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Mi nuevo nombre es Jian Qing. Es un regalo muy considerado de mi marido. Ya no soy Lan Ping, la Manzana Azul. Los nuevos caracteres son de trazos rectos, como un barco navegando a toda vela. Jiang Qing: Jiang de río y Qing de verde. Jiang Qing resume un dicho: «El color verde viene del azul pero es más intenso».
Me he separado de mi viejo papel. Salgo del azul y entro en el intenso color verde. Soy una mariposa recién salida del capullo, la primavera me pertenece. Mi nombre se ha convertido en parte de la poesía de mi amante.
En la pared de casa no cuelgan fotografías. Ni hay libros ni revistas. Ni objetos de recuerdo. Ni siquiera un póster mío en el papel de Nora. No es que no me guste recordar los viejos tiempos. Mi nuevo papel exige sencillamente un nuevo decorado. Me enfrento a otro público.
Necesito pintar de rojo mi historia. Es lo que te otorga verdaderos derechos en Yenan. Hay un espejo invisible que sostienen mis futuros enemigos. Dicen que en él se ven reflejados mis «defectos de nacimiento» políticos. En el espejo ven a un demonio que ha venido a vaciar a Mao de su esencia. Ya me han declarado la guerra tratando de impedir mi matrimonio.
Los rumores y falsas acusaciones empiezan a divulgarse el mismo día de nuestra boda. He roto muchos corazones. Durante y después de la ceremonia, un gran número de camaradas y los invitados de honor, incluido el ex cuñado de mi marido, Xia Zhen-nong, empiezan a murmurar sobre la «salud deteriorada» de Mao. Es escandaloso. Fíjate en el presidente, ha llegado a depender del alcohol para aumentar su energía.
Empiezo a darme cuenta de que no tengo muchas oportunidades de defenderme aquí en Yenan. El divorcio de Mao es considerado una traición cometida bajo mi influencia. Lo que me asusta es que el odio hacia la actriz flota en el aire aun antes de que empiece la función. Es un espectáculo que la gente no quiere ver, pero al que se ha visto obligada a asistir. Cada frase les perfora los oídos y cada escena les hiere la vista.
Nunca logro cambiar la imagen de demonio de huesos blancos. Muchos se imaginan mi funeral en cuanto me ven entrar en la cueva de Mao. El odio se intensifica conforme avanza el año. Lo mismo que mi cólera. Como dice el viejo proverbio: «Los escupitajos de diez mil personas pueden llenar un pozo lo bastante hondo como para que se hunda una persona». Bueno, pues en ese pozo estoy yo.
Decido seguir adelante con mi espectáculo con la esperanza de encontrar a mi verdadero público. Algunos de mis críticos dicen que les revuelvo el estómago. Pero lo cierto es que son incapaces de quitarme los ojos de encima mientras me insultan. Están haciendo todo lo posible para destruirme.
Con mi disfraz soy la primera actriz. Las personas que vienen a ver a Mao me describen como agradable, dulce y afable. Sí, tengo todos los motivos del mundo para sentirme satisfecha y agradecida, y lo estoy. Pero en mi fuero interno el mar nunca está en calma. Tengo que velar por mí misma, asegurarme de que doy una imagen de mujer recatada, obediente y mansa. Quiero lo bastante a Mao para dejar atrás gran parte de mí misma, incluida mi pasión por el drama y el cine. Creo que los asuntos de Mao son más importantes y estoy tratando de hacerlos también míos.
Durante los siguientes seis meses Mao compone los escritos más famosos de su vida. Entre ellos Tácticas básicas de batalla: reflexiones sobre la guerra de guerrillas y La guerra prolongada. Las opiniones de Mao son fascinantes y cautivan a la nación, y como resultado aumenta de manera espectacular el número de reclutas del Ejército Rojo. Furioso, Chang Kai-shek se pone en contacto en secreto con Adolf Hitler para que envíe a asesores militares y ordena la total aniquilación de los comunistas.
En ese momento la señora Mao, Jiang Qing, da a luz a una hija llamada Nah y desaparece del todo de la escena pública. En su nuevo papel de señora de la casa, recibe calurosamente a los miembros de las anteriores familias de Mao: dos hijos, Anying y Anqing, del matrimonio de Mao con Kai-Hui, y una hija, Ming, y un hijo de su matrimonio con Zi-zhen. Jiang Qing se pasa el día cuidando de la recién nacida, haciéndole ropa, jerséis, comida y camas. Por Kang Sheng se entera de que Zi-zhen ha vuelto en secreto de Rusia aún más enferma. Mao la ha internado en un hospital psiquiátrico privado en una ciudad sureña.
La sastra del pueblo viene a menudo a echar una mano a Jiang Qing en la casa. Le trae noticias y chismorreos. Jian Qing se entera de que su amiga Sesame ha muerto en combate cerca del río Gan-jiang. Otro nombre que sale a menudo es el de Fairlynn. Se ha convertido en la figura principal del feminismo y liberalismo en Yenan. Sus novelas y ensayos han sido extensamente publicados y es idolatrada por la juventud de la nación.
Fairlynn está trabajando en su nueva novela cuando llamo a la puerta de su cueva. No sé por qué he venido. No me cae bien Fairlynn. Supongo que sencillamente tenía que satisfacer mi curiosidad. Se sorprende al verme y me saluda con efusividad. ¡Mirad quién está aquí, la gallina madre!, es lo primero que me dice extendiendo los brazos.
¿Cómo se llama?
Nah. Abro mi cesta y le enseño a mi hija. ¿Nah? ¿Qué quieres decir con Nah?
No ha dicho: «No me digas que viene de Tang Nah», pero capto la idea.
