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14 de diciembre

“Hoy ha venido a verme el capitán Hermógenes Masanti, el jefe de la escolta del coronel Gómez, el hombre que escribe, escribió Martín Zamora, afirmando la hoja sobre una pequeña tabla sostenida en el muslo sano. “Pese a ser temprano hacía calor y el sol entraba a raudales por las ventanas abiertas de par en par con la finalidad de desterrar el moho. Sin embargo, apenas apareció, lo primero que hizo fue cerrar las cortinas y dejar la habitación en sombras, logrando que el recinto se pareciese mucho al de una casa en paz cuyos exteriores nada saben de la guerra.

El Capitán se sentó a mi lado con la evidente intención de intimar conmigo. Se acomodó en la silla con posa brazos, dejó su Remington recostado al ropero de tres puertas y viendo que yo estaba en plena escritura, comentó que le llamaba la atención cómo los hombres sentían necesidad de escribir en tiempos de bombardeos y que, como tantos, también él mantenía el sueño secreto de escribir algo más que sus rutinarios partes de guerra. Dijo que nada deseaba más que llegar vivo al final del sitio, para escribir una historia en la que intentaría desenmascarar el alma diabólica del hombre que pergeñaba y respaldaba masacres desde su sillón presidencial en Buenos Aires.

Por supuesto, se refería a Bartolomé Mitre. En realidad sé muy poco del presidente argentino, pero al capitán Masanti parece apasionarle hablar de este porteño descendiente de Joseph di Mitri, un orate a ratos que tuvo el triste honor de ser el primer suicida que existió en Montevideo hace poco más de un siglo. Debo decir que es todo un placer escuchar al capitán hablar de Mitre como si fuese un personaje de folletín al que hay que aderezar cuanto sea posible, solo para humanizarlo y odiarlo mejor. El capitán Masanti le explicó que el Mitre de su historia será el más Mitre de todos los Mitre y se llamará Bartolomé, igual que el verdadero, le gustará escribir rimas y además de dirigir pésimamente la guerra entre bambalinas, fundará un periódico sólo para escarnecer a Leandro Gómez y al presidente Aguirre y alabar a Venancio Flores y a los brasileños a través de un séquito rocambolesco de escribas alcahuetes. Pero por sobre todas las cosas, Masanti dice que en su libro lo tratará como lo que es, militar pedante, hipócrita y megalómano. Será un generalillo de cartón, obsesionado por pasar a la historia parado sobre una peana de versos malos y que tendrá en grado sumo la primera condición que ha menester cualquier periodista que se precie: la hipocresía. Sin embargo, no le bastará un Paraguay entero para satisfacer sus ambiciones y el capitán Masanti sospecha que esa es la razón de la mediocridad de los versos del Mitre verdadero, porque más que la poesía es el lucro y la gloria lo que le ha importado desde siempre.

El Capitán sostiene que en su historia el generalillo será tan taimado como el verdadero y tal será su deseo de hacerse agradable a los demás, que hasta lo hará sonreír con las arrugas del traje. Y cuando se le mire los zapatos charolados, las uñas rosadas y abrillantadas, las mejillas de albaricoque en sazón, cualquiera que se le pare delante sentirá el impulso bonachón de pellizcarle los cachetes como a un niño.

– Él desea ser poeta… -confió el capitán Masanti-. Pero sus versos son tan malos y escasos que hasta él mismo lo sabe y se conduele…

Y para probarlo, extrajo de su chaqueta negra un viejo trozo de papel periódico, del que bien merece la pena dejar constancia, pues el tonto texto parece de verdad pertenecer al mismísimo presidente de los argentinos:

‘Hoy mismo, en medio de las embriagantes agitaciones de la vida pública, no puedo menos de arrojar una mirada retrospectiva sobre los días que han pasado y contemplar con envidia la suerte de los que pueden gozar de horas serenas, entregados en brazos de la musa meditabunda. Cuando esto me pasa, se me viene a la memoria un cuento que en otro tiempo me hizo reír y que hoy me hace suspirar, tal es la profunda verdad que encierra. Oiga el cuento: Un pobre pastor, hablando consigo mismo, se decía:

– ¡Ah, si yo fuera rey!…

– Y bien, ¿qué harías?…-le preguntó uno que le oía sin él advertirlo.

– ¿Qué haría? -dijo el pastor-. ¡Cuidaría mis ovejas a caballo!

Digo lo mismo. Si fuese rey, haría versos, por el gusto de hacer versos… a caballo. Y sin embargo, es probable que en el resto de mi vida no haga una docena de versos’.

– Capitán, quiera Dios que sobreviva usted para escribir esa historia. Es muy divertida… -le dije mientras bajaba la pierna herida y la depositaba con mucho cuidado en el piso de madera.”