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Mao lleva dos años promoviendo el Gran Salto Adelante. Se ha propuesto ser el mejor gobernante de todos los tiempos; quiere llevar a China a los máximos récords mundiales de productividad. La estrategia consiste en liberar y utilizar la energía y el potencial del campesinado, el mismo campesinado que llevó la guerra de Mao a tan glorioso desenlace. La explosión de energía e innovación será tal que en cinco años se alcanzará el comunismo de signo celestial. Cada uno hará lo que le venga en gana y comerá lo que se le antoje.
Inspirada en tal idea, la nación responde a la llamada de Mao. Se confisca cada parcela de tierra privada y se convierte en propiedad del Gobierno. Se alienta a los campesinos a «poner en práctica el comunismo allá donde viven», y las comunas-cafeterías de comida gratis empiezan a multiplicarse como la mala hierba tras un aguacero. En el frente industrial, Mao promueve la «fábrica de acero en los patios traseros». La gente recibe órdenes de entregar sus woks, hachas y palanganas.
El Gran Salto es la perfecta expresión de la mentalidad y las creencias de Mao, su osadía y romanticismo. Espera ansioso los resultados. Al principio lo elogian por su visión, pero dos años después llegan partes de estallidos de violencia entre pobres y ricos. Los saqueos en busca de comida y cobijo se han convertido en un problema. Antes del otoño el revuelo es tal que empieza a amenazar la seguridad. Se consume todo, incluidas las semillas para sembrar la siguiente primavera, y no se produce nada. Se vacía el último almacén de la nación. Mao empieza a sentir la presión. Empieza a darse cuenta de que gobernar un país no es lo mismo que ganar una guerra de guerrillas.
En 1959 empiezan las inundaciones y les sigue la sequía. Se extiende por el campo una sensación de desesperación. A pesar del llamamiento de Mao a combatir la catástrofe («Es la voluntad del hombre, no el cielo, la que decide»), miles de campesinos huyen de sus pueblos en busca de comida. A lo largo de la costa muchos se ven obligados a vender a sus hijos mientras otros envenenan a toda su familia para poner fin a la desesperación. Al llegar el invierno el número de muertos se eleva a veinte millones. En el escritorio de la oficina del primer ministro Chu se amontonan los informes.
Mao está más avergonzado que preocupado. Recuerda lo resuelto que estaba a llevar a la práctica su plan. Ha lanzado nuevas consignas:
«Corred hacia el comunismo.» «Destruid la estructura familiar.»
«Un tazón de arroz, un par de palillos y un juego de mantas: el estilo del comunismo.»
«Una hectárea, cinco mil kilos de ñames y cien mil de arroz.»
«Cruzad un conejo con una vaca para que el conejo adquiera las proporciones de la vaca.»
«Criad pollos grandes como elefantes.»
«Cultivad judías tan grandes como la luna y berenjenas del tamaño de una calabaza.»
En junio estallan revueltas campesinas en las provincias de Shanxi y Anhui. El Politburó pide una votación para detener la política de Mao.
Mao se retira durante los siguientes seis meses.
Mi marido se ha caído de las nubes. Sólo lo he visto una vez en los pasados tres meses. Parece deprimido y angustiado. Nah me dice que no ve a nadie. Se acabaron las actrices. La noticia me llena de sentimientos encontrados. Por supuesto, tengo esperanzas de que alargue una mano hacia mí. Pero también estoy sorprendida y hasta triste: no había imaginado que pudiera ser vulnerable.
Un día Kang Sheng se presenta tarde y sin avisar. Mao te necesita, me dice excitado. La reputación del presidente ha sido terriblemente dañada. Sus enemigos se están aprovechando de su error y se preparan para derrocarlo.
Bebo un sorbo de té de crisantemo. Nunca me ha sabido tan bien.
Empiezo a vislumbrar el modo de ayudar a Mao. Me emociono tanto con la idea que me olvido de la presencia de Kang Sheng. Veo imprentas rodando, voces transmitiendo por radio y películas proyectándose. Presiento el poder de los medios de comunicación. Su forma de lavar y blanquear las mentes. Presiento la llegada del éxito. La energía me recorre el cuerpo. Estoy a punto de representar una escena que va a llevarme al punto culminante de mi vida.
A fin de compartir el placer de haber encontrado un gran papel, explico a Kang Sheng cómo me siento. Pero se ha quedado dormido en el sofá.
Todo empieza con una convención en julio de 1959. Se celebra en la montaña Lu, un centro turístico donde el paisaje es impresionante. Al principio Mao se muestra humilde y modesto. Admite sus errores y alienta las críticas. Su sinceridad conmueve a los delegados y representantes de todas partes del país, entre ellos Fairlynn. Ésta critica el Gran Salto de Mao llamándolo experimento de chimpancés; Yang Xian-zhen, teórico y director de la escuela del Partido Comunista, señala que Mao ha idealizado el comunismo y aplicado fantasía a la realidad. El 14 de julio, el mariscal Peng De-huai, defensor declarado de Mao, hijo de un campesino y hombre conocido por su gran contribución y sensatez, envía una carta personal a Mao en la que le informa de los resultados de su investigación privada: los escandalosos datos sobre el fracaso de la Comuna del Pueblo; el fruto del Gran Salto Adelante.
Mao fuma. Un paquete al día. Tiene los dientes marrones y las uñas amarillas de la nicotina. Escucha lo que otros tienen que decir y no responde. El cigarrillo va de sus labios al cenicero. De vez en cuando asiente, sonríe forzado, estrecha la mano al portavoz. Buen trabajo. Has hablado en nombre del pueblo. Agradezco tu franqueza. Estáte orgulloso de ti mismo como comunista.
Una semana más tarde Mao se declara enfermo y anuncia su dimisión temporal. El vicepresidente Liu toma las riendas del país.
No aparezco en ninguna de las reuniones aunque estoy en la montaña Lu. Leo los partes que me envía Kang Sheng y estoy más que bien informada de lo que sucede. Mao está herido. Tengo el presentimiento de que no lo soportará mucho tiempo. No es de los que admiten sus errores. Se cree comunista, pero es por instinto emperador. Vive para ser el protagonista, como yo no me veo a mí misma sin ser la primera actriz.
Aprovecho el momento y decido hacer un viaje a Shanghai. Hago amigos con caras nuevas. Los artistas y los dramaturgos. Los jóvenes y los ambiciosos. Cultivo las relaciones asistiendo a sus inauguraciones y trabajo con ellos sobre materia prima. ¿Os gustaría consagrar vuestro talento al presidente Mao?, pregunto. ¿Qué os parece convertir esta melodía en la favorita del presidente? Sí, sed creativos y osados.