Es pura coincidencia, explico. A mi marido le trae sin cuidado con quién he estado casada en el pasado. El nombre viene de las enseñanzas de Confucio sobre la conducta. Nah significa autodidacta. Todo ha sido idea de Mao.
¡Bienvenida a la base roja, pequeña soldado! Fairlynn se inclina para tocar a Nah, luego se vuelve hacia mí. Parece que vuelves a estar forrada.
Tan desagradable como siempre, Fairlynn. Sonrío y me siento. Disfrutas haciéndome sentir mal. Tú sabes cuánto te gusta.
Vamos, Lan Ping, me odias de todos modos. Ya lo sabíamos cuando nos conocimos.
¿Algún avance en tu vida personal, Fairlynn? ¿Cuántos años tienes, por cierto?
Ella enciende un cigarrillo. Treinta y seis. Estoy demasiado ocupada.
La típica excusa de los que no tienen éxito. Me echo a reír. Vamos, búscate un marido antes de que sea demasiado tarde.
¿Un marido? Fairlynn expulsa el humo. ¡Preferiría flirtear con un chimpancé!
Se mete en la boca un ñame a medio masticar. Por cierto, ¿qué se siente siendo la señora Mao? Un sueño hecho realidad. Muy hábil, señorita Lan Ping. No, camarada Jiang Qing. Está bien, camarada Jiang Qing.
El mundo es tuyo si tienes talento, Fairlynn. Es lo que me dice mi marido: «La calle está llena de oro, pero nadie tiene ojos para verlo».
Fairlynn sonríe. Estupendo. Ten más hijos y dedícate a coser.
No puedes dejar de morder, ¿verdad? Creo que tu problema es tu corte de pelo al estilo Shakespeare. Estoy segura de que deja fríos a los hombres. Me ofrezco encantada a hacerte un nuevo corte.
Lan Ping, no vas a conseguir que me sienta poco atractiva.
Jiang Qing, te lo ruego. Jiang de río y Qing de verde. No tienes ni idea de lo maravilloso que es tener un hijo. Mira, Nah te está sonriendo. Vamos, pequeña, ve con tía Fairlynn.
Oh, está caliente. Se mueve como un gusano. Fíjate en ese pelo suave y sedoso. Huele como un pan de masa excesivamente fermentada.
Nah empieza a buscar el pecho a Fairlynn. ¡Hora de comer!, exclamo echándome a reír. Fairlynn me pasa a Nah, azorada.
¿Quieres oír mi nueva novela, Jiang Qing? Se titula La nueva Nora. Trata de una Nora que sale de la casa número uno y entra en la número dos.
Recostada en la almohada, pregunto a mi marido su opinión sobre Fairlynn.
No me tomo muy en serio a estos ratones de biblioteca, responde Mao. ¿De qué sabe la gente como Fairlynn? ¿De diccionarios? ¿Y qué es un diccionario sino páginas de palabras muertas? ¿Sabe distinguir los brotes de arroz de la mala hierba? ¿Qué hay más fácil que ser un ratón de biblioteca? Es más duro aprender el oficio de cocinero o carnicero. Un libro no tiene patas, lo abres y lo cierras cuando quieres. El cerdo en cambio tiene patas que corren y cuerdas vocales que gimen, y el carnicero tiene que atraparlo y matarlo. Tiene que hacer que la apestosa carne sepa deliciosa. Éstos son los verdaderos talentos. ¿Qué es Fairlynn? Juega en la escuela del pensamiento sólo porque la dejamos…
Ella se acurruca debajo de él. ¿No te parece atractiva, jefe?
¿Por qué lo preguntas?
Sólo por curiosidad. No es bonita, ¿verdad?
¿Qué?
Pues déjame decirte que hay un montón de hombres tratando de atraer su atención. Desde generales hasta soldados. Fantasean con ella como si fuera la protagonista de sus novelas. Pequeño Dragón no sabe ni escribir correctamente, pero recita poemas de ella.
¿Cómo ha reaccionado Fairlynn? ¿Le interesan nuestros soldados?
Bueno, dice que no quiere entrar en la casa de ningún Torvald. Llama a tus hombres chimpancés.
Eso es interesante, dice Mao a media voz. ¿La has leído?
Tengo los ejemplares de los libros que ella me ha enviado. Mao se da la vuelta y apaga la vela.
¿Sabías que Fairlynn frecuenta a los bolcheviques?, pregunta Jiang Qing de pronto en la oscuridad.
Estoy cansado. Me ocuparé de ello después…, cuando termine con el congreso del Partido.
¿Puedo participar en el congreso?
No hay respuesta.
Ella vuelve a preguntar.
Mao empieza a roncar.
Más allá del desapacible valle de Yenan, el mundo avanza dando tumbos hacia la mayor conflagración del siglo. Los alemanes nazis empiezan a moverse por Europa. Los japoneses se extienden por el Pacífico. Más cerca, Mao empieza a competir en serio con Chang Kai-shek por el poder de China.
Jiang Qing celebra su veintiocho, veintinueve, treinta y treinta y un cumpleaños en el pequeño jardín a la entrada de su cueva. Se ha convertido en una costurera experta y está acostumbrada a que su sala se utilice como un cuartel general de guerra. De vez en cuando, tras ganar una importante batalla, Mao despide a sus camaradas. Se toma el día libre para pasarlo con sus hijos o, menos a menudo, acompaña a su mujer a ver un espectáculo local, una ópera, una orquesta o un grupo de canción popular. Al notar la frustración de su esposa, pone a la disposición de ésta su caballo,
Después de unas pocas lecciones de Pequeño Dragón, puedo cabalgar sola. Con un poco de práctica enseguida cojo seguridad. El terreno que rodea Yenan es abierto y ondulado, perfecto para cabalgar. Me recojo el pelo en un moño y espoleo al animal. Subo las colinas y recorro la orilla del río. La brisa en la cara me hace sentir la primavera. Sonriendo al viento, pienso: ¡Soy un bandido! Cabalgo hasta que los ollares del caballo están abiertos de par en par y el sudor ha empapado la manta. Y entonces hinco los talones para disfrutar de una última galopada.
