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18

La oscuridad del teatro, las hileras de asientos vacíos, el sonido de los tambores y la música tranquilizan mis nervios. No paro quieta entre Pekín y Shanghai. Sigo descubriendo talentos y buscando material que adaptar. Mi objetivo es crear personajes que sean maoístas apasionados. Estoy esperando, tratando de hacer que Mao vea lo importante que soy, tratando de hacerme indispensable. Otras personas compiten conmigo por el afecto de Mao. Debo actuar deprisa. Con el permiso de Mao y la ayuda de Kang Sheng y Lin Piao, he logrado prohibir otras formas de entretenimiento: lleno los escenarios con la mujer que me gustaría ser.

Ayer vi una ópera titulada El puerto. No sólo me impresionó su contenido, también me sobrecogió su diseño musical. Esta mañana he llamado al alcalde de Shanghai, Chun-qiao. Le he preguntado si conocía a Yu Hui-gong, el compositor. Me gustaría tener una copia de su expediente lo antes posible.

La noche del 4 de octubre de 1969 la señora Mao pasa las páginas del expediente, emocionada por su descubrimiento. Se entera de que el compositor Yu ha sido el creador clave de algunas de las mejores óperas de los últimos años. Al día siguiente antes de desayunar dice a Chun-qiao: Quiero conocer de inmediato al camarada Yu.

Chun-qiao le informa de que hay un obstáculo. El camarada Yu está en prisión. Lo arrestaron al comienzo de la Revolución Cultural por haber sido traidor antes de la Liberación.

Coge mi coche y llévame ante el director de la prisión, ordena la señora Mao.

El director de la prisión dice a la señora Mao que va a ser difícil poner en libertad a Yu. Sin embargo le envía enseguida los antecedentes penales de Yu. Todo empezó en 1947, cuando Yu era adolescente. Pertenecía al Ejército de Liberación de Mao. La guerra civil estaba en su punto crítico. Las tropas de Chang Kai-shek bombardearon toda la zona de Jiao-tong y Yan-tai. La división de Yu recibió instrucciones de enterrar su comida y pertenencias, y prepararse para luchar por su vida. Yu quedó deshecho. Pensó en su madre y decidió cumplir su deseo de ser buen hijo. Antes del amanecer, encontró un lugar tranquilo en el pueblo y cavó un hoyo bajo un árbol. Enterró su comida y sus pertenencias, y dejó una nota. Queridos hermanos de las tropas de Chang Kai-shek: puede que esté muerto cuando encontréis esta nota. Mi único pesar es que no he tenido la oportunidad de demostrar devoción a mi madre anciana. Mi padre murió cuando yo tenía ocho años. Me crió mi madre sola y las penalidades que sobrellevó son indescriptibles. Mi espíritu os agradecerá y bendecirá si hacéis llegar este paquete a mi madre de mi parte. Aquí tenéis la dirección.

Para horror de Yu, no fue el enemigo, sino sus propios camaradas, quienes encontraron la nota. Éstos informaron a las autoridades del Partido Comunista. Lo denunciaron y lo tuvieron preso seis meses. Más tarde, en una batalla mortal, le dieron la oportunidad de demostrar su lealtad. Sobrevivió y le perdonaron, pero su expediente continuó en manos del servicio de inteligencia.

Cuando la Guardia Roja del Conservatorio de Música de Shanghai descubrió el expediente de Yu, lo celebró; hasta entonces nunca había tenido ocasión de vérselas con un «enemigo de verdad».

En Pekín se están ensayando grandes producciones como Conquistando la montaña del tigre con ingenio y El puerto, y no permiten que su creador y yo nos conozcamos. He presionado y exigido toda la atención del alcalde Chun-qiao. Estoy segura de que Chun-qiao está teniendo dificultades. Estoy segura de que mis enemigos están haciéndome esto a propósito. Conocen el talento de Yu. Tienen claro que una vez que Yu y yo nos juntemos, seremos un equipo invencible. Yu puede ayudarme a promocionar el maoísmo sin ayuda de nadie. Escribe, compone y dirige. Conoce las melodías populares y está licenciado en música occidental clásica. Tiene profundas raíces en la ópera tradicional y un arraigado sentido del modernismo. Ha estudiado composición y toca casi todos los instrumentos.