Educo a mis amigos enviándoles materiales, entre ellos Incienso de medianoche, una ópera clásica china, y la famosa canción italiana Torna a Surriento. Al principio parecen confundidos; están acostumbrados a la forma de pensar tradicional. Amplío sus horizontes y poco a poco sacan provecho de mis enseñanzas. Se quedan encantados con mis ideas. Hay unas cuantas mentes brillantes. Un compositor de violín es tan rápido que convierte el Vals de las flores de Tchaikowsky en una danza popular china y la llama El cielo rojo de Yenan.
Adiestro lo que llamo «una tropa cultural». Una tropa que Mao necesitará para combatir sus batallas ideológicas. A duras penas puedo guardarlo en secreto. Lo veo funcionar. Imagino a Mao mirándome con la sonrisa que me dedicó hace treinta años. Por otra parte, estoy dudosa, hasta un poco asustada; Mao nunca ha visto las cosas como yo. ¿Cómo puedo saber si le gustará lo que estoy haciendo?
Por primera vez en muchos años ya no sufro de insomnio. Tiro los somníferos a la basura. Cuando me despierto ya no me siento amenazada por mis rivales. Ni siquiera me preocupa Wang Guang-mei. Aunque ella y su marido, el vicepresidente Liu, disfrutan siendo el foco de atención, auguro que sus días están contados.
El vicepresidente Liu nunca se da cuenta de que es aquí donde empieza el resentimiento de Mao. El complot empieza mientras Liu está ocupado tratando de salvar la nación. Suspende el sistema de comunas de Mao y lo sustituye por uno de su invención, el programa zi-liu-de, que permite a los campesinos ser propietarios de sus jardines traseros y vender lo que han plantado. Se les alienta a operar sobre bases familiares. En esencia, es capitalismo al estilo chino. Es un escupitajo en la cara de Mao.
La señora Mao, Jiang Qing, observa el humor de su marido. Acaba de volver de Shanghai. Ella y Kang Sheng han estado contemplando cómo arrancaban los bigotes al tigre Mao. Cada día después de la convención, Kang Sheng acude a la habitación de hotel de la señora Mao y la pone al corriente de las novedades.
Estáte atenta, dice Kang Sheng. El tornado-dragón viene para aquí. Está cerca. Mao va a atacar y será el fin de Liu. Vigila. Cuantos más enemigos se haga Mao, más pronto recurrirá a ti.
Mao vuelve a Pekín en septiembre sin avisar. Convoca una reunión del Politburó y anuncia la destitución del ministro de Defensa, el mariscal Peng De-huai.
No hay un debate sobre la decisión. Mao la toma él solo, como si estuviera en su derecho. Como quien se quita un zapato. Antes de que los miembros del Politburó tengan oportunidad de reaccionar, el mariscal Peng es reemplazado por el discípulo de Mao, el mariscal Lin Piao, un hombre que ensalza a Mao como si fuera un Dios vivo y está tratando de convertir el Ejército Popular de Liberación en la «Gran Escuela de Pensamiento de Mao Zedong».
El mariscal Lin Piao es un personaje que me resulta familiar. Me he enterado por Mao que ganó batallas claves durante la guerra civil y es un gran estratega. Me callo que sus recientes estrategias me parecen bastante transparentes. Es el hombre que grita más alto ¡Larga vida al presidente Mao! Pero la vida es extraña. También es el hombre que ordena bombardear el tren de Mao. En el futuro éste lo nombrará su sucesor y ordenará al mismo tiempo que lo asesinen en su propia residencia.
El mariscal Lin siempre ha sido un hombre físicamente débil, lo contrario de lo que indica su nombre, que significa el Rey de la Selva. Es tan delgado que podría llevárselo el viento. Su esposa Ye me ha dicho que no soporta la luz, el ruido o el agua. Como un jarrón de un millar de años, se descompone a causa de la humedad del aire. Tiene los ojos triangulares y las cejas pobladas. Trata de disimular la fragilidad de su cuerpo con el uniforme militar. Pero lo delatan el cuello delgado como una caña de bambú y la cabeza ladeada como si pesara demasiado para ese cuello.
Y sin embargo ella se inspira ahora en Lin Piao. Su forma de ganarse a Mao. Es tan simple y pueril. Lin lo adula abiertamente. En el prólogo de la segunda edición del pequeño libro rojo de citas, llama a Mao el mayor marxista de todos los tiempos. El presidente Mao defiende y desarrolla el internacionalismo, marxismo y leninismo. Una frase del presidente Mao equivalente a diez mil frases de otros. Sólo las palabras de Mao reflejan verdades absolutas. Mao es un genio venido del cielo.
Ella ha encontrado similitudes entre Lin Piao y Kang Sheng en lo que halagar a Mao se refiere. Lin y Kang no se llevan bien. Ella decide que, por su propio futuro, le conviene quemar incienso en los templos de los dos.
Hace mucho tiempo que Mao no solicita mi presencia. Cuando por fin lo hace, descubro que el Estudio Fragancia de Crisantemos ha cambiado de aspecto. Los crisantemos otrora silvestres han perdido su ímpetu. Cortados de forma uniforme, parecen domesticados, como soldados. Él no se molesta en saludarme cuando entro. Sigue en pijama. Estoy ante un hombre de sesenta y nueve años, casi calvo, que hace días que no se lava. Su cara es un borrón; no hay líneas definidas. Me recuerda a un eunuco con una cara mitad hombre mitad mujer. Sin embargo, el corazón me da un brinco.
Son las doce del mediodía. Él parece relajado. Siéntate, me dice como si siempre hubiéramos estado unidos. El camarada Kang Sheng me ha dicho que tienes una gran idea que debería oír.
Tengo las frases en la punta de la lengua. Me he estado preparando para este momento. He ensayado la escena cientos de veces. Pero estoy nerviosa. ¿Es posible que haya encontrado el modo de volver a él?
Presidente, comienza ella. En la octava reunión del décimo congreso has señalado que ha habido una tendencia a utilizar la literatura como un arma para atacar el Partido Comunista. Y no puedo estar más de acuerdo. Creo que ésa es la intención de nuestro enemigo.
Él permanece inexpresivo.
Por consiguiente, continúa ella como si volviera a interpretar a Nora en el escenario, he vuelto mi atención hacia una obra que ha tenido mucho éxito recientemente. Creo que la han utilizado como un arma contra ti.
¿Cómo se llama?
Hairui es despedido de la oficina.
Conozco el argumento. Trata del juez Hairui de la dinastía Ming durante el reinado del emperador Jia-jing.