La señora Mao, Jiang Qing, está satisfecha y aburrida al mismo tiempo. Se está cansando de su papel de ama de casa. Se da cuenta de que no puede contentarse con una casa llena de niños, gallinas, gallos, cabras y hortalizas. Su mente necesita algo que la estimule. Necesita un escenario. Empieza a ejercer su papel tal como lo entiende. Lee los documentos que pasan por el escritorio de Mao. Se entera de que Estados Unidos ha entrado en la guerra. Se entera de que Hitler ha sido expulsado de la Unión Soviética y que los japoneses se están batiendo en retirada. El Partido Comunista Chino se ha ampliado y es el más grande del mundo. Su marido se ha convertido en un nombre muy conocido, un símbolo del poder y de la verdad.
¿En qué me he convertido yo?, se pregunta la actriz. Fairlynn ocupa un asiento en el congreso del Partido mientras que ella, en calidad de esposa de Mao, no puede ni asistir a su apertura.
Fairlynn se sienta en primera fila en medio del grupo de representantes regionales y la votan como portavoz de los intelectuales de la nación. En un descanso hace una visita a la señora Mao, Jiang Qing. Le felicita por el ascenso al poder de su marido y le pregunta si se ve como la señora Roosevelt. A continuación le describe a la señora Roosevelt, sus logros en la política americana y la historia de Occidente.
La esposa de Mao escucha mientras lava en un balde la ropa de su marido y de sus hijos. El agua está helada. Lava los tazones y los woks, y frota el bacín. Tiene las manos hinchadas y el jabón se le resbala de los dedos.
Una noche trato de hablar con Mao de la señora Roosevelt. Tú no eres la señora Roosevelt. Se quita los zapatos de una patada y apaga la vela.
De pronto me siento deprimida. Durante el resto del mes trato de leer. Pero no hay forma de que me concentre. Casi ocurre un incidente mientras descuido mis tareas -Nah por poco no se cae al pozo negro-, lo que me obliga a dejar los libros.
La sastra viene a hacerme compañía, pero la despido. Ya no quiero oír las novedades.
Mao celebra pequeñas reuniones en casa. No me avisa con antelación. Tampoco me dice quién va a venir. Es típico de él. Se limita a enviar a Pequeño Dragón a buscarlos cuando le parece. Pueden ser las tres de la madrugada o las doce del mediodía. Esperan comer juntos mientras hablan de batallas. Se supone que debo ir a pelearme a la cocina y sacarles algo de comer. A veces me ayuda un cocinero o los guardias. Pero siempre me toca a mí limpiar después.
Estoy representando un extraño papel: una reina que hace de doncella.
En el congreso Mao es elegido jefe único del Partido. Liu Shao-qi, que ha construido la red de contactos comunistas en los territorios blancos de Chang Kai-shek, es elegido subjefe. Ha elogiado mucho a Mao en su discurso de aceptación del cargo. Pequeño Dragón me pone al día de los detalles del congreso, emocionado. ¡Liu Shao-qi ha mencionado el nombre de Mao ciento cinco veces! Espera que me quede encantada, pero a duras penas puedo disimular mi infelicidad.
Más tarde, a la hora de acostarse, la esposa pregunta de nuevo si puede ser miembro del congreso. El marido cambia de tono.
No puedo hacer miembro a nadie. Uno tiene que ganárselo.
La mujer se incorpora. ¿No crees que me lo he ganado?
Él no responde, pero suspira.
Ella se enjuga las lágrimas. De acuerdo, entonces necesito una oportunidad para ganármelo.
Mao me da una lista de libros para que los lea. Me está dando la receta que dio a Zi-zhen. Marx, Engels, Lenin, Stalin, Los tres reinos y Los anales de la historia. Pero no voy a leerlos. Ninguno de ellos. Ya sé qué clase de comprimidos hay en el frasco de Mao. No sólo me niego a convertirme en Zi-zhen, sino que estoy decidida a no ser una tramoyista en el teatro político de Mao.
Mientras ella trata de irrumpir en el escenario de Mao, éste lanza la campaña «Nuevos modos de trabajo». Corre el año 1942… Al principio se considera una investigación política rutinaria, pero enseguida da paso al terror. De pronto en todas partes se capturan a «traidores», «reaccionarios» y «agentes de Chang Kai-shek». Lo que más tarde sorprende a los historiadores es que el movimiento lo inicia Mao y lo dirige Kang Sheng; dos maestros de la conspiración que montan un complot imaginario contra sí mismos.
La campaña se va concretando. Ha pasado a concentrarse en la exterminación de los enemigos internos. Cunde el pánico en toda la base de Yenan. Para sobresalir como izquierdistas a ultranza, como verdaderos comunistas, empiezan a sacrificarse unos a otros, incluso a acusarse de derechistas. A uno lo pueden tachar de activista revolucionario por la mañana, de sospechoso anticomunista al mediodía y de enemigo por la tarde. Hasta se le puede ver en una reunión matinal obligando a otros a declararse culpables, y ese mismo día ser detenido en una reunión nocturna y arrojado a la oscura sala de interrogatorios.
El lema del partido es Ren-ren-guo-guan: «Una coyuntura crítica por la que todos han de pasar». Las reuniones son como tubos de sustancias químicas: los enemigos presentan síntomas de enfermedad.
