme. Estoy un poco decepcionada porque Mao sólo ha invitado a un reducido grupo de gente. Ha declinado mi deseo de invitar a una multitud. La razón que me da es que no quiere atraer la atención de Chang Kai-shek; no quiere que lo bombardeen el día de su boda.
Saco las pinzas de las cejas. Me las arreglo y maquillo como solía hacer en Shanghai. Me pongo polvos en mi cara quemada por el sol. No tengo vestido de novia. He prometido a Mao respetar la moda revolucionaria, que es que no hay moda. Llevo un uniforme gris desteñido con un cinturón.
Cuando salgo, todos se vuelven hacia mí y de pronto los hombres se ponen a hablar del cielo. De su color. Una sandía verde por abajo, amarilla por el centro y rojo rosado por encima.
Hay una repentina tranquilidad. Mao trata de disimular su euforia. ¡Cacahuetes!, dice a la novia, y ésta empieza a pasar una cesta de cacahuetes. Los invitados piden al novio que dé consejos sobre el amor. Mao se recuesta en su asiento y estira los brazos. No sé cómo decirlo, un tornado me arrebató el sombrero, y éste cayó sobre un pájaro dorado y lo capturó para mí.
¡Detalles!, exclaman los hombres pasándole un cigarrillo. Sonriente, Mao da una profunda calada. Puedo daros dos consejos: Uno, tienes que ser perro y pedir prestado un hueso. Y dos, no debes perder nunca de vista que estás adoptando una postura peligrosa, como colocar la cabeza sobre el fogón para secarte el pelo.
Ella examina a los invitados mientras Mao se los presenta uno por uno. Son sus hombres. Hombres que ella necesita impresionar. Si es posible, convertirlos en sus hombres en el futuro. Le consta que existe tal posibilidad en Kang Sheng. No ha olvidado su primera conversación. ¿Estaré segura bajo tu tutela, camarada Kang Sheng? Si yo lo estoy bajo la tuya, señorita Lan Ping.
Oye la risa falsa de Kang Sheng. Un sonido desagradable. Está halagando a su jefe. No hablan en realidad, pero hay intimidad. Entre Kang Sheng y Mao existe un código secreto. Por alguna razón ella tiene la sensación de que nunca podrá descifrar ese código. Una pareja extraña, piensa. Mao en una ocasión describe bromeando a Kang Sheng como un pequeño brujo. Kang Sheng sabe exactamente qué quiere Mao y se lo da. Ya sea destruir a un rival político u organizarle una cita nocturna con una amante.
Ella se queda satisfecha y se felicita, porque ha conseguido por fin el papel de primera actriz.
Un pavo real entre gallinas, piensa sonriente.
Hablo mandarín. Lo hago despacio para que los amigos de Mao me entiendan. Pregunto por la salud de los invitados, por su familia, animales y cosechas. Estoy aprendiendo el trabajo de mi marido. Descubro que no tiene fe en la boda. En realidad le interesa muy poco la ceremonia. Emplea el tiempo para obtener información. De batallas, de sus colegas, de los territorios blancos.
Kang Sheng le presenta a un hombre. Lo llaman Viejo Pez y tiene cara de perro domesticado con largas orejas que le cuelgan a los lados. Su traje occidental brilla de grasa alrededor de la tripa, el cuello y los codos. Se ven claramente las puntadas de los remiendos. Parecen un ejército de hormigas. Sus abultados bolsillos están repletos de cuadernos y papeles. El hombre informa sobre los territorios blancos. El nombre de Liu Shao-shi se repite continuamente. Viejo Pez alaba a Liu como un hombre muy capaz que empezó como huelguista, pero no lucha sólo para destruir. Negocia con los propietarios de las fábricas y cada vez consigue que se satisfagan las condiciones de los trabajadores.
El camarada Liu Shao-shi es una joya para el Partido, comenta mi marido. Es de suma importancia que se gane a los trabajadores.