Exacto. Cuenta cómo Hairui arriesga su puesto para hablar en nombre del pueblo, y cómo lucha heroicamente contra el emperador y se lo cargan.
Entiendo. Mao entorna los ojos. ¿Quién es el autor?
El vicealcalde de Pekín, el profesor e historiador Wu Han.
Mao guarda silencio.
Ella observa cómo cambia poco a poco de expresión. Las patas de gallo se vuelven más profundas y los ojos se convierten en una línea. Ella cree que ha llegado el momento, y decide torcer el cuchillo y hundírselo en su fibra más sensible.
¿Te has parado a pensar, presidente, en por qué Hairui? ¿Por qué un héroe trágico? ¿Por qué la escena en que cientos de campesinos se arrodillan para decirle adiós cuando se lo llevan al exilio? Si no es un lamento por el mariscal Peng De-huai, ¿qué es? Si no es una forma de decir que eres el mal emperador Jia-jing, ¿qué es?
Mao se levanta y se pasea. Kang Sheng ya me ha hablado de la obra, dice volviéndose de pronto. ¿Por qué no vas e investigas por mí? Tráeme lo que averigües lo antes posible.
En ese momento en mi cabeza oigo un aria conocida.
Como una doncella de ilustre cuna
que en la torre de un palacio
alivia su amor opresivo,
como una luciérnaga dorada
que en un valle de rocío,
desparrama sin ser vista
su etérea alma en la hora secreta
con vino dulce como el amor
que inunda su alcoba.
Al oír mi informe Mao pierde la calma.
Llevo catorce años en el poder, brama. Y mis adversarios nunca han dejado de conspirar. Me agotan. Me he convertido en el Jardín de Yuanming, un marco vacío. Me sugieren que me tome unas vacaciones para formar fracciones en mi ausencia. ¡Qué necio he sido! Ya han ocupado los cargos importantes con su gente. No puedo ni acceder a la oficina del alcalde.
Sí, presidente, responde ella con ansiedad. Precisamente por eso es un éxito la obra Hairui es despedido de la oficina; lo han urdido todo. Los críticos han orquestado la publicidad de la obra. Además de Wu Han, están Liao Mu-sha y Deng Tuo, los dos eruditos más influyentes del país.
Mao enciende un cigarrillo y se levanta de su silla de junco. Su expresión se suaviza por un instante. Jiang Qing, dice, muchos te consideran una entrometida con poca visión de futuro y sentimientos demasiado fuertes. Pero ahora estás viendo con claridad… El vicepresidente Liu lleva ocho años gobernando el país. Ya ha establecido una extensa red de contactos. El alcalde de Pekín, Wu Han, no es más que un arma disparada por otros.
Los protagonistas aún tienen que salir a escena, observa ella.
Deja que lo hagan. Esta mañana he leído un artículo que me ha enviado Kang Sheng. Lo han escrito los tres hombres que acabas de mencionar. ¿Se llaman a sí mismos El Pueblo de Tres?
Sí. ¿Era uno de los artículos titulados «Las grandes palabras huecas»?
Él asiente. ¡Es un ataque!
Ella le dice que tenga paciencia. Ve la mano que se mueve para cambiar su destino. Se inclina hacia él y dice con expresión llorosa: Presidente, tus enemigos se están preparando para hacerte daño.
Mao se vuelve hacia ella y sonríe.
Incapaz de sostenerle la mirada, ella vuelve la cabeza.
Si hay un oficio que he llegado a dominar con los años es el de cortar cabezas, dice él de pronto. Cuantas más, mejor.
Estoy dispuesta a luchar contigo, presidente.
¿Alguna idea?
Sí.
Oigámosla.
Ella empieza a describir sus tropas culturales y le explica las obras en las que ha estado trabajando. Todos los personajes son simbólicos. Aunque los medios son muy limitados -por ejemplo, los actores trabajan en sus patios traseros y utilizan utensilios de cocina como accesorios-, su devoción, entusiasmo y potencial son enormes. Le dice que está dispuesta a traer la tropa a Pekín para presentársela.
Mantente lejos de Pekín, ordena él. Hazlo en Shanghai. Habla con mi amigo Ke Qin-shi, el alcalde de Shanghai, para los fondos de producción. Es mi hombre. Iría yo mismo a apoyarte, pero sería demasiado evidente. Ve a Ke de mi parte y dile que me representas. Busca a escritores de confianza. Exige una denuncia y una crítica nacional a Hairui es despedido de la oficina. Será un globo sonda. Si hay respuesta, dejaremos a un lado nuestra preocupación. Pero si no la hay estaremos en un apuro.
Ella es incapaz de pronunciar una palabra más. Es tan feliz que cree mejor despedirse para ocultar su emoción.
Él da una calada y la acompaña a la puerta. Un momento, Jiang Qing, dice, y espera a tener toda su atención. Te has quejado de que te he tenido enjaulada. Puede que tengas razón. Han pasado veinte años, ¿no? Perdóname. Me he visto obligado a hacerlo. Estoy en una posición difícil. En cualquier caso, voy a ponerle fin. Ya has pagado lo suficiente. Sal al mundo y rompe el hechizo.
Ella se arroja a su pecho.
Él la abraza y la tranquiliza.
Mientras ella llora llega el amanecer para revelar sus maravillas.
La secretaria me dice que el alcalde Ke ha acudido a recibirme con dos horas de antelación. Así lo dicta la etiqueta. Digo a la secretaria que agradezco la hospitalidad del alcalde.
El silencioso coche me lleva al número 1.245 de la calle Hua-shan. El alcalde Ke está sentado a mi lado y anota cada palabra que digo. Lo saludo de parte de Mao y le comento que necesito escritores.
¿No tenéis buenos escritores en Pekín? ¿No atrae a grandes cerebros la ciudad imperial?
Sonrío. Una sonrisa que da a entender que se trata de un asunto totalmente confidencial. Una sonrisa que el alcalde Ke lee y comprende. Es de familia campesina y tiene una cabeza que recuerda una cebolla. Lleva una prenda de algodón blanca y unas sandalias de algodón negras. Un atuendo que el cuadro de dirigentes del Partido utiliza para demostrar su origen revolucionario. Los zapatos de cuero son un indicio burgués. Estoy segura de que dará usted resultados que satisfarán a Mao, digo. Dejo que se tome todo el tiempo del mundo, que cuente con los dedos y calcule su margen de ganancias.
El alcalde Ke me pide que responda a una pregunta. Una pregunta y eso es todo. Asiento. ¿Ya no son dignos de confianza los escritores de Pekín?
No respondo.
Entiende. Entiende que Mao considera Shanghai como su nueva base. Entiende que Mao está listo para arrasar Pekín.
