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14 Una mujer a la moda

En otoño de 1995 presenté una solicitud de renuncia al cargo de directora de Desarrollo de Programas y Planificación, argumentando que tenía que vérmelas con demasiados trabajos simultáneamente y que la carga laboral producida por mi programa de radio -informar, editar, contestar la correspondencia- iba en constante aumento. De hecho, lo que realmente deseaba era tener más tiempo para mí. Estaba harta de tener que examinar montañas de documentos llenos de prohibiciones y atender a reuniones interminables. Necesitaba dedicarle más tiempo a conocer de cerca a las mujeres chinas.

Mi decisión no hizo demasiada gracia a mis superiores, pero a estas alturas me conocían lo suficiente para saber que si me obligaban a seguir en el puesto era muy capaz de dimitir definitivamente. Mientras me quedara en la emisora, podrían seguir aprovechando mi presencia pública y mis numerosos contactos sociales.

En cuanto salió a la luz mi decisión, mi futuro se convirtió en motivo de interminables conjeturas y debates. Nadie podía entender la razón por la que había abandonado la seguridad de éxito continuado que ofrecía una carrera oficial. Hubo gente que dijo que iba a sumarme a la ola de nuevos empresarios, otros aventuraron que iba a aceptar una plaza de profesora universitaria muy bien pagada, aunque también los hubo que pensaron que me iría a América. Dicho con otras palabras: «Haga lo que haga Xinran, será algo distinguido.» Aunque pueda parecer que ser considerada una innovadora y una mujer moderna sea bueno, yo sabía lo mucho que podía sufrir la gente en manos de la «moda».

La moda en China siempre ha sido política. En la década de los cincuenta, la gente convirtió en moda a seguir el estilo de vida del comunismo soviético. Vociferaban consignas políticas, como por ejemplo:

– ¡Pongámonos a la altura de América y adelantemos a Inglaterra en veinte años!

Y seguían rigurosamente todas las disposiciones del presidente Mao al pie de la letra. Durante la Revolución Cultural estuvo de moda trasladarse al campo para ser «reeducados». La humanidad y la sabiduría fueron desterradas a parajes en los que no se sabía que había lugares en el mundo donde las mujeres podían decir «no» y los hombres podían leer los periódicos.

En la década de los ochenta, tras la política de reforma y apertura, la gente empezó a poner de moda entrar en el mundo de los negocios. En poco tiempo, se empezó a poner «director de empresa» en todas las tarjetas de visita. Había un dicho que rezaba: «De mil millones de personas, había noventa millones de empresarios y diez millones esperando montar un negocio.»

Los chinos nunca han seguido una moda por libre elección; siempre han sido llevados a ella por razones políticas. En mis entrevistas a mujeres chinas en particular, descubrí que muchas de las supuestas mujeres «a la moda» o «innovadoras» habían sido obligadas a ser así y luego perseguidas por la moda que encarnaban. Los hombres chinos dicen que las mujeres fuertes están de moda en estos días, pero las mujeres creen que «detrás de toda mujer exitosa hay un hombre que le causa dolor».

En una ocasión entrevisté a una célebre mujer de negocios que estaba constantemente en el candelero. Siempre había sido considerada una innovadora y yo había leído mucho acerca de ella en los periódicos. Me interesaba saber cómo se sentía estando siempre en boca de todos y cómo había llegado a ser tan conocida.

Zhou Ting había encargado un lujoso reservado en un restaurante de cuatro estrellas para nuestra entrevista. Me dijo que era para asegurarse de que gozáramos de privacidad. Cuando llegó, me dio toda la impresión de ser una mujer que disfrutaba estando de moda. Llevaba ropa cara y elegante de cachemira y seda, y un montón de joyas que brillaban y tintineaban cuando se movía. Me habían contado que daba cenas extravagantes en grandes hoteles y que cambiaba de coche tan a menudo como cambiaba de ropa. Era directora general en funciones de alimentos orgánicos para varias grandes compañías de la zona. Sin embargo, después de haberla entrevistado, descubrí que había una mujer muy distinta tras su aspecto elegante.

Al principio de nuestra entrevista, Zhou Ting me contó varias veces que llevaba mucho tiempo sin hablar de sus verdaderos sentimientos. Yo le dije que siempre entrevistaba a las mujeres acerca de sus verdaderas historias porque la verdad es el alma de la mujer. Me echó una mirada penetrante y replicó que la verdad nunca resulta «elegante».

Durante la Revolución Cultural, la madre de Zhou Ting, una profesora, fue obligada por la Guardia Roja a asistir a clases de estudio político. A su padre le permitieron quedarse en casa: tenía un tumor en la glándula adrenal y estaba tan enfermo que apenas era capaz de levantar unos palillos. Uno de los Escoltas Rojos dijo más tarde que no consideraron que valiera la pena molestarse por él. Al final, su madre estuvo en prisión varios años.

Desde el primer año en la escuela primaria, Zhou Ting fue perseguida por su procedencia. A veces, sus compañeros de clase le daban palizas hasta dejarla amoratada, otras le hacían cortes atroces en los brazos dejándole heridas ensangrentadas. Sin embargo, la miseria de estos ataques empalidecía comparada con el terror de ser interrogada acerca de su madre por los trabajadores, los equipos de propaganda y los grupos políticos apostados en la escuela, que la pellizcaban o la golpeaban en la cabeza si se quedaba en silencio. Tenía tanto miedo de ser interrogada que se ponía a temblar si caía una sombra en la ventana del aula.

A finales de la Revolución Cultural, la madre de Zhou Ting fue declarada inocente y fueron rechazadas como falsas las acusaciones que había contra ella por acciones contrarrevolucionarias. Madre e hija habían sufrido innecesariamente durante diez años. El padre de Zhou Ting tampoco escapó a la injusticia: durante la Revolución Cultural, los Escoltas Rojos habían rodeado su cama de hospital y lo habían sometido a numerosos interrogatorios hasta su muerte.

