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12 de diciembre
Sin abandonar su inmutable aire reposado, grave, taciturno, el inglés Raymond Harris atravesó la desolada plaza de la Constitución chapoteando sobre los barrizales dejados por la lluvia y caminó hasta la calle Queguay, en dirección a la casa de la familia Orozco donde se recuperaba de su herida Martín Zamora.
En la mano derecha llevaba su fusil inseparable y en la izquierda una carpeta de cuero con hojas de papel en blanco, una pluma y un pequeño tintero de vidrio azul rescatado de la oficina de la Comandancia gracias a los buenos oficios del capitán Masanti.
Encontrándose con las puertas de la casa abiertas de par en par, apenas ingresó se dio de buenas a primeras con Martín Zamora, desmadejado sobre un catre en un rincón de la sala y con la pierna herida sostenida en alto sobre dos almohadas. A su lado, Mercedes Orozco, con un vestido blanco que parecía salpicado de geranios, finalizaba la tarea de afeitarlo con una navaja de mango de carey y le quitaba los restos de espuma con una toalla.
– ¡Caramba, hombre! Si así son las cosas, en el próximo tiroteo me pongo frente a los macacos… -bromeó Raymond Harris, tomando una silla de esterilla enrejada y sentándose enfrente, no muy lejos de la cama.
Martín Zamora acusó el golpe y se sintió cohibido. Trató de esforzarse por quitar la pierna de las almohadas pero le resultó imposible cuando la muchacha le plantó la palma de la mano sobre su pecho y lo obligó a quedarse donde estaba. Luego ella miró al inglés con fastidio indisimulado:
– ¿Viene a estorbar, mister?
– Vaya, vaya, cómo se pone la niña… Ya me voy, simplemente le he traído papel para que escriba. Una deferencia del capitán Masanti quien admira su escritura… ¿Cómo está?
– Un poquitín débil, hombre. Pero en un par de días estaré en condiciones de volver…
– ¿Un par de días? Ni lo digas… -dijo la muchacha, llevándose los avíos de afeitar.
Harris observó concienzudamente a Martín Zamora y mientras se levantaba para irse, sonrió con benevolencia.
– En esta casa hay alguien que está sufriendo ataques espirituales… -murmuró mientras se calzaba el sombrero hasta los ojos y se marchaba sin mirar atrás.