No importa que ella sea la señora Mao. Para demostrar la imparcialidad del Partido van a investigarla como a todos. Le dicen que le ha llegado el turno de sumergirse en el tubo de ensayo.
Está nerviosa. Le preocupa su pasado, en concreto su firma en el documento de Chang Kai-shek en el que denunció el comunismo. Aunque su amigo Kang Sheng le ha dado instrucciones sobre qué hacer, sigue sintiéndose poco segura.
¿Podrías estar presente?, suplica a Kang Sheng.
Cuando llega el día, Kang Sheng se halla entre el público.
La señora Mao, Jiang Qing, se halla en el centro de una sala, a la vista de cientos de personas. Ofrece una autoevaluación, de acuerdo con el protocolo. Respira hondo e inicia el proceso de convencer. Ha preparado muy bien el discurso y lo pronuncia en un elegante mandarín. Su pasado no puede ser más limpio: hija del ultraje feudalista, joven comunista en Qingdao, actriz de izquierdas en Shanghai consagrada a películas contra los invasores japoneses, y revolucionaria madura y esposa de Mao en Yenan, su último destino.
Cree que su actuación es impecable. Sin embargo, un par de personas del público le preguntan sobre el período que se ha saltado. Piden un testigo que demuestre su valor en la prisión.
Presa del pánico, ella se pone a la defensiva. Su discurso se vuelve confuso y sus palabras inconexas. ¿Para qué? ¡Presentar un testigo! ¿Por qué? ¿Estáis diciendo que me estoy inventando mi pasado? ¿Cómo voy a hacerlo? He sido revolucionaria. ¡Y no vais a conseguir asustarme!
Se produce un silencio, pero está claro qué está en la mente de todos los presentes. El deseo de ver fracasar a la actriz. Que tropiece, rompa algo del atrezo y se caiga del escenario. Pronto empiezan a atacar al unísono: ¿A qué viene esta actitud, camarada Jiang Qing? ¿Qué te pone tan nerviosa si no tienes nada que ocultar? ¿A qué se debe esta histeria? ¿No es saludable que los camaradas hagan preguntas cuando algo no está claro? ¿Y más aún cuando se trata de la puesta en libertad de la prisión del enemigo? Es el deber de todos cooperar. Nadie está por encima del Partido Comunista en Yenan. Ni siquiera la mujer de Mao.
Poco a poco cambia la naturaleza del interrogatorio. Se multiplican las dudas. Se cuestionan, comparan y analizan los detalles, fechas, horas, minutos. Se vuelven más insistentes las exigencias de una explicación. Está cayendo en una trampa que ella misma se ha tendido con sus previos embustes. Empieza a contradecirse. Está acorralada.
Se pone colorada y las venas del cuello le sobresalen azuladas. Parece horrorizada y se vuelve hacia Kang Sheng suplicándole ayuda con la mirada.
En el momento debido sale a escena el actor consumado.
El Departamento Central de Seguridad ya ha investigado el asunto, empieza diciendo Kang Sheng. La conclusión a la que ha llegado es positiva: las fuerzas de la camarada Jian Qing ya han sido puestas a prueba. Ha quedado demostrado que ha sido leal al Partido. Ha hecho un gran trabajo por la revolución y puesto en peligro su vida.
Kang Sheng enciende un cigarrillo. Con cara seria describe una imagen de una diosa comunista. Acaba pasando la pelota a la gente: ¿Cómo explicáis si no el hecho de que la camarada Jiang Qing haya dejado atrás la ciudad del lujo y el placer de Shanghai por las penalidades de Yenan? Si no es su fe en el comunismo, ¿qué es?
El hombre de la perilla hace una pausa, mira alrededor y se queda satisfecho con su efectividad, su forma de confundir. Para apretar más los tornillos les da una última vuelta: Por consiguiente, confiar en el resultado de la investigación del Partido es confiar en la camarada Jiang Qing. Confiar en la camarada Jiang Qing es confiar en el Partido y en el comunismo en sí. Cualquier duda fundada en suposiciones viola los derechos del individuo, lo cual sería un acto reaccionario y una prueba de la actividad de la derecha, que implicaría a su vez una afinidad con la banda de Wang Ming y el principal enemigo.
Se cierran los labios y se acallan las voces. El interrogatorio se interrumpe. Estoy segura de que con esto voy a superar esta crisis, pero no necesariamente la próxima. En las caras de los presentes quedan preguntas. ¿Por qué Kang Sheng, tan agresivo y cruel al ocuparse de otros casos, estropea éste?
Kang Sheng intimida y nunca se preocupa de lo que piensan de él los demás excepto Mao. Y Mao continúa ascendiéndolo. En su matrimonio ella descubre que sólo tiene éxito cuando sigue el consejo de Kang Sheng. Kang Sheng es su maestro.
En el futuro habrá un secreto del que la señora Mao y Kang Sheng nunca hablan pero comparten en silencio. Es lo que los hace socios, rivales y enemigos a la vez. De todos los miembros del Partido Comunista, ninguno se ha atrevido a pensar jamás en superar a Mao y hacerse con el poder de China excepto Kang Sheng y Jiang Qing.
El equipo militar de Chang Kai-shek lo proporcionan los norteamericanos y es el más avanzado del mundo. Mao, por otra parte, opera con armas primitivas. Es el final de la segunda guerra mundial y el comienzo de la guerra civil china. En el frente internacional, Stalin ha propuesto que Mao y Chang Kai-shek entren en negociaciones. Para Stalin, una China unida es más poderosa. Ve a China como un aliado en potencia con quien enfrentarse a los norteamericanos. Para demostrar su amplitud de miras, mi marido se arriesga a aceptar la invitación de Chang Kai-shek en Chongqing, la capital del gobierno de Chang, para hablar de paz. Aunque sus colegas y ayudantes sospechan que se trata de un complot, mi marido insiste en ir.
