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«Hace calor, mucho calor, Fez es así, en cuanto se acerca el verano, nos achicharramos. El invierno es muy frío, el verano, muy caliente, estoy sudando, dame un poco de agua de azahar, me refresca ¿cómo es posible que ya no quede? Yo misma compre las flores, las puse a secar en la azotea y con mi prima, Lal-la María, las destilamos y obtuvimos diez botellas de litro. ¡Vaya, me dices que estoy soñando, que eso ocurrió hace treinta años! Puede ser, ¿pero es motivo para privarme de agua de azahar? ¿Qué modales son ésos? Y si quiero comer jlii, esa carne en salazón que tanto me gusta, y te pido que me prepares un poquito, ¿me negarás también ese capricho? ¡Ah, claro, el doctor dice que no es bueno para mi régimen! ¡Qué régimen, si hace treinta años que ya no como nada dulce! El jlii no lleva azúcar. ¡Ah! ¿Es por la grasa? No te preocupes, tengo una receta con limón que elimina toda la grasa. Pero ¿por dónde andará Keltum? Y la otra, ¿cómo se llama? Finge que no me ha oído. ¡Cómo es la gente! En cuanto los necesitas, se transforman en fantasmas. ¡Qué se le va a hacer! Bueno, estoy contenta de estar ya en Fez, en casa, mi padre ha llegado con la cara radiante. Siempre está así, con luz en la cara. Está feliz y nos anuncia que ha comprado un camello, y que hay que prepararse para degollarlo. Llamaremos a Larbi, el carnicero, el que se casó con la primera mujer de mi último marido. ¿Te acuerdas de mi marido, el último, el que estaba casado con Fattuma y no podía tener hijos? Buscaba una mujer que se los diera, así fue como mi tío le propuso que se casara conmigo, a pesar de que yo era dos veces viuda. Debió de dudarlo, nunca se sabe, ¿quién será esa mujer que trae la mala fortuna? En fin, el azar quiso que mi marido me eligiera como segunda, mientras mantenía en reserva a la primera. La repudió en cuanto me quedé encinta… ¡Ah! ¿Ya te he contado esa historia? No, no he sido yo, alguien ha debido de inventársela. Como te iba diciendo… Larbi, que luego tendrá trece hijos con Fattuma, degolló el camello en mitad del patio. El pobre animal gritaba como un ser humano. A mi padre le gusta ese ritual que reunía a toda la familia. Sabíamos que a principios de la primavera, Muley Ahmed compraría un camello. Mi madre ni siquiera necesitaba invitar a la familia, en cuanto el camello cruzaba por las estrechas callejuelas de la medina, todos llegaban y se instalaban en casa unos días. Mi padre estaba feliz. Por la noche jugaba a las cartas con los hombres de la familia, y, a la mañana siguiente, contaba a los comerciantes de las tiendas vecinas cómo les había ganado. Era un hombre santo, con una gran sensibilidad, se sabía el Corán de memoria aunque no entendía por qué las mujeres heredaban la mitad que los hombres. Decía lo que pensaba. A las chicas nos trataba del mismo modo que a mis hermanos varones. Un hombre extraordinario. Lo estoy esperando, no te vayas. ¿Sabes? A ti te quiere mucho, llegará dentro de un momento, y, como de costumbre, traerá manzanas de España, plátanos, nueces, dátiles de Arabia, juguetes para ti y para tu hermano, ya verás, tiene una barba magnífica, toda blanca. Dile a Keltum que me traiga la olla para que yo prepare la comida, no me puedo levantar, pero cuando él llegue, recitará una oración y mi salud volverá a ser la de antes».