Doy a Chun-qiao diez días para que me presente a Yu. Finalmente, cuando estoy en mitad de una representación de Conquistando la montaña del tigre con ingenio en el Salón de la Clemencia, Chun-qiao se acerca a mí con la noticia de que han escoltado a Yu hasta Pekín.

¿Dónde está?, pregunto, tan excitada que elevo el tono de voz. El actor que está en el escenario cree que le grito a él y se come líneas.

Yu se encuentra en estos momentos en la Casa de Huéspedes de Pekín, susurra Chun-qiao a mi oído. Está en un estado lamentable. No ha tenido oportunidad de quitarse el uniforme de la prisión y huele a bacín.

¡Tráelo!

Media hora más tarde llega Yu Hui-yong. En cuanto la señora Mao, Jiang Qing, divisa al medio fantasma medio hombre, se levanta y se acerca rápidamente a él. Extiende los brazos y le ofrece las dos manos. Lamento no haberte conocido antes, Yu.

El dramaturgo empieza a temblar. Es incapaz de pronunciar una palabra. Parece un viejo enfermo de pelo blanco y barba desarreglada. Lleva un traje prestado. ¿Cómo podré corresponder jamás a su amabilidad, señora?, llora.

Trabajando conmigo, responde la señora Mao.

Para entonces la obra ha terminado. El telón baja y vuelve a levantarse. Los actores se colocan en hilera y el público aplaude. Los aplausos se hacen más fuertes. Los guardas de seguridad corren de acá para allá entre el escenario y el público. Es la señal para que la señora Mao suba al escenario. Yu se levanta lloroso para dejar pasar a su redentora.

Ven, Yu, dice la señora Mao. Sube conmigo al escenario.

El hombre está perplejo.

La señora Mao lo coge por el brazo y lo empuja sonriente. El hombre la sigue.

Una vez en el escenario, la señora Mao, Jiang Qing, se sitúa en el centro con Yu a su derecha. Los dos aplauden y posan para las fotos.

El romanticismo de las composiciones de Yu me conmueve. Estar con él es como soñar despierta. No es tan atractivo físicamente, ni alto ni corpulento, y tiene la frente amplia y la mandíbula demasiado cuadrada. Pero debajo de sus pobladas cejas hay unos ojos brillantes. Veo en ellos a un gran artista. Como los dos somos de la misma provincia de Shangdong, podemos reflexionar sobre nuestras melodías preferidas de la infancia. Lo invito cada día a tomar el té. Él se muestra humilde en extremo. No se sienta sin pronunciar una larga retahíla de gracias. No abre la boca a menos que yo le exija un comentario. Siempre lleva un bloc de notas y lo abre cuando hablo. Espera. Me da risa lo serio que es. Lo tonto. Le digo que no quiero que me trate como a un retrato de la pared. Quiero que se divierta y quiero divertirme. Ya ha habido suficiente tensión en mi vida. Piensa en un modo de relajarme. Esta noche no hablaremos de trabajo. Diremos bobadas.

Tarda semanas en sentirse cómodo conmigo. Finalmente vuelve a ser él mismo. Empieza a traer instrumentos para tocar para mí mientras tomamos té. Un violín de dos cuerdas, una flauta y una guitarra de tres cuerdas. Es una joya. Charlamos y él me tararea canciones que se cantan en los arrozales, música de tambores y antiguas óperas que imitan el ruido de vientos del desierto. A veces lo acompaño y canto arias del Romance del pabellón oeste. Nos tomamos el pelo y nos echamos a reír. No tiene muy buena voz pero canta de una forma encantadora. Tiene un estilo propio. Su alma está impregnada de música. Como una estudiante le hago preguntas. En esos momentos es cuando se muestra más seguro de sí mismo. Me trae libros que ha escrito. Se titulan: Colección de tambores de Shangdong, Colección de canciones populares de Jiao-dong, Canciones del bosque de Shan-bei y Clásicos de un banjo de cuerda.