A la mañana siguiente el alcalde Ke me llama y dice que se dispone a enviar a mi villa a un escritor llamado Chun-qiao. Chun-qiao es el redactor jefe del periódico Wen-hui de Shanghai. Nunca he conocido a nadie mejor que él.
Salude efusivamente al camarada Chun-qiao de parte del presidente, digo.
Dos horas más tarde llega Chun-qiao. Bienvenida a Shanghai, señora Mao. Se inclina y me estrecha la mano. Es muy flaco y fuma. Tras unos minutos de conversación, su mente me parece muy aguda.
Shanghai hará lo que quiera la señora. Sonríe enseñando todos los dientes.
La primera noche que paso en Shanghai me cuesta dormirme. La ciudad me hace recordar cómo me consumía por Tang Nah y Dan, y cuánto anhelaba la atención de Junli. No había en mi cuerpo ni un palmo de piel intacta. Con cuánta heroicidad luché contra el destino. Mi juventud fue una espléndida hoguera de hierbas de pasión que olían fuerte. Nunca he olvidado el olor de Shanghai.
Es una noche agridulce y patéticamente emotiva. No puedo evitar evocar el pasado. Mi sufrimiento. La lucha, la sensación de estar embrollada en mis propios intestinos, agachada pero incapaz de defenderme. Poco a poco el camino de tierra de la memoria desaparece en el horizonte llano. Contemplo cómo arden mis sentimientos y esparzo las cenizas. Me doy cuenta de que no puedo vivir con mis viñas tendidas al sol, tengo que aprender a ser mi propio hombre de confianza. En ese sentido hago justicia a mi nombre. Jiang Qing. «El color verde viene del azul pero es más intenso.»
Chun-qiao demuestra ser una buena elección. Tiene una idea muy clara de quién soy y me trata como a un igual de Mao. Con el mismo respeto, lucha por mis ideas y engruesa mis filas. La gente dice que nunca sonríe. Pero cuando viene a verme se abre como una rosa. Detrás de las gruesas gafas, sus ojos parecen renacuajos. Las pupilas no paran quietas. Me dice que le he dado una nueva vida. Creo que quiere decir una escalera hacia el paraíso político. Me dice que lleva muchos años esperando este momento. Ha nacido para consagrar su vida a una causa, para ser el leal primer ministro de un emperador.
Ella agradece el comentario de Chun-qiao. Día tras días su periódico la llama «la portadora de la bandera roja», y «la fuerza vigilante del maoísmo». Los artículos enumeran sus hazañas como revolucionaria y ayudante más próxima a Mao. Chun-qiao pone el énfasis en la creciente oposición de Mao. «Sin un ángel de la guarda como la camarada Jiang Qing, el futuro de China se irá al traste.»
Redoblan los tambores. La actriz se prepara para hacer su papel. Decidida a influenciar a los demás, no se da cuenta de lo sensible que es a su propia propaganda. Nunca le ha faltado pasión. Empieza a tantear su papel en la vida cotidiana. Adquiere la costumbre de empezar sus discursos con la frase: «A veces me siento demasiado débil para sostener el cielo del presidente Mao, pero me obligo a aguantar, porque apoyar a Mao es apoyar a China; morir por Mao es morir por China».
Cuanto más habla, más rápidamente se funde con su papel, hasta que muy pronto no se distinguen. Ya no es capaz de abrir la boca sin mencionar que el Gran Salvador del Pueblo, Mao, está en peligro. Le parece que la frase la une al público: la heroína que arriesga su vida por la leyenda. Se emociona ella sola al repetir las frases. Una vez más está en la cueva de Mao; una vez más siente sus manos subiendo por debajo de su camisa; y una vez más vuelve a ella la pasión.
Se vuelve enérgica y sana. La reacción del público a los medios de comunicación es febril. Dondequiera que va la reciben con efusividad y admiración. El círculo de las artes y el teatro de Shanghai acude a abrazarla. Los jóvenes talentos hacen cola a sus pies y le piden una oportunidad para ofrecer su vida. Reservad vuestro talento para el presidente Mao, dice ella dándoles palmaditas en la espalda y afectuosos apretones de manos. Sin perder tiempo, Chun-qiao reúne a adeptos y forma lo que llama «la base roja moderna de la señora Mao».
En el proceso de volverse a crear, ella estudia los escritos de Chun-qiao y recita sus frases en los mítines. En mayo vuelve a Pekín para comentar la situación con Mao.
Mi marido no está. Se ha ido al sur y ha desaparecido en el hermoso paisaje del lago Oeste. Cuando envío a su secretaria un telegrama pidiendo una cita para verlo y ponerle al corriente de mis avances, él me manda un poema sobre el famoso lago por toda respuesta.
Hace años vi un cuadro de este lugar,
no creí que tal maravilla existiera bajo el cielo.
Hoy, recorriendo el lago,
he llegado a la conclusión de que el cuadro necesita retoques.
Creo que es posible que esté dispuesto por fin a volver a abrirme su corazón. No puedo olvidar el poema que envió a Fairlynn y cuánto me dolió. Lo de las vírgenes se lo perdono. Sí, le guardo rencor, pero nunca lo he odiado. Nunca he deseado que lo derrocaran, ni en los peores momentos. Los designios divinos son extraños. Aquí lo tengo, delante de mí para que lo ayude. Nunca he sido supersticiosa hasta ahora.
Estamos flotando por el lago Oeste. Es un otoño dorado. Los juncos están gruesos y ya han salido las aneas. El lago está bordeado de sauces llorones, y por ciertas partes está cubierto de hojas de loto. Conectados con la playa mediante un puente hay unos pabellones de diversos estilos que se han construido a lo largo de las dinastías. El lugar está lleno de rocas intrincadas y rodeado de chopos, melocotoneros y albaricoqueros. El famoso Puente Roto está hecho de mármol blanco y granito. Delgado y arqueado, parece un cinturón.
No hay nadie más aparte de nosotros dos.
Mao parece absorto en la belleza. Al cabo de un rato levanta la barbilla para que le dé el sol en la cara.
Los recuerdos me vienen a la memoria en tropel. La época de Yenan y más allá. Estoy llorando. No de amor, sino por lo que he soportado. Y cómo me he salvado una vez más. El triunfo de mi voluntad y mi negativa a darme por vencida.