En pleno verano Chongqing es una sauna. Con un norteamericano presidiendo la reunión, Mao Zedong y Chang Kai-shek se estrechan la mano delante de las cámaras. A continuación proceden a firmar un tratado. El amorfo uniforme de algodón blanco teñido a mano de Mao contrasta con el almidonado traje de Chang inspirado en Occidente, con hileras de relucientes medallas por los hombros y el pecho.
En el cielo de China no brillarán dos soles, me dice Mao en el avión de regreso a Yenan. Ve inevitable la guerra civil. Le digo que admiro su coraje. Querida, dice, es el miedo, la ceguera respecto a la muerte lo que me impulsa a ganar.
Furioso, Chang Kai-shek empieza a arrojar de nuevo bombas sobre nuestro tejado y Mao ordena la famosa Evacuación de Yenan. Los soldados del Ejército Rojo y los campesinos son trasladados a remotas regiones montañosas. Mao se niega a ver a todo el que se queje de abandonar su tierra natal. A fin de escapar de la gente invita a Fairlynn a la cueva para discutir y charlar.
Mi marido lleva reunido con Fairlynn desde esta mañana temprano. Hablan desde política hasta literatura, desde la edad de bronce hasta poesía. Tazón tras tazón y paquete tras paquete, beben vino de arroz y fuman cigarrillos. La habitación es una chimenea.
Salgo después de acostar a Nah y hago notar mi presencia como una protesta contra la intrusa. Me siento al lado de mi marido.
El alcohol ha avivado el espíritu de Fairlynn. Alentada por Mao se muestra dicharachera. Se rasca el pelo con los dedos. Su peinado a lo Shakespeare es ahora el nido de un pájaro. Tiene los ojos inyectados en sangre y se ríe enseñando toda la dentadura.
Dando una calada, Mao estira las piernas y cruza los pies.
La historia de China es la historia del yin, razona en alto acercando el cenicero a Fairlynn. A continuación le pasa su tazón de té. Le gusta compartirlo con mujeres. Lo hacía con Kai-hui, Zi-zhen, Jiang Qing y ahora con Fairlynn. Añade agua al tazón y continúa. Nuestros antepasados inventaron la munición para utilizarla sólo como decorado festivo. Nuestros padres fumaban opio para no pensar. Nuestra nación ha sido envenenada por las teorías de Confucio. Hemos sido violados por las naciones fuertes en yang. ¡«Violados» es la palabra adecuada! Mao da un puñetazo en la mesa y caen al suelo unos cuantos cacahuetes.
Presidente, no es mi intención rebatirte, dice Fairlynn recogiendo los cacahuetes caídos. Pero en tus escritos se advierte un elogio de la guerra en sí misma. Me parece sumamente interesante, ¿o puedo decir inquietante? Elogias la violencia en sí misma. Crees en la ley marcial. Tu verdadero objetivo es matar el elemento yin presente en el pueblo chino, ¿no es así?
Mao asiente.
Luego matas, insiste Fairlynn.
Mato para curar.
Fairlynn sacude la cabeza. Presidente, nos estás haciendo prisioneros de tus pensamientos. Nos obligas a mordernos y masticarnos unos a otros para ejercer tu yang ideal. Si me lo permites te diré que estás loco al negar a nuestra mente el placer de maravillarse y experimentar… Estás recalentando un plato ya cocinado… No eres nada original, ¡estás copiando a Hitler!
¡Si sirve para despertar a la nación, soportaré la vergüenza! Mao alza la voz como un cantante de ópera.
¡Mao! Eres el mayor individualista que jamás he conocido. ¡Estás fascinado contigo mismo! Pero ¿qué hay de los demás? ¿Qué hay de su derecho a ser tan individualistas como tú? ¿Los grandes pensadores, periodistas, novelistas, artistas, poetas y actores?
Camarada Fairlynn, has sido envenenada, dice Mao riéndose confiado. Los occidentales creen que los escritores y los artistas son superhombres, pero sólo son hombres con instintos animales. Los mejores padecen enfermedades mentales. ¡Son embaucadores! ¿Cómo puedes contemplarlos con tanto fervor? Debes de haber gastado una millonada en ese par ojos de rana artificiales. ¡Pobrecilla, te han atracado!
Dos de la madrugada y no veo fin a la discusión. Mao y Fairlynn van por la tercera jarra de vino de arroz. El tema ha girado hacia la belleza.
No eres muy distinto de cualquiera de las demás criaturas masculinas sobre la tierra. ¡Fíjate en la camarada Jiang Qing! ¡La belleza de la base roja! Mao, creía que no eras uno de los personajes de Shakespeare. ¡Pero mira qué estás haciendo! Estás metiendo el marxismo en una linterna sólo para examinar a los demás. No me avergüences con tu pretendido conocimiento de la literatura occidental. Me recuerdas a la rana que vive en el fondo de un pozo y cree que el cielo es del tamaño de su diámetro. Estás vendiendo tus trucos picantes a campesinos analfabetos. Estás haciendo el ridículo delante de mí. Sí, sí, sí. A veces creo que tus escritos sobre moralidad son una broma. ¡Después de leerlos, se quedan en total desorden en el suelo de mi mente!
¡Qué placer oír esto! ¿Cómo te atreves a venir a mi cueva a quemar mi grano? ¡Agua! ¡Agua caliente! ¡Jiang Qing!
Me levanto, cojo la tetera y voy a la cocina.
Desde la cocina oigo que continúan. Se ríen y a veces susurran.