El placer es inmenso. Sin embargo no puedo expresarme del todo. Mi posición le intimida. Siempre hay una barrera entre nosotros. Para todo el mundo en China soy la mujer de Mao. Ningún hombre puede tener pensamientos personales sobre mi persona. Aunque me gustaría intimar más con Yu, me contengo. Lo peor de nuestra amistad es que me contesta como un sirviente. Sólo consigue hacerme sentir más sola mientras escucho su apasionada música.

Seguimos adelante. Hago todo lo posible por no mencionar a Mao. De hecho, nunca me hace preguntas sobre lo que hago después del trabajo. Pero sé que a veces se siente intrigado. Así y todo no se atrevería. Nos quedaríamos sin saber qué decirnos. Él encuentra excusas para irse. Es sensible y débil cuando te enfrentas a él. Le ruego que se quede y él insiste en marcharse. Varias veces al día hacemos lo que llamo un «movimiento de sierra». A veces en público. La gente se queda confundida cuando me oye levantarle la voz.

¡Nunca me escuchas, Yu Hui-yong!, grita ella casi histérica. Llegará el día en que rompamos. ¡Y no lo sentiré!

Él coge la puerta y se marcha. Nunca dice nada cuando ella está enfadada. Más tarde la gente explica a Jiang Qing que él no ha parado de llorar en todo el camino de vuelta al Teatro de la Ópera de Pekín. No tiene casa y vive en una especie de trastero cerca de los bastidores. Ha hecho en público el juramento de que sólo vive para servir a la señora Mao. No le importa si eso le cuesta su relación con su mujer. Sólo quiere impresionar a Jiang Qing. Así es como corresponde a su amabilidad, con la música y con su vida. Su salud está empeorando. Tiene serios problemas de estómago y le duele el hígado. Pero nunca se queja. Dirige ensayos día y noche. Come de forma desordenada y no tiene noción del tiempo. A menudo retrasa las horas de las comidas y sin darse cuenta mata de hambre a los actores. Hace esperar a los de la cafetería. Se ha convertido en una costumbre que Yu haga el descanso del almuerzo a las cuatro de la tarde.

Ella no comprende. Se siente dolida y, sin embargo, espera que él vuelva. Cuando no puede soportarlo más, envía a su secretaria para exigir de Yu una «autocrítica». Él no le entrega ningún papel. Pero entiende que la señora Mao le está pidiendo que vuelva. Le envía una cinta de un trabajo empezado. Por lo general una canción que acaba de componer. Una de esas canciones se llama «No seré feliz si no canto».

Es una relación extraña. Con la intensidad de una relación amorosa. A fin de tenerlo a su lado ella lo asciende a nuevo jefe del Departamento de Cultura. Pero él declina la oferta y expresa su falta de interés en la política. Ella se ofende porque cree que la menosprecia. Él discute y trata de demostrarle su lealtad. Para impresionarla produce más obras. Está dejando su huella en todas las óperas y ballets de ella. Realza al personaje femenino. Se entrega a una diosa y lucha por ella. A fin de persuadir a las compañías de teatro para que prueben su nueva pieza musical, y sustituyan el shao-sheng (protagonista masculino con voz de falsete) por el lao-sheng (protagonista masculino con voz natural), dirige semanas de seminarios para educar a los actores y los directores de compañías. Para que la orquesta toque su combinación de instrumentos occidentales y orientales, demuestra la armonía separando y juntando los arreglos. Reduce el tiempo en escena del personaje masculino y lo dedica a los femeninos, hasta que al final sólo hay heroínas.

Cuando le presenta las nuevas producciones, ella se siente enormemente impresionada y profundamente conmovida. En muchos sentidos tiene la sensación de que es su alma gemela. Siente un gran afecto por él.

El impacto de las óperas empieza a notarse. Las arias son emitidas por radio por toda la nación. Las masas saben la letra y tararean las melodías. La Revolución Cultural está en su punto crítico. Las óperas aumentan la popularidad de la señora Mao, Jiang Qing, que se convierte en la superestrella de cada casa. Se vuelve ambiciosa. ¡Quiero que hagan películas de todas mis óperas y ballets! No espera a que la propuesta sea aprobada por la burocracia. Acude al Tesoro Nacional y exige fondos. Da un enfoque político al asunto. Será una prueba de tu lealtad hacia Mao.

Le conceden el deseo.

Tienes que tener agallas para acariciar el trasero de un tigre o nunca tendrás oportunidad de montarlo.