¿Te he contado cómo descubrí el lago Oeste? Mao habla de pronto, con la vista clavada en un lejano pabellón. Por una jarra de cerámica pintada de poca calidad que me trajo un viejo pariente que lo había visitado. En la jarra había dibujado un mapa de los puntos más destacados del lago. El agua, los árboles, los pabellones, los templos, los puentes y las galerías. Estaban claramente dibujados y acompañados de elegantes títulos. Como todos los niños del campo yo tenía pocas oportunidades de encontrar ilustraciones, de modo que me llevé la jarra a mi habitación y la estudié. Con los años me familiaricé tanto con las escenas que entraron en mis sueños. Cuando visité más tarde el lago de adulto, tuve la sensación de que era un lugar que conocía muy bien. Fue como volver a entrar en mis viejos sueños.
¿Cómo? ¿Se atreve alguien a no escuchar al presidente Mao? La voz de Chun-qiao está llena de sorpresa.
Jiang Qing balancea la barbilla y su tono se vuelve misterioso. Cuento con todo el apoyo del presidente Mao para contraatacar. Repite la frase como si disfrutara oyéndola.
¡Todo su apoyo! Chun-qiao exhala y aplaude.
Así veo la situación, continúa Jiang Qing. El factor clave es Hairui es despedido de la oficina.
Chun-qiao se recuesta y se peina con los dedos. Por usted, señora Mao, estoy dispuesto a mojar mi pluma en los jugos de mi cerebro.
Ella le tiende la mano para que él se la estreche y le susurra al oído: Pronto los asientos del Politburó estarán vacíos y alguien tendrá que ocuparlos.
No bebo, pero hoy voy a hacerlo para demostrar que a partir de ahora mi vida está en tus manos. Vamos, Chun-qiao, ¡salud! Bebemos mai-tais. Son más de las doce de la noche y seguimos con la moral alta. Estamos ultimando los detalles de nuestro plan. Estamos seleccionando a socios para el trabajo.
Chun-qiao propone a su discípulo Yiao Wen-yuan, que es el jefe del Departamento de Propaganda de Shanghai. Lo he estado observando. Empezó a demostrar su talento político durante el movimiento anticonservador. Se le conoce por sus críticas al libro de Bajin, Humanidad. Es un arma resistente. La gente lo llama «el Bastón de Oro». Su pluma ha derribado a varias figuras inamovibles.
¡Bien! Necesitamos bastones de oro, respondo. Bastones de hierro y de acero. Nuestros adversarios son tigres de dentadura de acero.
Su siguiente reunión con Mao pone en marcha la historia.
El 10 de noviembre de 1965 se levanta el telón de la epopeya de la Revolución Cultural del Gran Proletariado. Al principio es silenciosa, como la llegada de la marea. El ruido se va aproximando. Al cabo de ocho meses de trabajar las veinticuatro horas, Jiang Qing, Chun-qiao y Yiao terminan su borrador titulado «Sobre la obra Hairui es despedido de la oficina».
Mao lo revisa y corrige, y una semana después aparece publicado en el periódico Wen-hui de Shanghai.
Nadie, ni del Politburó ni del congreso, toma en serio el artículo. Nadie habla de él. Ningún periódico lo reimprime. Como una piedra arrojada a un pozo seco, no hace ruido.
Jiang Qing entra en el estudio de Mao al noveno día de su publicación. Trata de disimular su excitación.
La resistencia es obvia, empieza diciendo con voz contenida. Es un silencio organizado.
Mi marido se vuelve hacia la ventana y mira fuera. El lago de Zhong-nan-hai está bañado en la brillante luz de la luna. La extensión de árboles se halla cubierta de rayos plateados. Las sombras son de un negro aterciopelado. No muy lejos, en medio de la bruma, se levantan los pabellones de Yintai y Fénix donde cada hierba, madera, ladrillo y baldosa narran una historia.
Es aquí donde la viuda emperatriz tuvo como rehén al emperador Guang-xu. Mao habla de repente, como siempre. El primer vicepresidente de la República de China, Li Hong-yuan, estuvo en este mismo lugar bajo arresto domiciliario. ¿Crees que se atreverían?
Todos estamos listos para partir, presidente. Tu salud es el destino de la nación.
¿Has hecho imprimir el artículo en forma de manual?, pregunta Mao.
Sí, pero las librerías de Pekín no están interesadas. Sólo han aceptado de mala gana tres mil ejemplares, frente al libro del vicepresidente Liu, Sobre la autoformación de un comunista, que ha vendido seis millones.
¿Has informado de la situación al jefe del Departamento de Cultura, Lu Din-yi?
Sí. Y su comentario fue: «Es un tema académico».
Mao se levanta, y escupe las hojas de té que tiene en la boca. ¡Abajo el Departamento de Cultura y el Comité Urbano de Pekín! Agitemos el país. Pidamos a las masas que sacudan las naves del enemigo. Hay que volver a empezar la revolución.
Tu orden ya ha sido dada.
La primera pareja de China utiliza su poder al límite de su capacidad. Mao lanza el movimiento a través de los medios de comunicación. Que la Revolución Cultural sea un proceso purificador del alma, reproducen los periódicos. El viejo orden ha de ser abandonado. Un trabajador de a pie debería poder entrar gratis en la ópera; el hijo enfermo de un campesino debería recibir la misma asistencia médica que su gobernador provincial; un huérfano debería obtener la mejor educación, y los ancianos, deficientes o minusválidos deberían recibir atención pública gratuita.
Al cabo de unos pocos meses crear caos se convierte en un estilo de vida. No sólo se alienta el saqueo, sino que se define como acción que «ayuda a uno a apartarse de la seducción del mal». Seguir las enseñanzas de Mao se convierte en un ritual, una nueva religión. En la propaganda de veinticuatro horas de la señora Mao no queda nada de Mao salvo el mismo Buda.
Detrás de los gruesos muros de la Ciudad Prohibida, Mao diseña consignas para inspirar a las masas. Como un emperador pronuncia edictos. Hoy, «Todos somos iguales frente a la verdad», y mañana, «Dejemos que los soldados se hagan cargo de la dirección de las escuelas». Los gobernadores y los alcaldes, sobre todo el alcalde de Pekín, Peng Zhen, y el jefe del Departamento de Cultura, Lu Din-yi, están desorientados. Sin embargo Mao los obliga a encabezar el movimiento en nombre del Politburó. Entretanto Kang Sheng ha recibido el encargo de Mao de vigilar al alcalde.
Jiang Qing es enviada a «moverse y prender fuegos».
Puedes permitirte armarla gorda, dice Kang Sheng a la señora Mao. Si algo marcha mal, Mao siempre te respaldará. Mi situación es distinta. No tengo a nadie que me respalde. Debo tener cuidado.
