39244.fb2 No robar?s las botas de los muertos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 55

No robar?s las botas de los muertos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 55

54

A las once de la mañana, agobiado por el calor que le empapaba la cara y el cuello, el coronel Leandro Gómez se quitó la chaqueta y el quepi, dejó las prendas a un lado y desde la altura recorrió cuidadosamente el perímetro de la plaza asediada por las descargas. En el centro la estatua de la Libertad aparecía y desaparecía desdibujada por el humo y entre los nubarrones ceniza de las andanadas, podía ver al coronel Lucas Píriz aullando órdenes de un extremo a otro de la línea de fuego.

– No entiendo… -admitió el Coronel mirando al comandante Raña, desconcertado por la revelación -. El ataque de Flores es descabellado…

– Si siguen así, se hará el milagro. Podremos resistir hasta que llegue el general Sáa -dijo Raña observando que los sitiadores caían unos sobre otros, torpemente, en cada intento.

Si se observaban los ataques con detenimiento, resultaba evidente que para avanzar por las líneas norte y oeste de la ciudad, los altos mandos del enemigo no habían previsto detener el fuego de su artillería de tierra ni tampoco el bombardeo de la escuadra del río y lo que parecía peor aun, atacaban sin tener idea de la disposición y naturaleza de las defensas, sin cargar con tablones o escaleras para echar sobre los fosos y cruzarlos, sin escalas para subir las trincheras ni otros útiles y materiales indispensables para emprender un asalto y tomar una plaza.

En columnas cerradas se metían en todas las calles de la población, pero no demoraban en ser barridos por los fuegos de artillería o por la fusilería de los francotiradores que aparecían en los sitios más inesperados, pues para moverse con rapidez y a cubierto a través de manzanas enteras, habían tenido el ingenio de abrir boquetes y portillos en las casas y en los muros de la vecindad. Por otra parte, la mayoría de los gigantescos proyectiles de la escuadra de Tamandaré parecían dirigidos por artilleros tuertos, pues unos pasaban demasiado altos y otros no llegaban a las trincheras, causando estragos irreparables en las mismas filas de los asaltantes.

– No puede ser más desventajosa la situación del enemigo -comentó el coronel Gómez encaminándose de pronto explanada abajo-. Comandante Raña, hágase cargo. Iré yo mismo a ordenar que nuestros hombres reduzcan los tiros a la mitad…

Cuando llegó a la enramada de la esquina sur d^ la plaza donde estaba su caballo, el Coronel observó que a unos cinco metros de distancia el capitán Clavero hacía fuego con su carroñada, con tanta mala suerte, que al primer tiro el cañón se desmontó violentamente y de paso dejó fuera de combate a dos de sus artilleros.

Antes de emprender el galope, el coronel Gómez se detuvo frente al cuadro desolador y tratando de arrancar de su estupor al oficial humillado, le dijo con el tono de una comprobación trivial:

– Capitán, usted ya no es más artillero. Ahora es infante. Ocupe con los seis soldados que le quedan la tronera de la trinchera y empiece la batalla otra vez…