– Incluso ahora, a menudo me despierto con un sobresalto por las pesadillas en las que recuerdo las palizas de mi infancia -dijo Zhou Ting.

– ¿La experiencia que tú viviste era excepcional en tu escuela? -pregunté.

Los rayos de sol entraban a chorros por la ventana del reservado, y Zhou Ting corrió las cortinas para que no nos deslumbraran.

– Yo destacaba en la escuela. Recuerdo que mis compañeros de clase siempre hablaban emocionados de ir a la universidad para ver cómo mi madre era impugnada o escuchar a escondidas cómo me interrogaba el equipo político.

– Y en tu vida posterior has destacado por diferentes razones.

– Sí -dijo Zhou Ting-. Primero mi madre y luego los hombres que tenía a mi alrededor se encargaron de que la gente siempre estuviera interesada en mí.

– ¿Esto fue en tu vida profesional o en tu vida privada?

– Sobre todo en mi vida privada -contestó.

– Hay gente que dice que las mujeres tradicionales son incapaces de guardar sentimientos modernos, y que las mujeres modernas son incapaces de ser castas o leales. ¿Qué camino crees tú que has tomado?

Zhou Ting daba vueltas a sus anillos. Me fijé en que no llevaba alianza.

– Soy muy tradicional por naturaleza, pero, como ya sabrás, fui obligada a dejar mi matrimonio -dijo.

En una ocasión me invitaron a asistir a una charla en la que ella había presentado unas propuestas para una ley que regulara la disolución de los matrimonios, pero no sabía nada de su experiencia personal, salvo lo que había leído en los periódicos.

– Mi primer matrimonio, el único que tuve, de hecho, fue como tantos otros en China. Unos amigos me presentaron al hombre que se convertiría en mi marido. Por aquel entonces yo estaba en Ma’anshan y él en Nanjing, por lo que sólo nos veíamos una vez por semana. Fueron tiempos idílicos: mi madre había salido de la cárcel, y yo tenía un trabajo y una relación de pareja. Cuando la gente me animaba a que me tomara mi tiempo para vivir y aprender de las experiencias antes de tomar decisiones, me resistí, convencida de que sus consejos se parecían demasiado a los de los trabajadores políticos que me habían interrogado durante la Revolución Cultural. Mi novio y yo estábamos preparando la boda cuando él sufrió un accidente laboral y perdió los dedos de la mano derecha. Mis amigos y familiares me pidieron que me lo pensara dos veces antes de casarme con él; era un minusválido y tendríamos que enfrentarnos a muchos problemas. En mi defensa cité varias historias de amor famosas, antiguas y modernas, de China y del extranjero, y dije a todo aquel que quiso escucharme que «el amor es incondicional, es una especie de sacrificio. Si amas a alguien, ¿cómo puedes abandonarlo cuando tiene problemas?». Dejé mi trabajo y me trasladé a Nanjing para casarme con él.

Sentí una gran simpatía por la decisión de Zhou Ting.

– Tu comportamiento debió de resultar muy ingenuo a la gente que te rodeaba, pero sin duda debiste de sentirte muy orgullosa de ti misma, y también muy feliz -le dije.

Zhou Ting asintió.

– Sí, tienes razón, entonces realmente era muy feliz. No tenía ningún miedo a casarme con un hombre minusválido. Me sentía como la heroína de una novela romántica.

Descorrió la cortina levemente y un débil rayo de sol sesgado cayó en su nuca y reverberó en su collar arrojando un reflejo luminoso en la pared.

– Cuando empezó nuestra vida en común descubrí que todo había cambiado. Los jefes de la unidad de trabajo de mi marido en la mina de hierro de Meishan, en Nanjing, habían prometido que me darían un buen trabajo en el hospital para ayudarnos después de nuestra boda, pero, cuando finalmente llegué, sólo me ofrecieron un trabajo de ama de llaves en una escuela de enseñanza primaria. Y utilizaron mi falta de documentos locales de matriculación como excusa para evitar que reuniera los requisitos necesarios para conseguir un ascenso o un aumento de sueldo aquel año. Jamás había esperado de estos respetables y dignos líderes que fueran a faltar a su palabra de esta manera.

»Sin embargo, mi nuevo trabajo no era el mayor problema. Pronto descubrí que mi marido era un mujeriego incorregible. Se acostaba con cualquier mujer que estuviera dispuesta a ello, desde las que eran varias décadas mayores que él hasta las más jovencitas. Ni siquiera despreciaba mantener relaciones con vagabundas con greñas y rostros sucios. Yo estaba desolada. Estando yo embarazada, salía toda la noche y utilizaba todo tipo de excusas, pero siempre acababa por traicionarse.

»Después de un tiempo le advertí que no estaba dispuesta a soportar sus infidelidades y él estuvo de acuerdo en dejarlo. Poco después, me dijo que algunos días tendría que trabajar hasta tarde. Cuando un día uno de sus colegas vino a verlo le dije que estaba haciendo horas extras. Su colega me respondió que no hacía horas extras.

»Entonces me di cuenta de que había vuelto a las andadas. Estaba furiosa. Pedí a la vecina que vigilara a mi hijo y salí corriendo hacia la casa de la mujer con la que sabía que había mantenido una relación amorosa antes de su promesa. Su casa estaba a unas pocas calles de allí. Cuando estuve cerca vi la bicicleta de mi marido apoyada contra la verja. Estaba temblando de rabia cuando llamé a la puerta. Esperé largo rato y volví a llamar, hasta que una mujer con las ropas desarregladas abrió por fin la puerta de al lado gritando:

»-¿Quién es? ¿Por qué armas tanto jaleo a estas horas de la noche?