Eres irresistible, Fairlynn. Si…
¡Imagínatelo!, se alza la voz ronca, riendo.
Tienes razón, Fairlynn. La belleza me incita. Me vuelve compasivo hacia la deformidad. Pero el impulso de salvar este país me convierte en un hombre de verdad. Sólo interpreto de una manera la política y es como violencia. La revolución no es una merienda, sino violencia en su forma más pura. Venero la política de la antigüedad, la política del dictador.
De pie delante de la tetera hirviendo, mi mente se escapa. Cuando vuelvo a la sala, me sorprendo con las manos vacías. He olvidado la tetera. Educada, interrumpo la conversación. Menciono que estoy cansada. Mi marido me sugiere que vaya yendo a la cama.
Es medianoche, insisto, sin dar muestras de querer abandonar la habitación; estoy decidida a echar a Fairlynn.
Lo sé, dice él despidiéndome con un ademán.
Debes de estar agotado, digo. Lo mismo que la camarada Fairlynn.
No te preocupes por mí, dice Fairlynn levantando los brazos. Se inclina y apoya los codos sobre la mesa. Me siento tan cargada como si fueran las diez de la mañana.
Mao disimula una risotada.
Trato de contenerme, pero las lágrimas me traicionan.
Mi marido se levanta, va a la cocina y trae la tetera. Luego me acerca una silla para que me siente. Miro a Fairlynn con aversión. Llegará el día, me prometo, en que le haré pasar por lo que me está haciendo pasar hoy.
Sintiendo la admiración de Fairlynn mi marido se explica.
En lo más profundo del paisaje de mi alma, estoy cubierto de la espesa niebla de la tierra amarilla. Mi carácter lleva consigo una cultura fatalista. He sido consciente de ello desde niño. Tengo un instinto y un anhelo por viajar al tiempo que siento una aversión innata por vivir. Los sabios antiguos viajan para distanciarse de los hombres. Nosotros luchamos para alcanzar la unidad. La gente de la dinastía Ching anterior a Confucio eran señores de la guerra, muy fuertes en yang. Lucharon, tomaron y se expandieron. Su vida era cabalgar. Les apasionaba el sol. En las fábulas no bastaba con un sol. Había que crear nueve para que el héroe Yi tuviera oportunidad de disparar ocho de los nueve a fin de demostrar su fuerza. Las diosas eran enviadas hasta el Palacio de la Luna para que los hombres pudieran ser desafiados.
El período Ching es tu período, responde Fairlynn.
Sí, y todavía tengo la sensación de que no lo conozco lo suficiente. Me gustaría oír los gritos del soldado Ching cruzando las puertas de las ciudades de su enemigo. Me gustaría oler la sangre de la punta de sus espadas.
Ves a través de los ojos de un loco.
A las tres de la madrugada Mao y Fairlynn se levantan para separarse. Jiang Qing se queda detrás y los observa.
Nuestra discusión no termina aquí, dice Fairlynn abotonándose su abrigo militar gris.
La próxima vez me tocará a mí complacerte, dice Mao saludando.
La oscuridad es impenetrable, suspira Fairlynn.
Soy pescador de perlas, replica Mao escudriñando la noche. Trabajo en las profundidades sin aire del lecho del mar. No salgo con un tesoro cada vez. A menudo vuelvo con las manos vacías y la cara morada. Como escritora tienes que comprenderlo.
Pero a veces deseo verme envuelta en la oscuridad.
Bueno, lo que quiero decir es que no es fácil estar a la altura de lo que se espera de Mao Zedong.
Sin duda más de uno se sentirá decepcionado.
Lo irónico del asunto es que la magia y la ilusión han de tener lugar en la oscuridad. Mao sonríe.
Y por supuesto en la distancia estoy contigo, presidente.
Marzo de 1947. El ejército de Mao ha entrado y salido de las regiones montañosas de las provincias de Shanxi, Hunan y Sichuan. Mao juega con las tropas de Chang Kai-shek. Éste no hace grandes progresos a pesar de que ha enviado a su mejor hombre, el general Hu Zhong-nan, al mando de 230.000 hombres frente a los 20.000 de Mao.
Como una concubina de guerra, sigo a mi amante. Lo dejo todo, incluido mi tocadiscos. Insisto en que Nah se venga con nosotros. Viajamos con el ejército. Cuesta creer que hemos sobrevivido. Cada día Nah ve cómo entierran a los muertos.
Los artistas de los pueblos llenan las paredes de dibujos de Mao. Éste sigue teniendo el aspecto de un sabio antiguo, ahora incluso más. Se debe a que los artistas están acostumbrados a pintar la cara de Buda y no saben pintar a Mao sin que se parezca a Buda. Tal vez es a Buda a quien ven en Mao. Y estoy segura de que es Buda el papel que mi amante está representando.
La falta de sueño ha debilitado a Mao. Tiene fiebre y tiembla de modo incontrolable debajo de las mantas. Los guardias se turnan para llevarlo en una camilla. Pero aun enfermo como está, sigue dirigiendo batallas. Es así como me convierto en su secretaria y ayudante. Ahora soy yo quien anota las órdenes de Mao y redacta los telegramas. Estoy en pie cuando él se levanta y me quedo levantada mientras duerme.
Cuando se mejora y ve que todo va bien, quiere jugar. Tenemos tiempo. Pero yo no soy la misma. En mi corazón no hay calor; no puedo olvidar a Fairlynn. Aunque siento amor por él, todavía quiero hacerle pagar por haberme humillado. Él parece aceptar el castigo. Sus ojeras se han vuelto más profundas.