«¡Promocionemos las óperas revolucionarias!» Pensé que con la declaración de Mao conseguiría hacer mis películas sin problemas. Pero no es el caso. El problema son las facciones. El estudio de cine se ha dividido en ocho facciones que se niegan a trabajar juntas. El responsable de la iluminación dice al cámara en qué ángulo colocarse. El diseñador rechaza las instrucciones del director sobre el vestuario. El artista de maquillaje cubre la cara de la actriz de crema rosa, su color preferido. Y por último el productor entrega un informe sobre las «frases anti-Mao» de los guionistas. Cada día hay una pelea en el plató. Pasan meses sin que se ruede una sola escena.

¡No puedo apagar todos los fuegos!, grito a los directores de las compañías. ¡Mi trabajo consiste en dirigir la Revolución Cultural! Todos parecen oírme, pero no se resuelve ningún problema. He prometido al presidente Mao que las películas estarán listas en otoño. ¿Cómo te atreves a decepcionar a Mao?

Reúno en la cafetería del estudio de cine de Pekín a las distintas facciones y hablo con severidad. En la cocina, los cocineros han dejado de hacer ruido. Son las dos y media y no dejo comer a nadie. Los platos se están enfriando.

Tenéis que hacer que funcione, digo.

Necesito ayuda, me dice Mao. Me hace volar de Pekín a Fujian, al sur del país, por donde pasa su tren, sólo para decirme esto. Le pregunto si está bien y sonríe. Últimamente he estado leyendo el poema Tang «La larga separación», y me gustaría compartir contigo mis pensamientos.

Contengo mis palabras amargas.

¿Te acuerdas de ese poema?, continúa. El emperador Li de la dinastía Tang, que se vio obligado a colgar a su querida esposa Yang. Tuvo que contentar a sus generales, que estaban a punto de dar un golpe de Estado. ¡Qué poema más desgarrador! El pobre emperador, para el caso podrían haberlo colgado a él.

El tren sigue avanzando. Vemos pasar el paisaje por la ventanilla. Mao deja de hablar y me mira. En sus ojos veo vulnerabilidad.

«La larga separación» también es mi poema favorito, afirmo. Reanuda su monólogo. Tardo un tiempo en comprender qué quiere decirme. Me está explicando lo presionado que está. Le preocupan los obstáculos con los que se enfrenta la Revolución Cultural. La mitad de la nación pone en tela de juicio su decisión acerca de Liu. Se respira compasión. Aunque la población no ha tenido oportunidad de experimentar las teorías de Liu, se han convencido de que la idea de Mao no funciona. Eso le pone aún más furioso.

La oposición está tratando de impedirme que haga realidad el sueño del comunismo. Su tono se vuelve firme y clava la mirada en el techo del vagón. Los intelectuales son las mascotas de Liu. No les interesa servir a las masas. Se esconden en los laboratorios con sus batas blancas y renuncian a su patria en su búsqueda de fama mundial. Por supuesto, Liu cuenta con su lealtad, ha sido su mecenas. Y también me preocupan los viejos camaradas. Me están volviendo la espalda. Han organizado una operación militar, pero para mí que se trata de un golpe de Estado.

Mao no cuenta todo a Jiang Qing. No le dice que está negociando con los viejos camaradas y que han llegado a acuerdos. No le dice que un día estará dispuesto a representar el papel de emperador Li y pronunciar los versos de «La larga separación». Ella se niega a ver su juego. En presencia de él su mente deja de procesar los hechos. No ve que nunca en su vida ha protegido a nadie más que a sí mismo.

A fin de conservar el afecto de Mao hace cosas que le duelen profundamente. Por ejemplo, hace unas semanas Mao discutió con una de sus queridas favoritas y ésta se marchó. Mao llamó a Jiang Qing para que lo ayudara; le pidió que la invitara a volver en nombre de la primera dama. Al recordarlo no sabe cómo lo hizo. Se sorprende de cómo abusa de sí misma.

Eres la persona en quien más confío y de la que realmente dependo. A esta cálida luz ella cede, se entrega. Se traga el dolor y se disfraza para hacer el papel de la señora Yang en «La larga separación».