»Sin embargo me reconoció al momento y balbució:

»-¿Tú? ¿Qué estás haciendo aquí? Él… él no está aquí.

»-¡No he venido a buscarlo a él, sino a hablar contigo! -dije.

»-¿Conmigo? ¿Qué quieres de mí? No he hecho nada que pueda ofenderte.

»-¿Puedo entrar y hablamos un rato?

»-No, no me parece oportuno.

»-De acuerdo, podemos hablar aquí. Sólo quería pedirte que no sigas viendo a mi marido. Es padre de familia.

»La mujer exclamó:

»-¡Es tu marido quien viene corriendo a mi casa cada día, yo nunca he estado en la vuestra!

»-¿Me estás diciendo que no piensas rechazarlo? Él…

»De pronto interrumpí mi discurso, bañada en sudor frío. No estaba acostumbrada a los enfrentamientos.

»-¡Qué ironía! -se mofó la mujer-. ¿Eres incapaz de retener a un hombre y me reprochas que no le cierre la puerta?

»-Tú… Eres…

»Me quedé muda de rabia.

»-¿Yo? ¿Yo qué? Si no tienes lo que hay que tener, no vengas aquí aullando como un gato en celo. ¡Tú harías lo mismo que hago yo si tuvieras la oportunidad!

»Sonaba como una prostituta de la calle, pero era una mujer culta, una doctora.

»De pronto apareció mi marido abrochándose la ropa:

»¿Por qué os peleáis, perras celosas? ¡Dejad que os muestre cómo es un hombre de verdad!

»Antes de que me diera tiempo a reaccionar, mi marido tomó una vara de bambú y empezó a azotarme.

»Su amante gritó:

»-¡Deberías haberle dado una lección antes!

»Sentí un dolor punzante en el hombro izquierdo, donde me había golpeado. Estaba impedido por su mano derecha mutilada y pude evitar los siguientes golpes.

»El ruido había atraído a muchos vecinos de la zona residencial. Se quedaron pasivos, mirando cómo mi marido me perseguía y pegaba mientras su amante me insultaba y soltaba improperios. Cuando finalmente acudió la policía, mi cuerpo estaba cubierto de cortes y magulladuras, pero oí a una anciana que decía:

»-Estos perros amarillos (los agentes de policía) son realmente unos entrometidos. ¡Mira que meter las narices en los asuntos privados de la gente!

»En el hospital, el doctor me extrajo del cuerpo veintidós astillas de bambú. La enfermera estaba tan escandalizada por lo que me había pasado que escribió una carta al periódico local. Dos días más tarde apareció una fotografía de mí envuelta en vendajes y acompañada de un artículo que decía que había que tratar a las mujeres con respeto. Mucha gente, sobre todo mujeres, por supuesto, vino a verme al hospital y me trajeron regalos y comida. Tardé un par de semanas más en ver el artículo del periódico. Me habían descrito, erróneamente, como una esposa que había sido maltratada durante largo tiempo. No sabía si habían exagerado mi situación porque alguien había sentido pena por mí o porque habían querido devolver el golpe en nombre de todas las mujeres maltratadas sacando a mi marido a la palestra.

– ¿Intentaste corregir la versión errónea?

– No, estaba hecha un lío, no sabía qué hacer. Era la primera vez que salía en un periódico. Además, en el fondo de mi corazón estaba agradecida por el artículo. Si simplemente hubieran considerado que mi marido estaba «poniendo las cosas de casa en su sitio», ¿cómo podría mejorar alguna vez la situación de las mujeres?

Muchos chinos piensan que lo único que hace un hombre que maltrata a su mujer o pega a sus hijos es «poner las cosas de casa en su sitio». Las campesinas de cierta edad, sobre todo, aceptan estas prácticas. Al haber vivido bajo el dictado de que «una mujer amargada aguanta hasta que se convierte en suegra», creen que todas las mujeres deberían correr su mismo destino. De ahí que la gente que fue testigo de la paliza que recibió Zhou Ting no interviniera para ayudarla.

Zhou Ting suspiró.

– A veces pienso que no me han ido tan mal las cosas. Hubiera sido peor de haber nacido mujer en otros tiempos. Da igual haber ido al colegio. Entonces sólo hubiera tenido los restos de arroz de mi marido para comer.

– Eres buena consolándote a ti misma -dije, mientras pensaba para mis adentros que muchas mujeres chinas se consuelan con este tipo de ideas.

– Mi marido me dijo que tantos estudios me habían echado a perder.

– No llegó a esta conclusión por sí solo. Fue Confucio quien dijo que la falta de talento en una mujer es una virtud. Hice una pausa y entonces le pregunté:

– ¿No apareciste más tarde en la prensa con relación a un caso de asesinato frustrado?

– Sí, supongo que sí. Los periódicos me convirtieron en la mala de la película y me enseñaron el poder de los medios de comunicación. Hasta este día, nadie me ha creído cuando les he contado lo que realmente ocurrió. Todo el mundo parece creer que lo que se publica en un diario va a misa.

– O sea que crees que lo que salió en aquel reportaje era inexacto -apunté suavemente.

Zhou Ting pareció inquietarse.

– Creo en el castigo divino. ¡Que me parta un rayo si miento!

– Por favor, no te sientas obligada a jurar -dije para tranquilizarla-. Yo no estaría aquí si no quisiera escuchar tu versión de la historia.

Apaciguada, Zhou Ting prosiguió su relato.

– Pedí el divorcio, pero mi marido se arrastró ante mí pidiendo una última oportunidad y diciendo que debido a su minusvalía no podría sobrevivir sin mí. Estaba desgarrada por las emociones: después de que me hubiera dado aquella terrible paliza, ya no creía que pudiera cambiar, pero temía que realmente no fuera capaz de vivir sin mí. Sus historias amorosas andaban muy bien, pero ¿iban sus amantes a aguantar a su lado en lo bueno y en lo malo?

