39244.fb2 No robar?s las botas de los muertos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 6

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En la observación de Hermes Nieves, Martín Zamora descubrió que le toleraba cada vez menos sus quejidos. Y detrás de la intolerancia también descubrió agazapado el feroz desorden de sus nervios, la infructuosa espera a que el silencio del enfermo se sumara al del capitán Harris y lo acompañase, de una buena vez, hasta el último tramo del existir. Les deseaba la muerte.

Es cierto que era terrible el sufrimiento del brasileño. Pero a Martín Zamora se le hacía aun más terrible, pues siempre fue demasiado sensible a determinadas voces relacionadas con la enfermedad: curiosamente no le preocupaban los emplastos que enmascaran las mejillas de los que sufren lepra, pero no soportaba la idea de las curaciones con mercurio de los sifilíticos. Ignoraba la razón, pues no anduvo jamás con putas, acaso si alguna vez logró adormecerlas con su guitarra al paso por las tabernas de la costa atlántica, de modo que no tendría por qué temer. Era aquella enfermedad en sí lo que lo perturbaba, aquel mal de Venus que le había tomado a Hermes el cuerpo y el alma, aquel mal que lo irritaba y atontaba, que lo espantaba, que le relajaba las fibras o le ocasionaba un flujo de orina o una evacuación involuntaria.

Por momentos lo observaba con detenimiento y creía percibir que el hielo se había instalado en la mirada del forajido de Río Grande del Sur, facilitando el escape a un sitio distante de los agentes de la enfermedad, traspasándole a él la fiebre durante el tiempo que duraba la fuga.

Entonces Martín Zamora se ponía de pie, se acercaba al agujero enrejado de la mazmorra y se quedaba así, sintiendo que le crecía la barba, aguardando muy quieto a que llegara el amanecer, el retorno del sol restallando inclemente sobre los copos de cal viva del caserío.

Recién entonces podía volver a escribir.