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El teléfono está a menudo averiado, por la antigüedad de las líneas telefónicas o quizá por efecto de la humedad. A veces, mi madre no lo cuelga bien cuando termina de hablar. El otro día, fue Keltum la que lo dejó descolgado a propósito. Un gesto dictado por el mal humor, una pequeña venganza, un recordatorio de su poder. «Vuestra madre está aislada, inaccesible, por mucho que llaméis siempre estará comunicando, os creeréis que está averiado y así no podréis decirme cosas desagradables. Lo dejo descolgado y os mando al diablo. La próxima vez tendréis más cuidado al hablar conmigo y me dejaréis dinero para la compra, no acepto que alguien la haga en mi lugar. Me gusta controlarlo todo y, además, me merezco una pequeña compensación…».
Es inadmisible. Mi hermano se presentó en la casa y estuvo reprochándole seriamente su comportamiento. A ella le sentó mal y, para demostrarlo, de nuevo dejó descolgado el teléfono. Dijo que se siente prisionera de la situación. Mi madre no la deja ni a sol ni a sombra y se niega a darle permiso para ir a ver a sus numerosos hijos y nietos. Mi hermano no cede ante el chantaje de Keltum aunque admita que hace un trabajo que ni a su mujer ni a nuestra hermana les gusta hacer. No me imagino a ninguna de mis cuñadas sacrificando su tiempo y su comodidad para llevar a mi madre al cuarto de baño, lavarla, secarla y llevarla de nuevo a su cuarto en brazos como a una niña.
Keltum se ha vuelto indispensable. Le da la comida y sus medicinas a su hora, le hace compañía, habla con ella, la viste e incluso la hace reír. ¿Por qué hace todo eso? Es un trabajo remunerado, pero también es un vínculo, una especie de amistad que dura desde hace casi veinte años. Evidentemente, Keltum se aprovecha un poco de la situación, roba de vez en cuando, revende algunos utensilios, algunos platos antiguos, sisa en la compras. ¿Por qué actuaría con mi madre únicamente en nombre de los sentimientos? Mi madre mezcla todo, trabajo, afectividad, deber, etcétera. No estamos en una fábrica. Como dicen ellas: «Nos hemos encariñado la una con la otra, Dios lo ha querido así, el destino nos ha unido, sólo la muerte nos separará, hemos hecho nuestro pacto, así es, somos creyentes y Dios es testigo. Además no sabemos cuál de las dos se irá primero!».
Un sol resplandeciente envuelve a Tánger de luz. Propongo a mi madre dar un paseo en coche. No ha salido desde la última vez que fuimos al Hotel Le Mirage. Fue el verano pasado, Keltum la lleva hasta el coche y nos vamos a ver el mar. No reconoce las calles, está contenta y me bendice. Yo quería que mirase a la gente pasar, que sintiese los olores de la ciudad y que observase la entrada de los barcos en el puerto. Paro el coche delante de la playa; el sol, demasiado intenso, le impide ver bien; me doy cuenta de que ve muy poco, no sólo porque le falla la vista sino también por su pequeña estatura. Está hundida en el asiento y no puede hacer el esfuerzo de incorporarse. Se ríe de la situación y dice que parece un saco de patatas. Nos alejamos de la orilla de mar y nos dirigimos hacia el Monte Viejo. Entonces, en tono serio, me dice: «¿Hemos llegado al mausoleo de Muley Idriss o aún no?».
«Muley Idriss está en Fez, yemma, y nosotros estamos en Tánger, el santo patrón de la ciudad es Sidi Buarraquía…». «No, yo quiero ir a ver el santuario de Muley Idriss, hace tiempo que le debo esta visita, él es quien intercede por mí ante nuestro Profeta, le confío mis oraciones y él se las trasmite a nuestro santo Profeta, le querría decir que vele por mi hijo para que apruebe su examen, ya sabes, mi hijo pequeño va a ingresar en la enseñanza primaria, pero tiene que aprobar un examen». «Pero, yemma, Fez está lejos, estamos a cinco horas en coche». «¿Ah, sí? ¿No estamos en Fez ni en Mequinez? Entonces llévame a casa, al menos allí sé dónde estoy».
Al regresar a casa, le cuesta volver a sus costumbres. Por la tarde estaba cansada y ha pasado una mala noche. Keltum me dice que el aire del mar le sienta mal, que le provoca diarrea. Me da a entender que es cada vez más difícil asearla, que mi madre se niega a ponerse pañales, arranca la parte adhesiva para que no se puedan utilizar, y ella no tiene máquina de lavar la ropa, está harta y se sacrifica por lealtad hacia mi madre.