»Pero un buen día volví a casa temprano y encontré a mi marido con una mujer, ambos medio desnudos. Toda la sangre me subió a la cabeza y grité a la mujer:

»-¿Cómo puedes pretender ser una mujer si te comportas como una puta en mi casa? ¡Fuera de aquí!

»Grité y maldije fuera de mí. La mujer se fue trastabillando a mi dormitorio y recogió su ropa de mi cama. Agarré un cuchillo de carnicero de la cocina y dije a mi marido:

»-Dime, ¿qué clase de hombre eres?

»Mi marido me dio una patada en la ingle a modo de respuesta. Totalmente encendida le arrojé el cuchillo, pero él se agachó y se quedó mirándome fijamente, perturbado porque había osado atacarlo. Yo estaba temblando de furia, apenas podía hablar:

»-Vosotros… vosotros dos, ¿qué se supone que estáis haciendo? Si no desembucháis ahora mismo… ¡uno de nosotros morirá aquí y ahora! -les dije.

»Había agarrado un cinturón de cuero que colgaba de la puerta. Mientras hablaba iba dando latigazos con él como una loca, pero ellos se apartaban. Cuando me volví hacia mi marido para darle, la mujer escapó. Me volví y la perseguí hasta llegar a la comisaría, azotándola con el cinturón mientras ella gritaba que nunca más volvería a acostarse con mi marido. En cuanto hubo atravesado la reja de la comisaría, corrió a la sala de guardia gritando:

»-¡Socorro, me han atacado!

»Yo no sabía que la mujer estaba emparentada con uno de los agentes de la comisaría, ni que uno de sus amantes también trabajaba allí. Cuando al instante siguiente un agente me retorció el brazo por la espalda grité:

»-¡Se equivoca totalmente!

»-¡Cierre la boca! -me dijo con brusquedad.

»-Realmente está equivocado. Esta mujer ha cometido adulterio con mi marido y en mi casa, ¿me escucha? -le dije, mientras me retorcía para liberarme de su brazo.

»-¿Qué? -exclamó.

»Los demás agentes que se habían congregado a nuestro alrededor estaban consternados. Como bien sabrás, por entonces, cualquier relación sexual fuera del matrimonio constituía una grave ofensa. Podía significar una condena de más de tres años de prisión.

»El agente me soltó.

»-¿Qué pruebas tienes? -me espetó.

»-Si aporto pruebas, ¿qué haréis con ella? -pregunté, convencida de que podría probarlo.

»No contestó a mi pregunta directamente.

»-Si no consigues aportar pruebas, te detendremos por hacer falsas acusaciones y por agresión -me dijo.

»Entonces no había un procedimiento judicial propiamente dicho. Echando ahora la vista atrás, me pregunto si aquellos agentes realmente conocían la ley.

»-Concédame tres horas -le dije-. Si no consigo pruebas, podrá encerrarme.

»Uno de los agentes de mayor edad, tal vez el comisario, respondió:

»-De acuerdo, un agente la acompañará para recoger las pruebas.

»Mi marido estaba sentado en el sofá fumando un cigarrillo cuando volví a casa acompañada por un agente. Parecía sorprendido, pero lo ignoré y me dirigí directamente al dormitorio, luego al baño, pero no encontré nada sospechoso. Finalmente, abrí el cubo de la basura de la cocina y encontré unas braguitas cuya entrepierna estaba manchada de semen.

»El policía me miró y asintió. Mi marido, que hasta entonces me había observado con inquietud mientras buscaba, palideció y dijo entre tartamudeos:

»-T-t-t-ú… ¿Qué estás haciendo?

»-Voy a entregaros a los dos a la policía -dije con firmeza.

»-¡Pero vas a arruinarme la vida! -dijo él.

»-¡Tú eres quien ya ha hecho mucho para arruinármela a mí! -le respondí. Luego recogí la prueba del cubo de la basura y lo dejé con el agente de policía.

»Cuando llegué a la comisaría, un agente me llevó aparte y me dijo que quería discutir algo conmigo.

»Me quedé sorprendida.

»-¿Discutir? ¿Qué quiere discutir? -pregunté.

»-Bueno, la mujer que usted ha acusado de adulterio es la cuñada del comisario. Si esto sale a la luz, él tendría problemas. El marido de la mujer también nos ha suplicado que lleguemos a un acuerdo con usted. Dice que su mujer es ninfómana y que su hija acaba de cumplir catorce años. Si encarcelamos a la mujer, su familia se encontrará en una situación difícil.

»-¿Y qué me dice de mi familia? ¿Qué se supone que puedo hacer yo? -dije. Empezaba a estar muy enfadada.

»-¿No es cierto que está tramitando el divorcio en estos momentos? Es muy difícil conseguir el divorcio, tendrá que aguantar un procedimiento de al menos tres años. Nosotros podemos conseguir a alguien que hable por usted al juez y que incluso estaría dispuesto a ser su testigo si así lo desea a fin de aligerar el proceso.

»Entendí adónde pretendía llegar.

»-¿Qué tipo de testimonio daría? -le pregunté.

»El agente parecía ser una persona atenta y amable. Dijo:

»-Podemos atestiguar que su marido ha mantenido relaciones extramatrimoniales.

»-¿Qué pruebas piensan presentar? -Estaba pensando en las braguitas que llevaba en las manos.

»-Bueno, digamos que corren muchos chismes sobre su marido. Simplemente testificaremos que lo que se dice de él es cierto.

»-De hecho no hace falta que se invente una historia -dije-. Aquí tiene la prueba de esta noche. -Le entregué ingenuamente la ropa interior manchada sin pedir un recibo a cambio ni insistir en la redacción de un informe que recogiera nuestro acuerdo firmado y archivado. Lo único que quería era que todo se acabara de una vez.