Las tropas acampan en un pequeño pueblo. Mao está durmiendo. Jiang Qing sale de la tienda para tomar el fresco. Acaba de terminar de copiar un largo documento a la luz de una vela. Frotándose los ojos escocidos, advierte que Pequeño Dragón está a su lado. Al verla saluda. Ella le devuelve el saludo y aspira una bocanada de aire fresco. Delante de ella hay un huerto de ñames y un estrecho sendero que lleva a un río. Es una noche silenciosa y fría.
Ella se siente sola, de modo que se acerca al guardia.
¿Has tenido noticias de tu familia?, pregunta al muchacho de diecinueve años.
Él responde que no tiene familia.
¿Cómo es eso?
Mi tío era comunista clandestino. Chang Kai-shek mató a mi familia por ayudarlo a escapar.
¿Te gusta trabajar para el presidente? ¿Le serás leal?
Sí, señora. El joven baja la cabeza y contempla su sombra a la brillante luz de la luna.
¿Oyes algo por la noche?, pregunta ella aclarándose la voz.
Bueno…, algo.
¿Cómo qué?
Rui… ruidos.
De pronto ella lo compadece. El hombre que nunca ha probado la dulzura de una mujer. No le está permitido. Es la norma: los soldados son los monjes del templo de Mao.
¿Qué clase de ruidos?, pregunta ella casi tomándole el pelo. ¿Una lechuza, un ratón de campo o el viento? El joven le da la espalda, cohibido.
Le llama dulcemente por su nombre, y él se da la vuelta para mirarla.
No me gusto, dice de repente Pequeño Dragón. Ella siente que surge una extraña tensión entre ambos. Se encuentra sin palabras.
Pequeño Dragón traga saliva.
Al cabo de un rato, ella pregunta: ¿Quieres que le pida al presidente que te traslade?
No, por favor, señora. Me gustaría servir al presidente el resto de mi vida.
Por supuesto, murmura ella. Comprendo. Y el presidente también te necesita.
El joven permanece de pie contra la pared, sin aliento. Está confundido por su reacción ante la mujer. El misterioso poder oculto bajo su uniforme. Ella ve que tiene la frente perlada de sudor. Parece intimidado, combatido y derrotado. Le hace pensar en un joven gorila frustrado, el macho al que no se le da la oportunidad de ganar trofeos femeninos, el macho cuyo semen es depositado en el cubo de la basura de la historia. La virilidad de Pequeño Dragón es engullida por el gorila más corpulento, fornido, agresivo y temible, Mao.
Diciembre de 1947. Mao agota por fin a las tropas de Chang Kai-shek. Antes de Año Nuevo lanza un contraataque a gran escala. Los soldados del Ejército Rojo se precipitan hacia delante gritando: ¡Por Mao Zedong y la Nueva China! Mao no tarda en tragarse a su enemigo. A medida que la primavera da paso al verano, el número de hombres de Mao se iguala al de Chang Kai-shek. Las pérdidas de Chang empiezan a hacerse patentes. Mao cambia el nombre de su ejército y de Ejército Rojo pasa a ser el Ejército Popular de Liberación.
Me he convertido en la encargada de la oficina provisional de Mao. Y he enviado a Nah y a sus hermanos a vivir con los aldeanos. Los voy a echar muchísimo de menos, pero la guerra ha llegado a un momento crucial. Mi marido ha montado una vez más su cuartel general en nuestro dormitorio. Yo he estado durmiendo en establos de mulas. Me han picado mosquitos, pulgas y piojos. Una picadura debajo de la barbilla se me hincha tanto que me sobresale como una segunda barbilla.
Para evitar los ataques aéreos de Chang Kai-shek, mi marido ordena a las tropas que avancen después del atardecer. Las largas horas de trabajo y la mala nutrición han afectado mi salud. Caigo enferma y a duras penas puedo dar un paso. Mao me sube a su montura para que cabalgue con él. Montamos la única mula que le queda al ejército. Nuestra relación evoluciona en una dirección extraña. Hace mucho que no nos mostramos afectuosos el uno con el otro. Cuantos más territorios gana él, más atormentada me siento yo. A pesar de todo lo que he hecho, todo lo que he sufrido, se niegan a reconocerme. No soy de las que se resignan a ser invisibles. Exijo reconocimiento y respeto; pero nadie me los da.
Un día el periodista de cara de perro, Viejo Pez, entra en mi oficina con un asunto urgente. Mao está en su despacho hablando por teléfono con el vicepresidente Liu.
Estoy al frente de la oficina, digo a Viejo Pez. Pero el tipo finge no oírme. Vuelvo a intentarlo y le pregunto en qué puedo ayudarle. Me sonríe, pero no me responde. No me deja hacerme cargo de los asuntos de Mao.
Éste sólo es el insulto más reciente. En una reunión del Politburó de hace unos días, Mao nos animó a que diéramos nuestras opiniones. Cuando expresé la mía, se contrarió. No sólo me dijo que me limitara a mi trabajo de secretaria, sino que me prohibió volver a asistir a las reuniones del Politburó.
La historia se ha invertido, escribe Fairlynn en su columna de La Base Roja. Esta vez es Chang Kai-shek quien está ansioso por negociar. Desde su capital, Nanjing, ha enviado telegramas a Mao Zedong pidiéndole que inicien negociaciones para la paz. Entretanto ha estado intentando hacer que intervenga Occidente. Gran Bretaña envió una fragata, Amethyst, a la costa próxima al río Yangzi, donde el ejército de Mao está luchando. Han muerto veintitrés ingleses y la fragata ha permanecido varada durante ciento y un días. Desde Rusia, Stalin exige a Mao que hable de paz con Chang Kai-shek. Los consejeros de Stalin siguen a Mao a todas partes para impedir que arrase todo el sur. En su tienda de campaña, Mao prepara su última ofensiva para hacerse con el poder de China.