Keltum me ha llamado por teléfono esta mañana: «No puedo más, su madre nos ha hecho pasar de nuevo una noche en blanco. No sólo no he pegado ojo, sino que además tuve que escuchar su delirios, contestarle, recogerla cuando se caía de la cama porque quería salir a la calle, ir al cementerio a despertar a los muertos que fingen dormir, esos muertos que pasan el día con ella y, al llegar la noche, la abandonan, ya no puedo más, me voy a volver como ella, majareta, loca de remate, pero yo no tengo a nadie que se ocupe de mí si me caigo en un rincón de la casa, tengo a mis hijos y a mis nietos pero cada cual va a lo suyo, y yo me puedo morir, se lo ruego, venga rápido a hablar con ella o a ponerla en manos de un doctor de la cabeza, que le dé alguna medicina que la tranquilice y la haga dormir, ¿se da usted cuenta?, se ha pasado toda la noche buscando debajo de la cama a Mojtar, se preguntará usted quién es el tal Mojtar, es el bebé que supuestamente tuvo el mes pasado, es el hijo de la enfermera Halima, o, más bien, de la hermana de la enfermera que dio a luz un hermoso bebé y nos lo trajo para que lo viéramos, estaba tan orgullosa de su primer hijo, la pobre, no se podía imaginar que el bebé iba a provocar ese delirio en su madre de usted, pues, en cuanto lo vio, lo confundió con su propio hijo, le quería dar de mamar, se puso a cantarle una vieja nana, y se negó a devolvérselo a su madre, hubo que quitárselo a base de engaños. Halima estuvo llorando y no ha vuelto más, pero ella está obsesionada con el bebé, lo llama Mojtar y quiere verlo. Eso es lo que está pasando, llora y dice que los muertos se han ido y se han llevado al bebé, quiere que vayamos al cementerio a buscar a Mojtar, ése es el lío en el que estoy, voy y vengo en medio de la locura y no tengo derecho a descansar, lo sé, ella está encariñada conmigo y yo con ella, pero, a veces, como ha ocurrido esta noche pierdo la paciencia. El calentador de agua se sale. Hay que repararlo. El fontanero ha dicho que tenemos que poner otro nuevo, es caro. El de la farmacia ya no nos fía, no acepta los cheques, quiere que le paguemos con dinero, yo no sé ir al banco y los cheques que usted nos da se quedan aquí, qué voy a hacer, venga pronto a resolver estos líos».
Mi madre no se sorprende al verme llegar. Está convencida de que vivo en su casa y me confunde con su hermano mayor. Sigue adelgazando. Me dice: «Estoy en los huesos, un montón de piel y huesos. Cuando yo era joven, tenía el pecho más bonito de toda la familia, estaba gordita, rellenita, no se me notaban los huesos. ¿Ves? Tócame el brazo, puro pellejo que envuelve a los huesos. Keltum quiere hacerme pasar por loca, se cree, y quiere hacérselo creer a la gente, que he parido un bebé, ¿te das cuenta?, ¡hasta dónde hemos llegado! No estoy loca, ¡a mi edad, tener un bebé! Ha confundido el bebé de la enfermera con el hijo que tuve contigo y que se murió unos días después de nacer. Le habíamos puesto de nombre Mojtar, y lo enterramos en Bab Ftuh, el cementerio que está a las afueras de la ciudad, a un cuarto de hora de aquí, coges la primera calle a la derecha, Buajarra, luego cruzas Ressif, pasas por Fejarin… espera, creo que me estoy perdiendo, para ir a Bab Ftuh es más sencillo, sales y en cuanto ves un ataúd llevado a hombros por cuatro mozarrones, lo sigues, te llevará al cementerio, allí es adonde quise ir ayer, pero Keltum me pone nerviosa y me quiere convencer de que no estamos en Fez, yo nunca me fui de Fez, ¿por qué me dice esta campesina lo contrario? Es ella la que está loca, ¿verdad, hijo, que estamos en Fez? Tu padre acaba de abrir una tienda de especias en el barrio de Diwán, allí es donde tiene su negocio, vende comino, gengibre, pimienta, pimentón, al por mayor, ve y dile que la comida está lista, aunque quizá prefiera comer allí, si tiene muchos clientes, ve, di a Keltum que estamos en Fez, que los franceses han enviado al exilio al Sultán, que Marruecos llora a su rey y que los hombres se manifiestan por las calles para que vuelva».