Hay resistencia. Por parte del vicepresidente Liu y de su amigo el viceprimer ministro, Deng Xiao-ping. Si Mao siempre ha considerado al vicepresidente un rival, ve a Deng Xiao-ping como un talento valioso. En una ocasión comentó que el «pequeño frasco» de Deng está lleno de cosas asombrosas. Educado en Francia, Deng ha probado el capitalismo y le ha encantado. Es un hombre que habla poco pero hace mucho. Apoya al vicepresidente Liu respaldando sus programas capitalistas. El 5 de febrero, un día frío, él y el vicepresidente Liu deciden convocar una reunión del Politburó para discutir el comunicado urgente del alcalde de Pekín, «El informe».
El propósito de «El informe» es clarificar la confusión que ha causado «Sobre la obra Hairui es despedido de la oficina» de la señora Mao. El objetivo es restringir la crítica a un terreno académico, dice Peng. Hacia el final de la reunión Peng pide al vicepresidente Liu y a Deng Xiao-ping que firmen una carta secundando «El informe». Al día siguiente Mao recibe la carta y «El informe».
Mi marido no pone objeciones a «El informe». De hecho, nunca se permite ponerse en una situación en la que debe dar una respuesta afirmativa o negativa. Comprende que un rechazo significaría rechazar al noventa por ciento de los miembros de su gabinete. Vive para hacer el papel de salvador, no de verdugo.
En el futuro, a Mao siempre lo recordarán por sus buenas obras. Por ejemplo, la historia tan divulgada acerca del funeral del mariscal Chen Yi en 1975. El hecho de que acudiera en pijama demostraba las prisas que se había dado para llegar allí. A los espectadores se les hizo creer en la sinceridad de su dolor. Pero lo cierto es que Mao podría haber salvado la vida del mariscal pronunciando un simple «no» para detener a los guardias rojos que lo torturaron hasta matarlo.
No quiero decir con ello que tenga mis reservas sobre las tácticas de mi marido. Estoy con él. Es un gran hombre, un visionario con un gran sueño para su país. La meta de la revolución es el paraíso. Siempre he entendido que «la revolución consiste en que una clase derribe a otra mediante la acción violenta»; lo hemos arriesgado todo por esta frase.
El juego continúa. Mao se ha propuesto arrasar a la oposición. En las reuniones del Partido, sonríe y habla con Liu y Deng. Les pregunta por sus familias y bromea sobre la afición de Deng a jugar al póquer. Tiene la habilidad de desarmar y cautivar con su palabra, y hacer que sus víctimas abandonen sus sospechas hasta que se convierten en una puerta abierta. Entonces ataca.
El alcalde de Pekín, Peng Zhen, está encantado porque Mao ha aprobado «El informe». Da por sentado que cuenta con su apoyo. La noticia deja tranquilos al vicepresidente Liu y a Deng Xiao-ping.
Conozco a mi marido. Es posible que finja que está enfermo y se retire, pero volverá y tomará a su enemigo por asalto. Es lo que está haciendo ahora. Planeando la batalla, recolocando sus piezas en el tablero de ajedrez. Cree que está en juego el futuro de China. Cree que se está enfrentando a un golpe de Estado, que su ejército se está sublevando. Cree que sólo cuenta con la lealtad de un ejército de la provincia del norte, encabezado por el mariscal Lin, el hombre de aspecto enfermizo.
Durante años el mariscal Lin intenta todo lo habido y por haber para ganarse el favor de Mao. Su colega, el mariscal Luo-Rei-qing, no sólo está asqueado con su conducta, sino que también lo tacha de hipócrita.
Conocí a Lin a través de Kang Sheng. Kang Sheng dice que Lin Piao siempre ha deseado casarse, y ahora lo ha conseguido.
Visito a la familia de Lin. Menciono al mariscal Luo y digo que es nuestro enemigo común.
¿Qué tienes contra él? pregunta Lin.
Yo quería tener un cargo oficial en el Partido. Pensé que el mariscal Luo era amigo íntimo de mi marido y estaría dispuesto a ayudarme. Quería que el ejército participara en la Revolución Cultural.
¿Qué pasó?
El mariscal Luo rehusó. Me da vergüenza entrar en detalles… ¡Si por él fuera no podría llevar uniforme siquiera!
No siga, señora Mao. Sé qué hacer al respecto. ¿Por qué no viene al cuartel y da un seminario?
El 20 de febrero de 1966, con un uniforme recién estrenado, la señora Mao, Jiang Qing, pronuncia un discurso contra «El informe». Es la primera vez en su vida que preside una reunión a la que asisten los dirigentes de estado y miembros de las fuerzas armadas. Experimenta el pánico de salir a escena. Pero se siente segura de sí misma. Después informa a Mao de lo que ha hecho. Éste la felicita.
En adelante Lin Piao y la señora Mao se reúnen a menudo. Forman una alianza para ayudarse mutuamente a deshacerse de sus enemigos.
Después de mi discurso, el cuartel general de Lin publica un folleto. «Compendio de los debates mantenidos por la camarada Jiang Qing y patrocinados por el camarada Lin Piao.» Es el texto de mi discurso. El subtítulo es «Sobre el papel de las artes en el ejército», pero se conoce simplemente como «El compendio».
«La camarada Jiang Qing es un miembro modélico de nuestro Partido», se lee en la cubierta escrita a mano por el mariscal Lin. «Ha hecho enormes contribuciones y sacrificios por nuestro país. La Revolución Cultural le ha brindado una oportunidad para demostrar sus dotes de liderazgo. Brilla como un talento político.»
Mao está satisfecho con «El compendio». En él proclamo que el maoísmo es la principal y única teoría del Partido Comunista Chino.
Durante las cuatro semanas siguientes Mao me llama cuatro veces para revisar personalmente «El compendio». En abril da la orden de convertirlo en el manual de cada miembro del Partido Comunista.
Te toco con estas manos, las acerco a tus ardientes mejillas para que se enfríen.
Me miro al espejo y me abrazo por todo lo que he pasado. Me quito las gafas y me miro los ojos hinchados.
Te he hecho llorar, te he hecho amar y te he hecho dar volteretas sobre puntas de cuchillos. Eras un ventilador en invierno y una estufa en verano; nadie te quería. Pero ahora te ha llegado la hora.
Mi nuevo papel me ayuda a ver la felicidad bajo otro aspecto. Está más allá de la lujuria y el compañerismo, más allá de la noción corriente del amor. He recorrido la tierra en estado salvaje y sé que todos los seres humanos están solos en el fondo. He decidido dejar a un lado el silencio y responder con música. Me he convertido en una fuente exuberante.
En el reino de mi corazón el feroz sol del verano dorado hace salir las hojas.
¿Ves cómo se alzan los tallos verdes de los lirios, y cómo las abejas recogen néctar de una interminable hilera de alfalfa?