A cambio del favor Mao le promete producciones. Para allanarle el camino ordena una campaña llamada: «Hagamos que se conozcan en cada casa las óperas revolucionarias».

Ella cree merecer la compensación. De una manera extraña su boda con Mao se ha transformado y entrado en una nueva fase. Los dos han superado sus obstáculos personales para concentrarse en un cuadro más amplio. Para él es la seguridad de su imperio, y para ella, el papel de heroína. En retrospectiva ella no sólo no ha cumplido las restricciones impuestas por el Partido, sino que dirige la psique de la nación. Ha entrevisto la posibilidad de que podría acabar llevando los asuntos de Mao y gobernar China a su muerte.

Ella no está segura de su poder. No cree tener un control absoluto sobre su vida. En el fondo no confía en Mao. Sabe que es capaz de cambiar de parecer. Y su mente está degenerando. Cuando la llama para que le ayude con el problema de su querida, ¿se ha olvidado de que ella es su esposa? Ella detecta inocencia en su voz. Su dolor es como el de un niño al que se le arrebata su juguete favorito. ¿Es lógico asumir que el día de mañana podría volverle la espalda y no conocerla? Con la edad ha aumentado la paranoia de Mao y ella hace equilibrios sobre su mente. Al ser la señora Mao no le faltan enemigos. El precio del éxito es que ya no titubea a la hora de eliminarlos. Ahora llama sin pensárselo a Kang Sheng en mitad de la noche para añadir un nombre a su lista de personas a ejecutar. Está haciendo todo lo posible por coser bocas que de otro modo no se cerrarían, como las de Fairlynn y Dan. Teme que cuando muera Mao, su lucha sea como barrer el océano con una escoba, y que su enemigo la trague viva.

Ella necesita a Chun-qiao y a Yu. Necesita también a personas leales en el ejército. Recuerda cómo Mao eliminó a sus enemigos en Yenan. Ordenó varias ejecuciones injustas que más tarde lamentó. Pero nunca dejó que el sentimiento lo envenenara. La victoria cuesta cara, dice él. Ahora le toca a ella. Repite su frase.

Estoy tratando de hacer películas. Las óperas y los ballets. Tengo ocho en vista y he establecido la producción en Pekín para poder supervisar los detalles al tiempo que dirijo la Revolución Cultural. Sin embargo las cosas no están yendo como esperaba. Las luchas internas entre facciones han empeorado en el Estudio de Cine de Pekín. Los actores se maquillan y se ponen sus disfraces, pero se pasan el día de brazos cruzados sin filmar una sola toma. Conforme pasan los días empieza a extenderse un rumor: «A menos que Mao envíe a su guarnición, no habrá película».

Comunico el rumor a Mao. Es un agradable día de mayo y lo encuentro en el Gran Salón del Pueblo. No puedo comer, me dice. Los dientes me están matando. He estado discutiendo con mis amigos mi testamento.

Lo miro. Tiene la cara y las manos visiblemente hinchadas.

¿Qué pasa?, pregunta él.

Estoy preocupada por tu salud. ¿Por qué no te tomas unas vacaciones?

¿Cómo voy a hacerlo cuando mis enemigos se pasean alrededor de mi cama?

Lo mismo pasa aquí. Estoy frustrada.

¿Qué ocurre?

Estoy teniendo dificultades en hacer despegar las películas. La oposición es fuerte.

No es propio de ti darte por vencida.

Pero no quiero estresarte aún más.

Bueno, bueno, bueno, dice él riendo. Tus enemigos te matarán en cuanto yo exhale el último aliento.

Los ojos se me llenan de lágrimas. La verdad, puede que no sea una mala solución.

Se acerca y me sienta con delicadeza. Cálmate, camarada Jiang Qing, me dice mirándome. Todo irá bien. Sólo dime en qué puedo ayudarte.

La Guarnición 8341 de Mao, encabezada por el comandante Dee, llega de noche al Estudio de Cine de Pekín. Los soldados van armados y se mueven con rapidez y sigilo. No devuelven los saludos. Sacan a los empleados de sus habitaciones y los escoltan hasta la cafetería.

