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Han llegado todas las primas de su edad, sonrientes, bromeando, orgullosas de acompañar a la más joven a la ceremonia del hamam. Cada una lleva su cubo de latón. Son unas diez, y Ámbar, la antaño esclava negra de Muley Ahmed dirige el protocolo: seguidme, rodeemos a la princesa, la bella, la gacela, la que mañana será ofrecida a un hombre de bien, a un hombre de una gran familia que le dará alegría y muchos hijos, que Dios los bendiga y los colme de felicidad.
El hamam ha sido reservado para la ocasión. Zubida, la encargada, recibe al cortejo entonando albórbolas, Ámbar evoca al Profeta y a sus compañeros; las tayabat, las mujeres que darán los masajes y fricciones, están listas para empezar su tarea. La novia y sus primas se desprenden de sus vestidos que dejan en la entrada, junto a las maletas que contienen la ropa limpia. Penetran en el hamam con alegría y gritos de júbilo. Las primas bromean con Ámbar, quien, con sus enormes senos, que cuelgan como fruta madura, las hace reír; es una mujer gruesa que parece feliz de serlo. Las chicas están orgullosas de sus senos, pequeños y firmes, se tocan, se hacen cosquillas, se ríen, resbalan en el suelo húmedo de vapor. Una masajista se hace cargo de la novia. La acaricia lentamente, le da fricciones por todo el cuerpo. Al rato, Ámbar, agotada, pide un descanso para refrescarse y tomarse una naranja. Se van de la cámara caliente a la cámara templada.
Ahora respiran mejor. Tras comer algo, beber agua fresca y descansar unos instantes, vuelven al intenso calor para terminar de limpiarse la piel. La masajista les enseña cómo deben frotar el cuerpo para desprenderse de las pieles muertas sin lastimarse. Les dice, éste es el cementerio de las pieles muertas e inútiles, es el lugar donde se suprime todo lo que sobra en la piel de las mujeres, el vello, ¡ay!, el vello, tenemos que eliminarlo, cuando esté la gacela en la cama con su marido, éste sólo debe encontrar dulzura, una piel lisa, suave, todo lo que él no tiene, ¿entendéis, chicas?, la piel de la mujer debe estar preparada, todo el cuerpo debe estar preparado, y la mente también, pero, en la noche de bodas, el cuerpo se pone a prueba. Un consejo para nuestra bella y pequeña gacela que será entregada mañana a su hombre: deslízate entre sus manos como un pez, no te entregues enseguida, él tiene que buscarte, te tiene que merecer, hueles bien, estás lista, ni un solo vello en tu piel, eres una fruta madura, pero él tiene que ganársela. Eres obediente, por supuesto, y a la vez, tienes derecho a jugar, después de todo, aún eres una niña, ¡una cría de apenas quince años!
Llega el momento del takbib: las empleadas han llenado de agua caliente y templada siete cubos que derramarán poco a poco sobre la cabeza de la novia; dicen que el recipiente viene de La Meca. Después de los siete lavados, proclaman que la gacela está bajo la protección de los ángeles.
Tres horas después, Ámbar observa que la futura novia ya no puede más, se desmaya. Ámbar la toma en sus brazos y la instala en la cámara donde el vapor es soportable, la envuelve en una gran futa, una enorme toalla comprada para la ocasión, y la lleva a la sala de descanso, le ofrece un vaso de leche, luego le da a oler un perfume fuerte, las chicas salen también, Aixa habla con la futura novia para tranquilizarla: «Ha sido la emoción, el momento importante se acerca, tienes suerte, ¡cuándo me tocará a mí!, yo soy demasiado vieja, dentro de poco cumpliré veinte años y aún no me he casado, soy la mayor y mi hermana pequeña se ha casado antes que yo, el mundo al revés, y, sin embargo, soy bonita, menos que tú, pero espero mi turno, lo que esté escrito para mí llegará… no seré una mercancía pasada de fecha…».