El 28 de marzo Mao celebra en su estudio una reunión secreta. Los únicos asistentes son Jiang Qing, Kang Sheng y Chun-qiao. Mao lo considera una reunión del Politburó, aunque están excluidos sus miembros oficiales, el vicepresidente Liu, el primer ministro Chu, el comandante en jefe Zhu De, el viceprimer ministro Chen Yun y Deng.
La reunión dura tres días enteros. Mao señala que «El informe» del alcalde de Pekín no ha logrado hacer realidad los principios del comunismo. «Es hora de que nos rebelemos», instruye Mao. «El viejo Politburó ya no trabaja para la revolución. Abajo el Departamento de Cultura y el Comité del alcalde de Pekín. ¡Enviemos los demonios al infierno y liberemos los fantasmas!»
Mao se vuelve hacia Chun-qiao y pregunta cuánto tardará en preparar artículos criticando «El informe».
Aparecerán entre 2 y el 5 de abril, responde Chun-qiao.
¿En El Diario del Pueblo y la revista Bandera Roja?
Sí, servirán para lanzar un ataque a escala nacional.
Tal como hacía en tiempo de guerra, Mao nombra a Kang Sheng responsable del refuerzo. Encárgate de librarte de todos los perros que se atrevan a bloquearnos el paso.
Después de la reunión están exhaustos. Ella lo observa en silencio. Está sentado en la silla de junco y tiene la cabeza apoyada contra el respaldo. A ella le saltan las lágrimas. Lo recuerda sentado en la misma postura, contemplando la conquista de China. Estaba tan enamorada de él que respiraba con cuidado por miedo a distraerlo.
Repasa mentalmente las notas de la reunión. Le gusta el silencio que reina en la habitación. Sabe que él está a gusto con ella. Tal como se sentían en Yenan. La satisfacción, el compañerismo.
Vamos a dar un paseo por el Palacio de Verano, propone él de pronto levantándose.
Ella lo sigue sin decir una palabra. Advierte que lleva un calzado de cuero nuevo. Recuerda que odia los zapatos nuevos y le pregunta si quiere ponerse sus sandalias de algodón.
No me duelen, explica. Pequeño Dragón me los ha dado.
El Pabellón de los Pinos era un gran patio de árboles ancianos. Hay arcos al este, oeste y norte. También pilares de piedra exquisitamente tallados. La pareja camina despacio a través de los árboles. Están en el Sendero Imperial Central que corre paralelo al lago. Es el sendero por el que paseaban el emperador Hsien Feng y la emperatriz Tzu Hsi. Es estrecho y está a la sombra de altos cipreses.
Ella lo sigue. Al cabo de un kilómetro aparece ante ellos la Pagoda de Azulejos Vidriados de Múltiples Tesoros. Se trata de un edificio de ocho lados y siete pisos de más de dieciséis metros de altura. Está incrustado de arriba abajo de ladrillos vidriados de color azul, verde y amarillo, embellecidos con grabados de Buda. La pagoda se levanta sobre una plataforma de piedra blanca y está coronada por un pináculo dorado.
El viento tiene un sonido melodioso. Mao levanta la vista. En lo alto de la pagoda cuelgan campanas de bronce. Ella le alcanza y, secándose la frente, alaba su buena salud. Él no hace ningún comentario y entra en la pagoda. Pasa por delante de una lápida de piedra en la que se lee: ODA A LA PAGODA DE MÚLTIPLES TESOROS DE LA COLINA DE LA LONGEVIDAD CONSTRUIDA DE FORMA IMPERIAL. Está escrito en caracteres chinos, manchúes, mongoles y tibetanos. Se detiene delante de las estatuas de Buda.
Ya he venido aquí dos veces este mes, dice él de pronto. Para ver si consigo que el constructor de esta pagoda y yo nos entendamos.
Habla en voz baja y ella apenas lo oye. Pero no dice nada.
Él continúa. Mi pregunta es: ¿por qué instaló el hombre más de novecientas estatuas de Buda en la fachada de este templo minúsculo? ¿Qué le movió a hacerlo? ¿Qué clase de locura? ¿Era presa del pánico? ¿Qué lo atormentaba? Es un lugar peligroso para trabajar. Podría haberse caído perfectamente. ¿Por qué? Diría que Buda era su protector y cuantos más construyera más protegido se creía. Debió de perseguirle esta idea. Debió de acabar sin aliento en esta carrera consigo mismo.
Ella de pronto cae en la cuenta de que Mao está hablando de sí mismo. De su posición en el Politburó. Los enemigos a los que se enfrenta. Está asustado.
¡Presidente!, exclama ella. ¡Estoy contigo, ya sea camino del cielo o del infierno!
Él se vuelve hacia ella con una mirada llena de ternura.
Ella se siente reconocida, como hace treinta años en la cueva de Yenan. Se oye a sí misma proclamando una vez más su amor entre bombas.
En la entrega de ella él se reconoce una vez más como héroe. Su mirada poco a poco languidece y su voz se debilita. Ojalá todo estuviera en mi cabeza. Un vejestorio, paranoico sin motivo. Ojalá sólo fuera la caída de mis dientes lo que me preocupara. No te lo creerás, pero esta mañana he aplaudido cuando he cagado sólido. Es estúpido, pero rige mi humor. También estoy perdiendo la vista, Jiang Qing. Ahora dime por favor que no es verdad lo que creo: que soy viejo y que me estoy escurriendo por los desagües imperiales.
Ella lo compadece, pero no está triste. La verdad es que gracias a este miedo él por fin la ha visto. Necesita que continúe el peligro para que siga viéndola.
¡Déjame estar en la línea de fuego!, exclama ella. Dame la oportunidad de demostrar lo que puedo y voy a hacer por amor.
Él le tiende una mano.
Una vez más ella siente la presencia de la señora Yuji. La veneración regresa y se carga por sí sola. Ella vuelve a salir a escena. Los amantes rodean las estatuas de Buda de los ocho lados contemplando los novecientos dioses azules, verdes y amarillos. Ya no se abrazan y sus labios no se rozan, pero hablan y empiezan a oírse. Se turnan para describir las infinitas bestias que los rodean, los oscuros trabajadores de la tierra, los terribles inocentes, los asesinos y sus sueños, el gigantesco enjambre de abejas, el modo en que se aparean y asesinan en silencio.
¡Oh, sabe Dios lo que siento por ti!, exclama ella con tono teatral. La frase es elegante y conmovedora. Dame órdenes, presidente, aquí está mi espada.