»Dos semanas más tarde, en el juzgado de familia, declaré que la comisaría testificaría a mi favor. El juez anunció:

»-De acuerdo con nuestros informes, dicha comisaría no tiene constancia de haber tratado ningún asunto con usted.

»¿Cómo es posible que la Policía del Pueblo sea capaz de estafar así a la gente? -exclamó Zhou Ting.

No me sorprendió la falta de escrúpulos del cuerpo de policía, pero pregunté:

– ¿Denunciaste tu caso a alguna instancia gubernamental?

– ¿Denunciarlo? ¿A quién? Antes incluso de que me hubiera dado tiempo a volver a la comisaría para suplicarles que testificaran a mi favor, el diario local había publicado un artículo titulado «La venganza de una esposa». Me retrataron como una mujer violenta que se estaba divorciando de su marido. El artículo fue publicado en otros periódicos y cada vez que aparecía estaba retocado: ¡al final, yo era una loca riéndose en un charco de sangre!

Sentí vergüenza por los compañeros periodistas que habían distorsionado de este modo la historia de Zhou Ting.

– ¿Cómo reaccionaste?

– Entonces tan sólo era una cosa más a la que tenía que enfrentarme. Mi familia se había hecho pedazos y yo vivía con mi madre en aquellos tiempos.

– ¿Y qué fue de tu antiguo piso?

En cuanto hube formulado la pregunta, me di cuenta de que conocía la respuesta: en las unidades de trabajo dirigidas por el estado, prácticamente todo lo asignado a una familia está a nombre del hombre.

– La unidad de trabajo declaró que el piso estaba a nombre de mi marido y por lo tanto le pertenecía.

– ¿Y dónde se suponía que vivirías, según la unidad de trabajo?

Las mujeres divorciadas son tratadas como si fueran hojas mustias, pensé.

– Me dijeron que debía buscar algún alojamiento temporal y esperar al siguiente turno de concesión de viviendas.

Yo sabía que en el lenguaje oficial, el «siguiente turno» podía llegar a significar años de espera.

– ¿Y cuánto tardaron en asignarte una vivienda? -pregunté.

Zhou Ting resopló con ironía.

– Todavía estoy esperando, después de nueve años.

– ¿Quieres decir que no hicieron nada por ti?

– Prácticamente nada. Acudí a la secretaria general del sindicato, una mujer de cincuenta y pico años, para pedirle ayuda. Ella me dijo, en un tono de voz muy amable:

»-Es fácil para una mujer. Lo único que tienes que hacer es buscarte a otro hombre con un piso y tendrás todo lo que necesitas.

Luché por comprender el concepto del mundo que debía de tener un miembro del Partido capaz de decir tal cosa.

– ¿Realmente te dijo esto la secretaria general del sindicato?

– Eso fue lo que me dijo, palabra por palabra.

Creí empezar a comprender a Zhou Ting un poco mejor.

– ¿Quiere eso decir que nunca consideraste tomar medidas contra el trato que recibiste por parte de los medios de comunicación? -pregunté, sin esperar que lo hubiera hecho.

– No, bueno, con el tiempo acabé haciendo algo. Telefoneé a la oficina del periódico pero me ignoraron y entonces me quejé directamente al redactor jefe. Medio en broma, medio con amenazas me dijo:

»-Zhou Ting, todo ha terminado. Si tú no lo sacas a la luz, nadie volverá a pensar en ello ni a remover el asunto. ¿Realmente quieres volver a aparecer en los diarios? ¿Realmente quieres volver a las portadas?

»Poco dispuesta a someterme a más situaciones desagradables convení en dejar el asunto atrás.

– En el fondo, tenías un corazón muy tierno entonces -dije.

– Sí, algunos de mis amigos dicen que tengo «una boca de cuchillas y un corazón de tofu». ¿De qué me sirve? ¿Cuánta gente hay capaz de ver tu corazón a través de tus palabras?

Hizo una pausa y luego continuó.

– Realmente no sé muy bien por qué volví a aparecer en las noticias por tercera vez. Supongo que fue por razones de amor. Había un joven profesor en mi unidad de trabajo que se llamaba Wei Hai. No era de la zona y vivía en el dormitorio de la escuela. Por aquel entonces, mi divorcio estaba en los tribunales. Aborrecía la sola visión de mi marido y tenía miedo a que me diera una paliza, por lo que a menudo me quedaba en la oficina leyendo revistas. Wei Hai solía sentarse en la sala de profesores a leer los diarios. Un buen día me tomó la mano repentinamente y me dijo:

»-Zhou Ting, no sufras. ¡Deja que te haga feliz!

»Las lágrimas brillaban en sus ojos, jamás lo olvidaré.

»Por entonces todavía no estaba divorciada, pero tenía otras dudas aparte de la de iniciar o no una relación con Wei Hai. Tenía casi nueve años menos que yo; las mujeres envejecen tan temprano… seríamos objeto de tantos chismes… Tenía miedo. Supongo que conoces el dicho: «Hay que temer las palabras de los hombres.» Pues bueno, pueden incluso llegar a matar -dijo Zhou Ting fieramente.

»Cuando finalmente mi divorcio prosperó, la gente ya me tachaba de «mala mujer». Afortunadamente eso fue al principio del período de reforma económica. Todo el mundo estaba ocupado persiguiendo el dinero y tenían menos tiempo para meter sus narices en los asuntos de los demás. Empecé a vivir con Wei Hai. Era muy, pero muy bueno conmigo, en todos los sentidos. Era tan feliz con él, incluso empezó a ser más importante para mí que mi propio hijo.

Una hazaña considerable, teniendo en cuenta la forma de pensar tradicional de los chinos, que ponen a los hijos por encima de todo lo demás.