«Estamos en Tánger, yemma, te confundes de época, Keltum tiene razón, reza para que tenga paciencia».
«¿Cómo es posible? ¿El rey Mohamed V ha regresado y nadie me lo ha dicho? ¿Qué dices, que está muerto? ¿De qué ha muerto? ¿Por qué me ocultan todo? Me voy a enfadar. Por cierto, hijo, ayer me bañé con agua templada, casi fría, el calentador está averiado, aquí es difícil conseguir que venga un fontanero, así que Keltum calentó agua en unas ollas y me ha lavado como si yo fuera un bebé. Es verdad, me he vuelto tan pequeñita que me confunde con un bebé. ¡Yo, un bebé! Aunque sigo siendo joven, prueba de ello es que el otro día di de mamar al niño recién nacido de la enfermera. Me lo dejó, me lo dio. ¡Es tan rico! Es clavadito a ti, tus ojos, tu nariz, tu pelo… Pero me lo han robado, me han dicho que yo no estaba bien de la cabeza, se lo han dado a una joven, creo que es enfermera, para que lo cuide. Les he dicho que de acuerdo, pero me lo tendrán que devolver algún día cuando esté curada, soy su madre, ¿sabes?, por la noche sueño con ese niño, lo llevo en brazos y estoy en Muley Idriss, en el mausoleo, se lo llevo al santo para recibir su bendición, rezo por él y por todos vosotros. Dios es testigo, no dejo de pedirle alafia y le doy gracias por haberme dado ese espléndido regalo, un precioso bebé de tez blanca, como a mí me gusta, ya sabes, me disgusta la piel oscura, me vas a regañar, pero prefiero a los niños nacidos en Fez, con la piel blanca, rosada, que me recuerda la mía cuando era pequeña. Te ríes, pero es verdad, yo era guapa, pregúntaselo a tu padre, se casó conmigo cuando yo no tenía aún veinte años, dile que te lo cuente… ¿Está muerto? ¡Ah!, es verdad, pero cuando vayas a visitar su tumba, habla con él, con los muertos hay que hablar pues están vivos en nuestro corazón, Dios lo dice, está en el Corán. Espero que me cuentes todo cuando yo esté enterrada, me alegra la idea de que hables conmigo, aunque yo no pueda oírte ni responderte. ¿Sabes, hijo? Eso me tranquiliza. Se lo he dicho a tu hermano mayor, él, que se sabe de memoria el Corán, me ha prometido que rezará una azora cada vez que vaya a visitarme a mi tumba. El Corán dulcifica el corazón y envuelve el alma de misericordia y de ternura. Lo sé porque estoy a dos pasos de la tierra en la que me sepultarán. Lo sé y no me asusta. El Corán, la palabra de Alá, estará conmigo. Los ángeles me acompañarán; para ello hay que ser bueno, honrado, de corazón blanco, y yo me he pasado la vida entera evitando ensuciar mi corazón. No sé qué es robar, mentir, traicionar, hacer daño. Cuando tu padre me maltrataba con sus palabras duras e hirientes, yo le respondía con una aleya del Corán y le decía: "Te dejo en manos de Alá, yo sólo soy una pobre criatura fiel a Dios y a su profeta"».