Estoy aquí para llevar a cabo las órdenes de la señora Mao, Jiang Qing, dice el comandante Dee, un hombre de baja estatura pero fornido y con una nariz enorme. Y no toleraré tonterías. Quien desobedezca mis órdenes recibirá un trato militar. A propósito, no concederé favores. Escuchad con atención. Los pelotones uno, tres y cuatro se apostarán detrás de cada cámara. Mis hombres no escucharán otras instrucciones que las del cámara. El pelotón dos supervisará la iluminación y el cinco estará a cargo del maquillaje y accesorios. Yo mismo estaré bajo las órdenes del director de la película e informaré a diario a la señora Mao.

En menos de dos días las cámaras empiezan a rodar. A los pocos meses hemos terminado la mitad de una película. No vuelven a haber conflictos de facciones. Todos trabajan juntos como si llevaran un gran negocio familiar. Al final de la jornada envían al laboratorio las latas de película para que sean procesadas, y al día siguiente la editan toscamente para poder proyectarla.

Entusiasmada, la señora Mao inspecciona el plató. Da una palmadita al comandante Dee y elogia su eficacia. ¡Ojalá pudiera obtener esta eficiencia en todos mis proyectos! Empieza a plantearse el contratar al comandante para más trabajos.

No te confundas, dice Mao con irritación sujetándose la mejilla medio hinchada. No eres quien te crees que eres. ¡La verdad es que nadie cumpliría tus órdenes si no vieran mi sombra! Cuando el comandante en jefe de las fuerzas aéreas Wu Fa-xian responde a tu llamada, tiene la mirada clavada en la silla en la que estoy sentado. Cuando la Guardia Roja grita a pleno pulmón: «¡Un saludo a la camarada Jiang Qing!», es a mí a quien quiere complacer.

Comprendo al presidente, y hago un esfuerzo por parecer humilde y poco respondona. Por favor, no dudes de que he consagrado mi vida a ayudarte a ti y sólo a ti. He puesto mi confianza en mi capacidad de conseguir que se hagan las cosas. Déjame hablarte de mis últimas creaciones. Déjame enseñarte secuencias de las óperas y los ballets.

Las óperas están bien, dice Mao sentándose. Coge una toalla caliente de una jarra humeante y se la lleva a la mejilla hinchada. Estoy satisfecho con tu trabajo. Los espectáculos pintan bien. Pero no te subas a ellos como a una alfombra mágica. Ésta es mi advertencia.

En ese momento no le sigo. Pero no me atrevo a confesar mi confusión. Últimamente hay un montón de cosas con las que nos confundimos mutuamente y no las aclaramos. Es para mantener la paz. Seguramente es mejor la confusión. Digo al mundo que represento a Mao pero no formo parte de su vida. No tengo ni idea de a qué se dedica. No me gusta perseguir a su querida y no me gusta el hecho de que disfrute intimidándome. Me ha estado diciendo cómo disfrutarían sus comandantes (y no me da sus nombres) colgándome en mi propia cama. Sólo seguir su imaginación resulta agotador. Sobre todo cuando hace a la vez el papel de dios y de diablo. Además, detesta que lo descubran.

La temprana primavera sigue siendo helada. Por la mañana la escarcha cubre de blanco la Ciudad Prohibida. Esta tarde las enredaderas de la ventana han empezado a sacudirse. Ha estallado una tormenta; la resistencia del invierno a partir. Pero ¿quién puede impedir que venga la primavera? Después de medianoche desaparecen del cielo las densas nubes y la luna vuelve a brillar. Las ramas golpean mis ventanas como si los espíritus las aporrearan.

No me entero hasta más tarde, cuando me lo cuenta Kang Sheng, de lo que ocurrió la noche de la tormenta. El 30 de abril de 1967. Justo antes de que las nubes se retiraran del cielo, Mao invitó a los viejos camaradas, a los que había atacado previamente, a tomar una copa en su estudio. Les ofreció pies de oso fritos y actuó como si el 18 de febrero no hubiera pasado nada.

Con razón me sorprendí al ver a todos esos tipos en la celebración del primero de mayo que tuvo lugar en el Palacio Nacional de Cultura. Debí suponer que mi marido estaba haciendo un doble juego. Debí comprender que, si bien había estado promocionándome, mi nuevo poder le ponía nervioso y necesitaba contar con otra fuerza para equilibrar el juego.