El 18 de noviembre de 1948, miles de barcos capitaneados por pescadores y soldados cruzan el río Yangzi. El Ejército Popular de Liberación entra en la capital de Chang Kai-shek, Nanjing. Los Chang huyen a Taiwán.
Mi amante escucha la radio mientras se termina un ñame.
Jiang Qing observa a Mao mientras lava ollas y tazones. Ve la expresión de un emperador a punto de subir al trono. La pareja no ha hablado de su futuro. No hace mucho Jiang Qing encontró en el escritorio de Mao un escrito de Fairlynn. Un ensayo. Sospecha que es una carta de amor escrita en una clave secreta.
El presidente Mao se iluminó al leer la novela clásica El sueño en el pabellón rojo. El protagonista, Baoyu, no podía separarse de un trozo de jade con el que nació. Era la esencia de su vida. Para Mao el jade es el corazón del pueblo de China. ¿Por qué Baoyu, el amante?, se pregunta Jiang Qing. ¿Está tratando Fairlynn de ser Taiyu, la única alma en la mansión que comprende a Baoyu?
Anoche tuve un sueño horrible en el que los dedos oscuros y manchados de mi amante jugueteaban en su garganta mientras él leía el artículo de Fairlynn. Los dedos se mueven arriba y abajo con delicadeza, como llenos de ternura.
El Ejército Popular de Liberación recupera Yenan. Mientras los soldados se reúnen con los miembros de sus familias que han sobrevivido, empezamos a recoger el cuartel general. Mao dejará para siempre este lugar. Tras un acto de celebración, se queda por fin a solas con Jiang Qing.
La cueva está oscura a pesar de que es de día. La pareja no ha tenido intimidad desde la evacuación. Se sientan solos en silencio. A Jiang Qing le parece extraño que su cuerpo haya dejado de echarlo de menos.
Entra un rayo de sol que se desvía al caer en el borde del escritorio. La vieja silla de Mao con la pata trasera vendada parece un soldado herido. La pared está sucia.
Después de un incómodo silencio, Mao extiende los brazos hacia Jiang Qing y la atrae hacia sí. Sin hablar la recorre de los hombros a la cintura. Y sigue bajando. Ella se pone rígida. El calor se evapora de sus miembros. Permanece callada en sus brazos.
Él la desviste y se sitúa. Y a continuación la penetra. Ella no se mueve. Él trata de concentrarse en el placer, pero su mente se agita.
Me gustaba más cuando era ilegal, dice ella de pronto. Él no responde, pero su cuerpo se retira. Se enfría y se tiende a su lado.
A ella se le saltan las lágrimas y le tiembla la voz. No quiero convertirme en Zi-zhen. Y no estoy preparada para retirarme. Construir una nueva China también es asunto mío.
Él guarda silencio, le deja ver que está decepcionado.
He hablado con el primer ministro Zhou, continúa ella. Le he dicho que merezco un título. No me ha respondido enseguida. No estoy segura de que no estés tú detrás de esto.
Él sigue tumbado con los ojos cerrados.
Ella continúa. Describe sus sentimientos, cómo ha estado sumergida en agua y los latidos de su corazón hacían círculos en la superficie. No sabe qué ha sido del amor por el que vive. Sigue hablando como si parar significara derrumbarse. Soy una semilla que se muere dentro de un fruto. Todos se muestran educados conmigo porque soy tu concubina. Una concubina, no una revolucionaria, ni un soldado, ni parte de esta lucha. Tus hombres no me respetan. Lo soy todo y no soy nada. Te he estado siguiendo como un perro. ¿Qué más puedo ofrecer? Mi cuerpo y mi alma han sido tu sostén.
¿Por qué no acabamos con este asunto antes de que esté demasiado cansado?, pregunta el amante.
Ella protesta. Mi mente disfruta ella sola y no puedo forzar nada.
Él se acerca y le sujeta los brazos. A pesar de sus forcejeos, la atrae hacia sí y la penetra a la fuerza. Ella se estremece, siente que es expulsada de su cuerpo. Él se mueve encima de ella y ella lo observa como una espectadora. Él siente su frialdad y trata de vencerla. Al cabo de un rato se rinde.
Tal vez no soy tan comprensivo con tus necesidades como me gustaría serlo, dice él sentado en el borde de la cama. O tal vez es una de estas cosas que se agotan con el tiempo. Levanta un dedo para hacerla callar. Preferiría no entrar en ello. No importa lo que se haya dicho o lo que se vaya a decir, no conduce a nada. Será una petición poco razonable. Tal vez nos hemos convertido en cosa del pasado. Estoy en las puertas de la victoria. Vivo el presente con más intensidad que nunca. No tengo tiempo para sentirme desgraciado.
Ella sacude la cabeza con vigor. Él asiente para hacerla callar. Ella trata de contener el llanto. Él se levanta y recoge su ropa. ¡No! ¡No te vayas, por favor!
Abrochándose el uniforme, él saca un cigarrillo. El humo se arremolina alrededor de su cara.
Ella siente cómo el horror arrincona a su víctima. ¿Qué hora es?, pregunta él.
Ella no responde, pero se levanta. Tiene la ropa arrugada y el pelo enmarañado le cae sobre los hombros.
Él apaga el cigarrillo y dice con voz ronca: La realidad no discute, sencillamente es.
Las arrugas de amargura de su rostro se vuelven de pronto más profundas.
Nos instalaremos en Pekín, añade dirigiéndose a la puerta. En Zhong-nan-hai, junto a la Ciudad Prohibida. Yo ocuparé un recinto llamado el Jardín de la Cosecha. Te he reservado el Jardín del Silencio.