– Tras un año de convivencia, un representante del sindicato y un administrador de mi unidad de trabajo nos hicieron una visita para pedirnos que consiguiéramos un certificado de matrimonio cuanto antes. Aunque China estaba inmerso en un proceso de apertura, la cohabitación era considerada «una ofensa a la decencia pública» por algunos ciudadanos, sobre todo por las mujeres. Sin embargo, la felicidad y la fuerza que me había conferido nuestra vida en común superaba con creces mi miedo a la opinión de los demás. Para nosotros, el matrimonio sólo era una cuestión de tiempo. Tras la visita de los funcionarios decidimos solicitar a nuestras respectivas unidades de trabajo que nos extendieran un certificado la semana siguiente, de manera que pudiéramos registrar nuestro matrimonio. Al haber convivido durante más de un año, no celebramos el acontecimiento ni nos emocionamos especialmente.

»El siguiente lunes por la noche pregunté a Wei Hai si ya había conseguido su certificado. Me dijo que no. Yo tampoco había conseguido el mío porque había estado muy atareada, y acordamos que conseguiríamos nuestros certificados definitivamente antes del miércoles. El miércoles por la mañana llamé a Wei Hai para contarle que ya había conseguido el mío y le pregunté si él tenía el suyo. «No hay problema», me contestó. Alrededor de las tres me llamó para decirme que mi madre quería que fuera a Ma’anshan a visitarla. No me dijo para qué. Pensé inmediatamente que le habría pasado algo, por lo que me apresuré a pedir permiso para salir antes y salí corriendo hacia la estación de autobuses, a las cuatro y media. Cuando llegué a casa de mi madre, una hora más tarde, jadeante y preocupada, me preguntó sorprendida:

»-¿Qué ha pasado? Wei Hai me llamó para decirme que iba a venir a Ma’anshan y me pidió que me quedara en casa. ¿Qué os pasa?

»-No estoy segura -dije, confundida.

»Sin darle más vueltas, abandoné a mi madre y salí corriendo hacia la estación para encontrarme con Wei Hai en cuanto se bajara del autobús de Nanjing. Más de un año conviviendo con él no había marchitado el primer resplandor del amor. Apenas era capaz de estar lejos de él; me resultaba doloroso dejarlo para ir a trabajar, y cada día deseaba ansiosa volver a casa cuanto antes. Estaba enamorada, en trance.

»A las ocho y media, más o menos, de aquella tarde, Wei Hai todavía no había llegado a la estación de autobuses. Estaba desesperada. Pregunté al conductor de cada uno de los autobuses que llegaron si había habido algún accidente o avería en la carretera, y si todos los autobuses programados estaban funcionando. Sus respuestas fueron todas tranquilizadoras: no había pasado nada fuera de lo normal. Pasadas las nueve decidí que no podía esperar más y me subí a un autobús que me llevaría de vuelta a Nanjing para ver si Wei Hai estaba en casa, enfermo. No osaba siquiera pensar en lo que podía haberle pasado. Pensando que tal vez Wei Hai hubiera tomado un autobús a Ma’anshan mientras yo viajaba en dirección contraria, encendí una linterna que traía conmigo y la dirigí hacia los vehículos que pasaban en sentido contrario. La verdad es que no pude ver nada, pero me reconfortaba intentarlo. Al rato, la policía de tráfico nos obligó a detenernos en el arcén. El agente que subió a bordo del autobús dijo que parecía que algún pasajero había estado haciendo señales con una linterna, por lo que rogaban que todos nos apeáramos para ser registrados. Avancé hacia la parte delantera del autobús inmediatamente para explicar que había utilizado la linterna porque temía que mi marido hubiera tomado el autobús equivocado. El furioso agente de tráfico nos instó a proseguir el viaje y los demás pasajeros me maldijeron por causar retraso. No me importó. Simplemente me disculpé y seguí mirando por la ventanilla.

»Vivíamos cerca de la estación de autobuses. Cuando ya estaba cerca de nuestro piso vi que había luz y mi corazón se hinchó. Sin embargo, ambas puertas estaban cerradas, lo cual era extraño: las puertas interiores no solían estar cerradas con llave cuando había alguien en casa. Me atravesó una oleada de terror cuando descubrí que el piso estaba vacío. El instinto me hizo abrir el armario del dormitorio. Me quedé helada: faltaba la ropa de Wei Hai. Se había ido.

– ¿Que Wei Hai se había ido? ¿Había abandonado la casa y se había ido?

El labio inferior de Zhou Ting temblaba.

– Sí, se había ido. Se había llevado todas sus cosas. Justo cuando habíamos decidido casarnos, se fue.

Lo sentí profundamente por ella.

– ¿Te dejó una nota, una carta, una explicación, algo?

– Ni una sola palabra -dijo Zhou Ting, a la vez que levantaba la barbilla para evitar que una lágrima corriera por su mejilla.

– Oh, Zhou Ting -dije, falta de palabras.

La lágrima se escurrió por su mejilla.

– Me desmayé. No sé el tiempo que permanecí echada en el suelo, temblando. Cuando escuché pasos fuera, un último hilo de esperanza me hizo ponerme en pie. El primo de Wei Hai estaba delante de la puerta. Me dijo que Wei Hai le había pedido que me entregara las llaves. Con la puerta todavía cerrada le dije que era muy tarde y que no era un buen momento, que hablaríamos al día siguiente. No pudo hacer más que irse.

»Cerré todas las ventanas y las puertas, abrí el paso del gas, me senté y empecé a grabar una cinta. Quería pedir perdón a mi madre por no haber saldado la deuda que tenía con ella por haberme criado; quería pedirle perdón a mi hijo por no haber cumplido con mi obligación natural con él; no tenía corazón ni fuerzas para seguir viviendo. No tenía intención de dejarle nada dicho a Wei Hai, pues pensaba que mi alma expresaría mi amor y mi dolor en el inframundo. Tenía la cabeza y el cuerpo como si fueran a explotar y apenas podía sostenerme de pie cuando oí voces delante de la ventana:

»-¡Ting, abre la puerta, tu madre te está esperando fuera!