En las palabras de Mao no hay el más leve rastro de envidia, pero en ese preciso momento queda grabada en su mente la imagen de Liu Shao-shi como un adversario en potencia. Nadie en China se imagina que Mao será capaz de llevar a cabo una destrucción masiva sencillamente porque tiene celos del talento de alguien. Nadie comprende nunca los temores de Mao. Treinta años después Mao inicia la llamada Revolución Cultural del Gran Proletariado, en la que millones de personas pierden la vida para allanarle el terreno.
Hay algo que la señora Mao nunca logra aprender de su marido: a este hombre no sólo no lo censurarán por su responsabilidad en el crimen del siglo, sino que consigue que su público, aun después de su muerte, defienda, venere y bendiga su bondad.
El tocadiscos está en marcha y suena «La noche del incendio en la capital». Se lo regaló a Mao una admiradora extranjera, Agnes Smedley. La novia se acerca y baja el volumen. Luego se pasea tratando de unirse a las conversaciones. Escucha y elige los momentos para meter baza. Pregunta qué está ocurriendo con los fascistas en Europa. Quiere saber cuándo podría volver a atacar Chang Kai-shek. Pregunta: ¿Cuánto durarán los suministros de Chang Kai-shek? ¿Cuánto dinero están dispuestos a invertir los occidentales en el pozo sin fondo de Chang Kai-shek? ¿No salta a la vista que Chang Kai-shek es un perro sin espina dorsal? ¿No es posible poner de nuestra parte al mundo occidental? ¿Debería Mao lanzar una campaña periodística para convencer al mundo que su actuación cuenta? ¿Qué está pasando entre los rusos y los japoneses? ¿No debería Stalin estar convencido a estas alturas de la capacidad de Mao para gobernar China?
Asombra a Mao y a los invitados con sus ganas de aprender. Tiene veinticuatro años y el fuego arde con fuerza en su pecho. Su energía cautiva a algunos, otros la encuentran ingenua y pretenciosa. Está demasiado emocionada para notar nada. Presencia cómo Mao interpreta ante su ejército el papel de dios-padre. Vislumbra qué puede conseguir a través del matrimonio: se le da el mejor ejemplo.
La noche de bodas él le cuenta una historia. Una historia que le inspira y enseña el secreto de gobernar. Durante la dinastía de Primavera y Otoño, un príncipe compró soldados. Para impedir que escaparan mandó llamar a un hombre que hacía tatuajes y le ordenó que tatuara su nombre en las mejillas de cada soldado. Una vez concluida la tarea, el príncipe creyó que la lealtad de los soldados estaba asegurada y se los llevó lejos a combatir. Antes de que llegaran muy lejos, los soldados empezaron a desaparecer. Los tatuajes de las mejillas eran tan débiles que se les borraron al lavarse.
¡Es la mente lo que hay que tatuar!, concluye mi amante al terminar la historia.
A partir de ese momento tengo la sensación de que mi mente ha sido tatuada. De lo contrario, ¿cómo se explica que responda a cada una de sus llamadas? Se inculca a sí mismo -la voz de un dios-, en mí y en su nación.
El libro de Chang, lo llama ella.
Cuando los invitados se retiran ella está exhausta. El suelo está cubierto de cáscaras de cacahuete, semillas de girasol y colillas. Mao no le pregunta su opinión sobre los invitados. Sabe que está enfadada por sus maneras. Es evidente que no puede soportar que escupan en el suelo, se hurguen los dientes con los dedos mientras hablan, y, peor aún, se tiren pedos con todo descaro.
Soy un vestido hecho de veredictos,
cada hilo está ligado a un crimen sangriento.
Mao pide a la novia que deje de limpiar y la lleva a la habitación mientras tararea alegremente el aria de una vieja ópera.
Como una almeja de tierra de sequía
yo no abriría la boca…
Ella queda impresionada y canta con él la cómica canción:
Un ratón recibe el encargo
de vigilar el almacén del grano
y a la cabra se la pone a vigilar el huerto,
qué trabajo tan agradable…