Se acabó el operar sola. Se acabó el vivir en fastuoso aislamiento. Mi cuerpo nunca se ha sentido tan joven. El 9 de abril estoy aburrida de escuchar las insustanciales autocríticas del alcalde Peng Zhen. Dejo el asunto en manos de Kang Sheng y Chen Bo-da, un crítico mordaz a quien he reclutado recientemente, y que también es el director del Instituto de Marxismo y Leninismo de Pekín. Envío a Mao un informe preparado por Chen Bo-da sobre Peng Zheng titulado «Notificación 5.16». Descubro que Mao se ha propuesto derribar al vicepresidente Liu; y la primera medida que toma es castigar al alcalde Peng, el testaferro de Liu.
Como se espera de él, Mao hace comentarios sobre la «Notificación 5.16» y ordena que se libre la batalla públicamente.
El 4 de mayo se celebra una reunión que termina con la caída del alcalde Peng. No la preside Mao, sino el vicepresidente Liu. Éste no tiene otra salida. Es incapaz de rebelarse contra Mao. Durante la reunión palidece. Respira hondo antes de pronunciar el discurso en el que denuncia a su amigo. Lo lee en nombre del Politburó. Tiene dificultades en hacer su papel. Peng ha sido un camarada leal y un entusiasta defensor de sus programas.
Al vicepresidente Liu no se le pasa por la cabeza que él será el siguiente. De haber pasado tiempo, como Mao, leyendo la Historia novelada de los tres reinos, habría podido anticipar los planes de su líder.
A fin de complacer a Mao, el 8 de mayo, bajo el seudónimo de Gao Ju, que significa Antorcha Alta, publiqué un artículo titulado «Hacia el grupo anticomunista del Partido: ¡Fuego!». Es mi primera publicación en treinta años. La nación entera habla de ella. En todas partes se oyen gritos de «¡Protejamos al presidente Mao con la vida!».
Es la noche del 9 de mayo y la euforia me impide dormir. He tomado las riendas de mi destino y me veo recompensada. Mao me ha llamado esta mañana para felicitarme. Quería regalarme un paquete de su ginseng. El teléfono ha vuelto a sonar por la tarde. Era la secretaria de Mao que quería que fuera a cenar. Nah está en casa, decía el recado.
No tengo qué ponerme, digo.
La secretaria está confundida. ¿Significa eso que no?
Sentada en mi silla, me siento estremecer. Me quiere por fin. Todos estos años de resentimientos se disuelven en una sola llamada telefónica. ¿Estoy loca? ¿Me está engañando otra vez? ¿No es más que parte de su chochera? ¿O estoy soñando despierta? No ha abandonado sus ejercicios para la longevidad y sigue acostándose con mujeres jóvenes; y sin embargo quiere ponerse de nuevo en contacto conmigo. Y lo quiere de verdad.
A veces creo que lo conozco lo bastante bien para perdonarle; no le mueven las pasiones ni la lujuria, ni siquiera su gran amor por la patria, sino el miedo. Otras veces creo que siempre ha sido un extraño para mí. Un ser reservado y desequilibrado como yo. Nunca ha hecho una sola visita a su ex mujer Zi-zhen o a su segundo hijo con problemas mentales a sus respectivos hospitales. Como yo con mi madre, que nunca he tratado de averiguar qué fue de ella.
Mao no habla de la guerra de Corea. Es para evitar el dolor de la pérdida de Anying, su hijo mayor, que murió víctima de una bomba norteamericana. Nunca se ha recuperado de la muerte de Anying. Jiang Qing sabe que Mao siempre tiene presente a Anying en los momentos de celebración, sobre todo durante los años nuevos chinos. Mao nunca acepta invitaciones a casa de sus amigos o socios. Es porque no puede soportar el calor de las familias. Dice que está en contra de las tradiciones, pero es debido a que todo lo tradicional se teje en torno a la familia.
¿Cómo no va a sentir Mao la sensación de pérdida o el dolor de la separación siendo un poeta tan apasionado? Sólo cabe suponer que con los años su dolor ha cambiado, o, para ser más precisos, ha distorsionado su carácter. La nostalgia que le producen las pérdidas se convierte poco a poco en envidia por los triunfos de los demás. ¿Por qué el vicepresidente Liu tiene todo lo que él no tiene? Mao sabe que es frágil por naturaleza y que aprender a ser un Buda de piedra es la única forma de sobrevivir. Se toma las tragedias de su vida como si se trataran de una úlcera; hay que vivir con ellas. Sin embargo, le frustra no ser capaz de curar su dolor. No comprende que se debe compasión a sí mismo. Ha aprendido a no reconocer tal palabra en su diccionario emocional.
Ya hemos cenado y estamos relajándonos alrededor de la mesa, tomando té. Nah nos suplica que no hablemos de política, petición que debo declinar. Cuento con el tiempo que paso con Mao, porque puede cambiar de opinión en cualquier momento. Me he adiestrado para estar preparada siempre para lo peor.
Nah sale del comedor como un exhalación. ¿Adónde crees que vas?, grito. No me digas que vas a perder el tiempo tejiendo. ¿Has llamado a la gente que te he pedido que llamaras! ¡Respóndeme! ¡Tienes dieciséis años, no seis!
Déjala tranquila, dice el padre. Ha bebido un poco de vino y está de buen humor. Va con su pijama de siempre y con calcetines sin sandalias. La habitación está caliente, pero parece fría y vacía. Sencillamente no parece un hogar. Es más bien un cuartel general de guerra con libros, colillas, toallas y tazones colocados con descuido por allí. Él se siente a gusto con ese estilo de vida provisional. Las paredes están desnudas. No sabría decir el color original. El color del polvo. El suelo está hecho de grandes ladrillos de color azul grisáceo. En una ocasión sugerí que pusiera suelo de madera, pero él no quiso molestarse. Sigue utilizando la mosquitera en verano. Sus criados le hicieron una tan grande como una carpa de circo.
Tengo una misión importante para ti, dice él dejando la taza de té en la mesa.
Mis ojos se iluminan, mis labios tiemblan de emoción.
He hablado con Kang Sheng y hemos decidido que eres la mejor candidata para hacerte cargo del lado ideológico del movimiento. ¿Qué dices?
Por ti, Mao Zedong, daría la vida.
El 16 de mayo, después de revisar siete veces la «Notificación 5.16», Mao firma el documento y lo titula «Manual de la Revolución Cultural». Mientras se imprime, nombra un nuevo gabinete al margen del Politburó existente. Lo llama el «Cuartel General de la Revolución Cultural», y se nombra a sí mismo jefe, con Jiang Qing como su mano derecha, y Kang Sheng, Chen Bo-da y Chun-qiao como sus consejeros clave.
A partir de ese momento Jiang Qing gobierna China y detrás de cada uno de sus movimientos está Mao.