»-¡No hagas ninguna tontería, ya eres adulta! ¿Qué importa un hombre? ¡El mundo está lleno de hombres buenos!

»-¡Hagas lo que hagas, no se te ocurra encender una cerilla!

»-¡Rápido! Esta ventana es suficientemente grande… rómpela… date prisa…

»No sé qué pasó a continuación. Lo siguiente que recuerdo es a mi madre, que me daba la mano y lloraba. Cuando vio que abría los ojos, sollozó con tal fuerza que no fue capaz de hablar. Más tarde me contó que había permanecido inconsciente durante más de dos días.

»Tan sólo yo sabía que no había vuelto realmente a la vida: mi corazón seguía estando inconsciente. Permanecí ingresada en el hospital durante dieciocho días. Cuando lo abandoné, pesaba menos de treinta y ocho kilos.

– ¿Cuánto tiempo tuvo que pasar hasta que pudiste dejar este dolor atrás?

Me di cuenta inmediatamente de lo estúpida que era mi pregunta: para Zhou Ting era imposible olvidar el dolor. Se secó los ojos.

– Durante prácticamente dos años dormí mal. Desarrollé una extraña enfermedad: la sola visión de un hombre, de cualquier hombre, me ponía enferma. Si un hombre chocaba conmigo en el autobús, nada más llegar a casa tenía que lavarme todo el cuerpo con jabón. Esta situación se prolongó durante tres años. No pude soportar quedarme en mi antigua unidad de trabajo después de que se hubiera marchado Wei Hai y, por lo tanto, dimití. Entonces resultaba muy difícil abandonar un trabajo, pero yo no tenía obligaciones ni nada que temer. Acepté la oferta de trabajo de una compañía comercial. Gracias a mis conocimientos y a cierta habilidad para los negocios, pronto me convertí en una agente de ventas exitosa y popular de la industria alimenticia. Fui requerida por varias compañías importantes y pude acumular experiencia en diversos puestos y lugares.

»Llegados a este punto, el dinero ya no suponía un problema para mí. Incluso empecé a mostrarme extravagante. Sin embargo, todavía no había superado mi relación con Wei Hai.

Zhou Ting alzó la mirada al techo, como buscando algo. Al rato se volvió para mirarme.

– Debido al éxito que había cosechado en el mundo empresarial, la prensa volvió a prestarme atención. Empezaron a llamarme la «emperatriz de las ventas». Mis actividades empresariales eran investigadas y los periodistas buscaban cualquier excusa pare entrevistarme. Pero yo ya sabía cómo protegerme y repelerlos cuando era necesario. De este modo evité que mi vida privada apareciera en los medios de comunicación.

»Conocí al director de una gran compañía comercial de Shanghai que me persiguió por dos razones. En primer lugar, su compañía necesitaba mi ayuda para abrir mercado. En segundo lugar, nunca se había casado porque era impotente. Al saber que yo aborrecía el contacto físico con los hombres pensó que a lo mejor haríamos buena pareja. Se mostró muy tenaz y perseverante, y me ofreció una séptima parte de su cartera de acciones como regalo de compromiso. Yo estaba contenta con el arreglo: ya no tendría que trabajar para otros, y aunque tenía un novio no me veía obligada a soportar sus manoseos. Un periódico financiero luchó por conseguir una exclusiva que tenía como titular «Emperatriz comercial a punto de casarse con magnate de Shanghai. Se espera agitación en el mercado». Pronto la noticia se divulgó en otras publicaciones.

– ¿Y esta boda se celebrará pronto? -pregunté, esperando que Zhou Ting encontrara un lugar al que sentirse apegada.

– No, se anuló -dijo quedamente mientras se toqueteaba el anillo.

– ¿Por qué? ¿Volvieron a interponerse los medios de comunicación?

Temía que, una vez más, los periodistas se hubieran interpuesto en la vida de Zhou Ting y la hubieran complicado.

– No, esta vez no. Fue porque volvió a aparecer Wei Hai.

– ¿Wei Hai volvió a por ti? Sentí náuseas.

– No, apareció en uno de mis cursos de formación para comerciales locales. Mi corazón llevaba tiempo solitario y triste. En cuanto lo vi, todos mis sentimientos por él renacieron -dijo, sacudiendo la cabeza.

No pude reprimir la incredulidad en mi voz al preguntar:

– ¿Sigues queriéndolo?

Zhou Ting ignoró mi tono de voz.

– Sí. En cuanto lo vi supe que lo amaba con la misma intensidad de antes.

– ¿Y él? ¿Sigue queriéndote? ¿Tanto…?

– No lo sé, y no quiero preguntárselo. Temo abrir viejas heridas. En estos momentos, Wei Hai parece muy débil. Ha perdido la energía que poseía cuando tomó mi mano y me pidió que compartiera la vida con él, hace ya tantos años. Sin embargo, sigue habiendo algo en sus ojos por lo que sigo suspirando -dijo con satisfacción.

Incapaz de ocultar mi desaprobación, exclamé:

– ¿Volviste a aceptarlo?

Había conocido a demasiadas mujeres que siempre encontraban argumentos para excusar a los hombres de sus vidas por el dolor que les habían causado.

– Así es. Devolví las acciones al empresario de Shanghai, rompí nuestro compromiso y alquilé otro piso con Wei Hai. Seguimos juntos.

Me percaté de la parquedad y brevedad de la descripción que me ofreció Zhou Ting. Preocupada, la presioné:

– ¿Eres feliz?

– No lo sé. Ninguno de nosotros ha sacado a colación la razón por la que me dejó entonces. Hay cosas entre nosotros que creo que nunca seremos capaces de tratar.