Mi madre me comenta que mis amigos ya no van a visitarla. «Creo que o bien no sabes conservar a tus amigos o no sabes elegirlos. Me gustaría saber qué ocurre. Por cierto, Zailachi venía de vez en cuando, me traía sándalo, charlaba conmigo, me daba un beso en la frente como si yo fuera su propia madre. Es un hombre encantador, bien educado y sensato. ¿Qué le ha ocurrido? ¿Por qué no viene ya a casa? Aunque era ministro, encontraba tiempo para hacerme un ratito de compañía. Lo veo a veces en la televisión. Es un hombre guapo. Parece rejuvenecido. Siempre está al lado del rey. Es todo un señor. Tu amigo de la infancia tampoco viene a verme. Antes, su mujer solía pasar, charlábamos un rato, luego se despedía amablemente. ¡Qué curioso! ¡Cómo cambian las personas! En fin, tus amigos ya no vienen. Quizá se aburren conmigo. Ya lo sé, no les debo de hacer mucha gracia, pero son tus amigos. Espero que ellos no hayan cambiado. Mi hermano menor, el que vino a verme hace un rato, tiene muchos amigos. Diré a tu padre que Zailachi se ha distanciado un poco. Debe de estar muy atareado, ministro, padre de familia, hace muchas cosas. Yo no hago nada. Tu padre está en la tienda y yo en la cocina. Siempre ha sido así. Cocinar, limpiar la casa, poner la mesa, lavar los cacharros y tu padre protestando porque al tayín le falta sal. Por cierto, habla con él, estoy harta de sus berrinches, de su mal humor, me trata como si yo fuera su sirvienta. ¡Sí, ya lo sé, vas a decirme que tu padre murió hace diez años! Lo sé, pero él regresa de vez en cuando, entra de puntillas en casa, comprueba que todo está en orden y desaparece. Yo no lo veo, pero siento su presencia, así que hablo con él, le cuento lo que me preocupa. No le oculto nada, vacío mi corazón, él me escucha, callado, los muertos no hablan ¿verdad?».
Mi madre huele mal. Huele a caca. Se lo ha hecho encima y no lo sabe. Ella, tan elegante, tan guapa, tan pendiente de la higiene… ya no es ella. No recuerda lo que ha sido. Se habría horrorizado por su estado actual del que no es consciente. Miro a Keltum, me hace una señal con la cabeza. Salgo del dormitorio, mientras ella y Rhimo la llevan al cuarto de baño.
Mi madre, la elegancia personificada, la limpieza maniática, el perfume natural de su piel, mi madre, la primavera reinando en la azotea de la casa de Fez. Está guapa y acaba de regresar del hamam. Como de costumbre, besa la mano de su padre, que le dice: «¡A tu salud!». Comemos en la azotea, que comunica con la de los vecinos. Ponemos en común la comida y nos reunimos con sencillez. Mi madre huele muy bien. La vecina la piropea. El sol es suave. Yo juego con una de las niñas de la vecina, mientras mi hermano está haciendo los deberes de colegio, una redacción. La niña tiene unos pechitos pequeños, yo juego al doctor, ella finge que se desmaya, yo la cojo en mis brazos, mi madre sigue la escena de lejos, se ríe, la pequeña corre a refugiarse en las faldas de su madre, yo, también, mi madre me abraza y me estrecha contra ella. Huele tan bien, huele a madre cariñosa, a madre feliz, saludable.
Mi madre no entiende por qué Keltum la obliga a asearse de nuevo. Keltum está de mal humor. Es brusca. Mi madre protesta, Rhimo también, a ella no le gustan los modales de Keltum. Yo estoy en el pasillo y asisto, impotente, a la escena. Mi madre está llorando. Desvío la mirada. Me digo: podría haber venido media hora antes o después de este incidente. Quizá Keltum la ha dejado con su mierda encima para que yo me dé cuenta de todo lo que hace cuando no estoy. Es posible. «Mire lo que soporto, usted sólo viene a la hora del té, da un beso a su madre, le pide que rece por usted y le bendiga, y luego se marcha y yo estoy siempre aquí, soporto sus insomnios, la sigo en sus delirios, recojo su mierda, le pongo los pañales y me tiro al suelo a cuatro patas para limpiar lo que ella ensucia, sí, su madre ya no se controla, se orina encima, no puede contener las defecaciones, yo me he acostumbrado, pero usted hace muecas de disgusto y mira para otro lado. Tengo la impresión de que la enferma soy yo, soy yo quien está perdiendo la cabeza, y cuando la aseo, me estoy lavando a mí misma, y pienso en ella, hace apenas diez años estaba enferma pero cocinaba, estaba limpia y se preocupaba por su elegancia, hablábamos de cosas serias o frívolas, a veces nos reíamos».