– ¿Crees que habría vuelto contigo de haber seguido siendo pobre? -indagué.

Su respuesta fue contundente.

– No, desde luego que no.

Me quedé perpleja.

– De acuerdo. Si pudiera montar su propio negocio algún día, o ser económicamente independiente, ¿crees que te abandonaría?

– Sí, si tuviera su propio negocio o si encontrara a otra mujer con éxito, sin duda me dejaría.

Me quedé aún más perpleja.

– ¿Y tú qué es lo que quieres?

– ¿Te refieres a por qué me quedo con él? -me preguntó en tono desafiante, con los ojos rebosantes de lágrimas.

Asentí con la cabeza.

– Por la primera vez que se declaró y por la felicidad que compartí con él. Éstos son mis recuerdos más felices.

Para mí, Zhou Ting era como cualquier otra necia mujer, que seguía al lado de un hombre que no la merecía. Le di a entender mi desaprobación preguntándole:

– ¿Acaso nutres ahora tus sentimientos por Wei Hai a través de tus recuerdos?

– Sí, podría expresarse así. Realmente, las mujeres somos así de patéticas.

– ¿Sabe Wei Hai que piensas así?

– Tiene más de cuarenta años. Supongo que el tiempo le habrá enseñado.

La respuesta harto cansina de Zhou Ting hizo que mi pregunta pareciera extremadamente ingenua.

– Emocionalmente, un hombre nunca podrá ser como una mujer, nunca será capaz de comprender a las mujeres. Los hombres son como las montañas: tan sólo conocen el suelo que pisan. Sin embargo, las mujeres somos como el agua.

Recordé haber oído esa misma analogía en boca de Jingyi, la mujer que esperó a su amante durante cuarenta y cinco años.

– ¿Por qué son como el agua las mujeres? -pregunté.

– Todo el mundo dice que las mujeres son como el agua. Creo que se debe a que el agua es la fuente de la vida, y porque se adapta a su entorno. Al igual que las mujeres, el agua da una parte de sí misma cuando trata de nutrir la vida -dijo ZhouTing en un tono pausado-. Si a Wei Hai le surge la ocasión, no se quedará a mi lado sólo por mí, en una casa en la que no tiene demasiado poder.

– Sí, si un hombre no tiene empleo y vive de una mujer, la inversión de roles es una receta infalible para llegar al desastre.

Zhou Ting se quedó en silencio un momento.

– ¿Viste el titular «Dura mujer de negocios rechaza matrimonio estratégico para recuperar a un viejo amor», o algo así? Dios sabe lo que la gente debe de haber pensado de mí después de que este fragmento de noticia se retocara varias veces. Los medios de comunicación me han convertido en un monstruo de mujer: asesinato frustrado, adulterio… parece que lo haya hecho todo. Esto me ha aislado de las demás mujeres, y mis amigos y familiares también mantienen las distancias conmigo. Sin embargo, mi notoriedad pública también me ha aportado algunos beneficios inesperados.

Zhou Ting se rió amargamente.

– ¿Me estás diciendo que tus negocios se han visto beneficiados con ello?

– Así es. Todos los rumores que corren sobre mí hacen que la gente se muestre más abierta a mis lanzamientos de productos, porque siente curiosidad por mí.

Zhou Ting abrió la mano y extendió los dedos mostrando los anillos que los adornaban.

– Es decir que tu vida personal ha contribuido a tus logros profesionales -reflexioné en voz alta, horrorizada al pensar que ésta tal vez era la manera en que las mujeres alcanzan el éxito.

– Podríamos decirlo así. Pero la gente no se da cuenta del precio que he tenido que pagar.

Asentí con la cabeza.

– Los hay que dicen que las mujeres siempre se ven obligadas a sacrificar los sentimientos en beneficio del éxito profesional.

– En China, casi siempre es así -dijo Zhou Ting, eligiendo sus palabras con cuidado.

– Si una mujer te preguntara por el secreto de tu éxito, ¿qué le contestarías? -inquirí.

– En primer lugar, que dejara los sentimientos tiernos de la mujer a un lado e hiciera que los medios de comunicación se quedaran boquiabiertos de asombro por lo distinta que es. En segundo lugar, que expusiera su corazón al público y creara una buena historia para la prensa. Luego debería utilizar sus cicatrices como trampolín empresarial: exhibirlas al público, hablarle de su dolor… Y que, mientras la gente se estremeciera por las heridas que ella tuvo que sufrir, dispusiera sus productos sobre el mostrador y se llevara el dinero.

– ¡Oh, Zhou Ting! ¡No puede ser así realmente!

– Pues sí, así es. Desde mi punto de vista es así -dijo con sinceridad.

– Entonces, ¿cómo te las arreglas para enfrentarte a la vida? -le pregunté, maravillada, una vez más, por el valor de las mujeres.

– ¿Tienes callos en las manos? ¿O cicatrices en el cuerpo? Tócatelos. ¿Sientes algo?

El tono de voz de Zhou Ting era amable, pero sus palabreas me exasperaron.

Zhou Ting se puso en pie, dispuesta a irse.

– Me temo que son las seis y tengo que visitar varios grandes almacenes para comprobar sus existencias. Ha sido un placer, gracias.

– Gracias a ti. Espero que las callosidades de tu corazón se suavicen con el amor -dije.

Zhou Ting había recobrado la compostura por completo. Me contestó con un tono de voz acerado:

– Gracias, pero es mucho mejor ser insensible al dolor que padecerlo.

Cuando abandoné el restaurante, el sol se estaba poniendo. Pensé en lo fresco que debía de estar al amanecer y cuán fatigado estaría tras todo un día de trabajo. El sol da, las mujeres aman: su experiencia es la misma. Mucha gente cree que a las mujeres chinas exitosas sólo les interesa el dinero. Pocos comprenden el dolor que han tenido que soportar para llegar adonde han llegado.